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Acosta Danza en Temporada de Verano

LA HABANA, Cuba.- En el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, la compañía fundada por el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta presentó su Temporada Verano durante los días 17, 18 y 19 de agosto. Un estreno y tres reposiciones conformaron el programa dedicado a la exuberancia de la estación que más influye en el ánimo y carácter de los cubanos.

A las ya vistas y aplaudidas End of Time, Impronta y De punta a cabo se unió la premier de Satori, una pieza del joven Raúl Reinoso, coreógrafo e intérprete que ya registra tres importantes trabajos con Acosta Danza. En temporadas anteriores, el público tuvo la oportunidad de apreciar Anadromous y Nosotros, esta última en colaboración con la bailarina Beatriz García; pero Satori evidencia, sin lugar a dudas, la madurez creativa tanto como la expansión de los horizontes técnicos y estéticos de Reinoso.

De los conceptos del budismo zen procede el término Satori, que significa comprensión, iluminación. Se trata de un despertar espiritual, el momento en que una persona alcanza tal relación de armonía consigo misma, que el conocimiento del propio ser, o el propósito de su existencia, se les revela con claridad. El Satori no es un instante prolongado, sino un chispazo de pocos segundos; algunos expertos opinan que si bien puede experimentarlo cualquier persona, muchas no lo logran en toda su vida, o no son conscientes del momento en que sucede.

Sobre esta idea Reinoso elaboró la coreografía que inicia con un grupo de bailarines unidos bajo una falda gigante. El viaje interior es el propósito que mueve toda la obra, de ahí que comience con diez intérpretes cuya presencia numérica en escena va disminuyendo gradualmente hasta quedar en un solo individuo, liberado y plenamente constituido.

Sobre Satori, Raúl Reinoso ha afirmado: “Esta obra se basa en mi percepción sobre las dinámicas de la creación, sus etapas y estructuras, y habla de mi identidad cultural, lo que soy como creador, como cubano; habla de mi búsqueda intelectual, espiritual y creativa”. Para concretar su idea coreográfica tuvo el apoyo de importantes artistas escénicos de reconocida trayectoria internacional, como el diseñador de vestuario Angelo Alberto -natural de Curazao-, la diseñadora de luces Fabiana Piccioli y el músico cubano Pepe Gavilondo.

El concurso de todos hizo posible una obra de gran atractivo visual, admirable en su conjunto y en la cual se aprecia la madurez de uno de los coreógrafos jóvenes más prometedores. Sin descuidar el lenguaje contemporáneo, Reinoso recurrió a las formas clásicas para hacer de Satori un estreno que el público seguidor de Acosta Danza recordará durante mucho tiempo.

Fue un espectáculo agradable y equilibrado. Aunque más hubo bueno conocido que por conocer, la paciencia del público no se vio exigida gracias a la apocalíptica belleza de la obra End of Time, del coreógrafo inglés Ben Stevenson; la insigne interpretación de Zeleidy Crespo en Impronta, de la catalana María Rovira; y una nueva versión de la cubanísima De Punta a Cabo -sobre la original de Alexis Fernández (Maca)-, con imágenes en video realizadas por el músico cubano X Alfonso especialmente para Acosta Danza.

El único inconveniente de la velada -varios en realidad, pero originados en un mismo problema- fue la falta de respeto del público, que ya se ha vuelto costumbre sin que veladoras, custodios o personal administrativo tomen medidas. Sin importar la cantidad de veces que se haga la advertencia, ni en cuántos idiomas, siempre suenan varios celulares en medio de la presentación.

Cubanos y extranjeros llegan tarde, irrumpen en la platea bien avanzada la función y hablan en alta voz mientras localizan sus lunetas, interrumpiendo al resto de los asistentes e incluso a los técnicos encargados de documentar en video cada función de Acosta Danza.

Esta conducta inaceptable ha ido en aumento. La administración y el cuerpo de veladoras deberían tomar cartas en el asunto, no solo porque esas continuas interrupciones molestan a quienes pagan para disfrutar de un buen espectáculo; sino porque el Gran Teatro de La Habana es el único recinto que había logrado mantener fuera de sus muros la falta de respeto, educación y urbanidad que caracterizan a la mayor parte de la sociedad cubana.