Lezama Lima, un autor multipropósito con el que algunos quieren medrar


LA HABANA, Cuba. – Aunque no tanto como mereciera por su importancia, y no siempre con honestidad e intenciones sanas, el nombre de José Lezama Lima ha vuelto a estar en boca de muchos intelectuales cubanos a propósito del aniversario 120 de su natalicio, ocurrido el 19 de diciembre de 1910.
Y es que Lezama, como Martí, es un autor multipropósito, que sirve para muchos usos, y no todos confesables.
Mencionar a Lezama para medrar con su nombre, echar mano de “la fiesta innombrable” y del “ah, que tú escapes en el momento en que alcanzas tu definición mejor”, presumir de haber sido amigo del Maestro, comensal de su mesa en algún banquete lezamiano, visitante asiduo en Trocadero 162, haber tenido acceso a su biblioteca, haber sido su discípulo del curso délfico, o declararse influidos por él, son recursos muy socorridos en el muy deshonesto medio intelectual cubano y entre los muchos impostores y figurones que revolotean a su alrededor.
Algunos de los que dicen haber sido amigos de Lezama lo atacaron por elitista, por su poesía hermética, por aburguesado, desde las páginas de Lunes de Revolución y El Caimán Barbudo, y luego lo esquivaron y abandonaron cuando estaba condenado al ostracismo. Ahora, si alguien los cuestiona y los precisan en privado, jamás en público, dirán que eran tiempos duros aquellos del Decenio Negro, y qué podían hacer ellos, inermes ante la desatada jauría inquisitorial… Total, si cuando Lezama le pidió ayuda, hasta el mismísimo Julio Cortázar, que era extranjero y podía enfrentar a los comisarios de La Habana, le viró la espalda, incluso luego de haberle profesado su devoción y pedirle que le escribiera el prólogo de Rayuela.
Y qué decir de los atorrantes y esnobistas que para epatar y darse aires de eruditos, presumen de haber leído la poesía completa de Lezama, Opiano Licario y Paradiso cuando, si acaso, solo se han leído, por puro morbo, el famoso capítulo VIII, y para eso, hasta donde termina la historia de las hazañas eróticas de Farraluque, perdiéndose así la parte final del capítulo ―una suerte de homenaje criollo, a lo Lezama, al Decamerón―, donde aparecen Godofredo El Diablo, Fileba la Insatisfecha y el enajenado Padre Eufrasio estrangulándose los testículos para eyacular agustinianamente.
Cuando se publicó Paradiso en 1966, aquel capítulo VIII, por su homoerotismo, escandalizó tanto a los mandamases que ordenaron recoger de las librerías la más monumental y canónica de las novelas cubanas. La tuvieron engavetada durante 25 años, hasta 1991.
Lezama, católico, políticamente poco confiable por pequeño-burgués e incompatible con los códigos morales del machismo-leninismo castrista, reunía suficientes pecados para el castigo. Para colmo, en 1968 fue uno de los miembros del jurado que premió el poemario Fuera del juego, de Heberto Padilla. Los mandamases no podían perdonarlo.
En las cartas que durante 15 años Lezama escribió a su hermana Eloísa, radicada en Miami, refería vivir en “la ruina y la desesperación” y lamentaba la desintegración forzosa de su familia, la monotonía enloquecedora, el aislamiento inexorable, el agobio de ignorar la culpa que expiaba.
Que censuraran Paradiso y condenaran a su autor al ostracismo, a una muerte en vida, no es óbice para que los comisarios de la cultura oficial se apropiasen, luego de su muerte, de Lezama y que ahora lo utilicen para sus fines. Si hasta echaron mano de aquel poema del anillo en la fuente, la invocación al Ángel de la Jiribilla y aquella afirmación suya en 1959 de que la Revolución significaba “la decapitación de todos los conjuros negativos”.
La visión teleológica de la historia cubana de Lezama (y la de Cintio Vitier y otros origenistas), aunque católica y aristocratizante, les vino como anillo al dedo a los mandamases y sus intelectuales orgánicos, cuando ya Marx y Lenin no les funcionaban y Martí, por momentos, se les hacía incómodo para su disparatada fundamentación ultranacionalista y patriotera de que en Cuba, desde Céspedes hasta Fidel Castro, hubo y hay una sola Revolución.
Luego de la rehabilitación póstuma de la figura de Lezama por la cultura oficial y su conversión en un enigmático escritor de culto solo para iniciados, quieren hacer ver que el autor de Paradiso jamás adversó al régimen castrista.
Para esto se han valido principalmente del periodista y escritor Ciro Bianchi, quien fuera amigo de Lezama en los años 60 y 70.
Bianchi, en sus crónicas para el periódico Juventud Rebelde y en el extenso prólogo de Lezama disperso (Ediciones Unión, 2009), una recopilación de artículos y ensayos de Lezama Lima, aseguró que el autor cubano “no fue nunca un enemigo de la Revolución” y culpó de sus infortunios no a los dirigentes del régimen, sino a Guillermo Cabrera Infante, Carlos Franqui y Heberto Padilla, por sus ataques desde Lunes de Revolución al grupo Orígenes.
Según Bianchi, Lezama, obsesionado por el temor de que pudieran faltarle la comida y los medicamentos para el asma, exageraba en cuanto a vicisitudes y carencias. Como frecuentemente pegaba la gorra en casa de Lezama, dice tener constancia de que la mesa del escritor, atendida con desvelo por su esposa María Luisa, “nunca tuvo menos de cinco platos”. Si no es que contó los platos de todos los comensales, probablemente, demasiado ocupado en las lecciones del Maestro, Bianchi no reparó en los trajines, colas y cambalaches a los que tendría que recurrir María Luisa para lograr sus prodigios culinarios.
Las autoridades, de manera continua e invariable, negaron el permiso a Lezama para viajar al exterior. Pero Bianchi dice no estar seguro de eso. Según él, Lezama era víctima de sus manías y majaderías, y si no viajó y se condenó a la condición de “peregrino inmóvil para siempre” en su sillón fue porque le tenía miedo a los aviones.
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