Donde se habla de viajes, viajeros y de un médico excepcional

LA HABANA, Cuba.- Para nosotros los cubanos, al menos para los de la isla, es muy lento el tiempo, es tremendamente calmoso el movimiento de los días. Para nosotros, para esa materia que somos, el movimiento es muy parecido al reposo, a la inacción, y esa inmovilidad nos vuelve particularmente quietos, desesperadamente sedentarios, tremendamente paralizados. Ese tiempo, esa entelequia de lo que está en potencia, como diría Platón, no se moviliza fácilmente ni se conmueve, al menos no con frecuencia; no como debiera…
Nuestro movimiento, al menos para la mayoría, y al menos en estos últimos tiempos, va de la inacción a la pereza, a la ataraxia, aunque en los últimos años, y con muy preocupante frecuencia, nuestros movimientos, nuestros andares, irremediablemente conducen, la mayoría de las veces, al exilio, al avión, a la balsa, e incluso al camino jamás explorado, a desandar grandes y peligrosas selvas, a cruzar ríos, a cruzar y cruzar, a caminar sin sosiego.
La mayoría de nuestros movimientos nos conducen al exilio, a un exilio que crece y crece, que duele, y duele mucho, incluso demasiado.
Nuestros movimientos suelen ser una especie de catarsis para conservar lo mejor, para desechar lo peor, para desandar. Nuestros movimientos no son muy cercanos al trabajo, ese que desde hace mucho más de sesenta años no reporta beneficios, y por eso nuestros movimientos están muy centrados en el viaje, y más que en el viaje en la escapada.
Nuestros movimientos comienzan, y transcurren también en la cabeza. Nuestros movimientos desandan la imaginación de una vida lejos de la casa de siempre. Nuestros movimientos comienzan, desde que somos pequeños, en la cabeza y, la mayoría de las veces, terminan en los Estados Unidos, aunque también en España, en cualquier sitio alejado de la isla. Europa está llena de cubanos, y Sudamérica, incluso África, incluso el fondo del mar bravo, incluso esos paisajes de peligrosas guerras europeas.
Y ya escuché muchas veces, con estupor, que cualquier sitio es mejor que Cuba, incluso la estrechez y el hacinamiento de una balsa, y también la selva de fieras y asesinos, y hasta la guerra en cualquier sitio. Muchos miran con mejores ojos las bombas que matan, los misiles y los cuerpos destrozados en las calles, que la vida cubana. Muchos ven mejor la lejanía y el desamor, que el hambre y la miseria. Son muchos los que suponen que es mejor morir lejísimo y muy distantes de la familia, que permanecer aquí, acompañados por la miseria y el comunismo autoritario. Muchos se van, muchos no llegan, pero siempre es mejor, aunque sea triste, aunque sea muy triste.
Es triste el país que se desangra a miles de revoluciones por minuto, y eso duele, y entristece. Y es que el viaje no es una metáfora, como dicen algunos. Nuestros viajes no son solo imágenes de noticiero, no son fotos de una familia a la que le faltan uno o dos, o muchos, miembros. El viaje, ese que tiene apariencia de que no habrá un retorno pronto, es doloroso y triste. Yo sé de tantos que se fueron, yo sé de tantos que no están, de tantos que no volverán nunca, y que nos dejan más solos.
Es así que nos vamos desangrando, despidiéndonos de tantos. Y lo peor es que entre esos que se van están muchos de los mejores muchachos y muchachas de la patria. Yo sé de un médico que vive en Tampa hace apenas un par de meses. No nos vimos nunca, pero no importaba, así diría Cortázar de otro médico, de uno que hizo la guerra en la Sierra Maestra, aunque fuera un médico.
¡No nos vimos nunca, pero no importaba!, diría yo a ese médico que está en Tampa, y hace muy pocos meses en Fomento. Ese médico me curó la sarna que me acosó hace muy poco. Nos separaban cientos de kilómetros, pero cada día pidió imágenes de las lesiones, y se las agenció para mandar los medicamentos que yo estuve precisando. Ahora Carlos se fue a Tampa. Carlos no está en la isla, en ese poblado en el que lo extrañan sus parientes, sus pacientes, sus amigos.
Carlos dejó un vacío enorme en su consulta. Y es que ese médico es un muchacho excepcional, un médico raro, tan raro que hasta discurría en internet para pedir colaboraciones, para advertir que algún paciente suyo necesitaba un medicamento que no existía en las farmacias. Carlos hacía lo que deberían hacer todos los médicos, pero no lo hacen. Y de él no podrán hablar ya los noticiarios, porque resulta que Carlos no viajó a África ni a las favelas del Brasil, a la pobre América que bien paga esos servicios al gobierno.
Nunca antes vi a un médico usando las redes para conseguir un medicamento que no aparecía ni en los centros espirituales. Y ese muchacho reaccionaba siempre como si fuera un padre o un hermano. El reaccionaba de modo diferente, muy diferente, a como hacen la mayoría de los médicos, esos de ¡toma la receta y resuelve como puedas! Carlos se fue. Carlos no está en su consultorio, y quizá por esa decisión lo habría puesto frente al pelotón de fusilamiento el médico argentino.
Carlos se fue a Tampa, y no sabemos cuánto tiempo tendrá que pasar para que levanten ese castigo, esa sanción que de seguro ya decretaron las autoridades contra él, pero el doctor Carlos Alberto Gutiérrez Sáez, el Carli, al que de seguro ya extrañan sus pacientes, seguirá siendo médico, aún cuando el régimen lo considere un desertor, aunque lo tilden de traidor, de maldita escoria. Carlos, el doctor, tendrá que revalidar su título en algún colegio médico del norte, pero mientras lo consigue, sus pacientes de acá usarán los espacios virtuales para consultarlo, porque como ya sabemos, de lo posible no puede resultar algo imposible.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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