Cuba: ¿Palos por apolítico y palos por político?

MIAMI, Estados Unidos. – La Cuba posterior a 1959 tiene una historia extremadamente monótona. Todo se reduce a las maniobras de permanencia en el poder de los jefes del Movimiento 26 de Julio y de aquellos que se ganaron sus favores. De tal suerte, la historia y función principal de las instituciones (culturales, educativas, bancarias, financieras, etc.) y de las organizaciones (gubernamentales y no gubernamentales), así como de la sociedad toda ha sido la defensa de la Revolución. Obviamente, ellos son la Revolución y también son el Estado.
En los primeros años del triunfo castrista, en Cuba se podía apreciar una maratón de lealtad en la que todo el mundo se decía ser revolucionario. En este ambiente de fanatismo generalizado se fue propagando el marxismo. Ya no bastaba con ser revolucionario, también había que ser marxista. En 1961, Fidel Castro declaró públicamente el carácter socialista de la Revolución que encabezaba. A partir de ahí quedó certificado el camino del socialismo marxista o comunismo. La evolución de revolucionarios a comunistas estuvo acompañada de la politización pura y dura del ciudadano. Todos debían ser políticamente activos y por política se entendía la ideología revolucionaria: el marxismo.
Lógicamente, la cacería de brujas dirigida contra los “apolíticos” no se hizo esperar. Quien era apolítico, quien no mostraba interés por la política, el apático ―también así llamado―, no se consideraba comprometido con la Revolución, era en la práctica un no revolucionario. Gente así terminó por labrarse un destino fatal. La mayoría del pueblo y de la intelectualidad, en cambio, se comprometió, se enredó y colaboró de una manera u otra con la política revolucionaria. Recuerdo haberme ganado el San Benito de “El teórico” en la Universidad de La Habana. Era la nueva manera que tenían de estigmatizar a los políticamente incorrectos, herederos de la apatía política de antaño.
Pasados los años y bajo nuevas circunstancias, se experimentó una pérdida paulatina de interés en la política que alcanzó incluso a muchos militantes de fila del PCC. Fue entonces cuando el régimen de La Habana decidió virar la tortilla y comenzar a perseguir y hostigar a los políticamente radicales dentro y fuera de la Isla. Si antes por “política” se entendía” la ideología oficial del Estado revolucionario, ahora la palabra se llenaba subrepticiamente de otro sentido. Por “política” comenzó a entenderse la actividad de la derecha anticastrista, particularmente en el exterior. Así de simple, los revolucionarios cambiaron del bando de los politizados al de los apolíticos sin el menor reparo.
Y cabe destacar que en ambas etapas del desarrollo de estas políticas de supervivencia revolucionaria un lugar destacado lo ocupó y todavía ocupa el sector académico-artístico-intelectual, que resumiré con la palabra “intelectuales”. Fueron los intelectuales la vanguardia de la politización de la sociedad cubana y son ellos ahora, una vez más, las puntas de lanza de la despolitización. Ahora el régimen comunista entiende que mejor se vende al mundo a la manera del oxímoron del socialismo democrático, velador de los valores de la izquierda internacional. En correspondencia con ello se presenta inclusivo y abierto al diálogo a los ojos de los incautos.
En esta nueva oleada autoapologética sus intelectuales ―hoy globalizados bajo la sombrilla de la oposición leal― siguen siendo sus mejores fichas. Todo indica que el régimen de La Habana tiene como objetivo priorizado un lavado de imagen y el desmantelamiento de los proyectos de derecha (los verdaderamente anticastristas) que cargan ahora con el estigma tanto de “politizados” como de “politizadores”. Esta es la razón por la cual parece una insultante incongruencia eso de reprimir durante décadas a los apolíticos para terminar abogando por ser apolítico y comenzar a reprimir a los politizadores. En realidad, no hay tal incongruencia. El principio fascista que rige la Revolución y que Fidel enunciara por primera vez justo en presencia de la intelectualidad cubana sigue vigente: “Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada, ningún derecho”.
Lo que ha sucedido y sigue sucediendo es que se ha venido ampliando el concepto “dentro de la Revolución” con el propósito de incluir y diluir hostilidades asimilables. Desde el punto de vista de la intelectualidad apologética sí que cabe hablar de incongruencias y falsedades. Un buen ejemplo, para terminar, sería el caso del opositor leal Yunior García Aguilera. De adolescente fue Testigo de Jehová y, por tanto, apolítico desafecto. Luego se bajó de la religión y tomó el camino del interés por la política cuando apenas la Revolución lo necesitaba. Y todo para terminar siendo opositor leal y dialoguero, enemigo de los politizadores de la derecha anticastrista. En otras palabras, terminó siendo un apolítico afecto. Si se bajó de la religión para oponerse frontalmente al régimen, lo que en realidad hizo fue involucionar como opositor.
En resumen, podemos decir que que tanto el posicionamiento como la narrativa misma de la despolitización (que es la del diálogo) de la oposición leal (de raíz intelectualoide), tanto dentro como fuera de Cuba, son una continuidad del principio rector de la Revolución que, ajustado las circunstancias actuales, ha ampliado el concepto “dentro de la Revolución”, solo que de manera engañosa, como no puede ser de otro modo tratándose de un principio fascista totalitario. Dentro de la Revolución caben ahora los dialogueros y todos aquellos que ―sin ser necesariamente comunistas militantes― aboguen por la colaboración con la dictadura cubana. Ejemplos sobran.
Fidel identificó ―al mejor estilo fascista, nazi y comunista― el Estado con su movimiento (la Revolución). Las nuevas hornadas intelectuales de la oposición leal parecen no entender que un Estado socialista (sea fascista, nazi o comunista) nunca será inclusivo ni abierto al diálogo más que con aquellos que previamente se conviertan a su religión totalitaria o la justifiquen al menos ante sus verdaderos enemigos. Ya lo dijo el Duce: “Todo dentro del Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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