Ministerio de Cultura: un laboratorio clínico

LA HABANA, Cuba.- Siempre que el aparato rector de este país designa a un nuevo ministro los medios de difusión, o de disfunción, lo anuncian a bombo y platillo asegurando que fue entregada la “cartera” a fulano o mengana. Al parecer los ministerios son simplemente carteras, y quizá el nombre viene de la cantidad de papeles que los ministros guardan en ellas. Sin dudas esos funcionarios de alto rango deben tener muy buenas carteras, excelentes portafolios para resguardar sus asuntos, y las resoluciones que tratarán esos asuntos.
Las carteras ministeriales deben ser importantes en todas partes, sobre todo porque mantendrán a buen resguardo los proyectos de solución de los asuntos más significativos de un país; solo que todos coincidiremos en que hay carteras y carteras; pero de eso no entiendo mucho. Lo que quizá me importe un poco más es la cartera misma, los portafolios que sujetan los ministros pero mucho más el manejo que hacen algunos, como Alpidio Alonso, de su cartera ministerial, esa en la que se guarda toda la papelería de la cartera.
Y cada vez que pienso en Alpidio no consigo imaginarlo con una cartera que no sea la de guardar billetes, nunca con una cartera ministerial. Es que hay gente que no está hecha pa’ ser alto funcionario, y uno de ellos es Alpidio. Y pensando en él creo que lo que mejor le asentaría es un jolongo, que sin dudas llenaría de malas intenciones. El jolongo es más propio para el hombre que es Alpidio.
Alpidio es un hombre de toscas maneras que no sabría sostener con gracia ni cartera ni portafolio. Ya lo imaginé muchas veces sujetando, con sus toscas manos, un Burberry de mil ochocientos dólares. Y aclaro que el dinero no es el problema para que él tenga el suyo, el problema es la coherencia entre Alpidio y el Burberry. El problema es la chealdad de Alpidio comparado con la elegancia de un Burberry. Sin dudas él podría tener ese y también otros; un Hermès, un Dunhill o un Valextra, sin importar los miles de dólares o euros a desembolsar pa’ conseguir la recia elegancia de “un cuadro” tan cheo.
Insisto en que lo mejor sería el jolongo, más propicio para guardar ñames, boniatos, plátanos, cualquier vianda. La cartera ministerial trae consigo un montón de asuntos por resolver con mucha pericia y con cierta agilidad, lo que sin duda sí debe ser un problemón para el ingeniero eléctrico que nació en La Dalia, por allá por Yaguajay, y que luego de haber estudiado ciencias le dio por perpetrar algunos “versos”.
Y quizá fue esa cartera que le ofrecieron la que nos salvó de su vocación poética, quise decir de sus acosos poéticos, ¿Pastoriles? ¿Bucólicos? En verdad la única importancia que atribuyo a su gestión es que ha salvado a los curiosos de leerlo con más frecuencia, aunque él insiste, y le publican. Este hombre ya perpetró algunos libros de “peomas” como: “Alucinaciones en el jardín de Ana”, “El árbol en los ojos”, que sin dudas debe ser la razón de su ceguera, “Tardos soles que miro”, y quizá otros que duermen entre el polvo de los anaqueles de muchas librerías y de los que supe sus títulos por Ecured.
Si otra cosa lo señala es también muy perniciosa, quizá la peor desde que llegó a la casa señorial que los comunistas le quitaron a Julio Lobo. Y es que en esa mansión ha tenido que enfrentar algunos problemillas, como aquel 27N de sentada frente al edificio de su gabinete, y las secuelas que aparecieron luego, y que sin dudas tuvo como clímax aquel manotazo que le diera a un joven para arrebatarle luego el celular con el que lo filmaba.
Quizá Alpidio soñó con un gobierno como el de Hart o Prieto, como esos que se desarrollaron con “cierta normalidad”, sobre todo porque esos antecesores suyos tuvieron un poquitín más de ecuanimidad, que no de “lucidez”, o para ser más exactos: se enfrentaron a unos artistas más contemporizadores con el poder totalitario, más dóciles.
Así que el desempeño de Alpidio ha estado lleno de atolladeros de los que solo ha podido salir gracias a la voluntad de sus superiores, dispuestos a salvarle la vida en el cargo. Pero ese “señor” no es inteligente y sus destrezas son escazas. A Alpidio le debemos que por ahí ande suelto un abusador, un violador, a quien tildan de trovador y responde al nombre de Fernando Bécquer, que no es otra cosa que el gran causante de un montón de malas “canciones”, más bien de bodrios, y de un montón de abusos.
Alpidio es, sin dudas, el más impopular de los ministros cubanos y estoy seguro de que hasta le gana la pelea, aunque parezca poco probable, al ministro de ingeniería y minas, y también al del interior, al jefe de la policía, al de la agricultura, y al de la industria alimenticia. Alpidio es el causante de Alpidio y de sus atrocidades. Alpidio actúa según sus instintos, que no son buenos, y por eso se le arman ciertos rollos como ese en el que se viera enredado, junto al ICAIC, cuando Lester Hamlet salió por la puerta ancha y con pasaporte rojo del aeropuerto habanero para aterrizar en un airport de USA.
Lester, el director de “Tú”, se ocupó más bien de él mismo y decidió quedarse en USA portando un pasaporte rojo. Lester, como muchos, quiso abandonar el barco, aun sabiendo que su passport era tan rojo, tan purpurino, como el gobierno comunista que lo emitiera. Lester, como tantos otros, le “hicieron el juego” al poder, a conveniencia, pero le salió el tiro por la culata. Lester dijo Yo en lugar de “Tú”, y se embarcó.
Lester respondió a su instinto de salvación, a ese “pataleo que es tan común en los ahogados y en los ahorcados”. Hamlet quiso establecer una recia concordancia con el orden del mundo, lo que en Cuba no es posible, y la culata le dio en un pómulo, le dio en el arco superciliar izquierdo, y sangró, sangró muchísimo, y la sangre que brotaba se confundió con el vino rojo y con las banderas del socialismo y le dijeron por allá: “Bajando que está nevando”.
Lester, como muchos, pretendió vivir en Cuba, hacer una obra en Cuba, ser reconocido en Cuba, pero eso lleva una larga cuota de fidelidades a los fidelistas, y él devoto las cumplió, y por allá notaron el sanguinolento color de su pasaporte y no lo dejaron llegar a buen fin. Le dijeron no, aunque un poco antes les dijeran a otros que sí. Lester es uno entre los muchos que se propusieron engañar al gobierno del Norte, algunos lo consiguieron, y por allá andan, pero a diferencia de él escaparon con pasaporte ordinario, para no regalar las evidencias.
Y ahora Alpidio tendrá que aceptarlo de vuelta para que no se le “caliente más la cosa”, porque no tiene donde meter a Lester. Alpidio debe dar su asentimiento. Alpidio dejó caer algo de peso sobre cada plato de la balanza y quedó atento por un rato a “la razón del equilibrio”. Y así fue que optó, le sugirieron que optara, por el más conveniente, ese asentimiento del que se dice que es una representación cataléptica. Y de la catalepsia pasará a la epilepsia, porque ya veremos partir, o nos enteraremos cuando lleguen, a muchos artistas de Patria o Muerte, que desangraron a los de Patria y Vida.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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