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Adiós a los kiosqueros

LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Recientemente, el régimen ordenó cerrar todos los kioscos particulares que vendían carne, viandas, vegetales, frijoles, frutas y demás productos agropecuarios en las zonas más céntricas de La Habana.

Aunque no todos han cerrado. Algunos permanecen funcionando y permanecerán mientras exista el soborno. Según comentarios extraoficiales, tampoco cerrarán los que pertenecen a familiares, amigos y protegidos de los burócratas con rango en el gobierno municipal.

En mayo de 2011, estos kioscos, al igual que los vendedores ambulantes (carretilleros), debían tributar al Estado 262 pesos trimestrales por concepto de seguridad social, más un 5% de impuesto mensual sobre la venta.

En julio de 2012, por súbito decreto estatal, los kiosqueros pasaron a un “régimen simplificado”. Les quitaron la categoría de “vendedores en puntos fijo” y los transformaron en “vendedores ambulantes”, es decir de kiosqueros a carretilleros, aunque solo fue en teoría. Luego, sin previa consulta con los interesados, les libraron del 5% de impuesto mensual sobre la venta y les impusieron una tarifa fija de 70 pesos mensuales, manteniéndoles la contribución para la seguridad social. Y un tiempo después, les elevaron la tarifa de 70 a 200 pesos mensuales.

Así se mantuvieron las cosas hasta el lunes 15 de abril, fecha en que las autoridades de las respectivas Direcciones de Trabajo y Seguridad Social municipales pusieron finalmente término a las casetas. De nada valieron las reclamaciones de los kiosqueros y la de sus clientes naturales, los vecinos del barrio. A partir de ahora, los clientes deben lanzarse a la calle, a intentar adivinar dónde y cuándo se parquea la carretilla más cercana.

Se acabó la modalidad de kiosquero, al tiempo que se reducen en gran número los carretilleros y la oferta. Porque, para mayor penuria de los desempleados y de los consumidores, desde hace casi un año tampoco se emiten nuevas licencias para el oficio de carretillero.

Los que asentaron kioscos en sus viviendas, o arrendaron locales estatales para ejercer este oficio de cuentapropistas, perdieron la inversión. Y no serán compensados. Entre tanto, los kiosqueros –incluyendo muchas mujeres- tendrán que empujar sus carretillas, calle arriba y calle abajo, bajo el abrasador sol tropical.

Una carretilla, para que atraiga y satisfaga a los clientes, debe tener la mayor variedad de alimentos frescos,  lo que hace muy pesada la carga, que el carretillero debe empujar continuamente, pues se le prohíbe estacionarse por tiempo prolongado; solo les es permitido detenerse el tiempo justo que dure una venta. Asimismo, se le prohíbe aparcar en calles principales, frente a instituciones públicas.

Tania, una residente en el municipio Diez de Octubre, narra sus últimas experiencias de kiosquera:

“Me engañaron. Meses atrás vinieron unos inspectores de la Dirección de Investigación Superior y le tiraron fotos a mi kiosco. Me aseguraron que iban a admitir sólo los más lindos. Yo pinté y adorné el mío, y ahora me ordenan cerrarlo. Me advirtieron que me daban tres días de plazo para vender la mercancía y cerrar, pero al día siguiente me pusieron una multa de 250 pesos. Son unos mentirosos”.

Luego de visitar la sede del Gobierno municipal de Diez de Octubre y la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), y de ser sometidos al peloteo de rigor, estos reporteros se presentaron en la Dirección de Trabajo y Seguridad Social. Allí vimos a una funcionaria encargada de la atención a los trabajadores por cuenta propia, a la que preguntamos sobre la controvertida medida:

¿Si los campesinos tienen que entregar el 80% de su producción al Estado, y el resto pueden comercializarla con quiénes quieran, ¿por qué no se otorgan licencias para carretilleros?

La funcionaria respondió que la Ley “está bien concebida, pues tiene que existir un tope en el número de carretilleros en las calles”. Luego, remató con una interrogante que rebasa la capacidad de comprensión y el raciocinio de cualquiera: “¿Tú quieres que haya más carretilleros que guaguas?”.

Sin palabras.




Mulos timadores

LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Durante los últimos días, varios vecinos del poblado habanero de Jaimanitas, que tienen familiares en Miami, se han quejado del servicio de mulos (personas  que viajan a Cuba desde esa ciudad de los Estados Unidos trayendo paquetería a domicilio), porque los envíos han sido entregados abiertos y con faltantes.

En la calle 236, una anciana recibió un paquete enviado por su hijo, y estaba violado. El hijo le notificó por teléfono el contenido del paquete, y la anciana comprobó que  faltaba un mantel de hilo, una enguatada para el frío y medicinas.

En la calle 228, una familia residente en La Víbora visitó varias veces Jaimanitas, intentando localizar inútilmente al mulo que les traía un maletín con ropas y zapatos. El individuo estaba en Cuba desde hacía cinco días, y aún no se había reportado con la entrega. Todas las veces que vinieron, encontraron cerrada la vivienda donde pernoctaba. Ofrecieron cinco CUC (moneda cubana equivalente al dólar)  al que les llamara por teléfono para avisarles cuando apareciera el mulo perdido.

En Tercera B, un mulo que visita frecuentemente Cuba, trayendo paquetes, está perseguido por estafar a varios pobladores de Jaimanitas  y  Santa Fe, a los que timó cuando vivía en Cuba.

Pero el más famoso de todos los mulos timadores es Alcides, que no entregó ninguno de sus encargos de su penúltimo viaje y los repartió como un Santa Claus  entre su familia, y además vendió otros, para propiciarse la juerga durante los cinco días que estuvo de visita en Cuba. En el siguiente viaje, la vivienda de su familia fue apedreada sin compasión por los damnificados, con el mulo dentro.

Alcides se refugió en la azotea y, desde un teléfono inalámbrico, llamó a la policía para que corrieran a salvarlo, porque estaba siendo atacado por una turba. Resguardándose de la lluvia de piedras tras un tanque de agua, llamó por segunda vez y preguntó qué clase de país era este donde podían matar a un extranjero a pedradas y nadie intervenía. Le contestaron que resistiera, que en cuanto estuviera disponible algún carro patrullero, lo enviaban a esa dirección.

Finalmente, se acabaron las piedras y los atacantes se marcharon, quedando  rotas varias ventanas y deshecho el jardín. También quedó dañada la reputación de Alcides, así que antes de regresar a Miami, manifestó que si vuelve a traer paquetería a Cuba, deberá quedarse en casa de su tía, en La Lisa, un lugar sumamente aburrido donde nadie lo conoce.




Los mulos

LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Recuerdo que antes, cuando venía alguien de los Estados Unidos de visita al barrio, se distinguía por su esplendor. Pero ahora cualquiera viene de la Yuma. En Jaimanitas hay varios cubanoamericanos que visitan la isla frecuentemente. Algunos rentan autos,  visten bien, pero otros llegan como mulos, con el  pasaje pagado por cargar hasta el aeropuerto cubano los paquetes encomendados. Los gastos de  estancia corren por su cuenta.

Conozco a dos mulos de mi barrio que vienen varias veces al año: el Sansi y Guillermito.  Parecen que todavía  viven en  Cuba. Siempre andan  con  la misma ropa, y cuando se les acaba el dinero  beben el ron que destila Crispín, fuman cigarros Criollos que compran en la cafetería, y  cuando se marchan dejan una estela de deudas para pagar en siguiente viaje.

En  su última visita, a Guillermito se le acabó el dinero el primer día y vendió la cámara de video para subsistir. Estuvo una semana colándose en las fiestas de quince y en las bodas celebradas en  el Círculo Social Obrero Aracelio Iglesias, donde fumaba y bebía  gratis. El día del regreso  no tenía  ni para pagar un  taxi hasta el aeropuerto, y tuvo que subir a la ruta 176 que lo llevó a Santiago de Las Vegas. No pudo llegar a tiempo al vuelo porque el ómnibus se rompió frente al hospital psiquiátrico Mazorra. Vendió el reloj las gafas para abonar el recargo que le puso la aerolínea.

En cambio, el  Sansi, más trabajador que Guillermito, tomó algunas  medidas para  costearse la estancia. Después que se libera de la carga  en el  aeropuerto busca por el pueblo la manera de “inventar  dinero”. En  las fiestas de año nuevo hizo carbón a la orilla del río con su viejo amigo Cutú, y vendieron  los sacos en una noche. El año pasado  su visita coincidió con  la corrida del pargo sanjuanero, y como en los viejos tiempos, salió a pescar con Nilo  en un bote de corcho  y   atraparon  muchos peces con los palangres.

En su último viaje abrió un cafetín en casa de una prima, frente a la playa, vendió  comida rápida  durante la semana  que pasó en Cuba, le sacó cuatro veces lo invertido, le dio a la prima un porciento y se marchó  a los Estados Unidos con más dinero que el que trajo.