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El Terror Rojo: un río de sangre en la historia de Europa

El Ejército Rojo

LA HABANA, Cuba. – En febrero de 1918 quedó oficialmente constituido el Ejército Rojo, cuerpo armado de la Rusia bolchevique que pasaría a la historia como una institución militar de probado coraje, pero también como una de las más crueles y sanguinarias del siglo XX europeo. Numerosos crímenes le han sido adjudicados, aunque ninguno de los responsables compareció jamás ante un tribunal de guerra soviético, ruso o internacional. 

Aunque la revisión de los crímenes de guerra cometidos por las Fuerzas Armadas de la Unión Soviética ―Ejército Rojo, NKVD y Ministerio del Interior― abarca el período comprendido entre 1919 y 1991, los asesinatos comenzaron un poco antes, precisamente con la masacre del último zar, Nicolás Romanov, su esposa Alejandra y sus cinco hijos. 

En una tranquila noche de julio de 1918, en la casa Ipátiev, ubicada en la ciudad más ferozmente antizarista, Ekaterimburgo, los Romanov fueron muertos a balazos, golpes y apuñalamientos con bayonetas por los militares bolcheviques supuestamente encargados de protegerlos. Las fuentes coinciden en que la matanza duró aproximadamente 20 minutos, y lo que comenzó como un fusilamiento oficial, terminó en una horrible carnicería, la primera de muchas perpetradas por el “terror rojo”, una política de Estado que se haría oficial en septiembre de ese mismo año, con el objetivo de deshacerse de los enemigos del Partido Bolchevique. 

Muchos de los crímenes de guerra cometidos por los soviéticos ocurrieron en Europa Central y Europa del Este, antes y durante la II Guerra Mundial. Algunos fueron ejecutados por órdenes expresas del alto mando, pero otros se produjeron de forma espontánea por parte de las tropas, a modo de represalia contra militares o civiles de países que estaban en guerra con la URSS, o se negaban a aceptar su dominio. 

Las ejecuciones sumarias, los asesinatos masivos de prisioneros de guerra, las violaciones y atropellos contra civiles de territorios anexionados por la Unión Soviética tras la derrota del fascismo, fueron incontables. 

El mayor genocidio cometido por los soviéticos durante la II Guerra Mundial fue la masacre de Katyn (1940), en la cual fueron ejecutados alrededor de 25 000 ciudadanos ―médicos, profesores, ingenieros―, militares de alto rango y soldados polacos por miembros del Ejército Rojo y la NKVD (policía secreta soviética). La autoría de esta matanza, perpetrada con la finalidad de aniquilar a la clase dominante polaca, permaneció oculta durante años, pues fue utilizada como pretexto para el pulso ideológico entre nazis y soviéticos. 

En un excelente filme del año 2007, el realizador Andrzej Wajda revivió los hechos desde el ángulo más humano: la angustia de las esposas y familias de aquellos hombres que jamás regresaron, y sobre cuyo paradero las autoridades bolcheviques mintieron deliberadamente.

Se estima que al final de la II Guerra Mundial, los soldados del Ejército Rojo violaron a dos millones de mujeres ―sobre todo alemanas― y, además, asesinaron a buena parte de ellas. Una barbarie similar ocurrió en Hungría, donde, según el periodista británico James Mark, 50 000 mujeres fueron violadas. 

Cierto es que las fuerzas del nazismo se comportaron de modo similar durante la conflagración, pero en 1945 tuvo lugar el proceso de Nuremberg, donde fueron expuestos los crímenes de guerra perpetrados por los alemanes y sus aliados. El resultado de aquel juicio que conmocionó al mundo por los horrores allí revelados, fueron condenas de prisión y sentencias de muerte para los culpables.  

Los crímenes cometidos por el Ejército Rojo y demás fuerzas represivas soviéticas no han sido admitidos ni castigados. Ningún culpable ha sido entregado a la justicia. A pesar de los testimonios de sobrevivientes, tanto la URSS como Rusia han negado categóricamente la comisión de aquellos hechos.




Acuerdos La Habana-Moscú: el primer paso hacia la sovietización de Cuba

Fidel Castro y Nikita Jrushchov, Sovietización

MIAMI, Estados Unidos. — El 5 de febrero de 1960 el naciente régimen cubano liderado por Fidel Castro restableció relaciones diplomáticas (rotas desde 1917) y firmó un acuerdo comercial con la Unión Soviética, en lo que marcó un punto de inflexión hacia la posterior sovietización del país caribeño.

En la misma medida en que el castrismo consumaba la expropiación de bienes de cubanos y estadounidenses en la Isla, Moscú preparaba condiciones para convertir a Cuba en un peón de la Guerra Fría.

A cambio de la sumisión política e ideológica, que declararía Fidel Castro tiempo después, la URSS y el bloque socialista del Europa del Este entregarían a la nación antillana los insumos, víveres y maquinarias necesarias para que esta consolidara un modelo estalinista.

El primer episodio de la sovietización de Cuba fue la Crisis de los Misiles, que terminó con la salida de la isla caribeña de los misiles emplazados por la Unión Soviética. El fin de ese conflicto militar y diplomático dejó a La Habana en su justo lugar, un actor sin peso ni poder para retar ni a Estados Unidos ni a sus valedores soviéticos.

Ante las voces que sugirieron a la dictadura tomar la referencia del modelo chino, Cuba aumentó aún más su dependencia de la URSS, que, a su vez, complacía los caprichos de Fidel Castro comprando su producción de azúcar.

Esa dependencia desmedida de Cuba al poder soviético terminó convirtiéndose en una bomba de tiempo que estallaría a inicios de los años noventa. Entonces, la caída de la URSS y del bloque socialista dejó al régimen cubano en la ruina absoluta —en la que todavía se encuentra— y sin sus principales socios comerciales.

Tres décadas después, el castrismo parece dispuesto a convertirá Cuba en peón de la Rusia de Vladímir Putin en el hemisferio occidental. Ya no estamos en 1960, pero la historia parece repetirse.




A cien años de la Unión Soviética: el gran fracaso del comunismo

Vladímir Lenin y José Stalin

MIAMI, Estados Unidos. — La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), también conocida como Unión Soviética, fue fundada el 30 de diciembre de 1922. Ese día, Rusia y otras tres repúblicas (Bielorrusia, Ucrania y la República Transcaucasiana, compuesta por Armenia, Azerbaiyán y Georgia) acordaron fusionarse dando vida al nuevo imperio bolchevique.

El nuevo Estado comunista era el sucesor del Imperio ruso. La Unión Soviética se convertiría en el primer conjunto de naciones que aplicarían el socialismo marxista.

El Gobierno del nuevo Estado soviético constaba de una rama ejecutiva, llamado Comité Central Ejecutivo, además de una organización legislativa, llamada Consejo de Comisarios del Pueblo. Los miembros del Gobierno eran elegidos por consejos locales, conocidos como sóviets, que informaban ante el Congreso de los Sóviets.

El gran líder de la Unión Soviética terminaría siendo José Stalin, quien fungió como secretario general del Comité Central del Partido Comunista desde 1922. El poder del dictador de acero se dispararía aún más tras la muerte de Lenin en 1924, transformando a la todavía joven URSS en un territorio marcado por la persecución político y las violaciones de derechos humanos.

Stalin instituyó “planes quinquenales” diseñados para avanzar en la industrialización y convertir a la Unión Soviética en una potencia mundial. Entre los planes a largo plazo de los líderes de aquel Estado gigante estaba probar que la ideología comunista ofrecía la única manera de desarrollo y que “la Unión Soviética dominaba a los otros grandes superpoderes del mundo”.

Ni la victoria en la Segunda Guerra Mundial sirvió a la Unión Soviética y sus líderes para borrar la nefasta impronta que dejaría el experimento comunista a nivel internacional. En ese sentido, cabe señalar que la URSS terminó transformándose en un laboratorio de experimento humano viciado por la corrupción y el totalitarismo de la clase política dominante.

La Unión Soviética existió hasta 1991, cuando Rusia, Bielorrusia y Ucrania —tres de los Estados que fundaron la Unión Soviética—declararon su disolución. Se disolvió oficialmente el 21 de diciembre y fue reemplazada temporalmente por la llamada Coalición de Estados Independientes.

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Muere Mijaíl Gorbachov, el último líder soviético

Gorbachov

MIAMI, Estados Unidos.- El político y último presidente de la era soviética Mijaíl Gorbachov (Mikhail Gorbachev), amigo de Fidel Castro, y quien pusiera fin a la Guerra Fría, murió este martes a la edad de 91 años, informó la agencia de noticias Reuters.

“Mijaíl Serguéievich Gorbachov ha fallecido esta noche tras una larga y grave enfermedad”, dijeron las autoridades del Hospital Clínico Central de Rusia, a donde había llegado esta semana para someterse a una hemodiálisis, ya que tenía problemas renales.

Según varios medios de prensa rusos, que cita una fuente cercana a los familiares del fallecido, Gorbachov será enterrado en el cementerio Novodévichi de Moscú, en una tumba junto a los restos de su esposa Raísa.

Gorbachov, durante su período como presidente de la antigua Unión Soviética (URSS), forjó acuerdos de reducción de armas con Estados Unidos y alianzas con potencias occidentales para eliminar el Telón de Acero que había dividido a Europa desde la Segunda Guerra Mundial y lograr la reunificación de Alemania.

Al político se le considera responsable de la caída del Muro de Berlín y el artífice de la ‘perestroika’, el proyecto de reforma política y económica de la URSS.

Cuando las protestas a favor de la democracia se extendieron por las naciones del bloque soviético de la Europa oriental comunista en 1989, se abstuvo de usar la fuerza, a diferencia de los líderes anteriores del Kremlin que habían enviado tanques para aplastar los levantamientos en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968.

Las protestas alimentaron las aspiraciones de autonomía en las 15 repúblicas de la Unión Soviética, que se desintegró durante los siguientes dos años.

Gorbachov fue galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1990 y es una de las figuras más destacadas de la política del siglo XX.

Mijaíl Gorbachov encabezó la Unión Soviética durante sus últimos siete años como secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (1985-1991), el sexto en la historia del Estado y como presidente de la URSS (1990-1991), el primero y el último en la historia del país.

El mandatario, que creó los conceptos de ‘glásnost’ (transparencia y libertad de expresión) y de ‘perestroika’ (reconstrucción, reforma), no fue perdonado por muchos rusos que lo consideran el responsable del final de una superpotencia, además de por la turbulencia que sus reformas desencadenaron.

El 30 de junio de este año el economista liberal Ruslan Grinberg le dijo al medio de noticias de las fuerzas armadas Zvezda, luego de visitar a Gorbachov en el hospital: “Nos dio toda la libertad, pero no sabemos qué hacer con ella”.

Gorbachov nació el 2 de marzo de 1931 en Privólnoye, en la región de Stávropol, al suroeste de Rusia, en el seno de una familia campesina.

Su relación con Cuba

El expresidente soviético tuvo una estrecha relación con Cuba y con Fidel Castro, que se resintió luego del desmoronamiento de la Unión Soviética y la supresión de la ayuda financiera que la URSS había ofrecido a la isla por décadas.

El historiador británico Mervyn Bain, profesor de la Universidad de Aberdeen y autor de Moscow and Havana 1917 to the Present: An Enduring Friendship in an Ever-Changing Global Context (Moscú y La Habana de 1917 al presente: una amistad duradera en un contexto global en constante cambio), asegura que el gran quiebre entre La Habana y Moscú ocurre cuando inició el proceso de la perestroika y la glasnost, “porque a Castro no le gustaron las reformas que comenzó a implementar Gorbachov y se comenzó a hacer una crítica a esas políticas”.

Pese a las críticas contra Gorbachov, el político ruso mantuvo su discurso de admiración al dictador cubano Fidel Castro cuando este murió en noviembre de 2016.

“Fidel resistió y fortaleció su país durante el bloqueo estadounidense más duro, cuando había una presión colosal sobre él y aún así sacó su país de ese bloqueo hacia un camino de desarrollo independiente”, dijo entonces Gorbachov.

“En los últimos años, incluso cuando Fidel Castro ya no estaba formalmente en el poder, su papel en el fortalecimiento del país fue enorme”, agregó.

Castro será recordado como un “político prominente” que consiguió dejar “una huella profunda en la historia de la humanidad”, sentenció.

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Algo más sobre el derrumbe del campo socialista

El derrumbe del Socialismo en Europa

LA HABANA, Cuba. – El único libro que se puede encontrar hoy en las librerías cubanas sobre el derrumbe del campo socialista es el de José Luis Rodríguez García, nacido en La Habana en 1946. Este señor obtuvo el grado de doctor en Ciencias Económicas de la URSS en 1978. Además, es Académico de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba y autor de varios libros, casi todos sobre el tema de la economía.

Pero Rodríguez García, a pesar de haber sido el asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, ministro de Finanzas y Precios de Cuba por los años 90 y vicepresidente del Consejo de Ministros, vive con su numerosa familia en algo parecido a un plan pijama: por no pertenecer al grupo de favoritos de Raúl Castro, permanece relegado del acontecer político.

En su libro, Rodríguez García comienza diciendo que “la desintegración de la URSS constituyó una tragedia de gran magnitud para toda la humanidad progresista en su lucha contra el capitalismo, provocando confusión y desmoralización”.

Aclara además que “no basta que la nacionalización de los medios fundamentales de producción se desarrollen adecuadamente”. También nos hace saber que “la corriente del socialismo no fue capaz en la mayoría de los casos de producir estudios realmente profundos sobre dicha ideología, que fue valorada por muchos autores como sencillamente irrealizable”.

Y, además, acepta la opinión de Fidel de que “no fue el imperialismo quien desintegró al socialismo, sino los propios soviéticos”.

Pero el pasaje más interesante del libro de Rodríguez García es aquel en que describe, muy acertadamente, las razones por las cuales ocurrió dicha desintegración.

Para enfrentar la inflación, el Gobierno soviético lanzó una reforma monetaria y de precios que resultó un fracaso y provocó la indignación del pueblo, mientras que el deficiente desarrollo del sector se convirtió en un verdadero talón de Aquiles de la economía. 

“La URSS no pudo evitar que el fin de la economía cada vez fuera peor, puesto que la economía decrecía, así como la producción agropecuaria, al punto de incrementar la importación de bienes de consumo, al tiempo que se introducía el racionamiento de los productos y la deuda externa en dólares se elevaba a 54 000 millones en 1989, mientras la población vivía bajo el límite de la pobreza”. 

Y así, en el momento en que se arrió la bandera de la hoz y el martillo del Kremlin, el 25 de diciembre de 1991, terminaba el socialismo. 

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Cuando en Cuba no se podía hablar mal de los soviéticos

Cuba, Rusia, Bolos, Union Soviética, Cubanos

LA HABANA, Cuba. — En sociedades totalitarias como la cubana, donde los gobernantes mantienen un monopolio sobre los medios de difusión, hasta que la cúpula del poder no dé la señal de que algo o alguien pueda ser criticado, nadie en la órbita del oficialismo se atreve a hacerlo.

Eso pasó con los regímenes que aplicaban el “socialismo real” en Europa oriental. Antes de que ocurriera el desmerengamiento de ese bloque de naciones a finales de los años 80 de la pasada centuria, el castrismo tenía a esas sociedades como una especie de paraíso terrenal. Y en consecuencia, ese era el mismo criterio que el régimen le imponía al resto de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, las autoridades cubanas reconocen —aunque a destiempo— las fallas que exhibían esos países, y por tanto ya todos en Cuba están autorizados a hacer lo mismo.

Si tuviéramos que traer a colación un ejemplo de lo anterior, podríamos recurrir al ensayo Calibán, escrito en 1971 por Roberto Fernández Retamar. Hay que recordar que ese año, tras el fracaso de la zafra de los 10 millones, ya el castrismo se aprestaba a integrarse definitivamente a la órbita soviética. Tan así fue que tan solo un año después Cuba ingresó en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), organización que agrupaba  —además de Vietnam— a la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental.

Se trata de un ensayo de indudables méritos literarios que, visto al paso de los años, resulta un texto fallido debido al camino que Retamar les aconseja tomar a los intelectuales latinoamericanos. Casi al final del texto, el entonces presidente de Casa de las Américas expresó que “el imprescindible orgullo de haber heredado lo mejor de la historia latinoamericana, de pelear al frente de una vasta familia  de doscientos millones de hermanos, no puede hacernos olvidar que formamos parte de otra vanguardia aún mayor, de una vanguardia planetaria: la de los países socialistas que ya van apareciendo en todos los continentes”.

De haber escrito el ensayo ya en los años 90, no dudamos que Retamar, camaleónica y oportunistamente, hubiese opinado diferente acerca de aquellos países socialistas supeditados a Moscú.

Ahora nos acabamos de enterar de que a Silvio Leonard, el mejor velocista cubano de la historia —su récord nacional de 9,98 segundos en los 100 metros ya tiene 44 años de vigencia— no le permitieron criticar a los organizadores soviéticos de los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú en 1980.

En una entrevista aparecida en el semanario Trabajadores, Leonard cuenta de la deshonesta práctica de los soviéticos al colocarlo siempre en el carril número uno en las carreras de los 100 metros planos.

Y apunta el velocista: “Allí le hicieron trampa en todo momento a los cubanos. A mí me pusieron a correr por el carril más malo, gastado por las carreras de fondo. La pista nunca está a nivel, y no se ve bien a los rivales. Los que venían detrás me veían a mí, y Allan Wells se tiró a última hora y me ganó el oro en photofinish”.

Y concluye Leonard afirmando: “Pero no se podía hablar mal de los soviéticos. Nada más me quejé y me llamaron la atención”.

Leonard pudo ahora decir lo que le obligaron a callar antes. Pero estima que no está bien tratado por la Comisión de Atención a Atletas. Aduce que esa atención “es solo para unos cuantos”.

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Rusia y América Latina: aliados a bajo costo

Rusia, América Latina

LAS TUNAS, Cuba. — El pasado viernes, el viceprimer ministro de Rusia, doctor Yuri Ivánovich Borísov (1956), quien fuera entre 2012 y 2018 viceministro de Defensa e Industria Espacial, visitó La Habana, Cuba. Antes había pasado por Managua, Nicaragua, y por Caracas, Venezuela, donde sostuvo reuniones con los gobernantes de esos países. El doctor-mariscal Borísov no visitó Argentina ni Brasil porque, personalmente, los presidentes democráticamente electos de esos países fueron a reunirse con Putin en Moscú.

Por coincidencia histórica, Borísov llegó a La Habana el pasado 18 de febrero, 62 años y cinco días de que un colega suyo, Anastás Mikoyán, antiguo viceprimer ministro de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), firmara el primer convenio comercial y de crédito Cuba-URSS cuando todavía entre los dos países no existían relaciones diplomáticas. El acuerdo estuvo precedido por un “comunicado conjunto cubano-soviético” en el que las dos partes “consideran que la consolidación de la paz mundial depende, en notoria medida, del desarrollo de la más amplia y efectiva colaboración internacional”.

Firmado el 13 de febrero de 1960 por Anastás Mikoyán y Fidel Castro, el convenio comercial estipulaba que la URSS compraría en 1960 a Cuba 425 mil toneladas de azúcar en adición a las 575 mil toneladas ya adquiridas y que se embarcarían ese año, así como un millón de toneladas para embarcar anualmente en los próximos cuatro años (1961-1964), azúcar que la URSS pagaría a Cuba el 20%  en dólares estadounidenses y el resto con mercancías, pudiendo adquirir los cubanos equipos soviéticos, maquinarias e implementos mecánicos, petróleo y sus derivados, trigo, papel, metales ferrosos y no ferrosos, productos químicos y otras mercaderías.

Rubricado también por Mikoyán y Fidel Castro el 13 de febrero de 1960, el convenio sobre crédito concedía al “Gobierno de la República de Cuba un crédito por valor de 100 (cien) millones de dólares EE.UU. (un dólar contiene 0.888671 gramos de oro puro) al interés del 2,5 por ciento anual”, decía el artículo 1 de ese documento crediticio, que tenía un plazo de 12 años para amortizarse, con cláusulas blandas, y que fuera el  iniciador de una retahíla de dadivas otorgadas por los soviéticos al régimen castrocomunista, a cambio de la posición estratégica de Cuba, a sólo 90 millas de Estados Unidos.

Pero esas regalías comenzaron a difuminarse el 11 de septiembre de 1991, cuando Mijaíl Gorbachov anunció la retirada de los 7 000 efectivos militares soviéticos instalados en Cuba desde la Crisis de los Misiles.

Aunque, técnicamente, la Federación de Rusia es la heredera de la URSS, conocido es que esa herencia concierne a bienes, patrimonios y títulos (como los de deuda), no a sucesiones de carácter político. En ese sentido, tal pareciera que el presidente ruso Vladimir Putin —abogado de profesión y exagente del KGB — ha confundido el alcance de legatario de Rusia respecto a la URSS. Tal pareciera que, por el hecho de poseer armas nucleares estratégicas, Putin quisiera que la Federación Rusa jugara el papel de la extinta URSS en las relaciones internacionales. Con ese propósito, ingentemente, busca aliados para enfrentarlos a Estados Unidos.

Pero si la extinta URSS desde 1960 y hasta su desaparición invirtió miles de millones de dólares para hacer de Cuba su aliado estratégico frente a Estados Unidos, hoy Putin, en plena efervescencia de la crisis de Ucrania, se está haciendo de socios, y a muy bajo costo. En el caso de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua se pudiera comprender esa adhesión al mesianismo prosoviético de Putin por el viejo refrán que dice “dime con quién andas y te diré quién eres”. Incluso, se pudiera comprender el apego del presidente de Argentina al caudillo ruso por su devoción por la “revolución cubana”. Pero… ¿qué tiene que ver Brasil con la Rusia prosoviética?

El gobernante ruso está rodeándose de “amigos” latinoamericanos a los que habría que advertir que “si el presidente Putin cometiera el catastrófico error de cálculo por violar aún más la soberanía de Ucrania, los aliados deben implementar una respuesta integral que ataque al corazón de los intereses estratégicos de Rusia”, tal y como aseguraron el pasado sábado el primer ministro británico Boris Johnson y el canciller alemán Olaf Scholz.

Los presidentes de Argentina y Brasil no fueron de balde a Moscú, como de balde no vino a Managua y La Habana el viceprimer ministro de Rusia, doctor Yuri Ivánovich Borísov, que no es un vice cualquiera, sino un militar y político muy bien preparado, incluso, técnicamente más calificado que Putin. Y si los aliados responden al exoficial operativo del KGB Vladimir Putin con un “ataque al corazón de los intereses estratégicos de Rusia”, los señores gobernantes Alberto Fernández, Jair Bolsonaro, Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel debían saber que, en caso de una confrontación con Rusia, Estados Unidos y la OTAN tomarán como “intereses estratégicos” del adversario a Argentina, Brasil, Nicaragua, Venezuela y Cuba. Bajo esa apreciación de hostilidad manifiesta, o presunta, serán tratados.

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Cuba, una base militar rusa (I)

LAS TUNAS, Cuba.  — Triste, vejada, como un pedazo de suelo militar ocupado y no como una nación independiente, el nombre de Cuba otra vez resuena en el mundo. Esta es una historia que tiene su origen en el ya lejano octubre de 1962, cuando, siendo una base de misiles soviéticos, en tierra cubana pudo estallar una guerra atómica de consecuencias nefastas para el mundo.

La dependencia del régimen castrocomunista de la extinta Unión de República Socialistas Soviética (URSS) llegó a ser tan absoluta que en el preámbulo de la Constitución de 1976 se lee: apoyados en “la ayuda y la cooperación de la Unión Soviética”. Ahora la historia parece repetirse sin ayuda notable rusa, pero sí con manifiesta mendicidad en Cuba.

El almirante Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dijo en rueda de prensa el pasado jueves que es “preocupante” que Rusia pueda trasladar misiles a países como Venezuela y Cuba por sus implicaciones para la seguridad aliada.

“No es territorio de la OTAN, Venezuela y Cuba, pero puedo imaginar que hay países aliados que están preocupados por tal posibilidad”, dijo.

Las declaraciones del presidente del Comité Militar de la OTAN se produjeron luego de que el viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Riabkov, dijera al canal de televisión ruso RTVi que su país no descarta un despliegue militar en Cuba y Venezuela si continúan creciendo las tensiones entre Rusia, Estados Unidos y los países que integran la OTAN.

“No confirmaría ni descartaría la posibilidad de que Rusia pueda enviar activos militares a estos países”, señaló Riabkov, arguyendo que “Rusia podría tomar medidas técnico-militares si Estados Unidos actúa para provocar la presión militar”.

Respondiendo a esas afirmaciones la administración Biden dijo a través de Jake Sullivan que no iba a responder a las “fanfarronadas”, pero que “si Rusia realmente comenzara a moverse en esa dirección, lo abordaríamos de manera decisiva”.

El pasado lunes el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, indicó en rueda de prensa que “en el contexto de la actual situación, Rusia piensa en cómo garantizar su propia seguridad”, reportó la Agencia EFE.

En una situación parecida a la de “cómo garantizar su propia seguridad”, a decir del portavoz del Kremlin, recién se cumplieron 60 años de que el entonces gobernante de la URSS, Nikita Jrushchov, procurando reducir la desventaja de la línea defensiva coheteril de la URSS —que, teóricamente, demoraba 25 minutos en hacer un impacto nuclear en suelo estadounidense, mientras los cohetes intercontinentales Júpiter de Estados Unidos situados en Turquía e Italia sólo demorarían 10 minutos en impactar en territorio soviético—, exclamara “… también les podemos crear a los norteamericanos una situación similar, cerca de la frontera de Estados Unidos si ubicamos cohetes en Cuba”, tal y como asegura el relato de Fedor M. Burlatsky, que era uno de los ayudantes personales del líder soviético.

Pero el convencimiento de Nikita Jruschov de poder instalar cohetes nucleares en Cuba, como si la isla caribeña fuera una “república” soviética bajo su mando, no partía de cero. El 4 de agosto de 1961 la URSS concedió al régimen de Fidel Castro un crédito, firmado en La Habana, para la compra de armas por 48 millones 500 mil dólares, de los cuales 30 millones 500 mil fueron entregados de forma gratuita, mientras que de los restantes 18 millones el régimen castrista solo pagaría seis millones a un dos porciento de interés. Un segundo convenio rubricado en Moscú el 30 de septiembre de 1961, también para la compra de armas, ascendía a la cifra de 149 millones 550 mil dólares.

Esos convenios Moscú-La Habana, entiéndase Jruschov-Castro, incluían armamento para las tropas terrestres (armas ligeras de infantería, artillería de diferentes tipos y calibres, tanques, carros blindados, medios de transporte, de comunicación y equipos de radiolocalización, etc.). La fuerza aérea fue dotada con aviones MIG 15 y 19, helicópteros MI-4, bombarderos ligeros IL-28 y todo lo requerido para los aeródromos. La marina de guerra recibió lanchas torpederas y buques caza submarinos, mientras que las armas de todas las fuerzas (aire, mar y tierra) fueron abastecidas con las municiones necesarias en la cadencia de caducidad y dotadas con talleres de reparación y mantenimiento.

Justo es aclarar que el 13 de julio de 1962, en ocasión de encontrarse el entonces comandante Raúl Castro en Moscú para ultimar los detalles del despliegue de los cohetes nucleares en Cuba, fue firmado un tercer convenio mediante el cual se cancelaban las deudas antes citadas, estableciéndose que por un período de dos años, y de forma gratuita, la URSS abastecería de armas y municiones a Cuba. Era un mecenazgo espléndido.

En Sociología de la literatura, Robert Escarpit cita al escritor egipcio Taha Hussein cuando dijo: “Si el mecenazgo es producto halagador de una civilización bien organizada, es también, no lo olvidemos, fruto a veces un poco ácido de una rivalidad entre las potencias de este mundo”.

Dada la rivalidad Este-Oeste (entiéndase el sistema democrático representado por Estados Unidos frente al totalitarismo de los países comunistas administrados por Moscú), no resulta extraño que el 16 de octubre de 1959, en el hotel Riviera —y no valiéndose de comunistas conocidos como Raúl Castro o el Che Guevara, sino del carismático comandante Camilo Cienfuegos—, haciéndose pasar por periodista de la agencia TASS, el coronel del KGB Alexander Alexeev —más tarde embajador de la URSS en Cuba— iniciaría su acercamiento a Fidel Castro para hacer de la Isla una base estratégica político-militar a sólo 90 millas de Estados Unidos.

Luego, con esa labor preliminar de influencia operativa, que concluyó con la total dependencia económica, política y militar del régimen castrista, se entiende cómo si fue en abril de 1962 que Nikita Jruschov expuso su idea al ministro de Defensa, mariscal Rodión Y. Malinovsky, acerca de ubicar cohetes en Cuba, ya sólo cuatro meses después, en los primeros días de agosto, comenzó a desembarcar en suelo cubano, y en secreto, un profuso contingente militar denominado Agrupación de Tropas Soviéticas (TAS), que se situaría en todo el territorio nacional bajo jurisdicción del Estado soviético y el mando del general de ejército Issá Aleksándrovich Plíyev, con órdenes secretas que ni Fidel Castro conocía.

En el próximo artículo concluiremos este tema relatando especificidades del despliegue militar soviético en Cuba en 1962, que hoy resulta inviable, pero como Díaz-Canel es heredero de Fidel y Raúl Castro, y la Federación Rusa es heredera de la URSS, sí podrían “tomar medidas técnico-militares”, a decir de Riabkov, y hacer de Cuba la base militar rusa que un día fue.

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Cuba: La ignorancia armada

CARACAS, Venezuela. – Unos años después de la desaparición de la URSS salieron a la luz pública los archivos soviéticos (conocidos por las siglas RGASPI). En ellos se zambulló el historiador británico Robert Service para escribir su aclamada obra Camaradas. Breve historia del comunismo (2007) sobre la historia mundial del comunismo. Al leerla, uno queda deslumbrado de las abundantes revelaciones que extrajo de aquella mina de oro.

“Cuba revolucionaria” es el capítulo 29. En la página 481 aparece la referencia que es de nuestro interés: la acogida que diese Fidel Castro el 13 de enero de 1961 a la delegación de la Juventud Comunista Soviética (Komsomol) que presidía Serguei Pavlov, a quienes aduló con estas palabras:

“La Revolución Cubana no empezó hace dos años: empezó en 1917. Si no hubiera sido por su revolución, nuestra revolución no habría ocurrido. Así que la Revolución Cubana tiene 43 años”.

Fidel Castro, sagazmente, pretendía enaltecer su gesta guerrillera triunfal de toma del poder insertándola en la corriente histórica que desde octubre de 1917, con la revolución rusa, parecía encaminarse a hacer realidad la profecía del “socialismo científico” de Marx en el siglo XIX: la sustitución del capitalismo por el socialismo en el mundo. Para los comunistas, de la mano de Lenin, esa profecía se habría convertido en realidad desde aquel año con la construcción del primer Estado socialista de la humanidad. Igualmente se corroboraba que existían las inmutables “leyes históricas”, como el marxismo afirmaba.

La desaparición de la URSS enterró el marxismo

Pero en 1991, después de 74 años de socialismo, ocurrió un inesperado hecho histórico que echó por tierra la profecía marxista: la desaparición de la URSS. La consecuencia de mayor alcance de tal hecho es que con la muerte de la URSS quedan empíricamente refutadas las “leyes históricas” del marxismo y con ello, toda la parafernalia de su “cientificidad” resulta desmentida.

La importancia del tema que abordamos es inestimable. Pero, lamentablemente, en América Latina los intelectuales de izquierda no han mostrado ningún interés en hacerlo. Para ellos es como si aquel cataclismo irreversible no hubiese ocurrido, como si la Unión Soviética aún existiera. Es lógico que así sea, al haber sido analfabetizados por décadas en universidades y centros de estudio en el pensamiento único del marxismo, adorando a la Revolución Cubana y promocionando el socialismo que por 62 años ha tenido a los cubanos viviendo en la esclavitud y la miseria.

Sartori: muerto el marxismo, solo queda “la ignorancia armada”

El pasado 11 de julio estallaron las masivas protestas en Cuba contra un régimen totalitario que, según las cuentas de Fidel, cumple 104 años este 2021. A pesar del hambre generalizada, se reclamaba el alimento “libertad”. El régimen respondió en la línea de Fidel: “En períodos de crisis la revolución se defiende con terror y hambre”.

La brutal represión desatada ha sido la de siempre, pero ahora con el agregado de encarcelar/torturar a jóvenes menores de edad y a las chicas amenazarlas con todo tipo de abuso sexual.

Pero, más allá de la represión, se percibe en el régimen comunista un gran vacío de discurso: no existe ningún mensaje en defensa de las conquistas y beneficios que el pueblo cubano deba reconocer o agradecer al socialismo después de seis décadas. No, nada de eso. En la respuesta del gobernante Miguel Díaz-Canel no hay ni una pizca de ideología marxista, tan solo: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”. Y luego arma de palos con clavos a sus cederistas para arremeter contra la gente.

Las carencias ideológicas que actualmente observamos en la nomenclatura gobernante de Cuba las había previsto el viejo y sabio politólogo Sartori en sus Lecciones de democracia (2008), donde afirmaba:

“Una izquierda que carece del anclaje del marxismo puede ser una izquierda que nos haga echarlo de menos. Por erróneo que fuese, el marxismo era un instrumental doctrinario de respeto”.

Pero como sabemos el marxismo fue enterrado en la misma urna con el socialismo soviético en 1991. Entonces, al desaparecer, ¿qué queda?

“Quedamos a merced de una pura y simple ignorancia armada”, es la respuesta de Sartori.

Y a eso se enfrentan hoy los que quieren liberar a Cuba del comunismo.

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El dilema del pan en el socialismo

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Pan racionado (Foto: ADN Cuba)

LA HABANA, Cuba. – El proverbio que dice “Lo que mal comienza, mal acaba” sugiere que el desmoronamiento del socialismo en la Unión Soviética y el fin del castrismo en Cuba comparten el mismo destino.

Ambas dictaduras comenzaron de igual manera: en la URSS tenemos el asalto sorpresivo al Palacio de Invierno en 1917 y más adelante a un Stalin con sus millones de muertos. En Cuba podemos señalar el recorrido de los barbudos hacia La Habana en 1959 y un Fidel Castro que destruye la economía del país y provoca miles de fusilamientos y presos políticos.

El mismo final

En los años finales del socialismo soviético, lo mismo que en la actualidad de Cuba, algo similar se mantiene: la prohibición de actividades económicas y el control de las comunicaciones para el lavado de cerebro. 

En 1989, la URSS estaba destruida. Se habían cumplido 72 años de dictadura comunista. En 2021, Cuba también está totalmente destruida tras 61 años de tiranía, pese a haber sido alguna vez el segundo país en desarrollo de América Latina.

En 1989 el Kremlin se reunió a puertas cerradas y puso punto final al socialismo soviético. Al día siguiente, los moscovitas conocieron la noticia y guardaron silencio. Nadie protestó. En Cuba ocurrirá lo mismo.

La escasez de pan en la URSS

Antes del colapso del socialismo soviético, los moscovitas se levantaron un día con la noticia de que el pan había desaparecido: comenzaron a recorrer en vano las panaderías. No había pan.

El alcalde de Moscú, Gavril Popov, tuvo que hablar por la televisión para calmar a la gente. La escasez se debía, dijo, a problemas con la mano de obra y el transporte. Para resolver esto, aumentó los sueldos de los panaderos en un 100% y pidió ayuda a los reclutas para transportar el producto. Por último, Popov propuso privatizar lo más rápidamente posible las panaderías y los camiones de la ciudad. 

El colapso definitivo

Días después, la URSS se disolvió y los soviéticos pasaron, de la noche a la mañana, a una economía de mercado, al estilo capitalista. 

Hoy, el régimen castrista sigue teniendo grandes dificultades para llevar el pan a la mesa de los cubanos. En más de medio siglo no ha podido desarrollar la cultura del pan ni producirlo en formas y sabores variados. Jamás lo ha distribuido de forma gratuita, aun siendo un régimen comunista.

En Cuba la Policía llega acompañada de inspectores a cualquier panadería y carga con el administrador, con los panaderos y hasta con el pan. Luego, durante días, los timbiriches del barrio no tienen pan para vender. 

La chismografía del barrio sugiere que la harina de trigo importada no llegó a tiempo, o que no hay levadura, sal o incluso agua. El pan, esa bolita que cada día vende el Estado por persona, no siempre con un peso de 80 gramos, nunca ha dejado de ser un gran dilema para Cuba.

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