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La doctrina castrista y los orígenes de la piratería aérea

Cuba, Aviación, Piratería

LA HABANA, Cuba. — Por estos días el régimen cubano forma alharaca, calificando de “acto de piratería aérea” el caso del piloto Rubén Martínez, quien el pasado 21 de octubre robó una avioneta Antonov An-2 de la Empresa Nacional de Servicios Aéreos (ENSA), para llevársela de su base en la provincia de Sancti Spíritus hacia los Estados Unidos.

Es oportuno recordar que no fueron terroristas del Medio Oriente —como muchos pudieran creer—, sino un comando del Movimiento 26 de Julio quienes iniciaron hace 64 años, durante la insurrección contra el régimen de Batista y con un trágico saldo, la práctica de los secuestros de aviones.

El hecho ocurrió el 1ro de noviembre de 1958, cuando cinco integrantes del M-26-7 desviaron, a punta de pistola, el vuelo 495 de Cubana de Aviación, que cubría la ruta Miami-Varadero.

A los treinta minutos de iniciado el vuelo, cuando faltaban quince para que llegara a su destino, dos de los secuestradores encañonaron con sus pistolas al piloto y lo conminaron a que dirigiera el avión hacia la región oriental de Cuba. Mientras tanto, los otros tres, amenazando con sus armas a los aterrorizados pasajeros, les ordenaron que no se movieran de los asientos. Luego apagaron las luces del avión.

Según contaron posteriormente testigos presenciales, uno de los secuestradores apagó de un balazo uno de los focos. Los captores, cuyo objetivo era unirse a las guerrillas castristas, para las cuales llevaban armas y dinero, ordenaron al piloto aterrizar en la pista del central Preston, en la costa norte de la actual provincia de Holguín.

Como le había advertido el piloto a los secuestradores, la pista de Preston no fue lo suficientemente larga para el aterrizaje del aparato, un Vickers Viscount 755D. El avión se salió de la pista y fue a parar a las aguas profundas e infectadas de tiburones de la bahía de Nipe.

Catorce de los 16 pasajeros, incluidos tres secuestradores, murieron. Entre los fallecidos hubo además tres niños de dos, cuatro y cinco años, y su madre, que estaba embarazada.

Aquel horrendo crimen quedó impune. A pesar de que seis de los muertos eran ciudadanos norteamericanos, el gobierno estadounidense, por no tener jurisdicción, no investigó el hecho, que constituyó el primer acto de piratería aérea. Tampoco lo hizo el régimen de Batista, que se batía en retirada ante el avance de las fuerzas rebeldes.

Fidel Castro, que desde la Sierra Maestra comandaba el M-26-7, negó toda responsabilidad en lo que calificó de “acto aventurero”. Pocos años después del ascenso de Castro al poder, empezaron los secuestros de aviones cubanos por personas que deseaban escapar de su régimen.

Los secuestros aéreos se hicieron muy frecuentes en las décadas de 1960 y 1970. Por aquella época, antes de extenderse al Medio Oriente y Europa, fue el modo utilizado por miembros de grupos radicales, prófugos de la justicia norteamericana y guerrilleros latinoamericanos —como el uruguayo Daniel Chavarría, el tupamaro que se convertiría en escritor— para buscar refugio en Cuba, el santuario revolucionario.

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