Vandalismo y robo
Tania Díaz Castro
LA HABANA , agosto - Como New York, la capital cubana tiene desde comienzos del siglo XX su Parque Central. Sólo que éste en nada se parece al neoyorkino. Tal vez por eso, allá en los años cincuenta, se tuvo el proyecto de hacer un verdadero parque en los amplios
terrenos que hoy ocupa la Plaza de la Revolución José Martí.
El proyecto no pudo realizarse y desde entonces nos hemos conformado con este parque o plaza que representa el lugar más concurrido por cubanos y turistas.
Situado entre las calles Prado, Neptuno, Zulueta y San José, a pocos metros del Capitolio Nacional y con doscientos metros de largo y cien de ancho, esta plaza pavimentada cuenta con sólidos bancos y unas pequeñas áreas cercadas donde no crecen las plantas
ornamentales que podrían mostrar nuestra exuberante flora tropical.
En el centro se alza la primera estatua erigida a nuestro héroe nacional, José Martí, y muy cerca de ésta -pero vigilados siempre por algún agente de la policía política- un nutrido grupo de fanáticos de la pelota, nuestro deporte nacional,
entablan largas y acaloradas polémicas acerca de las jugadas de los peloteros y no así las de sus gobernantes socialistas. Eso no podrían hacerlo públicamente.
Hace años, muchos años, el gobierno de Fidel Castro se ocupó del Parque Central, proporcionándole varias palmeras y doce preciosas fuentes en cuyos centros podían apreciarse esculturas de desnudos femeninos, sustraídas de residencias cuyos dueños
se vieron precisados a abandonar para escapar del país. Doce esculturas de un metro de alto hechas en mármol blanco de la región italiana de Carrara.
Al ver las fuentes sin sus esculturas, pues sólo quedan en sus centros las bases, pregunté a varias personas. Primero a un custodio del Hotel Inglaterra, a un empleado del Teatro García Lorca y luego a quienes habitualmente se estacionan en ese lugar.
Todos coincidieron en que desde hace más de dos años las esculturas fueron rotas y robadas, hasta quedar sólo dos en la actualidad. Una situada al extremo de la calle Neptuno y otra por San José, frente al cine Payret. Ambas en peligro de ser sustraídas también,
pues el Parque Central no tiene quien lo cuide ni de día ni de noche.
Un chistoso intervino y se refirió a los borrachos que duermen en los bancos de madrugada, explicando que cuando intentaban manosear los blancos glúteos de las mujeres, sin darse cuenta que eran de piedra, éstas se escaparon.
Los que estaban a mi alrededor rieron de buenas ganas. Yo sólo pude sonreír. Cosas como estas me producen pena. Estábamos ante un acto de vandalismo, es cierto, pero ocasionado por la absoluta despreocupación que existe por parte de los organismos estatales cuya función
es velar por estos lugares públicos.
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