Una actividad que, con el tiempo, se ha convertido en algo muy distante de ser un entretenimiento (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Los palomares, unos nada sofisticados y otros edificados como parte estructural de la vivienda, ya se han integrado a nuestro paisaje (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Condiciones higiénicas deplorables, hacinamiento poblacional, pésimo abastecimiento de agua, favorecen el incremento de enfermedades en los barrios marginales (Foto: Ernesto Pérez Chang)
LA HABANA, Cuba.- Luego de haber permanecido durante casi un mes en una sala de cuidados intensivos del hospital Julio Trigo, Orlenis, un joven que se debatiera entre la vida y la muerte debido a la llamada “enfermedad de la paloma”, ha decidido continuar con su “afición”.
En la casa todos escucharon las sugerencias del equipo médico sobre mantener los criaderos de palomas alejados de la vivienda, para así evitar nuevas reinfecciones en un muchacho inmunodeprimido. Sin embargo, tanto Orlenis como sus padres no han querido renunciar a una actividad que, con el tiempo, se ha convertido en algo muy distante de ser un entretenimiento.
Sobre los techos de la casucha donde viven, en el reparto La Güinera, en Arroyo Naranjo, aún conservan las jaulas, hechas de trozos de metal y de madera extraídos de los basurales, donde mantienen a unos treinta ejemplares de esos animales a los que nadie reprocha lo sucedido, ya que de ellos depende la economía familiar.
Maryolis, la madre de Orlenis, aunque temió y aún teme por la vida de su hijo, nos habla de lo sucedido como si se tratara de un “accidente laboral”. Para ella todo oficio implica un riesgo y la vida es una encrucijada entre ganar y perder. “Si dejamos de criar palomas, ¿de qué vamos a vivir? Se gana o se pierde. Además, si quitamos el palomar, aquí alrededor de la casa hay como diez más. No hacemos nada quitándolo. Por aquí todo el mundo vive de las palomas”, dice como cualquier ser resignado a su destino, asumiendo su tragedia personal sin demasiados lamentos.
En los barrios más pobres como La Güinera, Párraga, Mantilla, El Calvario, todos en la periferia de La Habana, no es raro escuchar hablar de la enfermedad de la paloma. Todos conocen de los casos, incluso de los fatales, pero pocos se asustan. El nivel adquisitivo de los pobladores de esas zonas es demasiado bajo, también el nivel de instrucción. El precio de una paloma, en dependencia de la especie, puede alcanzar hasta más de 100 dólares, una razón suficiente para ignorar los riesgos.
“Yo he visto vender palomas en doscientos, trescientos dólares. Aquí hay gente que se ha matado por una paloma. (…) Hay reglas entre los palomeros pero siempre está el que quiere hacer las cosas a su manera (…). El que cría sabe que se arriesga a que le roben. (…) Si en mi techo cae cualquier paloma, olvídate que no aparece más. La paloma es dinero”, comenta Fabián, vecino de Orlenis y también criador.
Un primo de Fabián falleció hace tres años debido a la enfermedad de la paloma, sin embargo, eso no impidió que la familia heredara los animales y las jaulas posiblemente infectadas.
“Eso es así, hay que seguir hasta donde se pueda. Aquí estuvo Salud Pública haciendo preguntas pero no pasó de ahí. Nos dijeron que teníamos que deshacernos de las jaulas pero no es tan fácil. Esto es un negocio como otro cualquiera”, afirma Fabián, quien reconoce los peligros a los que se expone a diario. “Las palomas son parte de la vida de uno, viven con uno, nos dan de comer, de vestir. Hay gente que cría puercos, y eso también trae enfermedades (…) Ojalá uno tuviera un patio donde criar pero desgraciadamente tienen que estar en el techo de las casas, y si viene un ciclón tenemos que meterlas en los cuartos, en la sala, en el baño, donde sea. Es un riesgo que hay que asumir”, opina Fabián.
La crisis económica de los años 90, el momento más dramático del llamado “Período Especial”, redujo el número de criadores en las ciudades, sin embargo, a partir del año 2000, la colombofilia alcanzó la magnitud de una verdadera fiebre.
“En los 90 se puede decir que desaparecieron porque no había con qué alimentar a los animales. El chícharo era difícil de encontrar, y el poco que conseguías no podías dárselos a las palomas”, explica Alfredo Larraín, criador y miembro de la Sociedad Colombófila de Cuba: “También el hambre hizo que la gente comenzara a incluirla en la dieta. Gente que incluso jamás había probado la famosa sopa de pichón, comenzó a comer palomas. (…) Cuando aquello comenzaban a introducirlas en las plazas de la Habana Vieja y la gente iba hasta allá a cazarlas, pero no para criarlas sino para comer. (…) Después del 2000 muchos encontramos en la cría un negocio. (…) Se usa mucho en la santería. Los santeros las compran por montones. Están también las competencias de interés y la gente que las cría por placer. (…) Hoy en Cuba hay barrios enteros de criadores porque es una fuente de ingresos relativamente fácil aunque hay que tener condiciones, y mucha gente ignora lo peligrosas que pueden ser si las condiciones de cría no son las mejores. Hay ciudades en Europa donde les han declarado la guerra, donde las consideran una plaga, incluso las llaman ratas con alas”, comenta Larraín.
Las palomas son parte de la vida de uno, viven con uno, nos dan de comer, de vestir (Foto: Ernesto Pérez Chang)
El precio de una paloma, en dependencia de la especie, puede alcanzar hasta más de 100 dólares, una razón suficiente para ignorar los riesgos (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Hoy en Cuba hay barrios enteros de criadores porque es una fuente de ingresos relativamente fácil (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Clima húmedo y caluroso, condiciones higiénicas deplorables, hacinamiento poblacional, pésimo abastecimiento de agua, son algunas de las variables que favorecen el incremento de enfermedades asociadas a la cría de palomas en los barrios marginales de Cuba.
Las infecciones con criptococos, la histoplasmosis, la alveolitis alérgica, son algunas de las afecciones que en sus formas severas han cobrado la vida tanto de criadores como de personas que han sido expuestas a los agentes patógenos dispersados en el aire y disueltos en las aguas de consumo humano.
Se estima que tan solo en La Habana se reportan diariamente unos veinte casos de pacientes con manifestaciones de dolencias agravadas que guardan relación directa o indirecta con la cría de palomas.
“No siempre son criadores, también son las personas que viven en las cercanías de un palomar o que consumen aguas y alimentos que provienen de fuentes contaminadas”, considera el doctor Manuel Zaldívar, del Hospital Julio Trigo. “Todos los días se reporta al menos un caso, ya sea leve o grave, en el hospital, sobre todo porque atendemos los municipios periféricos, donde hay mayor número de criadores y peores condiciones higiénicas. (…) Hay muchas de estas enfermedades que transcurren de manera asintomática o que un sistema inmune normal combate sin necesidad de medicamentos, otras se manifiestan como afecciones respiratorias agudas y nadie las relaciona con la cría de palomas, pero otros casos tienen consecuencias fatales y no son casos raros. Se han convertido en parte de la rutina diaria de cualquier hospital de Cuba”, afirma el especialista.
Las palomas, más que símbolo de paz, se han transformado para muchos en una peligrosa opción de sobrevida. Los palomares, unos nada sofisticados y otros edificados como parte estructural de la vivienda, ya se han integrado a nuestro paisaje debido a esa necesidad de los cubanos de encontrar alternativas para resistir un entorno económico tan duro y difícil que ni siquiera el peligro inmediato de enfermar o morir es argumento suficiente para abandonar la batalla diaria por salir adelante.