Liquidar a los pornógrafos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, agosto - Malas lenguas habaneras cuentan que la culpa la tuvo Elián. Antes de él, a nadie interesaba qué clase de filmes alquilaban los bancos de videos, abastecedores de innúmeras ofertas de tales filmes a nadie sabe cuántos capitalinos, pero ahora
perseguidos como contrabandistas de nada menos que pornografía, dicen Carlos Lage y la prensa oficiosa, al mejor estilo de la Comisión Estatal de la Pureza y las Buenas Costumbres Ciudadanas.
Para la mayoría de los habaneros con los cuales he conversado, la persecución de los filmes "de relajo" aparece como un absurdo y como una descarada intromisión en las vidas privadas, sin contar del poco interés general que los mismos suscitan, originada
entre otros factores por un refinamiento de los gustos sexuales. Alguien ha dicho que la pornografía no es otra cosa que literatura mal escrita, y en Cuba, así parece interpretarse. Desde veinte, treinta años atrás, una generación aprendió a masturbarse con
nada menos que el Monólogo interior del Ulises, de James Joyce, lo cual es todo un dato. Por otro lado, un psiquiatra argentino residente en Cuba, Alberto Orlandini, apuntó en su leído y gustado Diccionario del Amor que las perversiones sexuales inofensivas no pueden
perseguirse, siempre y cuando entre adultos se practiquen y de mutuo acuerdo.
La arista sospechosa de la persecución a los pornógrafos parece relacionarse con el caso Elián, debido a la rebelión de televidentes en que se vieron involucrados los alquiladores de videofilmes, cuyos ingresos se dispararon en flecha ante una oleada de poseedores de
equipos de video que escapaban, y escapan, de una programación televisiva saturada de propaganda política y cambios de última hora, a tener lugar sin siquiera disculpas. Fuentes diversas aseveran que el pretexto para esa persecución fue la pornografía, hoy ubicada
por el discurso oficial entre ilegalidades representativas como la compraventa ilegal de viviendas y las construcciones no conforme a Derecho. Cualquiera diría que en Cuba no existen asaltos y asesinatos, estafas y robos en domicilio, y hasta operaciones al estilo de Bonnie and Clyde. Las
estadísticas sobre el delito permanecen en secreto. Los pornógrafos, ¡a la hoguera! Desde luego, nadie está de acuerdo con aceptar la pornografía en emisiones televisivas al aire, o en que los menores de edad accedan a ella. Pero entre adultos, en video...
Una declaración reciente del presidente de la Empresa de Correos de Cuba, casi se vanaglorió de las confiscaciones realizadas por la entidad a la literatura pornográfica entrada al país que se ha podido detectar. Por cierto, de acuerdo con mis noticias, esas
ocupaciones no parecen hechas a tenor de las leyes nacionales en materia de correspondencia, al igual que ocurre con los llamados libros y revistas "contrarrevolucionarios". Curioso método, ése de supuestamente defender la ley, violándola, e indicio de que el asunto de
los pornógrafos trasciende al mero defender de un moralismo para extenderse a una cuestión de derechos ciudadanos. Fidel Castro declaró en una Feria Internacional del Libro que en Cuba no existen libros prohibidos. Pero el correo confisca.
No puede perderse de vista el lado oculto de la persecución de los pornógrafos. Como quien no quiere, lo que en realidad se está atacando es al surgimiento de una forma de burlar el monopolio de la imagen televisiva, por parte del gobierno de Fidel Castro. Miles de cubanos,
en particular capitalinos, ya poseen equipos de video, arma necesaria para elegir ofertas diferentes a los adoctrinamientos de las mesas redondas y las tribunas abiertas, y a esos cambios de programación de los únicos dos canales de televisión de acceso general, siempre en
beneficio del discurso gubernamental. Liquidar a los pornógrafos parece buen pretexto. Pero, a ese paso, cabe la posibilidad de ser condenado por apagar el televisor.
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