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Feminización de la pobreza

LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -La pobreza se viste de mujer y desde hace mucho tiempo se comporta como uno de los espejos más violentos de la sociedad. En la Cuba de ahora mismo hay una acentuada feminización de la pobreza, que marca el límite entre mujeres blancas y negras, pero estas últimas continúan ancladas en el sótano de la pirámide social.

Según la doctora Norma Vasallo, especialista en Psicología, de la Universidad de la Habana, no basta con que la mujer cubana haya logrado avances en su desarrollo profesional. La educación superior esta feminizada, están matriculadas generalmente en las ciencias médicas, la pedagogía y las ciencias económicas. Han avanzado su presencia en carreras tradicionalmente masculinas, pero muchas de ellas son conscientes de que la situación económica actual atenta contra su calidad de vida. Hoy las asimetrías soportan más desigualdad.

Aún se desconoce la cifra de mujeres que se suicidaron durante crudo Periodo Especial;  es una estadística que se protege como secreto de Estado. Las mujeres negras en particular han tenido que desarrollar estrategias para enfrentar la crisis. Estas estrategias van desde la producción artesanal de alimentos hasta la venta y el intercambio de productos en el mercado negro.

También incluyen el mercado matrimonial con extranjeros, su inserción en el trabajo por cuenta propia, como “figuras coloniales” en las zonas turísticas, vendedoras de útiles de limpieza, recogedoras de materia prima, así como en el trabajo doméstico, como sirvientas en zonas privilegiadas. He conocido a mujeres auxiliares de limpieza que están calificadas como licenciadas en lengua inglesa o con un máster en ciencias económicas.

La migración también las marca. Muchas de ellas vienen de regiones del oriente cubano en las que la población está muy cerca de la línea extrema de la pobreza, como Guantánamo y Granma. Tienen que enfrentar la deserción escolar de sus hijos por problemas económicos o embarazo adolescente. En la pobreza, ellas asumen la multiplicación de los escasos recursos, distribuyen los alimentos y buscan la medicina, descuidándose a sí misma.

Profesoras, deportistas, militares, inspectoras estatales, custodios, gastronómicas en cafeterías estatales que operan en moneda nacional, artistas, preferentemente bailarinas… son las opciones en las que el medio les tolera la movilidad social, en un contexto en el cual la mujer representa 70 por ciento de la fuerza laboral calificada, y es mayoría en los sectores de la educación y la salud.

Apenas comenzó el segundo parto del trabajo por cuenta propia tuve la esperanza que fuera la oportunidad de empoderamiento de muchas mujeres particularmente negras y mestizas. Pero la realidad demuestra lo contrario. Todos los días camino la ciudad y me es difícil encontrar a una mujer negra como artesana, rentando habitaciones o apartamentos, o dueña de un paladar o cafetería, no las veo.

Sí las veo en los portales de los Almacenes Ultras, la Época, o Fin de Siglo, vendiendo artículos de aseo o de vestir. También las veo en los alrededores de los mercados agropecuarios, vendiendo la inseparable jabita o cartones de huevos, todo por la izquierda, con el riesgo de ser detenidas y multadas por la policía. Las veo ancladas en los asentamientos miserables que se levantan alrededor de la ciudad, tratando de sobrevivir.

Lo más común es verlas ejerciendo el oficio de la prostitución. El cuerpo de las mujeres negras y mestizas continúa siendo un objeto de oferta y demanda, un territorio de conquista, pues aun en la publicidad comercial y turística es la tentadora sexual desenfrenada. Ellas experimentan el mundo desde su cuerpo, espacio en el cual confluyen sus alegrías y tristeza, temores y esperanza. Consideran que a partir de sus cuerpos se inician nuevos espacios donde surge la protección.

Sienten con más fuerza la presión económica, la presión por los estereotipos sociales, con o sin empleo formal, la realidad de convivir con varias generaciones bajo un mismo techo les impone una vida más estresante. También el racismo es una camisa de fuerza en sus vidas y emociones, más que en los propios hombres.

La pobreza extrema marca y altera el ritmo de sus vidas ya que el poder no les ofrece otras alternativas. Mientras tanto, ellas, al igual que otras, resisten e inventan estrategias para resistir el patriarcado, el racismo y el autoritarismo.

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