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Puerto Padre: robo con violencia a la vista de la Fiscalía

Fiscalía de Puerto Padre, Las Tunas, Cuba

LAS TUNAS, Cuba. — El pasado viernes, en plena calle y próximo el mediodía —circunstancias que ya dicen de la situación de impunidad en que vivimos—, una mujer de 69 años de edad fue víctima de un delito tipificado en el Código Penal como robo con violencia e intimidación en las personas.

El hecho ocurrió cuando dos individuos —al día de hoy sin identificar— cubiertos con mascarillas, acorralaron a la señora, que quedó en estado de embotamiento y la despojaron de una cadena de oro y dos anillos del mismo metal, joyas valuadas en unos 700 dólares.

El delito se produjo frente a la vivienda colindante con el patio trasero de la Fiscalía municipal, a la vista de los ventanales de la segunda planta de esa institución, en la calle Carlos Manuel de Céspedes, entre la avenida Máximo Gómez y la calle Simón Bolívar, en el centro de la ciudad de Puerto Padre.

Este no es el único delito de robo con violencia ocurrido en Puerto Padre en circunstancias similares, atendiendo a que otras mujeres han sido robadas en el transcurso de este año de forma parecida. A una de ellas le fue sustraída una cadena al regreso de una actividad religiosa, mientras que a otra, al salir del Banco Popular de Ahorro (BPA), sito en la calle Carlos Manuel de Céspedes, le fue arrebatada la cartera con el dinero que acababa de extraer del BPA.

Cabe preguntar: ¿Se encuentra insegura hoy la ciudad de Puerto Padre como tantas otras ciudades de Cuba? La respuesta es sí, hay inseguridad ciudadana por múltiples factores: económicos, políticos, sociales, morales, cívicos, familiares y psico-genéticos, entre otros, pero, sobre todo, por un deficiente trabajo policial concerniente a la prevención y el enfrentamiento de los delitos, las personas proclives y en atenuar —pues no es posible sólo con trabajo operativo erradicar— las causas y condiciones que propician los hechos delictivos contra la propiedad, que marcadamente también inciden contra la vida y la tranquilidad de las personas.

Con tal de perpetuarse en el poder, los dirigentes del régimen castrocomunista han priorizado con fuerzas, medios, técnicas y entrenamiento de unidades especiales —como vimos durante la represión de las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021— la “seguridad del Estado” (entiéndase: su propia seguridad), descuidando las tareas de seguridad pública, traduciéndose tal “descuido” en sucesos reiterados de comisión de delitos que, por quedar sin esclarecimiento, como resultado, crean en las personas proclives una sensación de impunidad que los llevan a delinquir reiteradamente, porque sabido es: no existe tarea de prevención como el esclarecimiento rápido y preciso del delito producido. Nada detiene al delincuente no congénito —nada detiene al criminal nato— como ver entre rejas a sus compañeros de andanzas.

Pero la impunidad no sólo es en las ciudades, sino también en las áreas rurales, donde son continuos los robos de ganado, y no solamente vacuno, sino también caballar, ovino, caprino, de aves y de toda suerte de cosechas, que no escapan a la depredación de los ladrones, haciendo insostenible —por el calvario de su vigilancia— cualquier tipo de producción agropecuaria.

Y, en ese estado de intranquilidad ciudadana, es común que usted vea a los oficiales operativos de la policía política, auxiliados por redes de chivatos, mantener una vigilancia extrema, día y noche, sobre personas que consideran “contrarrevolucionarias”, activistas de derechos humanos y periodistas independientes. Sin embargo, no verá usted en Cuba, como en cualquier lugar del mundo civilizado, policías de ronda para prevenir delitos; verá policías, sí, para velar por la seguridad del Estado y no por la seguridad ciudadana, pero ¡cuidado!, si ya en Puerto Padre asaltaron a una mujer a la vista de la Fiscalía, a ese paso doble de los ladrones, en La Habana podrán asaltar a la vista del Tribunal Supremo y del Consejo de Estado. Y así, como tomarse un vaso de agua, individuos enmascarados tomaran por el cuello a una anciana para robar sus joyas, como ya por leyes revolucionarias robaron sus haciendas. Entonces, el socialismo y el hombre nuevo proseguirán su camino y pasarán del totalitarismo y la robolución a la anarquía vandálica. ¡Si no es que ya pasaron!

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.




Ingresan a 15 niños en Las Tunas tras exponerse a “sustancia desconocida”

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MADRID, España.- Quince niños y dos adultos fueron hospitalizados en el municipio de Puerto Padre, en la provincia Las Tunas, tras exponerse a una “sustancia desconocida en ámpula”, informó la emisora local Radio Libertad.

Los niños, del aula de cuarto grado del Seminternado Frank País, de la comunidad de Maniabón, fueron hospitalizados en el Pediátrico Raymundo Castro Morales y en el General Docente Guillermo Domínguez López, de Puerto Padre.

El ámpula había sido llevada al centro escolar por uno de los menores y fue encontrada por otro niño, fuera de los perímetros de la escuela.

niños

“Al agitarla, al finalizar las clases, esparció el contenido. De inmediato recibieron las primeras atenciones en el Consultorio 40, con servicios de urgencias y trasladados al pediátrico Raymundo Castro”, precisa la información.

Según el doctor Renato Almaguer Bosch, especialista en Pediatría, el único elemento de referencia en algunos pacientes fue el prurito. El especialista indicó además que se tomaron muestras de orina y sangre para estudios de toxicología.

En una publicación posterior, este miércoles, Radio Libertad dio a conocer que los niños habían sido dados de alta.

Hasta el momento expertos investigan la sustancia y la procedencia del producto.

Puerto Padre

En comentarios a la publicación de la emisora, algunos usuarios señalan incongruencias en la información del medio oficialista.

“Pero esta historia como que está mal contada. Si todo eso fuera cierto ese niño que encontró eso sabría quién se lo dio y qué propósito tenían”, se lee en comentarios.

En enero pasado tres niños de la provincia de Villa Clara sufrieron una intoxicación leve tras consumir unos caramelos de marihuana que habían aparecido a finales de diciembre en el Aeropuerto Internacional Abel Santamaría de esa provincia.

Un comunicado emitido por la dirección provincial de Salud Pública y el departamento del Programa de Atención Materno-Infantil (PAMI) de Villa Clara indicó que los tres menores mencionados y otros dos “consumieron dos paquetes de caramelos que en su envoltura referían marihuana”.




Crimen en Las Tunas: nuevos elementos en caso de adolescente fallecido

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LAS TUNAS, Cuba. — La muerte del adolescente Darío Leyva Acosta, ocurrida el pasado día 13 en el poblado de Maniabón, municipio de Puerto Padre, todavía cursa con importantes interrogantes jurídicas para calificar el delito y el grado de participación de los presuntos autores. Se trata de cuestiones que la investigación criminal deberá esclarecer en el debido proceso penal, a pesar de que las autoridades ya han reportado al ciudadano Marcos Isaías Diéguez Torres, de 21 años de edad y vecino del fallecido, como autor confeso del crimen.

Primero que todo, debemos decir —para beneficio de los lectores que carecen de conocimientos jurídicos— que la confesión del autor de cualquier delito no constituye prueba por sí misma, sino que todo lo expresado por un acusado —en el caso de que desee declarar— debe y tiene que ser corroborado por todas las acciones de instrucción que sean precisas: declaraciones de testigos o de víctimas; experimentos de instrucción (que permitan comprobar o negar un dicho o una circunstancia o una hipótesis); reconstrucción de los hechos —en la que necesariamente no tiene que participar el acusado—, que posibilita, entre otros factores a tener en cuenta, las posiciones de los participantes en un hecho criminal con vistas a apreciar no sólo el suceso en su conjunto, sino también la participación individual de los implicados.

En la nota en que inicialmente reportamos este suceso, dijimos que el adolescente había sido “asesinado presuntamente para robarle el teléfono celular, entre otras hipótesis”. Ciertamente, la versión del robo de un celular de aceptable calidad y prestaciones que la víctima llevaba consigo en el momento de desaparecer, pero que no estaba junto al cadáver en el momento de su hallazgo, hicieron prevalecer inicialmente el móvil del robo en los comentarios de la opinión pública y en las versiones a corroborar por la investigación criminal.

No obstante, el móvil del robo fue descartado con el surgimiento de otra versión, que las autoridades debieron comprobar (aunque no lo han reportado), cuando en manos de una tercera persona ocuparon el teléfono celular que perteneció a la víctima, que, supuestamente, había tomado imágenes lujuriosas de personas del mismo sexo entregados a placeres carnales, imágenes que luego se habría negado a eliminar.

De ajustarse esas informaciones a la realidad —lo que un peritaje de informática forense puede autenticar coadyuvando al resultado de la necropsia—, puede que, en lugar de un asesinato, estemos en presencia de un homicidio, que se produce cuando una persona mata a otra sin premeditación, como desenlace de un conflicto, intempestivamente, sin alevosía ni ninguna de las otras circunstancias que califican el delito de asesinato, que se sanciona con penas mucho más severas.

También es posible que, aunque el autor principal diga ser el único responsable, haya otras personas implicadas en este delito como cómplices, o como autores de un delito de incumplimiento del deber de denunciar, que se produce cuando alguien, sin encontrarse en las excepciones del que no está obligado a denunciar (padre, madre, hermanos, hijos, cónyuge), conoce que un delito está por producirse o ya se produjo —y más cuando es un delito contra la vida— y no acude a las autoridades competentes, ya sea para evitarlo o para su enjuiciamiento.

Salvo en hechos de connotación política en que las autoridades cuentan con todos los medios de prensa, el cine, la literatura y toda suerte de voceros para difamar y vilipendiar a su opositores, el régimen no da información sobre la criminalidad en Cuba, y cuando lo hace es con opacidad, como en el caso de la muerte de este adolescente, presuntamente, víctima de sus propios actos, al invadir la vida de otros y hacerse y poseer imágenes que no le pertenecían, desatando la acción criminal de una persona que, en lugar de acudir a las autoridades, actuó por sí mismo, cometiendo un delito más grave.

Este trágico suceso viene a confirmarnos que la sociedad cubana sufre una crisis de valores como nunca antes en su historia, y que la familia, quebrada y fragmentada por el totalitarismo castrocomunista, está urgida de componentes éticos más importantes que el escudo, la bandera y el himno nacional, porque si desde niños no respetamos lo tuyo, lo mío, lo de aquel, lo del otro, jamás tendremos patria, aunque nos creamos patriotas.

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Un sismo… lo que le faltaba a Puerto Padre

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LAS TUNAS, Cuba. — “No te llamé porque me ibas a decir que yo estoy loca, pero acaba de ocurrir algo que nos sacudió la cama y el escaparate, no una, sino dos veces. Yo pensé que era Futo, pero miré y el perro no estaba ahí, y tampoco fueron explosiones de los guardias (en el campo de tiro). Eso tuvo que ser un temblor de tierra y bien grande como para sacudir esta casa”, me dijo mi mujer esta mañana al amanecer, quien, ya lista para salir corriendo de la tumba en que podría convertirse nuestro hogar, apresuradamente, sobre la bata de dormir, se había puesto un vestido.

Como nuestra casa es una pesada construcción de dos plantas de bloques, ladrillos y hormigón armado —a prueba de huracanes, pero no de terremotos—, y todavía me encontraba medio adormilado, extenuado luego de dos días de trabajo en el monte plantando árboles, miré a mi esposa y sólo atiné a decir, “bueno, ya saldrán las noticias”.

Estaba en el baño cuando Maggie llegó con “las noticias”, diciéndome que no conseguía sintonizar la emisora local. Tampoco se escuchaban comentarios de vecinos y en la calle nadie decía nada al respecto. En Las Tunas, a 52 kilómetros de Puerto Padre, ninguno de sus familiares había sentido las sacudidas.

“Ellos no las sintieron y tú estabas cansado y todavía bien dormido, pero yo sí las sentí, fuerte. Radio Victoria (la emisora provincial) estaba hablando de eso ahora mismo cuando el radio se apagó, y mira, la noticia está aquí”, dijo Maggie mostrándome su teléfono, donde, vía internet, un experto con acento extranjero explicaba cómo y por qué habían ocurrido aquellas sacudidas que la sobresaltaron, alertando sobre los peligros que corren Cuba y otras islas del Caribe por un sismo potencial.

¿Qué pasará en Cuba si se produce un terremoto como el que destruyó a Haití? ¿Qué haremos con los heridos teniendo los servicios médicos sin medicinas? ¿Dónde enterraremos a los muertos con los cementerios ya sin capacidad? ¿Cómo reconstruir las viviendas que ha llevado toda una vida construir?

Mientras un sismo sacudía la costa norte de Las Tunas esta mañana, otro meneo, paradójicamente de raíz inmovilista, el del estatismo del régimen totalitario, mantiene a los cubanos en un ajetreo constante, sin parar, en la agitación que conlleva la subsistencia, la vida diaria precaria en este país, donde un día no hay pan porque falta harina, otro porque la panadería está rota, y otro y otro, porque no hay electricidad.

En Cuba no hay pan, no hay leche, no hay café, no hay agua, no hay servicios públicos que merezcan llamarse gubernamentales en una nación permisiva del despotismo y el nepotismo, entiéndase en una nación abúlica. Y, sí, me pregunto qué va a pasar si, para colmo de nuestras desgracias, ahora un terremoto ahonda el cráter que ya hizo el castrocomunismo en más de 60 años de dictadura.

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Salud Pública en Puerto Padre: otro episodio que da vergüenza

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LAS TUNAS, Cuba. — Un charco de sangre (de un paciente grave en una sala del hospital Guillermo Domínguez) que permaneció sin limpiar durante horas fue noticia en las redes sociales este miércoles. El suceso mostró al hospital municipal y a Puerto Padre como la viva imagen de la inmundicia que es hoy, y desde hace mucho tiempo, el país en que vivimos.

En honor a la verdad, ese charco de sangre que nadie escurre —porque, dicen, no hay una bayeta ni un trapo ni un poco de aserrín cernido que la absorba— no me sorprende. Hoy es sangre, pero pudo ser orine, flemas de tumores malignos, y quizás mañana sea mierda. Hoy la noticia sale de Puerto Padre, pero mañana la voz de S.O.S vendrá de Guantánamo y pasado mañana la crónica de los efluvios nos llegará desde La Habana, porque toda Cuba es un estercolero y el estiércol, aunque parezca que está apagado, está ardiendo por abajo, para que se apague hay que voltearlo.

Y no me sorprende el reclamo de la acompañante de un enfermo de que, en el hospital municipal de Puerto Padre, ella y los demás internos debieron pasar la noche junto a la sangre vomitada por un moribundo, porque yo viví en ese hospital sucesos parecidos, no con sangre, pero sí con toda suerte de desechos. La pésima higiene en los hospitales cubanos salvo pocas excepciones es bien conocida.

Mi padre y mi madre fallecieron hace seis años: él en febrero y ella en julio de 2016. Años antes, en abril de 2010, mami debió ser ingresada de urgencia e intervenida quirúrgicamente por una peritonitis; poco después, papá ingresó por un edema pulmonar agudo. En ambos casos debieron concluir el tratamiento en casa. Yo era un acompañante incómodo para los cancerberos de la institución. A petición mía y con la anuencia de los médicos, mi madre, con la herida todavía abierta, infectada, egresó de la sala de cirugía.  El cirujano venía a casa a atenderla puntualmente. En el caso de mi padre fue algo parecido, con autorización del doctor vino a casa todavía inflamado y con antibióticos fuertes, sólo de uso hospitalario y para cuya inyección en vena debí traer a un enfermero amigo.

Resulta que durante esas dos hospitalizaciones de mis padres en el hospital Guillermo Domínguez debí enfrentar incidentes parecidos al que hoy es noticia en las redes sociales. Y todavía hoy me llama la atención que, en aquellas ocasiones, fueron precisamente enfermeras y médicos los que me pidieron que les entregara la cámara con la que yo sacaba fotografías de esos incidentes, cámara que fue ocupada en un caso por la seguridad del hospital, que la envió a la Seguridad del Estado. Posteriormente, la cámara me sería devuelta con las imágenes borradas.

Eso me hace pensar que quizás a esta hora algún oficial del Ministerio del Interior (MININT) esté “entrevistando” o se disponga a “conversar” con la persona que publicó en redes sociales imágenes ensangrentadas de un cubículo del hospital municipal de Puerto Padre, que más que la sala de un hospital semeja un matadero de cerdos. Pero los oficiales operativos de la policía política no son magos, sino que actúan debido a informaciones casi siempre proporcionada por chivatos. Hago la alerta porque, salvo honrosas excepciones, Puerto Padre es un pueblo —como de cualquier parte de Cuba— donde abundan los ladrones-chivatos.

De tal suerte, en el hospital Guillermo Domínguez, anoche, no apareció una bayeta ni un poco de estopa ni un trapo viejo ni tampoco apareció una persona responsable con un poco de aserrín cribado para secar la sangre derramada por un enfermo en “estado terminal”, como dice el video. Quizás hubo una frazada para el piso, quizás hubo una bayeta, hasta quizás donada por personas caritativas y no proporcionada por la administración de Salud Pública, pero quizás esos insumos donados por alguien, como suele suceder, salieron del almacén estatal no para una sala de enfermos, sino en camino del mercado negro. Cuando cosas así suceden, en mitad de una verdad como este charco de sangre no lavable, que ya alguien habrá calificado como un hecho “político” o “contrarrevolucionario”, entonces no es raro que el ladrón sea el auxiliar del policía. Así funciona lo que en Cuba llaman “un socialismo próspero y sostenible”.

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Cosas de Puerto Padre: el pollo es para tres

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LAS TUNAS, Cuba. — En otro tiempo, no tan lejano, “en Cuba todavía había un poco de humanidad”, decía un anciano en una cola donde no encontraba a sus dos imprescindibles compañeros para comprar pollo racionado.

El hombre hablaba de aquella época del peso cubano convertible (CUC), cuya convertibilidad era un sofisma, porque sólo eran cambiables en la Isla, ¡eso sí!, con tasa de cambio real equivalente al dólar estadounidense.

“En aquel tiempo, si alguien no contaba más que con unos centavos de CUC para hacerse una sopa, podía ir a una Tienda Recaudadora de Divisas (TRD) y comprar una bolsa, aunque fuera con dos muslos de pollo”, decía el viejo.

Resulta que, en aquella era, antes de la “Tarea Ordenamiento”, cuando había suficiente pollo en Cuba importado de Estados Unidos, en las TRD se tomaban el trabajo de desarmar las cajas de 15 kilogramos de muslos o de cuartos de ave para luego empaquetarlos en bolsas de hasta medio kilo o algo así, que podían valer menos de dos CUC, equivalentes a 50 pesos cubanos o dos dólares estadounidenses.

En las TRD entendían que unos tenían más que otros y comercializaban la carne de pollo en paquetes accesibles a los bolsillos de los que menos tenían. Pero ahora no es así. Ahora, cuando a una familia le toca comprar pollo en TRD controlado por la cartilla de racionamiento, usted tiene que arreglárselas como mejor pueda en un trío, como aquel anciano, que no conseguía dos compañeros.

En la actualidad, el Estado corporativo que es Cuba no recauda las divisas en las TRD a la usanza de la otra época, sino en las tiendas MLC (Moneda Libremente Convertible). No sé por qué razón, sin mercancías para vender ni divisas para recaudar, algunas TRD mantienen ese nombre: prosiguen llamándose Tiendas Recaudadoras de Divisas y, como dice el refrán, “de Pascuas a San Juan” venden en pesos cubanos “pollo por cajas”.

Sí, no se asombre el lector, en Puerto Padre, y vaya usted a saber en cuántos otros lugares de Cuba, alguna que otra vez, TRD vende “pollo por caja para tres”. Esta suerte de santo y seña (“pollo por caja para tres”) significa que una caja de pollo de 15 kilogramos debe ser repartida a través de la cartilla de racionamiento entre tres núcleos familiares, sin importar cuántas personas lo integren. Y, óiganme, si comprar pollo en las tiendas de MLC suele ser una odisea, imagine usted cómo será comprarlo por la cartilla de racionamiento en las TRD.

A poco más de 600 pesos la caja, usted no puede comprarla por sí sólo, sino entre tres personas, que pueden ser desconocidas entre sí, de las que una debe recoger el dinero, las libretas de racionamiento e ir a la cola por los vale-autorizo, un ticket registrado en la bodega de comercio racionado donde usted compra.

Pero puede suceder que esa persona guía —encontrándose en la cola para recibir los vales-autorizo que confirman que usted es cliente de la tienda de productos racionados y que ese día le toca comprar pollo en TRD —, antes de hacerse con los vales, se encuentre con dos familiares o dos amigos, y deshaga el trío en que usted se encuentra (como le sucedió a aquel anciano) para formar otra triada con las personas de su preferencia. Entonces, el marginado debe reiniciar la odisea de unirse a otras dos personas para, así, poder ir por la caja de pollo congelado, y luego, en algún lugar de la calle, en una acera, en un parque o en la casa de uno de los tres compradores, desarmar la caja batiéndola contra el suelo para desprender el hielo y, sin balanza para pesar lo que corresponde a cada cual, sino a ojo de buen cubero, dividir las desiguales piezas de pollo entre tres partes, “equitativamente”, para tres familias.

Se trata, sin dudas, de una tarea imposible, “porque ni todas las postas son del mismo tamaño ni todas las cajas de pollo tienen la misma cantidad de postas”, decía el anciano de Puerto Padre. Y, ciertamente, algunas cajas tienen el peso requerido, pero nada más con 22 cuartos de pollo, por lo que una porción habrá de cortarse en tres partes, que nunca serán iguales sin el empleo de una balanza.

Si inicios de la crisis y del desabastecimiento, que ya es crónico, las TRD, por decisión gubernamental, comenzaron a vender los productos de primera necesidad según el empadronamiento del comercio racionado —y en el caso del pollo, pesado y vendido según el vale-autorizo con el número de la cartilla de racionamiento, esa distribución equitativa quedó en el olvido—, ahora son tres las familias que se deben unir para comprar el producto.

Según la legislación vigente para el Ministerio de Comercio Interior (MINCIN), “los derechos del consumidor son inviolables por los proveedores e irrenunciables por los consumidores”, y el proveedor está obligado a desarrollar “la actividad productiva y de servicios” adoptando “normas éticas y de conducta” que evite “prácticas comerciales abusivas o engañosas que perjudiquen la seguridad, salud y los intereses de los consumidores”. Pero una cosa dicen las leyes de Comercio y otra diferente es la odisea que viven los cubanos en este tiempo.

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Sin pan y sin desayuno: así “celebrarán” el Primero de Mayo en Las Tunas

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LAS TUNAS, Cuba. — Este jueves, a falta de tres días para el desfile del Primero de Mayo, las panaderías en Puerto Padre amanecieron cerradas, como cerrado permanece también el portón del almacén municipal de la industria alimenticia esta mañana.

“No hay harina”, dice un rótulo escrito con tiza sobre el cristal de una de las ventanas de la panadería La Plaza, mientras en la ventana de al lado cuelga una bandera cubana con un cartel alegórico a la fecha que dice “Cuba vive y trabaja”.

Hoy, en Puerto Padre, cientos de personas, incluidos niños y ancianos, no tuvieron pan para desayunar. Como tantas panaderías, La Plaza permaneció casi todo el día cerrada porque no había harina.

Al cruzar la calle, en la “Plaza de la Revolución”, trabajadores y directivos de Salud, Educación, Comercio y de otras instituciones oficiales, con banderas y banderolas, discursos y consignas, carteles y cartelones, se preparan para celebrar el Día de los Trabajadores, compitiendo entre ellos, para mostrar sus habilidades histriónicas en el desfile.

El almacén de la harina permaneció cerrado hasta la tarde de ayer (Foto del autor)

Mientras un profesor modelaba una clase histórico-política junto a una palma real, al otro lado de la plaza, bajo un almendro, trabajadores de la salud ejercitaban su coreografía a pocos pasos de empleados de la dirección de Comercio, quienes, a la sombra de un roble y agitando sus banderas, ripostaban alegremente a médicos y paramédicos diciendo: “sin Comercio no hay programa materno”, en alusión a los productos racionados y por ellos distribuidos a madres con niños pequeños.

Una palma, un almendro y un roble sembrados en una plaza pública, servían de cobija a estos comediantes mientras en el campo cubano no hay suficientes brazos para terminar con el marabú, que cada día invade más tierra arable. Ni hablar de los mercados, donde los productos agropecuarios son escasos y escandalosamente caros.

Preparativos para el Primero de Mayo en plaza de Puerto Padre (Foto del autor)

¿Todos a la Plaza?

Pese a la crisis que se vive en Cuba —sin alimentos y con un éxodo masivo casi sin precedentes— nadie debe asombrarse si el Primero de Mayo ve cientos de personas desfilando.

Supe por un empleado estatal que, para “corroborar” la asistencia de los trabajadores a los actos oficiales, ya las administraciones, a través de los sindicatos oficialistas, están entrevistando e incluso visitando a los trabajadores en sus casas, en un acto de coerción manifiesta.

Luego, no asombra que, sin haber desayunado hoy, ya en Puerto Padre haya empleados del Estado preparándose para “celebrar” el Día de los Trabajadores. Es probable que hasta exempleados y exdirectivos gubernamentales radicados fuera de la Isla sientan nostalgia por los desfiles castristas por el Primero de Mayo. A ver si les da por celebrarlo en Miami.

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Puerto Padre: cuando el pollo vuela

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LAS TUNAS, Cuba. ─ Reconstruía el muro de un embalse en la tierra que perteneció a mi padre ─a unos 12 kilómetros de Puerto Padre─ cuando a las 10:24 a.m. del pasado 20 de octubre recibí en mi celular un mensaje diciendo: “Ahora andaba Marta pidiendo dinero no sé para qué”.

Como Marta es mensajera de algunos vecinos cercanos y recoge dinero cuando hay algo que comprar en la carnicería o en la tienda por la cartilla de racionamiento supuse que algo estaría a la venta y respondí: “Yo estoy allá sobre las 2:00 pm”. Sin embargo, rápidamente entró otro mensaje diciendo: “Es el pollo por cajas el que van a vender”.

Entonces, respondí el SMS con un confiado “ya voy, hay tiempo”. Eso fue a las 12:44 p.m. Pero me equivocaba: no llegaría a tiempo para comprar mis 7,5 kilogramos de pollo, equivalente a media caja vendido a precio de mercado por cartilla de racionamiento, que, en teoría, y por razones administrativas y epidemiológicas de COVID-19, suministrarían de forma mensual las ya escasas TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas), que todavía venden en pesos cubanos luego de la dolarización galopante que experimenta Cuba.

Casi al mismo tiempo de recibir el SMS anunciándome que venderían “pollo por caja”, recibí otro mensaje diciéndome: “Hay pollo por la libreta en la carnicería y pollo por caja en la tienda”. El pollo de la carnicería es el racionado; una postita, un muslito, media cadera o algo así por “consumidor”, así es que respondí: “Voy en camino con viento de frente (en bicicleta) pero antes que cierre la carnicería y la tienda estoy ahí”. Y en la carnicería estuve a tiempo para recibir el mismo desconsuelo que en el pasado septiembre: “Deme la libreta para anotarlo”, dijo el carnicero vestido de verde cual cirujano en un quirófano.

Pero la tienda ya a las tres de la tarde estaba con la puerta bien cerrada. ¡Ni un alma! ¡Ni una caja de pollo a la vista! Y entonces proseguí hacia carnicería, donde había una cola pequeña, digamos de 15 a 20 personas delante de mí, y otras tantas que fueron llegando después de llegar yo, pero ¡ay! ¡Sorpresa…! Al hombre y a la mujer que iban delante, el carnicero vestido de cirujano comenzó a decirles: “Denme la libreta para anotarlos”. Y ese “denme la libreta para anotarlos” es santo y seña de maldición. El de se acabó. No hay. Hasta la otra vuelta. Y cuando me paré delante de él, y como igual me había sucedido en el mes anterior, sonriendo, el carnicero me dijo: “Bueno, no vas a comer pollo por la libreta, pero vas a comer pollo de la shopping”.

Harto de estar harto de no llevar a casa nada que comer llamé a un dependiente conocido: “Y mi media caja de pollo, ¿qué?”, dije. El dependiente me dijo que la orden que tenían ellos era de vender un día por tienda, y el que se quedó sin comprar se quedó, pero que fuera al día siguiente a las siete de la mañana que ya verían qué hacer por mí. Y fui. Y a otro cliente en igual condición a la mía nos vendieron en 640 pesos una caja de pollo de 15 kilogramos para los dos: “Vayan a la carnicería para que pesen la media caja de cada uno dijo el dependiente”.

Pero el carnicero sabía lo que iba a suceder porque puso en la pesa pieza sobre pieza hasta llegar a siete kilogramos. “Falta”, dije. “No”, replicó el carnicero, y comenzó otra pesada que supuestamente debía alcanzar los 7,5 kilogramos, pero que sólo pesó 6,95. Y volviéndose con gesto triunfal, el carnicero dijo: “Siete y siete 14, falta un kilogramo, ¿vieron de donde falta el pollo aquí en la carnicería? ¡Todas las cajas vienen iguales, a todas les falta!”.

Un kilogramo de pollo en la “shopping” cuesta algo así como 42,66 pesos cubanos, que sumados por, digamos, 500 clientes de una tienda a la que le sustraigan un kilogramo por cada caja, suman 21,330 pesos. Y así sucede en cualquier lugar de Cuba. Así me sucedió a mí en Puerto Padre, donde el pollo vuela.

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La muerte de Amalia… ¿Por coronavirus o por desidia?

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LAS TUNAS, Cuba. – Las dotes histriónicas de los encargados de manejar la pandemia en Cuba, más para mostrar al mundo el “eficiente” proceder del comunismo que el quehacer médico a los cubanos, parecen progresar en la misma medida que la letalidad de las nuevas cepas del coronavirus SARS-CoV-2, que matan a decenas de cubanos todos los días.

Lo digo porque en la tarde del pasado sábado mi vecina Amalia –que fuerte y animosa vivía a dos cuadras de nuestra casa– murió. Falleció luego de una muy dilatada espera en que en el policlínico devenido hospital de Puerto Padre (ver en este sitio Hospital COVID-19 en Las Tunas: de las urgencias a la improvisación) faltó todo, desde ética médica hasta sábanas para cubrir el cadáver. Tampoco hubo sostén para el sarcófago, que se vino abajo lesionando a una doctora delgadita y solitaria –símbolo de la tan publicitada “potencia médica” cubana– justo a las cuatro de la madrugada del domingo, porque Amalia fue sepultada a la luz de un teléfono celular.

Sin embargo, el pasado lunes, en su conferencia diaria, el doctor Francisco Durán García, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (MINSAP), no informó a Cuba y al mundo que en Puerto Padre sí tuvimos muertes por COVID-19, a no ser que luego se diga que, ciertamente, los test de antígenos de los fallecidos resultaron positivos, pero luego, después de muertos, los resultados de los PCR resultaron negativos. Y aquí no sólo estoy mencionando el fallecimiento de mi vecina, porque es vox populi que también el sábado murieron otras dos personas residentes en el municipio.

Amalia, de 66 años de edad y jubilada –durante muchos años había sido dependienta en una bodega del comercio racionado–, tenía buena salud y cuidaba de una hermana que debió ser hospitalizada en Las Tunas, donde se contagió con el COVID-19.

“Y mira, la hermana se recuperó y ahora ella es la que está muerta”, me dijo Pupi, su esposo, un soldador de 68 años abatido por la muerte de su mujer. Todavía en la mañana del pasado lunes a Pupi aún no le habían realizado ni test de antígeno ni PCR para determinar si él también estaba contagiado, por lo que estaría corriendo el mismo riesgo que su fallecida esposa.

Amalia llevaba cinco días con los síntomas del coronavirus, pero sin tratamiento.

“Fíjese que a ella le hacen la prueba (para COVID-19) después de muerta, a ella la dejaron morir”, me dijo un vecino, del que me reservo el nombre para preservar su seguridad en estos momentos de persecución que vivimos.

En medio de la pesadumbre reinante, la fuente afirmó: “La muerte de Amalia se produce ahí, llegando al policlínico. Debió ser por un paro cardiorrespiratorio, pero eso nadie puede afirmarlo ni negarlo porque a ella no le hicieron autopsia. A ciencia cierta no se sabe. Los del policlínico venían despacito, como si no fuera una urgencia, y Pupi explotó y soltó unos c… Y entonces es que ellos (los paramédicos) se mandan a correr. Pero nada, no hacen nada, ella estaba muerta. Incluso la llevan en el carro de un médico amigo de Pupi y la gente que está allí, que sabía lo que pasaba, comenzaron a hablar, a decir que esto está malo, que las personas se mueren por negligencia. Y entonces, en cinco minutos, ya estaba allí la policía. Fíjese que ella (Amalia) muere por falta de atención médica. El carro fúnebre demoró horas en llegar, un carro que, dicen, vino de Las Tunas. Ah, pero la policía sí estuvo en cinco minutos. Ese es el país en que los cubanos estamos viviendo, donde faltan medicinas y médicos; donde los enfermos no tienen medicinas ni los médicos con qué trabajar, pero donde los policías, para meterte preso, van más rápidos que las ambulancias para salvar una vida, eso si tiene suerte de que aparezca una ambulancia. Mire, esto se acabó, en este país lo único que queda de todo lo que nos prometieron son los discursos de los dirigentes, porque lo que es el respeto por las personas, por la vida de las personas, eso ya se terminó, se murió con Fidel (Castro)”.

El testimonio de este vecino me recuerda lo que la semana pasada dijimos en Insidia o desidia: ¿qué mató a los generales?, sobre la dejadez que corroe a la sociedad cubana, y, en particular, al sistema de salud: “Pero si la desidia profesional conlleva responsabilidad penal por negligencia, insidia no siempre es asechanza criminal; en medicina forense suele llamarse insidiosas a enfermedades con apariencia benigna, o a las que, sin signos de enfermedad, provocan la muerte, que puede ser súbita, o, necesariamente, no instantánea, sino, no esperada por no existir antecedentes de enfermedad aparente”.

Así andamos: unas veces consumidos por el SARS-CoV-2, otras por desidia profesional y otras enmascarando muertes por coronavirus mediante enfermedades insidiosas. Que se sepa: cada día son decenas los cubanos muertos en condiciones de precariedad, como mi vecina.

Pero en un régimen totalitario, como el de Cuba, para interrogantes así sólo existe la respuesta oficial, la aceptemos o no. Entonces, mañana, pasado o el día después vamos a ver qué nos dice –o no nos dice– el doctor Durán con su “bonhomía” (a decir de mi colega René Gómez Manzano) cuando los encargados de manejar la pandemia en Cuba digan al “buen doctor” lo que debe decir, no por el bien de los cubanos, sino del socialismo en Cuba, entiéndase de la clase dirigente o, como la definió Milovan Djilas, de “la nueva clase”.

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Bajo vigilancia vivienda del periodista de CubaNet Alberto Méndez Castelló

Alberto Méndez Castelló, Puerto Padre, Las Tunas

MIAMI, Estados Unidos. – La vivienda del abogado y periodista independiente Alberto Méndez Castelló, colaborador de CubaNet, está siendo vigilada por agentes de la policía política, confirmó a este diario el propio reportero.

“Desde esta madrugada tenemos vigilancia en nuestra casa”, indicó Méndez Castelló, quien reside en el municipio de Puerto Padre, ubicado en la costa norte de la provincia de Las Tunas.

Según el también escritor, los oficiales se apostaron frente a su casa alrededor de las tres de la mañana.

“Los escuché ir y venir, en moto y a pie, junto a mi ventana, pero no les presté atención. Y ahora, cuando fui a buscar el pan, en la hora que dice ahí la cámara, fue que vi, entonces tomé la foto”, explicó el corresponsal a CubaNet.

Agente de la Seguridad del Estado apostado frente a la vivienda de Alberto Méndez Castelló (Foto: Cortesía del autor)

Méndez Castelló aseguró que durante varios momentos del día su línea telefónica se mantuvo sin conectividad.

“No sé a qué se debe porque el teléfono de mi esposa no ha perdido conectividad”, añadió.

A lo largo de este lunes, el periodista identificó al menos a dos agentes custodiando su vivienda. Méndez Castelló precisó que no se trata de un chequeo al uso, pero dejó claro de que su vivienda se mantiene bajo vigilancia.  “Lo que ellos estén haciendo parece que lo están haciendo muy cuidadosamente”.

Relata el jurista que los agentes, al parecer, se turnan en una especie de guardia frente a un almacén de la Industria Alimenticia que está frente a su vivienda y que “siempre ha sido utilizado por la inseguridad del Estado como puesto de vigilancia”.

“Hay algo raro, como un nuevo método de control, pero no he podido documentar  eso. Lo que sí está claro es que están chequeando. Ellos saben que yo les documento un acoso y los acuso. Por las dos vías, jurídica y publicitaria. La vigilancia la tengo, pero no descaradamente como ellos acostumbran a hacer. Esa es la situación hasta este minuto”, agregó el reportero en horas de la tarde.

No es primera vez que la Seguridad del Estado monta operativos de vigilancia sobre la vivienda de Méndez Castelló, quien en varias ocasiones ha denunciado estos controles ante las autoridades.

“Yo me quejé a la Fiscalía el año pasado por el acoso que me tenían, y también ante el oficial de la ´inseguridad´ del Estado que está detrás de todo esto. Les dije al fiscal y a este tipo que si el acoso proseguía, pues yo los acusaba formalmente ante el fiscal militar. Ellos pararon, ahora es que veo esto, así es que si compruebo que otra vez comienza el acoso,  pues cumplo lo que dije, claro, aportando pruebas para que no existan dudas. Ese es el asunto”, culminó el reportero.

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