Sexto número de la Revista de la Vagancia en Cuba


LA HABANA, Cuba. – Aunque viene con el número 8 -por lo que es ya una costumbre burlona- en verdad se trata de la sexta salida de esta revista, que ojalá durara, pero que sus editores, al parecer, y por propia voluntad, no piensan seguir publicando durante mucho tiempo más.
El curioso nombre juega con la Memoria de la vagancia en la Isla de Cuba, publicado por José Antonio Saco en 1832 para llamar la atención sobre las graves “enfermedades morales” de la sociedad, intentando “buscarles el remedio y llamando la atención pública hacia un objeto de tanto interés”.
Cada número lleva un subtítulo y conviene recordar todos los de las cinco ediciones anteriores, aparecidas durante más de dos años. “Se botó el guarapo” (1); “Tanto ron en nuestras vidas y ni siquiera hemos empezado a vomitar” (2); “Si fuera fácil no sería para nosotros” (3); “Trocar el árbol por la leña” (4), y “Confirmado: el mundo es ancho y ajeno” (5).
“El emigrante cree que va tarde a todas partes”, es el subtítulo de este número, impreso como los anteriores, pues los editores continúan la línea de distribuir la revista así, y no digitalmente, pese a las dificultades que deben enfrentar y del limitado número de lectores que podrán alcanzar.
Como siempre, el inicio es “Larvario habanero (una modesta clasificación)”, la punzante sección de Santiago Díaz M., Optimista Taladro, y continúan unos excelentes “Poemas visuales”, de Mario Espinosa “o la ironía como anticorrosivo”, según lo presentan los editores, agradeciendo “sus páginas sobre música y cine y el sagrado juego de sus caligramas, en los que logra unir la contundencia de una buena broma “literaria” a la simplicidad difícil de un poema o imagen”.
Y en verdad llama la atención, por ejemplo, “Poema lunático” con ese despliegue de inventiva tipográfica que logra insólitas representaciones apoyándose en la visualidad de las artes plásticas y las cinematográficas, con una economía de recursos casi asiática y una ironía por momentos descacharrante.
“Epifanía, insurrección y comunión en la playa de La Concha de Marianao” es un texto de Marcelo Liberato Salinas, a quien se nos introduce así: “la anarquía como posibilidad de habitar (destruir, reinventar) lo cubano”. Seguirlo, dicen los editores, es como caer “de las lavanderías chinas de La Habana de los cuarenta en la Siberia del Padrecito de los pueblos, de Bakunin en Alfredo López…”
Liberato Salinas nos sumerge en una barroca meditación donde sociología y ecología se aúnan: “Ante la liquidación espiritual y la esquizofrenia oficial en curso, las masas han respondido con las bacanales de borracheras y excesos colaterales que tanto maquillan la tristeza de las autolesiones físicas y mentales. El colapso sanitario que se percibe cada mañana de verano en la playa de La Concha no es solo un «problema ambiental»”.
Y su hilo de ideas nos lleva a un extremo sorpresivo pero coherente: “Es este ambiente de confuso vacío el que induce los llamados a reforzar la gobernabilidad, “como si a los gobernantes no les fuera imprescindible haber labrado ese vacío previamente para presentarse como los sacrificados salvadores de una situación crítica”. Ahí estamos muy cerca de las condiciones propicias para que, con toda serenidad, ellos decidan disparar al pueblo en nombre del pueblo”.
Relatando duro
Vuelven luego esas irrevocables “Viñetas” de Arsenio Rodríguez Pettersen. “Aquel viejo censor, el de la oficina carmesí, el dueño de la manopla, el hombre que coleccionaba castañuelas, sí, aquel que golpeaba por placer, ¿lo recuerdan? Bueno, pues nada, ahora escribe sobre antropología”.
Otro largometraje en dos segundos: “Aún sin sacudirse el polvo del camino, encontré en Kentucky a un exfuncionario de cultura, un invertebrado moderador de penosos paneles y abrazador de policías encubiertos que escribían informes con forma de sonetos. Llegó a Louisville por el río Ohio para esconderse en el sótano del tío Tom y pedir asilo, en la tierra donde juró no vivir nunca”.
Otra de las viñetas de Rodríguez Pettersen trata de “pepillos que cruzan a la orilla de los contestatarios para tomarse una foto y decir que ellos estuvieron ahí”, que “tienen una meta común, buscar la biografía del último sacerdote de Hiroshima, para saber si es estéticamente correcto perder la fe en el último momento”.
Para recordar, estas líneas escalofriantes: “El fantasma de Pol Pot recorre La Habana, vino en un crucero y tiene manilla, va para un todo incluido, comprará maracas para los Khmer Rouge, para así darle ritmo al horror”.
Santiago Díaz M., vuelve con un largo e intensísimo texto, “Las alturas de un guía de turismo”, donde nos hundimos en el mundo del turismo de la mano de un cicerone por varios puntos de la Cuba de postales. “Solo hacen estúpidas comparaciones esos turistas devoradores de países… No han terminado de aburrirnos con sus preguntas y ya están haciendo comparaciones”.
En un brillante ejercicio de narrativa picaresca, con una escritura hirviente y subida de tono en todo, sin corrección política y sin pararse a coger aliento, el escritor que así se gana la vida nos muestra una cara que desde afuera no puede ni adivinarse: “Bien se ve que esas cabecitas tan democráticas no le han visto los huevos al diablo. Izquierdosas cabecitas en busca de un Amo, de un Máximo Líder”.
Difícil el trabajo del pícaro ilustrado, hartándose de idiotez turística: “¿Por qué esa espectacular aparición de más preguntones y curiosos, más o menos enterados del destino soviético? Entre las razones particulares de cada visitante, hay una que se repite demasiado: muchos, muchísimos de esos turistas han venido a visitar nuestra Red Disneyland antes de la Transición. Pero ¿de qué Transición vienen a hablarnos esas gentes?”
Su quehacer de jinetero, bien lo sabe, no es ni remotamente solo oficio marginal: “Más jineteros hay en las Instituciones, en los altos niveles… Llega una delegación, un personaje, y lo que le cae encima es una bandita de pordioseros de la vanguardia nacional a arrancarle un viaje, un almuerzo, un contacto, lo que sea. La miseria tiene sus Ministros”.
Este sexto número recoge fotos de Amed Aroche, “amante del espacio, de las imágenes”, que sabe lograr que los objetos ordinarios cobren una especie de inminencia agazapada, o que revelen cicatrices de azares inimaginables, como actores que cuentan una historia tremenda: un tazón con un lápiz en el asa se torna divertida amenaza con la adarga al brazo…
El cierre es típico de la RVC. Si otras veces se despiden con aforismos de Lichtenberg, novelas de tres líneas de Félix Fénéon o una provocación caníbal de Jonathan Swift, ahora lo hacen con selecciones del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce. Y prometen “Un déjà vu en Corea del Norte”, “La balsa mecánica”, “La libertad parece una mierda, pero no lo es” y “Tiembla tierra, entrevista a Juana Bacallao”, entre los próximos títulos.
El número viene acompañado por un cartel del imprescindible Julio Llópiz-Casal —uno de los confabulados en esta publicación impar— para una muestra de animados japoneses del Studio Ghibli que exhibió la Cinemateca, en cuyo reverso hay nada menos que una historieta del mismo autor multidisciplinario, “Totoro «el Fashion» y la desilusión de Terminator”.
21 de noviembre de 2018