Un engendro de fiesta
Tania Díaz Castro
LA HABANA, agosto - Desde hace muchos años las fiestas entre vecinos, ordenadas por el gobierno cubano, difieren muchísimo de las primeras que se hicieron recién instaurado el régimen. En aquéllas una buena parte de quienes vivían en una cuadra
disfrutaban sinceramente.
Ahora todo ha cambiado. Las fiestas a nivel de cuadra se componen de tres o cuatro personas junto a un gran altoparlante, con la música a todo volumen hasta altas horas de la noche y el resto de los vecinos tratando de dormir en sus camas.
Pero en los barrios de la antigua aristocracia, donde viven actualmente los altos dirigentes políticos, las fiestas son discretas y breves. La música no molesta a los que prefieren quedarse en casa, y se brinda con ron de exportación o cerveza enlatada.
En días pasados se celebró en mi cuadra la "fiesta del 26 de julio", recordando aquella masacre del Cuartel Moncada. En la calle donde vivo (27 entre N y O, del Vedado habanero) ocurrió lo mismo que en el resto de las fiestas políticas de barrio.
Colocaron una gran bocina en la acera desde las cinco de la tarde, con el propósito de que se escuchara el ruido de la música de una esquina a la otra. Algunos chicos brincaban al compás del ruido musical mientras tres o cuatro vecinos preparaban una especie de "zambumbia"
o "caldosa", con viandas y una cabeza de puerco, para los estómagos de buena digestión.
A las nueve y media de la noche brindaron con esa "caldosa" por los muertos caídos. No había refrescos, ni cerveza, ni ron. Caldosa a pulso. Estaban allí presentes unas quince o veinte personas. En la cuadra viven cerca de quinientas. A las once de la noche
quedaban ocho o nueve. A las doce, sólo permanecían cinco y continuaba la música a todo volumen.
La telenovela no se pudo escuchar. Mucho menos la película, muy buena por cierto, pues se trataba de "El cartero", basada en el exilio del poeta chileno Pablo Neruda en una isla italiana. La voz del actor principal la apagaban los estribillos de "Los Van Van" o de "El
Médico de la Salsa".
Decidí apagar el televisor y tratar de dormir a pesar del ruido infernal del ambiente. Para darme ánimo, me dije que por suerte siempre no es 26, que las fiestas políticas de barrio no se mandan a hacer con tanta frecuencia (muestra de una selvática manipulación
de las masas); en fin, una especie de engendro al que no se le puede llamar fiesta.
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