CUBANET ...INDEPENDIENTE

11 de agosto, 2000



¿Qué ocurre en el poblado de Matahambre?

Tania Díaz Castro

LA HABANA, agosto - El 30 de abril de 1997 dejó de funcionar la Mina de Matahambre, una de las más importantes de América Latina.

Ubicada en la zona norteña de Pinar del Río, entre Alturas Pizarosas y la Cordillera de los Organos, será convertida en museo próximamente, de acuerdo a los planes que tiene el gobierno cubano, el que la ha nombrado Monumento Nacional Industrial.

Desde su inauguración, un 24 de febrero de 1913, varias veces estuvo por cerrarse. Sin embargo, increíbles hallazgos la pusieron nuevamente en marcha, gracias también a su buena tecnología.

Para este cierre, alegan las autoridades cubanas que la calidad y pureza del cobre es muy bajo, que como sus medios y procedimientos son norteamericanos, las pérdidas han sido enormes y por tanto la mina no era rentable.

Pero, en el pasado, cuando se pensó clausurar la mina, todos se sorprendieron ante hallazgos de gran importancia como el ocurrido en 1934, al ser descubierto un gran cuerpo mineral de calco-pirita en el nivel 32, de donde se extrajo el cobre, considerado en aquel momento el mejor del mundo.

En el año 1961 volvió a encontrarse otro cuerpo, llamado 44-B, extraído totalmente por los eufóricos 1,103 trabajadores con que contaba la mina, hasta los mismos momentos que fuera nacionalizada por el gobierno de Fidel Castro.

A partir de esa fecha el futuro de la mina se tornó oscuro, amenazada por el agotamiento de sus reservas o tal vez porque no había medios para hacer una mejor búsqueda a cuatro mil pies de profundidad, apenas sin oxígeno y con más de 40 grados (centígrados) de temperatura.

Todo había comenzado viento en popa en 1913, con sus primeras excavaciones. El monte inhóspito de Matahambre se llenó de ilusiones. En 1924, cuando la American Metals Co. comprara las acciones del Dr. Alfredo Porta, empezaron a llegar emigrantes gallegos, chinos, daneses, polacos y lituanos y junto a los nativos de la zona, pronto la mina tendría sus niveles horizontales, una gran planta de concentración (en aquellos momentos la más funcional de América), así como un cable aéreo de catorce kilómetros de longitud por el cual los funiculares transportaban el mineral hasta el puerto de Santa Lucía. Aumentó de tal forma la productividad que con la primera Guerra Mundial en Minas de Matahambre se obtenía mineral por valor de un millón de dólares.

El poblado fue diseñado y construido por la administración newyorkina, con preciosas casas tipo bungalow, aisladas, de madera, de un solo piso y con una galería cobijada por un amplio alero.

Visité este acogedor y peculiar pueblito en 1965. Conocí de cerca la vida de los mineros. Recorrí muchas veces con ellos las calles que subían o bajaban de acuerdo a los caprichos de sus lomeríos. Fue muy impresionante para mi bajar hasta el nivel 41, a cuatro mil pies de profundidad, y verlos allí trabajar, siempre ansiosos por encontrar la piedra deseada.

Ahora me dicen que la tristeza es como un fantasma que ronda el poblado de Matahambre; que jamás los mineros se han conformado con el cierre de la mina; que pese a todo lo que se conversó con ellos, aceptaron en contra de sus deseos trasladarse a trabajos forestales o del tabaco.

En fin, que el hecho de no poder continuar como cateadores, como buscadores de minas, algo que llevan en la sangre y en sus mentes, ha sido muy traumático para los 623 obreros, la mitad de los que históricamente permanecieron siempre laborando en ella.

Adaptarse a otra vida es casi imposible. Las esposas desearían como antes alcanzar a sus hombres a mitad del camino, los niños acudir veloces hasta la entrada de la mina en busca de sus padres y las ancianas aún permanecen de pie en el portal, como si esperaran divisar el casco en alto del hijo amado.

Fue un suceso traumático, muy difícil de superar, tanto para los mineros como para sus familiares. Porque, ¿cómo olvidar toda una combinación de sonidos e imágenes que aún persisten en el paisaje? La gran torre del güinche no quiere permanecer quieta y las antiguas roldanas no guardan silencio porque el viento se encarga de hacerlas hablar.

Seguramente, cuando estos cateadores se disponen a dormir, les parece escuchar el compresor de oxígeno, el pico y la pala a mil 563 metros de profundidad, donde se excavó por última vez, continuando el laboreo de la mina con sus golpes, repercutiendo en cada latido del corazón.

Pero al despertar, ¡cuánta nostalgia! No se escucha ya el pito de la mina, agudo, vibrante, rítmico...

Hasta me dicen que los mineros continúan con aquella costumbre, esa segunda naturaleza, de buscar a golpe de machete la misma piedra extraña y brillosa que una tarde, allá por el año 1910, descubriera Victoriano Miranda, donde mismo luego se construyó la Mina de Matahambre.



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