La revolución cubana, ¿mito o realidad?
Lic. Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, agosto - La situación político-social en Cuba durante la década de los 50, agravada por el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, constituyó un terreno fértil para el desarrollo de la revolución y su triunfo el 1 de enero de 1959. Este
acontecimiento, apoyado masivamente por el pueblo en una magnitud quizás nunca vista en América Latina, concitó enormes esperanzas entre los cubanos. Las primeras medidas tomadas, como la Ley de Reforma Agraria del 17 de mayo de 1959, la campaña de alfabetización y
la Ley de Reforma Urbana, incrementaron la fe en un destino más próspero y justo para el país.
Después de más de 41 años de aquel enero y tantos sacrificios, estas expectativas se han desvanecido, dejando a su paso una enorme frustración nacional. Del pretendido poder obrero-campesino y la revolución sólo queda una gastada retórica. Todo se
ha reducido a una sociedad dividida, contradictoria y temerosa; un ciudadano sometido, obligado a fingir, y un gobierno autoritario que, si en algún momento favoreció el progreso y el avance social, hoy representa exactamente lo contrario.
Los obreros han sido convertidos en meras piezas laborales, sin derechos sindicales, con salarios pagados en una moneda depreciada que por lo general no alcanzan para vivir. Los campesinos, en su inmensa mayoría, fueron reducidos a simples peones agrícolas disfrazados de
cooperativistas y, en el mejor de los casos, en administradores de sus propias tierras. El calamitoso estado de ambas clases sociales expresa, por sí solo, un rotundo desmentido de la versión oficial sobre la existencia de un poder popular en Cuba.
La propiedad social es otra falacia. Lo que ocurrió fue una inmensa confiscación de los medios de producción, proceso que llegó al extremo de hasta desposeer a los pequeños productores de sus modestos instrumentos de trabajo. Lo expropiado fue transformado en
posesión del Estado-Partido, representante de una burocracia situada por encima de la sociedad, una nueva clase, como magistralmente definiera el político y escritor yugoslavo Milovan Djilas, únicamente interesada en perpetuarse en el poder.
Hoy, las fábricas, las tierras, todos los recursos del país están en función de los intereses de esta nueva aristocracia. Los dirigentes y funcionarios a escala de toda la sociedad deben pertenecer a la nueva cofradía, siendo escogidos en primera instancia por
el grado de lealtad al régimen, sin importar mucho sus cualidades y conocimientos. A la población le queda el papel de obedecer cual manso rebaño.
La versión antillana de este tipo de comunidad ha reeditado las más añejas tradiciones del caudillismo hispano, sazonadas con ingredientes tomados de la cosecha estalinista. Es la absoluta instauración del poder de los funcionarios, por los funcionarios y para los
funcionarios.
Hablar en la Cuba actual de revolución constituye una ofensa a la inteligencia. Ese término en las artes, las ciencias, la política y en toda esfera del quehacer humano, significa avance y progreso, la ruptura del orden establecido y el movimiento hacia un futuro
esperanzador. Lo que acontece en Cuba es el dominio de un régimen oscurantista, enemigo acérrimo de cualquier cambio y reforma; un gobierno aferrado al poder, tozudamente negado a marchar con la historia.
Quienes ahora representan un papel revolucionario son aquellos que luchan por un cambio radical del sistema. Quienes abogan por una verdadera reforma agraria que dé la tierra en propiedad al campesino, librándolo del yugo estatal; que a los trabajadores se les paguen salarios
dignos y puedan organizarse para defender sus derechos; que los intelectuales y profesionales realicen su trabajo y creen sus obras con plena libertad; que ningún ciudadano sea discriminado por sus ideas políticas y tenga que fingir y someterse para evitar se represaliado; que finalice
la marginación de los nacionales, convertidos en ciudadanos de segunda clase frente a los extranjeros; que se construya una sociedad democrática, sustentada la libertad, la justicia y la solidaridad.
Estas transformaciones, a realizarse por vías pacíficas, propuestas por la disidencia cubana, constituyen un verdadero proyecto revolucionario, frente a una actitud oficial manipuladora y populista, únicamente basada en mitos.
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