Otro estafador anda suelto

LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -El matrimonio Ramírez no lo esperaba. Llegó repentinamente, como esos temporales fuera de estación. Vestía guayabera, un pantalón de mezclilla, estaba rasurado y hablaba con fluidez. La sonrisa colgada a los labios y una mano extendida fueron su tarjeta de presentación:
-Idalberto Álvarez – dijo-.Soy inspector de la Vivienda.
Ramírez y su mujer se apartaron de la entrada y le mandaron a pasar. Ya dentro de la casa, el visitante sacó un documento de un portafolio negro, alegando que se trataba de la Licencia de Construcción por cuya aprobación los ancianos esperaban desde hacía meses. Cabe imaginar la alegría de los Ramírez.
Mientras los viejos revisaban el documento, el visitante recorrió con la mirada el inmueble:
-Sí que está mal-, exclamó, y tras unos instantes de silencio, añadió: -Muy bien, tienen que firmar al pie de la planilla y entregarme 500 pesos. Son para cubrir los trámites que faltan.
Los ancianos tuvieron un instante de duda, pero luego concluyeron que no debían desconfiar de alguien que era portador de tan buenas nuevas y que además traía documentos con el cuño de una entidad estatal. El viejo Ramírez le entregó la cantidad solicitada, y tras un apretón de manos, surgió la despedida. El visitante les dijo que un mes después debían pasar por la oficina de Vivienda para recoger una asignación de materiales.
Justo al cumplirse el mes, Ramírez se personó en la oficina de la Vivienda. Por primera vez no iba solo, la confianza y la ilusión le acompañaban. Tomó su turno en la recepción y, tras dos horas de espera, pudo entrevistarse con un funcionario. Bastó un minuto de conversación para que la verdad emergiera. Los habían estafado.
Nadie en la oficina conocía al falso inspector, ni los trámites seguidos se correspondían con el procedimiento habitual para la asignación de licencias de construcción o la entrega de materiales. Pronto Ramírez sabría que no era la excepción. Otros habían sido timados igual que él.
Historias como la de Ramírez se están haciendo cada vez más recurrentes. El timo o la estafa es un comportamiento delictivo que desgraciadamente crece. Para mayor dramatismo, todo parece indicar que los depredadores escogen a los ancianos como víctimas predilectas.
Las carencias de materiales, el burocratismo absurdo que perdura, la ausencia de valores de quienes ejercen cargos en la atención al público, la necesidad del ciudadano de acudir a canales alternativos para solucionar problemas que instituciones o funcionarios gubernamentales no tramitan, son ingredientes idóneos para que el mal prospere.
Pero de momento, una realidad se impone: el estafador de los Ramírez anda suelto. Corresponde a las autoridades actuar con vigor contra estos taimados para evitar que aprovechen la vulnerabilidad de los ancianos. Estudiar las causas que potencian el mal e implementar, al margen de retóricas ideológicas, políticas que apunten a la regeneración del ser humano, también debiera ser prioritario.