Martí: su verdadero legado
Jesús Zúñiga
LA HABANA, agosto - Carlos Marx salió por disolvencia y Lenin por corte. Desde el punto difuso donde lo tenían vino apresuradamente para hacerse cargo del papel protagónico José Martí. Así está planteado en términos cinematográficos
lo que sucede hoy en el escenario político cubano.
La abigarrada literatura marxista se ha ido disimulando sabiamente hasta dejarla sólo en manos de los ortodoxos y cesantes "profesores". Las citas del conspicuo alemán ha desaparecido de los discursos oficiales.
De vez en cuando alguien recuerda a Lenin y lo deja ver en una endecha de barricadas, pero es un Lenin fugaz y solitario ya sin país y sin bandera, desarmado y señalando con la mano derecha un futuro que destruyó la izquierda.
Pero los ideólogos necesitan sobre todo ideologías, y los del patio, sin el apoyo ideológico de los dos pensadores extranjeros, se han tenido que volver hacia la figura de más solvencia moral, política y humana de Cuba. A José Martí se le achacaba
la autoría intelectual del asalto al cuartel Moncada, pero desde hace tiempo es el promotor de todo lo que sucede aquí.
Durante los últimos 40 años se utilizó en los actos patrióticos y se le rindió homenaje en sus fechas de nacimiento y muerte. En los tiempos de la luna de miel con la Unión Soviética si no se relegó fue por la fuerza y el arraigo de su
presencia en todos los cubanos, pero no estaba en la línea roja de combate ese poeta fino, ese caballero de leontina que era masón y veneraba a Dios.
Ahora, que todos los invencibles emblemas de guerra se quemaron en su propio fuego, se hace necesario el hombre de Dos Ríos, sus cantos profundos a la patria, sus exámenes agudos sobre la humanidad, su poder de convocatoria que está definitivamente en la programación
genética de los hijos de esta isla.
Ahora hay que llamarlo hasta el cansancio, pasearlo por la casa y por el mundo, revolver con pinzas sus papeles de pensador plural y democrático y comenzar a usarlo para llenar el vacío cada vez más obvio del grupo de personas que gobiernan el país.
Las ideas del Apóstol y las alternativas de su vida, que debían llegar con paso natural de amor y agradecimiento, el mundo oficial lo hace torvo, violento, forzado y en su prisa y afán por imponer lo que necesitan traen la figura de Martí a los hogares a deshora,
intespectivamente, sin tomar en cuenta su reposo ni la privacidad de los cubanos que ya lo saben y están preparados: José Martí nunca favoreció la división de la familia, el destierro, ni los privilegios de unos cubanos sobre otros, ni la prisión de un
hombre por sus ideas, ni el acoso policial por decir o tratar de publicar lo que se piensa.
Podrán dibujarlo como el gran ideólogo de esta carrera de fracasos que vivimos, pero nadie honrado, nadie que conozca y quiera todo a Martí, al verdadero, va hacerlo responsable de estas angustias. El murió joven y lúcido y abierto a la discusión de
todas las ideas. Así se le recuerda, y así se le ama en Cuba.
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