MIAMI, Florida, septiembre, 173.203.82.38 -En días recientes la visita de un ciudadano francés a Cuba tuvo un espacio en la prensa de la Isla. La razón es que el padre de Jean Marie Guillotin era uno de los tripulantes del carguero La Coubre siniestrado en 1960 por una explosión mientras era descargado en el puerto habanero de Tallapiedra. El marino estuvo entre los heridos en el trágico suceso donde perdieron la vida siete de sus compatriotas y más de un centenar de cubanos.
Según manifestó a la prensa cubana Guillotin hijo, su estancia en tierra antillana tenía propósito investigativo, misión en la que se empeña desde hace años en un afán por desenredar ciertas madejas de lo que pareciera ser un hecho comprobado, pero que guarda aspectos oscuros. Precisamente la curiosidad del francés saltó durante una consulta realizada en los archivos de la Compagnie Générale Transatlantique (CGT) al verificar la existencia de un expediente sobre la investigación realizada en 1960 por los dueños del buque. Las conclusiones escritas aparentemente por los juristas de la compañía no estarán disponibles por largo tiempo, de acuerdo a la advertencia “Publicable: 150 años”.
Los cubanos hemos vivido por todas estas décadas acompañados por el eco de aquella explosión, un episodio ligado de manera indisoluble al conflicto con Estados Unidos. En ese contexto no cabe otro argumento explicativo que el atentado terrorista- sabotaje contrarrevolucionario- sin cobertura posible al accidente o al error humano, aspectos descartados desde el primer instante de producirse la catástrofe.
Pero más allá de la imprevisible intervención del factor casual y el error humano capaz de provocar verdaderos desastres, pocos ponen en duda el origen premeditado de aquel suceso. El mismo peso mayoritario ha coincidido al señalar posibles autores y el sitio donde se planificó el acto. Solo en una ocasión escuché de una hipótesis que, sin alejarse del curso de la premeditación, cambiaba totalmente el perfil de los autores y el escenario al que estaba destinado el plan.
El tema surgió en una conversación informal entre amigos comunes, relacionados con el mar, mientras evocaban una época juvenil convulsa, donde todo giraba en la vorágine del acontecer revolucionario. Entonces eran estudiantes o trabajadores del puerto vestidos de milicianos. En los momentos de la rememoración, a mediado de los ochenta, se habían transformado en oficiales mercantes y directivos vinculados con los asuntos navales y portuarios.
El episodio de La Coubre entró a colación en aquella saga de recuerdos imborrables en una etapa que marcó fuertemente sus historias personales. De pronto alguien mencionó la variante del atentado desde una perspectiva muy ajena al entorno político cubano, incluso sin conexión alguna con este. El criterio aceptado sin escándalos en aquel círculo estrecho de colegas, cuya militancia partidista avalaba contra suspicacias revisionistas, colocaba la posibilidad de una explosión planificada por intereses conspirativos que apuntaron hacia una diana equivocada.
Según la conjetura el plan pudo ser elaborado por miembros de organizaciones afines a la lucha por la independencia argelina, quienes actuaron pensando que el cargamento bélico iba dirigido a la guerra que en esos momentos se libraba en el país norafricano, entonces territorio ultramarino francés.
Siguiendo la lógica especulativa, el barco francés matriculado en Girona se dirigió en febrero de 1960 a tomar un cargamento de explosivos y municiones en el puerto belga de Amberes. Los puertos franceses y europeos en general empleaban numerosa mano de obra de inmigrantes, muchos de ellos provenientes de países africanos y árabes, en particular argelinos que laboraban regularmente en la metrópoli.
No es raro entonces que la maniobra de un cargamento de armas embarcadas discretamente en las bodegas de un buque francés pusiera en guardia a los activistas anti coloniales Tampoco era improbable que en el clímax del conflicto armado entre las guerrillas del FLN y las tropas que combatían a las primeras, se concluyera que el destino de aquella carga no podía ser otro que la zona conflictiva. Impedir su llegada a manos enemigas sería lo más acertado. Bastaba con colocar un mecanismo que detonara por contacto al remover el embalaje y la explosión daría cuenta del envío. Lo especulativo del análisis no le quita fuerza de peso a la posibilidad.
Que se hayan producido dos detonaciones, la segunda mucho más fuerte y destructiva, con diferencia de casi cuarenta minutos entre ambas, es un dato que sugiere la reacción en cadena producida por un primer impacto. De la misma manera parece corroborar las aseveraciones sobre la imposibilidad del error dada la pericia de los estibadores, hombres de confianza escogidos por el capitán Carlos Mir, conocido por el sobrenombre de Holguín.
Que se hubieran violado ciertos aspectos disciplinarios, como descargar la mercancía peligrosa con el buque atracado al muelle o el cierto relajamiento discrecional, aspectos señalados por el capitán de La Coubre, y el detalle de viajeros sospechosos que no fueron cuestionados, a pesar de su presencia en el mismo momento del siniestro, caben en un engranaje de inteligencia. Por esos días, mientras en Cuba se desembarcaban estas municiones y armamento regular – destructivos pero nada sofisticados- ya se concretaba en Moscú el envío del verdadero arsenal que daría poder de fuego a las bisoñas Fuerzas Armadas Revolucionarias. El juego desinformativo tuvo la sorpresa de un desenlace con el que tal vez no contaba ninguna de las partes involucradas y que indudablemente supo manejar a su favor el insipiente régimen con vocación totalitaria.
La Coubre sobrevivió al desastre habanero y continuó navegando con el nombre de Bárbara en una compañía chipriota. En el puerto donde resultó herida, quedaron restos de su estructura. La pala del timón, algunas piezas de la maquinaria, una chapa deformada por la onda expansiva y una sección de la propela conforman una instalación monumental conmemorativa, ante la que muchos transeúntes pasan a diario con la indiferencia propia del tiempo y el olvido. Para ellos desentrañar los entresijos de su cotidianidad tiene mayor importancia que escudriñar en un hecho pretérito del acontecer histórico ocurrido hace medio siglo que cada vez se hace más lejano.