Soren Triff. Publicado el jueves, 3 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald
En estos días se cumplen 10 años del inicio del período especial en Cuba y del llamado de la oposición a un diálogo con el gobierno sin exclusiones, pero acaba de suceder algo más importante, anótelo rápido: ha terminado la primera etapa de
la transición cubana.
Quienes se ufanaban de anunciar que la teoría del dominó no funcionaría en Cuba se equivocaron. El país, como todos los asociados al bloque soviético, se tranformó en otra cosa a la caída de la URSS. Pendientes del pulso del comandante para
conocer la salud del régimen, algunos académicos no se percataron de que el gobierno fue derrocado por el mismo Fidel Castro en 1989 y que éste comenzó un lentísimo desmantelamiento involuntario del totalitarismo que llamó período especial en tiempos
de paz, en agosto de 1990.
La declaración del estado de emergencia que significaba el período especial --una serie de medidas para sobrevivir la nueva relación con la metrópolis soviética-- fue la respuesta al ``autogolpe'' del año anterior con el fusilamiento del general Arnaldo
Ochoa y otros altos oficiales del ejército y de la seguridad del estado, la reestructuración del Ministerio del Interior y la prisión, y luego muerte, del ministro del Interior, José Abrantes.
Enemigo del cambio, Castro eligió un totalitarismo destartalado, antes que un autoritarismo eficiente.
La progresiva pérdida del control totalitario de la sociedad ha dejado, en su retirada, una tierra de nadie social, política y económica. Ese terreno sigue nominalmente bajo su influencia, pero todos los días la oposición y la sociedad civil --cuando llega
primero que los bandidos-- ocupa el vacío que deja el totalitarismo en la vida cubana.
Para los días de la Cumbre Iberoamericana de noviembre pasado, Castro había transformado a Cuba en una especie de Rusia o en una empobrecida dictadura latinoamericana. Aun bajo el mismo partido y el mismo gobernante, en Cuba hoy existe una gran diferencia entre ricos y pobres, la
moneda de valor es el dólar, la corrupción administrativa y policial es una epidemia, la prostitución, el tráfico de drogas y la violencia es alarmante, y un pequeño grupo de ``familias'' privilegiadas disfruta de los beneficios de las empresas mixtas y deposita
sus ganancias en el extranjero. Es cierto que hay más control estatal en la economía que en los países latinoamericanos y que el sistema policial es de corte totalitario. Pero desde cierta perspectiva, se puede decir que Castro ha realizado parte del trabajo sucio de una
transición.
Por el lado de la disidencia, el retórico llamado de 1990 al diálogo nacional crece cada año. La Declaración de los Intelectuales en 1991, el trabajo del grupo Criterio Alternativo, la dolarización en 1993, el éxodo y el movimiento de profesionales
independientes en 1994, el pacto de inmigración en 1995, que prohíbe a Castro ``exportar'' la clase media, la creación de Concilio Cubano en 1996, la declaración de La patria es de todos en 1997, la visita del Papa en 1998, son actividades cada vez de más
envergadura. En noviembre de 1999 la Cumbre Iberoamericana de La Habana se convirtió en la cumbre de los disidentes cuando los opositores recibieron el respaldo público de los gobernantes de varios países iberoamericanos.
La oposición desafía al régimen abiertamente. Castro utiliza un truco tras otro, sin resultado, para desacreditar y silenciar el mensaje de los opositores. El período especial ha llegado a su punto muerto. Si es cierto que ha habido un acomodo a un controlado
deterioro del estado de cosas, por otra parte Castro no puede evitar que escape a su control una serie de actividades económicas que cae en manos de los ``compañeros empresarios'' dedicados al mercado negro y la corrupción. La oposición sigue ocupando de manera estable
terreno político, mientras la Iglesia hace avances en el campo social.
Por su parte, Estados Unidos mantiene un perfil bajo y esto no sólo acaba con la acusación del enemigo exterior para justificar el mal gobierno, sino que está dejando al descubierto que Castro no está preparado para ningún cambio, ni siquiera para uno favorable
a él, como el levantamiento parcial del embargo. En adición a esto, la presión internacional sobre el régimen dificulta la represión de alta intensidad. Los disturbios en el parque Dolores, previos a la Cumbre, obligaron a Castro a dar su versión de los
hechos ese mismo día.
La Cumbre se realizó a mediados de noviembre con resultados desastrosos para el régimen. Unas dos semanas después, llegó a Miami Elián González. La respuesta de Castro para retomar la iniciativa fue reclamar la devolución del niño a Cuba.
Esta medida sólo prolongó unos minutos más el período especial. Una vez que regresó Elián, se cerró la primera etapa de la transición.
En el nuevo período que se abre ahora, compañeros empresarios, opositores y exiliados tienen cada vez más definido su papel. Las predecibles mañas de Castro y su inmovilidad pueden actuar en favor del pueblo. Los compañeros usan las marchas para entretener a
Castro mientras socavan el poder económico. Los opositores aprenden a hablarle a la opinión pública, y descubren que el régimen es un tigre de papel. Los exiliados, relevados de sostener el discurso político, pueden aprovechar el levantamiento parcial del embargo
para desarrollar una obra social junto a los desposeídos de la sociedad. Pero hay que ser muy valiente para hacer el duro trabajo de las monjas.
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