Miguel Díaz-Canel: el presidente que no sabe sonreír


LA HABANA, Cuba.- Por estos días, el periódico Juventud Rebelde de Cuba ha tocado un tema que me ha llamado la atención: las miradas de los seres humanos. El periodista Rolando Pérez Betancourt hizo una crónica sobre los ojos que ponía su abuela materna para infundir miedo y respeto. En el texto también se divulgó que en la Universidad estadounidense de Cornell sus investigadores estudian el significado de las miradas como mecanismos de defensa, y el por qué los ojos se estrechan cuando ignoran el origen de los sentimientos.
Con relación a este tema hace unos días tuve una experiencia con la agradable visita de la sobrina de una vecina mía que acaba de llegar de España. Para nada se parecía a aquella muchacha que vino de Baracoa, lo último de Oriente, asustada, con cara de infeliz y mal comida, como decimos los cubanos. Había pasado un año en Madrid, casada con un madrileño, y venía a Cuba con una maleta de ropa y zapatos para su familia. Hoy, en sus ojos se reflejan los aires y las luces multicolores del capitalismo.
Así se lo comenté a mi vecina, pero mis palabras no le hicieron ninguna gracia. Es una comprometida militante comunista, que ocultó en su momento a los vecinos que su encantadora sobrina se había casado con un español.
¿Será que el rostro y los ojos de una persona son su mejor carné de presentación, que de sopetón dicen todo en unos segundos?
Eso me ocurre a mí con el rostro de Miguel Díaz-Canel, desde que lo vi por primera vez en la pantalla del televisor y en fotos. No me dieron buena impresión sus miradas solemnes, graves, tan formales que no parecen humanas.
Entonces me dije: -Tania, la has “cogido” con el infeliz, ya se te pasará. Pero no, a medida que continuaba viéndolo me di cuenta que no sabía sonreir, que si poseía ojos se escondían a cada lado de una nariz, por cierto, demasiado prominente, y si se veía forzado a sonreír, le salía una extraña mueca indescifrable que daba mucho qué pensar. Se hundían más sus ojos de miradas tenebrosas y lúgubres.

Pero un día, vaya acontecimiento, lo vi sonreír en el periódico Granma. Fue el día en que se convirtió, así de sorpresa, como ocurre en el comunismo, en presidente.
Apiadándome un poco de su enigmática y opacada personalidad, por muy buena estatura que posee, me dije: -Tania, es que Díaz-Canel no se parece en nada a Fidel Castro, con su carisma estruendoso, retumbante, atronador.
Entonces comencé a comprenderlo. Con el fin de demostrar felicidad ante el gran peso de su nuevo nombramiento, se acompaña en los actos más importantes de su gentil esposa, una mujercita algo pasada de libras, de aspecto simpático, que sonríe de verdad, de oreja a oreja, cuando lo exige la ocasión.
Sin embargo, contemplar la cara de Díaz-Canel marchando entre filas de militares armados que le dan la bienvenida en gira política, es toda una metáfora. Da ganas de llorar.
¿Será que no nació para “eso” porque figura y porte le falta, que sólo se siente a sus anchas en su casa a la hora de comer, ajeno a su estética corporal, como ocurre a cualquier vecino de barrio?
¿No será que Díaz-Canel no cabe para líder político en el estrecho margen de su cabeza, por mucho que lo haya preferido el General, que sabe ha entrado en una de las dictaduras más largas de este mundo con sus décadas de fracaso en fracaso?