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Cómo el castrismo conllevó a la Operación Peter Pan

Operación Peter Pan

LA HABANA, Cuba. – Ha pasado el tiempo y todavía hay quien se pregunta por qué ocurrió aquel éxodo masivo infantil de 1962 conocido como Operación Peter Pan y por el que más de 14 000 niños salieron de Cuba sin sus padres. 

Como era de esperar, el régimen lo calificó como “una acción encubierta del imperialismo yanqui” e, incluso, en días recientes la vocera oficialista cubana Rosa Miriam Elizalde lo llamó “parábola prodigiosa sobre la maldad”.

Sin embargo, no escudriñó en los años iniciales de la Revolución Cubana en los que Fidel Castro decretó la nacionalización de la enseñanza; ni en la partida a la URSS de 1 000 jóvenes cubanos para recibir entrenamiento en las granjas soviéticas.

¿Qué podían sentir los padres cubanos, acostumbrados a escoger la escuela de sus hijos y sus maestros? Aquellos meses fueron muy preocupantes para ellos.

¿Acaso estaban creadas las condiciones sociales necesarias para que el Estado asumiera esa responsabilidad, se abrogara ese derecho sin consultar jamás con el pueblo, sin apelar a un referendo o consulta popular por medio de elecciones generales?

Aquella medida impuesta trajo como consecuencia no solo la Operación Peter Pan, sino el éxodo de cubanos de todas las edades y la huida de cientos de miles de familias con sus hijos menores.

No fue una operación hipócrita, como dice Elizalde. Los miles de padres que dieron lugar a aquel éxodo infantil, lo hicieron en representación del pueblo, que no tuvo más remedio que doblar la cerviz ante la fuerza militar que controlaba Fidel Castro, quien comenzó a dominar a un pequeño país compuesto por seis millones de habitantes, cansados de malos gobiernos y esperanzados en una vida mejor.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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El exilio cubano contra la histeria “revolucionaria”

Operación Peter Pan, Cuba, Estados Unidos, Exilio

LA HABANA, Cuba. — Es muy triste Mi último día en La Habana, un trabajo de mi muy admirada amiga escritora Ileana Fuentes que apareció recientemente en CubaNet. En ese fragmento de su libro, aun inédito, Retrato de Wendy: memorias, Ileana rememora, de un modo dolorosamente acucioso, el día que se fue de Cuba en 1961, cuando apenas tenía trece años.

Ella y otros varios miles de niños cubanos fueron enviados a los Estados Unidos por sus padres durante la llamada Operación Peter Pan (entre 1961 y 1962) para librarlos del comunismo. Los enviaron solos esperando poder reunirse con ellos en un futuro que no sabían cuanto podía demorar.

No hay dudas de que las historias de los niños de la Operación Peter Pan son de las más desgarradoras  del muy largo y doloroso exilio cubano. Pero en mayor o menor medida, todos los que se han ido de Cuba, impelidos por la tiranía,  en busca de libertad y bienestar, tienen historias tristes que contar. Ya lo dijo el poeta Raúl Rivero: “Irse es un desastre”.

El dolor de separarse de su tierra y de su gente siempre ha sido agravado  por el modo  en que son tratados por los funcionarios de Inmigración y Extranjería y la Aduana. Se comportan como carceleros  que te abren con roña la puerta de la celda el día que terminas de cumplir tu condena.

Ileana Fuentes aún recuerda con pesar el interrogatorio a que fue sometida en el aeropuerto por una miliciana zafia que, lejos de apiadarse de una niña, la presionó, la humilló y, no conforme con eso, le quitó, pese a sus súplicas, los libros de piano que llevaba en la maleta.

Es como si esos funcionarios del régimen que cuidan las puertas del reino castrista disfutaran machucándote tus sentimientos, sometiéndote a un castigo adicional al despojarte de tus recuerdos, que pueden ser prendas, fotos, libros, cartas, etc.

A un muy querido amigo mío, cuando se fue de Cuba en 1990,  en el aeropuerto le quitaron un poster que yo había descolgado de una pared de mi sala para regalárselo el día que nos despedimos. Se trataba del cartel que hizo el Consejo Nacional de Cultura para anunciar los conciertos de Joan Manuel Serrat, la primera vez que el cantautor español visitó Cuba, en mayo de 1973. Parece que a los aduaneros les parecieron desafiantes y peligrosos los versos de Antonio Machado escritos en letras amarillas sobre fondo negro: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.

Durante décadas, y hasta la modificación de las leyes migratorias en el año 2013,  cuando uno se iba del país se lo quitaban todo. Solo te dejaban llevar unas pocas libras de pertenencias personales. Y repito,  con cualquier pretexto o sin explicación alguna, te despojaban de lo que pudiera tener un valor sentimental.

El Estado se quedaba con tu casa. Si era propia, tenías que volverla a pagar. También se quedaban con todo lo que hubiese dentro de la casa. Después de hacer el inventario, todo pasaba a ser propiedad del Estado. Antes de sellar la casa, volvían a revisar lo inventariado. Si faltaba algo, no te dejaban salir del país.

En los primeros años del régimen castrista, cuando la mayoría de los que se iban eran personas adineradas, el Estado se apropió de mansiones que contenían objetos valiosos, joyas y obras de arte. Todo era confiscado por el llamado Departamento de Recuperación de Bienes Malversados. Pero, a medida que pasó el tiempo y el país se fue empobreciendo, cada vez fue más magro el botín obtenido a costa de los que se iban. En muchos casos covachas a punto de derrumbarse, muebles desvencijados, colchones agujereados, ollas abolladas y tiznadas, lavadoras, radios y televisores rusos averiados.

Los que se iban, para poder dejar a familiares o amigos alguna de sus pertenencias, o para venderlas antes de que hicieran el inventario, tenían que sacar subrepticiamente las cosas de la casa en la oscuridad de la noche y con la complicidad de los vecinos, eludiendo la vigilancia de los chivatos de los CDR. Lo que sacaban lo sustituían por tarecos y cacharros inservibles.

Luego que sellaban la casa, te quitaban, además de los carnets de identidad, la libreta de abastecimiento. Así que usted y su familia, durante los días que le faltaban para irse de Cuba, se quedaban en la calle y sin comida, a merced de quien quisiera ayudarlos.

Todo eso lo hacían con los que se iban de manera legal. Los que se fueron por Mariel, en 1980, lo hicieron solo con la ropa que llevaban puesta tras haber sido vejados y apedreados por las turbas que azuzó el régimen contra ellos. En ocasiones, la ignominia llegó a alcanzar una ridiculez inaudita. Y todavía los castristas se quejan de lo “resentidos” que son algunos exiliados.

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Mi último día en La Habana

Peter pan niños cubanos mamá

Dedicado a los 14,048 niños y niñas que salieron de Cuba entre 1960 y 1962 por la Operación Pedro Pan

Nota: Este texto narra mi experiencia personal del día en que salí de Cuba hace 60 años. No constituye un trabajo periodístico. Cada cubano y cada cubana que partió al exilio vivió una experiencia similar, o peor. Son historias que deben ser contadas porque constituyen la historia privada y no-oficial –pero no por eso menos oficial ni menos pública- de todo un pueblo.

MIAMI, Estados Unidos.- El telegrama llegó hace unos días. La suerte estaba echada. Carlitos y yo saldríamos de Cuba hoy, 20 de octubre. Año 1961. Toda la familia se dio cita en casa por la mañana. Todos intuían que se iniciaba el fragmentado viaje hacia la libertad, y que de pronto éramos como un organismo que se iría desmembrando poco a poco. Los muertos quedarían aquí, en el Cementerio de Colón; los vivos huiríamos despavoridos.

Tía Carmita y Juana empezaron a acicalar a Carlitos. Tía había mandado a hacer un trajecito de lana a la medida. Pobre niño de apenas 6 años, con el calor que hace aquí, y en un día como hoy, de por sí incierto y preocupante. Mamá y madrina me ayudaron a vestir. “Aquí tienes. Ponte esto”, dijo madrina. ¿Y qué es “esto”?  No puedo creerlo: un ajustador copa B que mi cuerpo no necesita. A mis trece años yo no tengo con qué llenar una copa B, ni B, ni A, ni de ningún tamaño. Pero aquí está, su ajustador de algodón blanco con alforcitas y encajitos, lavado, hervido, almidonado y planchado, listo para yo heredarlo precisamente hoy. Los encajitos almidonados pican, como la lana.

— “Ya eres una señorita. Tienes que usar un ajustador… No puedes salir así, con las masas sueltas”, insistió mamá. “Ya no eres una niña. Tienes que ponerte esto también”.

Otro “esto”. Mamá se refería a una faja de goma, “para mantener tus curvas controladas”. Como si el trauma de este día no fuese suficiente, el separarme de mi familia, de mis amigas, de abandonar mi hogar, mi barrio… o el terror de viajar sola rumbo a otro país no bastaran… Como si el hecho de no poder negarme a una adultez prematura no fuera suficiente intimidación, había que añadirle estos amarres más aptos para vacas y yeguas que para “señoritas”. “Si pudiera llamar a María Julia o a Martica para ir a montar bicicleta”, pensé.  En este día soleado de octubre, esta Wendy entre miles de otras Wendys huiría de Cuba para refugiarse en el país de Nunca-Jamás vistiendo una faja de goma, unas ridículas medias de nylon, un ajustador que me quedaba grande y me picaba, ¡y ropa de invierno: falda de pana y pullover de angora! ¡La temperatura en La Habana –y en Miami– está en 27 grados centígrados!

Mientras esperábamos a que llegara el resto de la familia sonó el teléfono. Lo contesté yo. Era Martica, mi compañera ciclista. Mamá estaba muy cerca, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre los labios con seriedad de militar, me dijo, sin emitir el más mínimo sonido: “Ni una palabra”. Rechacé la invitación de Martica: para mí no habría bicicleta hoy. “Lo siento, Martica, no puedo ir a montar bicicleta. Tengo que salir con mi mamá”.

Hubiera querido decirle que había otra salida programada, “la salida más drástica de mi vida, Martica, lejos de aquí, de ti, de Mari y Lalita, lejos de Joe, de Hiriam y Olguita, lejos de Maribel y Yoly, de Jesusito y Chemi, de la vieja revolucionaria Inés y su maldito comité de defensa, lejos de la quincalla y el puesto de fritas de la esquina, lejos de Aldito y su cotorra malhablada, y del pobre enajenado Elías, y de todo lo que me es familiar, Martica… Tu “salida” llegará también, un día de estos. ¿Cuándo te volveré a ver, mi amiguita querida?

A eso de las 11, todos habían llegado: mi padrino Antonio, tía Teresa, y mi prima Carmencita; tío Pepe y madrina Celia; tía Carmita y tío Carlos, su hermano Pancho y su hermana Flora con su esposo Joaquín; Fina, la queridísima prima de mi mamá y su esposo Andrés; los entrañables amigos de mis padres, María Cuervo y David Abascal; mi adorada Juana, mamá, papá, Carlitos y yo. Nos tomamos una última foto: sentados en el sofá de mimbre en la terraza, Carlitos, Carmencita y yo, con nuestra prima recién nacida, Carmen María, en mis brazos.

—“Sonrían…”

Cuatro carros esperaban abajo frente a la casa para llevarnos al aeropuerto. Esta no sería una despedida alegre como las anteriores, sería más bien como un cortejo fúnebre por la Avenida Carlos III hasta la carretera de Rancho Boyeros, que nos llevaría directo al Aeropuerto Internacional José Martí. Abuela Carmen había fallecido dos meses antes. Todos, excepto Carlitos y yo, vestían de negro.

Había muchas familias con niños esperando su turno para entrar en la pecera. Si mis padres me hubieran dado más detalles en vez de mantenerlo todo en secreto, yo hubiera sabido de antemano que muchos de los pasajeros serían adolescentes que viajaban sin sus padres, como yo. En los años cincuenta, los familiares y amigos del viajante tenían libre acceso a las puertas de embarque. La espera para abordar se hacía acompañado, y era muy placentera. Desde la terraza exterior la gente despedía los vuelos y podía ver a su ser querido subir las escalerillas del avión.

Pero las cosas han cambiado. Estos viajes no son de vacaciones, son viajes de índole política, viajes de desafectos, de “sálvese el que pueda”, viajes para poner a los menores a salvo del comunismo. En las salas de espera de las puertas de embarque, que son herméticas, de cristal, no puede entrar nadie que no vaya a viajar. Es, literalmente, un tanque, una pecera. Carlitos y yo hicimos la cola rodeados de la familia, todos tristes, todos llorando, aferrados a nosotros. Desprenderme del abrazo de mima y pipo y sentir que me empujaban hacia el interior de la pecera fue como si me arrancaran la piel.

Yo llevaba en la mano nuestras dos pequeñas maletas. La cola terminaba ante un mostrador a la entrada de la pecera que continuaba adentro de la misma, donde había que mostrar a los milicianos de aduana los pasaportes, las visas waivers, el expediente de vacunas y el pasaje. Una vez adentro, las maletas las agarró otro miliciano, las abrió, les puso un sello y varios cuños, y las puso sobre unas mesas detrás del mostrador. Al instante, ambas desaparecieron. “¿Tiene algo que declarar?”, preguntó el miliciano. La pregunta me tomó de sorpresa. Mamá había insistido que llevara puestos los areticos de brillantes que me había regalado abuela Carlota, y en mis orejas estaban, escondidos bajo el pelo que las cubría. Nadie puede salir de Cuba con sus prendas. Solo se permiten tres mudas de ropa por persona.

“No, no tengo nada que declarar”, mentí más fresca que una lechuga. La práctica de decir mentiritas en el matriarcado Ramos sirvió de algo. Igual, pasé tremendo susto.

Carlitos y yo encontramos dos asientos. La pecera se iba llenando de gente. Carlitos se estaba poniendo impaciente y majadero, y le dio por llorar.  Busqué con la vista a mi familia del otro lado del cristal en busca de algún consuelo. Pero allí, en la parte exterior de la pecera, todos lloraban. Será una imagen imborrable la de mis padres, mis tíos, todos ellos sufriendo esta separación. Retrato de familia y retrato de mi infancia, pañuelos en mano, con un dolor tremendo en el alma, todos vestidos de negro de pie a cabeza, todos de luto no solo por mi abuela muerta sino por la muerte colectiva esa mañana de octubre.

Empezaron a llamar nombres. Oí el mío a lo lejos. Carlitos seguía lloriqueando. Me levanté para dirigirme al mostrador. El niño empezó a gritar: “No te vayas, Illy, no te vayas”. Una amable señora se hizo cargo de Carlitos con una bolsa de chocolates. Una miliciana me indica que la siga. Me llevó por fuera a la parte trasera del edificio. Se veían claramente los aviones en la pista, con sus escalerillas ya posicionadas. Pasamos varias puertas, hasta que se detuvo ante una, y me hizo entrar. Era una habitación pequeña, con una larga mesa y varias sillas pegadas a la pared. Al sentarme reconocí mi maleta ya abierta sobre la mesa. Detrás de la mesa, otra miliciana. Ambas estaban armadas. La miliciana número 2 me llamó al frente.

— “¿Eres tú Ileana Fuentes Ramos?”

— “Sí.”

— “¿Es esta tu maleta?”

— “Sí.”

— “¿A dónde viajas?”

— “A Nueva York, a visitar a mi tío, que vive allá.”

— “Pero, ¿tu vuelo no es a Miami?”

— “Sí, pero de ahí seguiré para Nueva York.” Con la ayuda de mamá, me había aprendido la respuesta de memoria.

— “¿Quién te espera en Miami?”

— “Las monjas.”

— “¿Qué monjas?”

— “Las monjas de las Dominicas Americanas.”

Fue ahí donde la miliciana empezó a sacar cosas de la maleta. Además de las tres mudas de ropa, los tres juegos de ropa interior, un segundo par de zapatos, el abrigo de invierno, y artículos personales como mi cepillo de dientes y el peine, yo llevaba otras cosas en el equipaje que no estaban en la lista de artículos aprobados. Mamá, la anti comunista, haciendo de las suyas. No había sido suficiente lo de los aretes de brillantes. ¿Y si ahora los descubrían y me cortaban las orejas?

— “¿Qué son estas fotografías?

— “Esa es mi abuela, que murió hace dos meses. Ese es mi papá; esa es Juana, nuestra sirvienta [¡Oh, oh! Metí la pata con esa palabra.]… Esa es mi mamá.”

— “¿Así que ‘nuestra sirvienta’? Tú eres una de esas niñas bitongas de padres burgueses y gusanos que quieren irse del país”.

El susto ya era miedo. Confesar mis pecados al cura, aterrorizada con la amenaza del infierno y la perdición eterna no era nada comparado a esto. Intuía que alguna penitencia recibiría, y no diez “Ave Marías” precisamente. Bajé la cabeza y no dije ni pío.

— “¿Estos zapatos tan lindos, son americanos?”

— “No sé. Mi mama es la que los compra”.

— ¿Y estas batas, son americanas?”

— “Oh, no, esas son cubanas. Mi mamá y mi madrina me los hacen. Compran la tela en la calle Muralla, y a coser. Ellas son muy buenas costureras”.

— “Tu mamá no es costurera. Tu mamá es maestra, ¿no?”

— “Bueno, sí. Ella es maestra de la Escuela No.8 de Guanabacoa, y alfabetizadora. Pero también cose muy bien”.

— “¿Ella viajará a Nueva York también?”

— “No creo. Mi mamá está muy ocupada con la campaña de alfabetización” [Otra respuesta que me aprendí de memoria]”.

— “Así y todo, ella estará pensando en reunirse contigo allá, ¿no crees?”

— “En realidad no lo sé.”

— “¿Y tu papá? ¿Se irá para Nueva York también?”

— “No lo sé, pero él es un viejo amigo de Fidel, de cuando militaban juntos en el Partido Ortodoxo”. [Respuesta memorizada número tres].

Estoy más tranquila. Mamá, en la campaña de alfabetización, y papi un viejo amigo de Fidel. Eso compensa el disparate de “sirvienta” y hará invisibles mis areticos. Ahora no hay quien dude de que solo me voy de vacaciones a Nueva York.

— “¿Y quién más en la familia se va para el Norte?

— “Que yo sepa, nadie”.

— “¿Y estos libros qué hacen aquí? Aquí no puede haber ningún libro”.

— “Esos son mis libros de piano. Mamá quiere que siga practicando mientras estoy en Nueva York”.

— “¿Practicando? ¿Tu tío en Nueva York tiene un piano?”

— “Bueno, eso espero”.

— “Eso esperas…. Estos libros no salen del país: aquí se quedan. Son patrimonio nacional. La revolución se los dará a niños pobres revolucionarios que los necesiten”.

— “No, no, por favor. Esos son mis libros de piano. ¿No podrían entregárselos a mi mama? Estoy segura de que las niñas pobres de Guanabacoa le sacarán provecho”.

— “¡Cállate la boca! Tu mamá también se irá del país, y tu papá, y los padres de tu primito. Todos los gusanos burgueses se irán del país, y mejor, porque no queremos escoria como ustedes en la nueva Cuba”.

“Llévate a esta chiquilla para la sala de espera…” le dijo a la miliciana número 1, que en todo este tiempo no había abierto la boca. El interrogatorio me había parecido una eternidad, pero solo tomó una media hora.  La número 1 me escoltó hasta la pecera. Ya todos estaban en fila, listos para salir hacia el avión y abordar el vuelo de PanAm que nos llevaría a Estados Unidos. La amable señora no había soltado a Carlitos, y a ella me acerqué. El niño seguía inquieto.

— “¿A dónde vamos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué mami y papi están allá afuera?” Pobre Carlitos, todo le picaba por culpa del trajecito de lana. Traté de calmarlo.

— “Tú y yo nos vamos de vacaciones, mi amor… Ellos vendrán después”, le susurré al oído. La amable señora le dio más chocolates. ¡Benditos chocolates! ¡Bendita la amable señora! Lo tomé de la mano y, a unos pasos de la puerta de salida, miré de nuevo hacia los cristales de la pecera.  Mi gente, la supuesta escoria, tenía pánico en sus rostros. Les dije adiós con la mano y les tiré besos. Pánico es lo que sentía yo por dentro, de solo pensar que quizás nunca más los volvería a ver.

De Retrato de Wendy: Memorias. © Ileana Fuentes. De próxima publicación.

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Museo de la Diáspora Cubana conmemora 60 años de la Operación Pedro Pan

“La Maleta Project”, del artista cubano MANO, una de las obras que se exponen en el Museo Americano de la Diáspora Cubana (Foto: David Santiago/El Nuevo Herald)

MIAMI, Estados Unidos. – Tras meses de cierre por la pandemia de coronavirus, el Museo Americano de la Diáspora Cubana, de Miami, reabrió sus puertas este miércoles con la exposición “Operación Pedro Pan: 60 aniversario del éxodo de los niños cubanos”, dedicada a los más de 14 000 niños que fueron enviados sin sus padres desde la Isla a Estados Unidos, entre 1960 y 1962, para escapar del régimen recién instaurado por Fidel Castro.

“Esta exhibición es de gran interés porque hay más de 100 000 cubanoamericanos de familia directa de estos niños y esa historia es parte de nuestra memoria colectiva”, declaró a la agencia de noticias EFE Marcell Felipe, presidente ejecutivo del Museo, un día antes de la inauguración.

La exposición reúne objetos personales y documentos de viaje de algunos de los 14 048 que formaron parte de la Operación Pedro Pan (o Peter Pan, como también se le conoce). En las vitrinas del Museo se pueden ver visas, certificados de vacunas, billetes de avión e incluso los trámites de cancelación de la cartilla de racionamiento, que aún se usa en Cuba.

Además, la muestra incluye la sección “Las paredes hablan”, que recoge 113 citas de “Pedro Panes” ―escritas en 280 metros cuadrados― sobre su experiencia.

De acuerdo con EFE, la mayoría de las frases son inéditas y provienen de un taller que la actual directora del Museo, Carmen Valdivia, realizó con los hombres y mujeres que cruzaron el Estrecho de la Florida como parte de la Operación Pedro Pan.

“Estábamos muy tristes de dejar a nuestros padres, nuestro país, nuestros amigos y familias; nunca volví a ver a mis abuelos, pero, como escapamos del comunismo en Cuba, soy libre, mis hijos son libres y mis nietos son libres”, contó Valdivia en un comunicado.

Por su parte, Felipe destacó que más allá del tema “existencial” de la exposición, “hay también una historia de éxito, pues la inmensa mayoría de estos niños triunfaron en los Estados Unidos, e incluyen senadores, alcaldes y grandes empresarios como el propio padre de Jeff Bezos (fundador de Amazon)”.

De hecho, entre los “Pedro Panes” más conocidos se cuentan el senador Mel Martínez, el exacalde de Miami Tomás Regalado, el cantante Willy Chirino y el comisionado Joe Carollo.

“(La exposición) es un tributo, más que nada a nuestros padres, quienes tuvieron el coraje de mandar a sus tesoros más grandes, sus hijos, sin saber si los iban a ver otra vez, solo para estar seguros que sus hijos estarían libres”, dijo Carrollo al periódico El Nuevo Herald.

La muestra, que debe mantenerse durante un año, también incluye la proyección del documental de 90 minutos “Operación Pedro Pan: El éxodo de los niños cubanos”, con 22 entrevistas en profundidad con niños y sus cuidadores en Estados Unidos.

Finalmente, Felipe también dijo a El Nuevo Herald que espera que la exhibición atraiga tanto a miamenses como a turistas en Miami. “Es de gran interés más allá de la comunidad cubanoamericana porque, por un lado, es una historia humana de sacrificio, familia, separación y pérdida, y por el otro, es una historia de esperanza, cómo incluso frente a malvados, hubo personas como Monseñor (Bryan A.) Walsh que se arriesgaron para salvar a niños inocentes de un sistema de odio y violencia ”, apuntó.

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Operación Peter Pan: Más de 14.000 niños cubanos fueron rescatados de la hecatombe castrista

Operación Peter Pan
Niños cubanos de la Operación Peter Pan arriban a Estados Unidos (Foto: Archivo)

MIAMI, Estados Unidos. – El 26 de diciembre de 1960 ―hace 60 años― comenzó un éxodo político de cubanos menores de edad sin precedentes en el continente americano. Muchos años antes ―entre 1938 y 1940―, se había dado el éxodo de niños y niñas judíos, a quienes sus padres habían querido poner a salvo de las garras asesinas del nazismo alemán.

Aquel éxodo, coordinado desde Londres, salvó la vida a más de 9.000 menores de 17 años, provenientes de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia, que cruzaron por barco hasta Gran Bretaña desde puertos en Bélgica y los Países Bajos. Unos 7.500 eran judíos; los padres de muchos de ellos ya estaban en campos de concentración nazis y morirían durante el holocausto. Aquella operación se llamó informalmente el Kindertransport, o sea, “transporte de niños”. El primer vuelo del Kindertransport aconteció el 2 de diciembre de 1938 y rescató desde Berlín a 200 huérfanos judíos. El último vuelo del Kindertransport aconteció en mayo de 1940.

El éxodo de menores de Cuba salvó a 14.048 niños y niñas de la hecatombe castrista. Yo fui una de esas niñas. Informalmente, el programa se denominó Operación Peter Pan. Esta es, hasta el día de hoy, la operación de rescate de niños y niñas mayor que recoge la historia. Todas las salidas fueron por avión ―por las aerolíneas PanAm, National y KLM― con destino a Estados Unidos, y el primer vuelo salió del Aeropuerto “José Martí”, el 26 de diciembre de 1960. En ese vuelo escaparon apenas dos niños cubanos. 

Luego de varios vuelos semanales durante los 23 meses que duraría, la Operación Peter Pan terminó súbitamente el 22 de octubre de 1962, en el séptimo día de la gravísima Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles, en la que Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética ―el mundo entero, en realidad― se vieron al borde de un conflicto nuclear. Esa conflagración fue el máximo deseo del megalómano Fidel Castro, según documenta la correspondencia entre el propio Castro y Nikita Jruschev, así como las memorias del líder soviético. 

La coordinación del éxodo Peter Pan se dio entre La Habana, Miami y Washington DC. En Cuba, un grupo de valientes educadores y líderes católicos desarrollaron las redes (de padres y maestros) en las escuelas privadas, mayormente. El motor de estas gestiones fue James Baker, director de la Academia Ruston, una escuela estadounidense en La Habana. Colaboraron con él Sergio Giquel, ortodoncista, y su esposa Serafina, quienes mantenían “archivos dentales” de los futuros Peter Pan en su consultorio; Frank Finlay, presidente de la KLM en Cuba, y su esposa Berta, exprofesora de la Ruston; y la británica Penny Powers. 

Polita Grau, Albertina O’Farrill y Ramón Grau (expresidente de Cuba) tomaron la batuta de la Operación más adelante. Polita, Ramón y Albertina fueron acusados por el régimen de ser agentes de la CIA, y condenados a 30 años de cárcel. Polita, por ejemplo, cumplió 14 de esos 30 años. 

En Miami, el alma y el cerebro del éxodo ―y de la relocalización de miles de niños y niñas en orfelinatos católicos a lo largo y ancho de la nación― fue un sacerdote católico ―más adelante, monseñor― que había emigrado de Irlanda: el padre Bryan O. Walsh. Walsh era en aquel momento director ejecutivo del Buró Católico de Bienestar, y conformó con el programa de Bienestar de los Niños lo que fue el Programa de Niños Cubanos. El Buró Católico fue autorizado por el Departamento de Estado a procesar las visas de estudio y notificar a los padres en Cuba que la documentación de sus hijos estaba resuelta y que podían viajar a Miami. A Bryan Walsh, que narra toda esta epopeya en Cuban Refugee Children, ca. 1971, se le debe el éxito de este rescate.

James Baker viajó a Miami por primera vez en preparativos de la operación rescate a mediados de diciembre de 1960, y se entrevistó con Walsh el día 12. En esa reunión pactaron una estrecha colaboración. Se sentaron las bases de donaciones de empresas privadas, como la Esso Standard Oil (estadounidense) y Shell Oil Company (británica). Miembros de la Cámara de Comercio de EE. UU. en La Habana, ahora en Miami, fueron parte de ese esfuerzo recaudatorio, y ayudaron al intercambio de cartas y documentos, a través de valija diplomática.

El 2 de diciembre de 1960, la administración del presidente Dwight Eisenhower asignó fondos especiales (al principio, 1 millón de dólares) para asistencia a los refugiados cubanos y se fundó el Centro de Refugiados Cubanos en Miami, “el Refugio”. De ese fondo salieron los primeros presupuestos para el programa de niños refugiados. El Buró Católico se ocupó de los niños católicos, la mayoría; el Buró de Servicios a la Infancia se encargó de asistir a los niños de fe protestante, y el Servicio Judío de Familias y Niños se ocupó de los niños judíos, que fueron los menos. 

El 15 de diciembre, un grupo de estos empresarios le trajeron al padre Walsh una carta de James Baker con los primeros 125 nombres de niños cubanos listos para salir solos de Cuba una vez sus visas de estudio se recibieran en Cuba. Comenzaba el gran éxodo. Más de 130 agencias de las Caridades Católicas en todo el país se unieron al esfuerzo. Walsh y sus colaboradores establecieron un sistema de espera en el aeropuerto de Miami de los vuelos diarios que llegaban de La Habana. Desde el inicio establecieron una relación colaborativa con los oficiales del Servicio de Inmigración y Naturalización en el aeropuerto para identificar y recibir a los niños que venían solos. Con el condado Dade y con la arquidiócesis de Miami, se habilitaron los refugios en las antiguas barracas de Kendall y el campamento Matecumbe, que fungía de campo de recreo de verano para jóvenes.

Aunque ya el Buró Católico tenía bajo su custodia a unas cuantas docenas de niños cubanos de la comunidad de refugiados, atendidos por varias comunidades de monjas en el downtown de Miami, y en una casona propiedad del industrial Mauricio Ferré (años después alcalde de Miami) puesta a la disposición de Walsh, no fue hasta el 26 de diciembre que los primeros niños arribaron a Miami a través del programa. Los hermanos Sixto y Vivian Aquino llegaron en el segundo vuelo del día en la aerolínea National. Comenzaba oficialmente la Operación Peter Pan.

El 28 llegaron dos más, seis el día 30 y doce el 31. Nunca en su historia el gobierno de Estados Unidos había costeado un programa para niños refugiados. La emisión de visas de estudio para los niños que Jim Baker y su grupo estaban identificando en Cuba se demoraba demasiado. La Operación Peter Pan se vio al borde de la cancelación cuando EE. UU. rompió relaciones con Cuba, y comenzó el cierre de su embajada en La Habana. Durante el mes de enero 1961, y mientras pequeñísimos grupos de niños llegaban a Miami, se montó un operativo de salidas a través de Kingston, Jamaica, con la aerolínea KLM, en colaboración con la arquidiócesis de Kingston y la aprobación del gobierno británico. 

Es en estos momentos que surge la idea de emitir documentos de exención de visa ―en vez de visas de estudio― para los niños cubanos de entre seis y 16 años de edad. Menores de entre 16 y 18 años también recibieron dichas exenciones, con verificación previa de nombres y fechas de nacimiento. El Departamento de Estado y el Departamento de Justicia de EE. UU. colaboraron en aprobar el sistema de exención de visas.

Hubo que resolver, también, la ubicación escolar de los recién llegados. Para ello se reclutó un equipo de educadores cubanos ya exiliados en Miami, que estaba encabezado por James Baker y su esposa Sibyl. Lo integraban también monjas dominicas (de las Dominicas Americanas de Cuba) que se habían exiliado. Se fundó una escuela “cubana” en el Hogar para Niños Cubanos; algunos niños asistirían después a la secundaria Archbishop Curley, y a la primaria de la parroquia Sts. Peter & Paul.

De poquito a poquito, para no levantar muchas sospechas en La Habana, fueron llegando los niños y las niñas cubanas. El campamento Matecumbe y las barracas en Kendall se fueron llenando al tiempo que Walsh desarrollaba una red nacional de parroquias católicas, que pusieron a disposición de Caridades Católicas y el Buró Católico de Miami los orfelinatos para niños y niñas y su red de familias sustitutas ―casi todas estadounidenses― en 35 estados de la Unión: Nuevo México, Nebraska, Delaware, Indiana, Colorado y Florida, entre otros. 

Noventa y cinco agencias de bienestar social gestionaron esta relocalización. De los 14.048 menores de edad que salieron solos de Cuba en esos 23 meses, 6.584 se ubicaron con amistades de la familia o parientes ya establecidos en EE. UU.; 7.464 quedaron bajo la protección del Programa de Niños Cubanos del Buró Católico y demás agencias protestantes y hebreas. Es importante notar que, si bien la mayoría de los menores eran de familias de la clase media, también se rastrearon barrios más pobres al menos en La Habana para identificar las necesidades de esos padres y madres respecto a su prole. Y para desmentir la propaganda, entre los 14.048 menores de edad hubo no solo niños y niñas hispanodescendientes, sino también menores de edad afrodescendientes y de origen asiático.

Más de 14.000 menores de edad en 23 meses: un cálculo de 610,8 niños por mes, o 140 semanales en el transcurso de 100 semanas. Si bien no ocurrió de esa manera matemáticamente perfecta, lo cierto es que ocurrió. Y también para desmentir la propaganda: nadie nos secuestró. Nuestros padres tomaron la desgarradora decisión de enviarnos solos al extranjero, de ponernos a salvo de la hecatombe comunista. No hay manera exacta de agradecer el sacrificio de esa generación. Hicieron historia. Nos hicieron libres. Descansen en paz. 

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Bezos presume de su papá cubano en el Día de los Padres: “nunca miró atrás”

Jeff Bezos

Jeff Bezos
Jeff Bezos y su padre cubano Mike Bezos. Foto Instagram

MIAMI, Estados Unidos.- Este domingo, como parte de las celebraciones del Día de los Padres, Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, utilizó su cuenta en la red social de Instagram para homenajear a su padre cubano.

El fundador de Amazon publicó una foto junto a su padre adoptivo, y escribió el mensaje “Me adoptó cuando yo tenía 4 años y nunca miró atrás. Te amo papá”, junto a la etiqueta #HappyFathersDay.

El magnate estadounidense, dueño también del diario The Washington Post fue adoptado a los 4 años por Miguel “Mike” Bezos, un cubano emigrado a Estados Unidos en 1962, cuando tenía 16 años, como parte de la Operación Pedro Pan, coordinada por el Gobierno de EE.UU., la Iglesia católica y los cubanos en el exilio, en la que 14 000 niños cubanos fueron enviados a EE.UU. entre el 1960 y 1962.

Durante dicho período, miles de padres cubanos, con miedo al adoctrinamiento de Fidel Castro y su revolución socialista, tomaron la decisión de mandar a sus hijos a Estados Unidos.

Los Pedro Pan o Peter Pan, como se les conoce, que no fueron recibidos por familiares y amigos, estuvieron refugiados en campamentos por todo el estado de la Florida, en espera de una reunificación familiar, que en algunos casos tardó años.

En varias ocasiones Jeff Bezos ha honrado la figura de su padre, quien llegó al país sin hablar inglés, recordó en una ocasión. Recientemente en la inauguración del nuevo Museo de la Estatua de la Libertad en Nueva York, Jeff Bezos celebró junto a su padre. “En la Estatua de la Libertad, donde mi padre es honrado con una Estrella de la Libertad como parte de la inauguración del nuevo museo. Cuando vino de Cuba a los 16 años, no solo estaba solo, sino que solo hablaba español. Su valor, determinación y optimismo son inspiradores”, escribió el magnate en la red social Twitter en ese entonces.

Mike Bezos, quien nació en Santiago de Cuba, estudió, ya en Estados Unidos, Ingeniería y lleva hoy día la Fundación Familia Bezos, defensora de la enseñanza pública.

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Cortometraje en Nueva York recuerda a los niños “Peter Pan” que dejaron Cuba

niños Peter Pan

niños Peter Pan
Niños de operación Peter Pan. Foto internet

NUEVA YORK, Estados Unidos.- La historia de los niños que salieron de Cuba hacia Estados Unidos en 1960, en la conocida como Operación Peter Pan, llega este viernes al Festival de Cine Latino de Nueva York HBO con el corto “Esta es tu Cuba”, seis décadas después de ese suceso que marcó la vida de muchas familias separadas.

La película, dirigida por Brian Robau como un proyecto para la universidad donde estudiaba, se presenta hoy en esa ciudad estadounidense después de haber participado en festivales y haber ganado varios reconocimientos.

Entre ellos, en 2018 se llevó la medalla de bronce en la categoría de Narrativa de los Premios Óscar de los Estudiantes, que cada año desde 1972 otorga la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de EE.UU. para impulsar el talento emergente.

“Esta historia nunca se había contado de esta manera, desde el punto de vista de un niño. La historia tiene mucho corazón, inspirada en su padre, que fue un Peter Pan. Yo también tengo familia que fue Peter Pan”, dijo a Efe Maylen Calienes, productora ejecutiva del cortometraje.

“Esta es tu Cuba”, filmada en 2017 en Puerto Rico, que sirvió como escenario para la Cuba de 1960, cuenta ese momento de la historia a través de la mirada de un niño, Antón, de diez años que experimenta las transformaciones que vive el país a inicios de la revolución cubana.

La madre de Antón, al que da vida Mauricio Alemañy, decide enviarle a Miami (Florida), como parte del Operativo Peter Pan, después de que su padre fuera arrestado por expresarse en contra de la revolución.

La historia está inspirada en lo que vivió el padre de Robau, uno de los 14000 niños enviados a EE.UU. entre el 1960 y 1962 en la Operación Peter Pan, coordinada por el Gobierno de EE.UU., la Iglesia católica y los cubanos en el exilio.

El filme “pretende explorar los efectos y consecuencias que una revolución tiene en la mente de un niño y en la percepción del mundo” según la producción.

Calienes indicó que este cortometraje fue presentado en 2018 por Robau y su compañero de clases, John Sayage, que fue productor, en la Universidad Chapman en Los Ángeles (California) como proyecto de graduación de maestría, y que después le valió el Premio de la Academia.

Robau contó la historia de su progenitor a un compañero de clases, Daniel Klein, quien firma el guion y contactó a Calienes, que ya lleva varios años en la industria del cine, para que fuera la productora ejecutiva.

“Desde el primer momento que hemos mostrado la película en los festivales de cine hemos estado hablando también sobre el tema de la separación de familias que está pasando hoy en día (bajo la Administración del presidente Donald Trump)”, expresó Calienes, subrayando que “la historia se sigue repitiendo y no tiene que ser solo en nuestros países, pero en este país también”.

Se refirió así a los niños que han llegado solos desde diversos países latinos huyendo a la violencia y pobreza, pero también a los que son separados de sus padres al llegar a la frontera de EE.UU. y México.

“El director y yo hemos participado también en eventos para ayudar a la causa (de los inmigrantes) porque sentimos una responsabilidad, desde que hacíamos la película, de que todavía se repite la historia en EE.UU. y de hablar del tema para ayudar como podamos a los niños que han sido separados”, argumentó.

La productora indicó además a EFE que tras este festival la película irá al proceso de distribución en EE.UU.

EFE

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Alemania indemniza… ¿cuándo lo hará Cuba?

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Niña alemana llora en el “Kindertransport” (perfil.com)

LA HABANA, Cuba. – He visto la foto de una niña solitaria que llora tras el cristal de la ventanilla de un tren, y nada es más aterrador que mirar a un niño cuando llora; nada conmueve más que las lágrimas de un chiquillo, y peor resultará si reconocemos el porqué del llanto, la razón de tanta tristeza. Sin dudas la niña de la foto está mirando a alguien que ha quedado en el andén, y ese alguien podría ser su madre, quizá el padre. Sin dudas ella no consigue entender por qué hará el viaje sin que los suyos la acompañen, ningún niño admite alguna “razón” que lo separe de sus padres.

La imagen de esa niña que llora desde la ventanilla ilustra lo que cuenta un artículo que da fe de la decisión del gobierno alemán de compensar económicamente a aquellos que siendo tan chicos fueron separados de sus padres y enviados a Gran Bretaña en aquel tren o “Kindertransport”, que resultó ser la única manera en que podrían, con seguridad, salvarse de los horrores del nazismo. Y esa imagen, y la noticia nueva, me hacen pensar en un gobierno que subió al poder muchos años después de que el fascismo hitleriano provocara aquel desastre, y también me recuerda algunos sucesos de la historia cubana que ponen a su último gobierno muy cerca de los progenitores del holocausto.

Sin dudas nuestra historia también encontró su “Kindertransport” en esa “Operación Peter Pan” que permitió hacer el viaje en aviones, y hasta la Florida, a cerca de catorce mil niños cubanos que, alejados de sus padres, se establecerían en campamentos floridanos y en orfelinatos del resto del país. Esos niños, como aquellos que fueron víctimas del fascismo alemán, tuvieron que ser separados de sus padres después que estos comprendieran, y con mucha razón, que cuando el comunismo se acomodara en el poder las cosas serían diferentes.

Esos padres no querían que el gobierno decidiera por ellos, no pretendían perder la autoridad sobre sus hijos, como en realidad sucedió. Quienes no se montaron en esos aviones, porque no habíamos nacido o porque los padres  creyeron en aquella “revolución tan verde como las palmas”, reconocimos luego que esas escuelas en el campo a donde fuimos enviados para “estudiar” y convertirnos en hombres fuertes y entrenados en el muy duro oficio del campo, eran verdaderos campos de concentración.

Y Alemania ahora decide, con un gobierno democrático y sin relación alguna con los nazis, hacer justicia y reparar, al menos en algo, los horrores de Hitler y el fascismo. Y esa misma Alemania también resolvió, hace poco más de un año, reparar los horrores que se cometieron contra los homosexuales, no solo en tiempos de Hitler. En marzo del año pasado escribí en CubaNet sobre el entusiasmo de Heinz Scmitz, un anciano de 73 años, al enterarse de que el gobierno alemán resarciría con tres mil euros los meses que pasó en prisión, sin que hubiera cumplido los dieciocho años, por tener sexo con otro hombre.

Y en Cuba jamás se pidió perdón por los horrores cometidos contra los homosexuales; ninguno de los hombres encerrados en las UMAP fue indemnizado hasta hoy, a ninguno de ellos se les ofreció un sencillo perdón, como tampoco se arrepintieron por expulsar de la isla a cientos de sacerdotes católicos o por impedir que muchos religiosos llegaran a las aulas universitarias. Hasta no hoy no pidieron perdón, y muchos menos indemnizaron a los hijos que perdieron a sus padres en ajenas guerras africanas.

Cuba no ofreció disculpas a los familiares de los hombres que puso frente a las mirillas de los rifles comunistas después de injustos y apresurados juicios en la Cabaña, pero sí gastó mucho dinero levantado un mausoleo al Che Guevara, responsable de aquellas matanzas,  en Santa Clara. Jamás reconoció este gobierno el error que cometió al encerrar a quienes se contagiaron con el virus del Sida, y lo peor es que se apoyó en el desánimo para gobernarnos, fundó sus fuerzas en nuestras tristezas, sabiendo que esas congojas nos advierten de todo cuanto nos puede dañar. La tristeza es nuestra gran debilidad, la gran fuerza de quien nos abusa, la que hace que nos sintamos como esa niña, en un tren, mirando el mundo a través de la ventanilla de un tren que se pondrá en marcha de inmediato, alejándonos de todo los deseos, de las mejores añoranzas.




La Operación Peter Pan estaba en lo cierto

La Operación Peter Pan separó de sus padres al menos temporalmente a más de 14 000 niños cubanos (wikimedia.commons.org)
La Operación Peter Pan separó de sus padres al menos temporalmente a más de 14 000 niños cubanos (wikimedia.commons.org)

LA HABANA, Cuba.- A partir del 26 de diciembre de 1960 y el 23 de octubre de 1962, fecha en la que terminó, se llevó a cabo la Operación Peter Pan, célebre todavía porque, gracias a ella, más de catorce mil niños cubanos fueron enviados a Estados Unidos, hijos de padres que no querían que sus niños fueran educados en escuelas bajo métodos comunistas.

Hoy, cuatro de aquellos niños, famosos en Estados Unidos, son los destacados políticos Mel Martínez y Tomás Regalado, y los músicos Willy Chirino y Lissette Alvarez Chorens.

En esa tarea, casi clandestina, participaron sobre todo cubanos de la isla y del exilio de Miami que, como opositores al gobierno de facto de Fidel Castro, trataron de establecer una brecha para la lucha por la democracia, que recién comenzaba a desaparecer en Cuba.

Una de aquellas personas fueron Polita y Ramón Grau, sobrinos del expresidente de la República, quienes cumplieron largos años de cárcel en La Habana, Beatriz Pérez, Hilda Feo, Alicia Thomas, los sacerdotes Raúl Marínez, Bryan Walsh y muchos otros.

El 1ro de mayo de 1961, Fidel Castro se apropió de todas las escuelas del país, fueran religiosas o no.

Ha transcurrido más de medio siglo de aquella fecha y se pudiera decir que la educación socialista no ha tenido el resultado que el gobierno esperaba: Tanto los niños como los jóvenes no se liberaron jamás de su amor por ese país tan cercano, llamado Estados Unidos, donde viven padres, abuelos, tíos, hermanos y amigos.

Estados Unidos de América, hoy más que ayer, está en el corazón de cada niño cubano y por mucho que el régimen los obligue de forma cruel en los matutinos escolares a repetir como loros a gritos: “¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!”, cuando se convierten en adolescentes y descubren que el Che se acobardó ante la muerte y dijo que él valía más vivo que muerto, se enfrentan a los tiburones por tal de llegar a la libertad y luchar por la prosperidad que no ven en su país.

Si la educación socialista o comunista, o castrista hoy —como quieran llamarle— ha sido un fracaso, no lo digo yo. Lo dicen Fidel y Raúl Castro, cuando se refieren a la pérdida de valores de nuestra sociedad, a la indisciplina laboral, al robo, a la corrupción, todo esto consecuencia de los errores que ellos y el resto de sus camarillas han cometido durante más de medio siglo, según sus propias palabras.

Clase del colegio de monjas donde estudió la autora de este artículo. Tania Díaz es la que está marcada con un círculo (Foto: Cortesía)
Clase del colegio de monjas de Camajuaní donde estudió la autora de este artículo. Tania Díaz es la que está marcada con un círculo (Foto: Cortesía)

Si la educación escolar obliga a nuestros hijos a adaptarse, a ser mal utilizables, si estamos ante una educación en la que no podemos discrepar, criticar, proponer, víctimas de una sola ideología, quiere decir que la educación socialista fracasó, como no fracasó aquella otra, la de ayer, que formó jóvenes que no tenían como meta de futuro marcharse del país.

Quiere decir que los textos antiimperialistas escolares de nada han valido; o han tenido un resultado contrario, porque todo lo que se prohíbe, sobre todo si gusta, llama más la atención.

Hoy, las instalaciones escolares dejan mucho que desear, continúan abandonando las aulas los mejores maestros y nuestros niños son un dechado de vulgaridad, cuando se ven por las calles en sus uniformes.

Nunca podré olvidar a un niño de doce años que vive en mi cuadra, que un día me preguntó por qué al Che no le gustaba tomar leche en el desayuno. Sorprendida le respondí: ¿Por qué me preguntas eso? Y me respondió: “Porque nosotros tenemos que ser como él, por eso no tomamos leche”.

Ahora, díganme, ¿estuvo en lo cierto o no la Operación Peter Pan?




Los “Pedro Panes” se reúnen con sus memorias en Miami

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(foto de archivo)

Miami (EFE).- Un grupo de personas, algunas ya con el cabello blanco y el bastón en la mano, se arremolinan frente a una foto en blanco y negro y señalan unas caras aniñadas en las que, 50 años después, se reconocen: son los rostros de la “Operación Pedro Pan”.

El éxodo infantil que entre 1960 y 1962 desplazó a 14.000 niños cubanos a Estados Unidos, donde sus padres deseaban para ellos un futuro mejor lejos del comunismo, se exhibe a partir de este viernes en el museo HistoryMiami.

Son las memorias de aquellos jóvenes de 6 a 18 años que un día dijeron adiós a sus padres desde lo que llamaron “la pecera”, una zona acristalada del aeropuerto de La Habana que ha sido recreada en este museo de Miami y frente a la que, según explicó en entrevista con Efe el senador de EE.UU. por Florida Melquíades Martínez, “hay que ser fuerte” para contener las emociones que llevan “casi a las lágrimas”.

Martínez, uno de los protagonistas del que se ha considerado el éxodo más grande de niños del siglo pasado en Occidente, visitó esta semana la exhibición, que “toca el alma”, y recordó que en su viaje a Estados Unidos, en 1961 y con 15 años, tenía esperanzas de llevar una “nueva vida” lejos del régimen castrista pero a la vez sentía confusión por estar lejos de sus padres en un “ambiente desconocido”, que tildó de “traumático”.

La mitad de los niños y adolescentes fueron a casas de parientes o amigos en el país, y la otra mitad a hospedajes proporcionados por la Iglesia católica, por ejemplo a los cuatro campamentos del sur de Florida donde pasaron varios años hasta reunirse con sus familias niñas como Carmen Valdivia, presidenta del comité histórico de la organización Operation Pedro Pan, que ha recolectado durante tres años artículos y objetos de los protagonistas de aquel viaje.

A pesar de las dificultades a las que se enfrentaron los niños, a la nostalgia del hogar y la incertidumbre sobre su futuro, Valdivia, hoy arquitecta, sonríe al recordar sus memorias de infancia en el campamento de Florida City y recuerda con cariño los cuidados que les brindaron las religiosas.

“Dejaba atrás cosas muy feas, violencia”, relató a Efe la cubana, quien reconoció que por la noche surgía la preocupación por lo que estaría ocurriendo a sus familias en Cuba.

Las pequeñas camas en las que dormían, un juego de canicas, unas maracas, pijamas, pasaportes y libros son algunos de los objetos que recuperan la memoria de los infantes en el recorrido por la exposición, que se mantendrá abierta hasta el 17 de enero y también incluye piezas audiovisuales donde los participantes del operativo relatan su experiencia.

Asimismo, abre sus páginas al visitante algún que otro diario que conserva, gracias a la fuerza de la tinta, los pensamientos y los autógrafos de las amistades forjadas en aquella época y que aún en la actualidad se siguen reuniendo con frecuencia.

“Perdimos la patria y los padres, pero nos unimos para seguir adelante”, apuntó otro de los protagonistas del éxodo, Melvin Noriega.

Sus padres “tuvieron el coraje” de enviarlos a Estados Unidos para evitarles la “eterna pesadilla que sufren los que allí quedaron” después de que Fidel Castro mandó cerrar las escuelas religiosas y enviar a los curas fuera del país, relató.

Y aunque por la noche “uno empezaba a llorar y los demás seguían”, pesaron más las oportunidades que les abrió trasladarse a otras ciudades, como Miami, que los malos tragos de la adaptación a su nueva realidad.

En un ensayo que cuelga en una de las paredes, escrito por la cubana Ada Díaz para su escuela, en inglés, donde recuerda su último día en Cuba, la joven asegura comprender por qué sus padres la enviaban lejos del hogar: para protegerla de aquellos “cambios drásticos” que “robaron” a sus padres el dinero que habían ganado.

Según escribió a máquina hace 50 años, el viaje acabaría cuando Cuba fuera “liberada” y, aunque muchos pensaron que se reduciría a unas vacaciones de verano, acabó alargándose una vida.

Eso fue lo que pensó José Azel, profesor senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami, que pasaría allí solo un tiempo cuando llegó a los 13 años huérfano y se alojó en la casa de un familiar.

Azel opinó que la valentía y las ganas de salir adelante de muchos de aquellos niños fueron la semilla de una carrera exitosa en muchos casos, como el del senador Martínez, el alcalde de Miami, Tomás Regalado, y el cantante Willy Chirinos.

Además de la madurez que impone depender de uno mismo, la dispersión de los infantes por 40 estados contribuyó a su adaptación, tanto cultural como lingüística, en Estados Unidos.

No obstante, concluyó Azel, entre los llamados “Pedro Panes” se cuentan por igual los casos de “grandes éxitos profesionales” y de “fracasos personales”, que a veces van agarrados de la mano.