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En Cuba existe un “plan de marginalidad que impide a los cubanos progresar”

Eliodanis Herrera

MIAMI, Estados Unidos.- El joven cubano Eliodanis Herrera Sánchez denunció que los medios oficiales del régimen exponen una realidad distinta a la que viven las personas de a pie, y asegura que en Cuba existe un plan de marginalidad para mantener a un sector de la población en un nivel que les impide progresar.

Herrera Sánchez asegura que tiene toda la voluntad, el deseo y la fuerza para trabajar, y así ayudar a su familia a salir de la grave crisis económica en la que se encuentran, pero no le dan trabajo. “Hace aproximadamente dos años nos encontramos pasando por una situación económica pésima, la cual se ha incrementado desde enero, con el reordenamiento monetario”.

El joven afirmó ante las cámaras de Palenque Visión que se ha presentado en varios lugares, como en el Órgano del Trabajo de su municipio, en Mayarí, provincia de Holguín, y siempre recibe la misma respuesta: “que no hay trabajo”.

“Me presenté en el gobierno municipal y prácticamente no me dejaron ni hablar. La mujer que me atendió me dijo que su trabajo no era buscarle empleo a nadie”.

Eliodanis Herrera, que vive con su madre, afectada por varios problemas de salud, incluidos algunos nerviosos, y una hermana menor que aún está en edad escolar, dice nunca haber tenido problemas legales, jamás, afirma, se ha manifestado contra el gobierno, por lo que no entiende la razón por la que no le ofrecen empleo.

“Si yo nunca he tenido problemas, y nunca me he manifestado ni siquiera en contra del gobierno por qué razón se me margina de esa manera. Nunca he estado en un tribunal, nunca he sido procesado por la ley, en mis manos nunca ha habido una esposa puesta”, reclamó.

En el año 2016 Eliodanis Herrera regresó a su natal Holguín después de haber sido oficial de las Tropas Guardafronteras y estudiar en La Habana, desde entonces ha sido una odisea mantenerse él y su familia. “He tenido que hacer de todo, desde recoger materia prima y revenderla, hasta hacer carbón vegetal; viajar para Holguín en plena pandemia y revender cosas para comprar algunas otras y traerlas para mi casa. Así hemos estado sobreviviendo”.

“Lo más irónico es que a unos metros de mi casa está el puente que da acceso a Cayo Saetía, una villa turística de Gaviota que está enclavada en un cayo de 42 km cuadrados, donde hay suficiente empleo, pero no me dan trabajo y no me dicen la razón”, sentenció.

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Silvio: “El auge del reguetón en Cuba es a causa de la marginalidad creciente”

Silvio Rodríguez; cubano; Cuba; Venezuela

Silvio Rodríguez en una imagen de archivo (Foto: Bebeto Matthews/AP)

MIAMI, Estados Unidos.- De acuerdo a Silvio Rodríguez, la popularidad del reguetón entre los cubanos es a causa de la creciente crisis en la sociedad antillana, fundamentalmente a la marginalidad.

“La marginalidad creciente que hay en todas partes (o en muchas), por el acelerado crecimiento demográfico, que va mucho más rápido que las soluciones para paliarlo —en términos de educación y calidad de vida”, escribió el trovador en un comentario en su blog Segunda Cita.

“Lo anterior, unido a la democratización que implica ciertos avances tecnológicos, han puesto en manos de extensas capas, antes silenciadas, un arsenal de recursos para comunicarse y manifestarse (léase la llamada “era digital” en que sin dudas estamos)”, agregó.

Para Silvio el reguetón no es más que el reflejo de la desigualdad y las injusticias existentes en la sociedad cubana.

“Mal que nos pese, el reguetón es la respuesta cultural a muchas cosas que no se han hecho a favor de grandes y crecientes sectores sociales; es el resultado de una acumulación de injusticias y desatinos, unido a la facilidad con que hoy día se puede acceder a recursos para hacerse sentir”.

 




Los encantos de La Aldea

Graffiti del Che Guevara con el peinado conocido como "el yonqui" (foto: Frank Correa)
Graffiti del Che Guevara con el peinado conocido como “el yonqui” (foto: Frank Correa)

LA HABANA, Cuba.- El barrio marginal Romerillo se encuentra enclavado cerca de importantes sitios de La Habana, a menos de un kilómetro del Palacio de las Convenciones y el hotel Palco, a unas cuadras de la Quinta Avenida y enfrente del parque de diversiones Isla del Coco, antiguo Coney Island.

Famoso antes de la revolución por su vida nocturna, su cadena de bares y fritas y los personajes atrapados en su efluvio: Marlon Brando y la tumbadora, Kid Chocolate y sus prostitutas y el Chori, punto de enlace principal del folclor habanero de esos años con los visitantes extranjeros que buscaban juergas.

La revolución terminó con el Chori y los puestos de fritas, con los bares y el comercio del barrio, que empobreció más aún y comenzó a extenderse hacia el sur, con orientales que escapaban de sus provincias “huyendo de un fantasma”, y construyeron sus viviendas en cualquier espacio disponible hasta conformar lo que es hoy La Aldea, ramificación de Romerillo detenida solamente por el muro de piedra del antiguo aeropuerto militar del cuartel de Columbia, hoy Ciudad Escolar Libertad.

La aldea se suscribe a solo un par de kilómetros cuadrados, donde perviven en hacinamiento casi doce mil almas, sin alcantarillado, ni una correcta electrificación, ni las condiciones sanitarias adecuadas; colmado de ilegalidades propias de un sistema que las genera de forma natural, debido a leyes irracionales que engendra y conlleva que el mercado negro sea quien rija el comercio del lugar.

La vida en La Aldea es de arrabal, vocerío, música alta, negocio, humo y bebida. Una de las vecinas más vieja de la zona es Mercedes, quien cuenta que una noche, en una reunión en el Palacio de las Convenciones, un ministro le dijo a Fidel que a unas cuadras de allí había un barrio marginal y Fidel no lo creyó.

“Al otro día La Aldea amaneció tomada por asalto, había guardias de verde olivo en todas las callejuelas, en los pasillos y hasta en la bodega, entonces apareció Fidel, tan grande que copaba todo el pasillo de Pititi, le dijo a uno que lo acompañaba; “Esto hay que cambiarlo”. Después se fue y no se hizo  nada, solo el Club de Computación y dos parquecitos”.

El año pasado se efectuó un concierto de Silvio Rodríguez en Romerillo, difundido por la televisión nacional, y sólo los habitantes de La aldea advirtieron un detalle: “la tarima fue  colocada de espaldas a La aldea y de frente a Quinta avenida, aunque seguramente sin ninguna intención”.

El artista de la plástica Kacho también es un degustador de este peculiar sitio de la geografía habanera. En Romerillo ha instalado su “Laboratorio para el arte” y conseguido que decenas de jóvenes, pegados a la pared exterior, en la calle, pernocten conectados a la red a través de su maravilloso wifi. “Una ayuda en la comunicación”, dice un joven mientras navega.

La reciente Bienal de La Habana atrajo hasta Romerillo a varios artistas de otras regiones del mundo, que dejaron sus huellas en collages, pinturas y expresiones culturales, que han terminado fundidas con la mística de este barrio marginal.

Una lámpara de pomos plásticos, un taxi almendrón convertido en tanque de guerra, rostros de Hugo Chávez y hasta un Che Guevara con Pilsen, argollas, aretes y peinado “al yonqui”, cohabitan con la basura amontonada en las esquinas, las aguas albañales corriendo por la calle, las fosas desbordadas y el latido de doce mil corazones pujando por sobrevivir.




La cara más fea de Santa Fe

la bodega de 'El Bajo'
La bodega, el establecimiento donde venden productos racionados por el Estado en “El Bajo” (foto de la autora)

LA HABANA, Cuba – La comunidad costera de Santa Fe está situada en la periferia de capital del país. Su mejor cara comienza a partir de la Avenida Séptima, continuación de la Quinta Avenida de Miramar, con algunas casas ahora bien restauradas gracias a las remesas familiares que reciben sus moradores desde Estados Unidos. También hay otras, antiguas, que se mantienen en pie, y una misteriosa y arbolada mansión con más de cien metros de extensión, del Comandante Ramiro Valdés, uno de los jefes del gobierno cubano.

Luego comienzan a verse escuelas primarias en desuso por falta de reparación, como “Fe del Valle” y “Camilo Torres”; ancianos que requieren de sillas de ruedas, como Josefa, Luis Guerrero y otros, asomados a las puertas de sus casas; un cine que dejó de existir, calles sin arreglar y centros de cultura cerrados sabe Dios por qué.

Unas cuadras después, entre intrincados y estrechos callejones, zanjas malolientes, lagunas artificiales que se desbordan cuando sube el nivel del mar y calles sin asfaltar, está el famoso barrio “El Bajo”, la cara más fea de Santa Fe.

Escuela "Fe del Valle" (foto de la autora)
Escuela “Fe del Valle” (foto de la autora)

En “El Bajo”, según sus moradores, viven “más de quinientas familias” compuestas casi todas por varias generaciones: padres, hijos, nietos y abuelos. La fuente principal de ingresos de sus hombres es manejar bacitaxis sin licencia, o la pesca, prohibida en ocasiones según lo estime la Policía, que impone multas y hasta decomisos de simples ensartas de pequeños pescados.

En ese barrio, muchos de sus habitantes son inmigrantes, principalmente del Oriente del país, que sufren el regreso obligatorio a sus lugares de origen con frecuencia, según el anticonstitucional Decreto 211.

Si a esto se le puede llamar viviendas…

Lo único que ha hecho el gobierno castrista para favorecer a las familias que viven en “El Bajo”, una zona muy vulnerable e insalubre, es suprimirles el pago mensual de sus viviendas (los que la tienen en “usufructo”) a aquellas que llevan más de diez años en el lugar.

Jorge Machado (foto de la autora)
Jorge Machado (foto de la autora)

Todos sin excepción viven en la extrema pobreza. Inclusive hay muchos casos de discapacitados en la indigencia y todos carecen de medios económicos para la reparación de las casas, cuando son afectadas por el mar.

Prácticamente todas las viviendas de “El Bajo” carecen de servicio sanitario. Los vecinos siempre están expuestos a que las aguas albañales y las heces fecales se desborden durante las crecidas del mar.

El gobierno castrista, que en su prensa se refiere con frecuencia a la pobreza de otros pueblos y el desempleo que se produce bajo el capitalismo, jamás refleja la vida de los cubanos en los barrios insalubres del país. Nunca ha dado la cifra de los que viven en situación de extrema pobreza.

Divulga planes en su prensa, que no se realizan para mejorar la economía de la nación, mientras crece la emigración ilegal de jóvenes por el Estrecho de la Florida o hacia regiones latinoamericanas.

Y recientemente insistió en planes para “fortalecer las capacidades y estructuras de los actores culturales de Santa Fe”, un proyecto al que calificó de “una ventana abierta a una nueva etapa para continuar el desarrollo de la cultura comunitaria”.

Pero antes que entretenimiento, los pobres necesitan comida y techo.

Carmen Henry (foto de la autora)
Carmen Henry (foto de la autora)

Carmen y Frómeta, compañeros en la pobreza

La señora Carmen Henry, vecina de “El Bajo”, nunca ha sido una persona feliz. Hace seis años vio partir a su único hijo, de dieciséis años, por las mismas aguas del mar que tiene a unos metros de su casa.

Recuerda los días que pasó entonces, pensando que su hijo no llegaría vivo a su destino. Luego recibió la noticia de que él y sus amigos estaban sanos y salvos en tierras de Estados Unidos. Jorgito Machado –así se llama el hijo– se iba a trabajar como gastronómico a Nueva York, donde reside desde entonces.

Al fondo de su casita, cuyas ruinas ha levantado del piso en más de una ocasión, está armando otra, con desechos de maderas viejas y pedazos de cinc, para que su hija menor y su nieta de un año gocen de más espacio.

Su compañero, Roberto Frómeta, ex constructor de obras del Ministerio del Interior, es quien la ayuda económicamente con su bicitaxi el día entero. Un hombre fuerte y trabajador que por estos días no para de dar pedal. Tiene que reunir mil pesos para pagar la multa que le impuso la Policía, por carecer de licencia para trabajar el bicitaxi.

Así vive Juana Josefa (foto de Tania Díaz)
Así vive Juana Josefa (foto de la autora)

Jorge prefiere el ron  

Jorge Machado, ex esposo de Carmen, parece un anciano y no lo es. La bebida lo ha envejecido. Prefiere estar en el limbo que en la realidad. Cuando lo saludé, me dijo a gritos que no se puede perder la esperanza, porque sin esperanza la vida es como una botella vacía. Me dio gracia y pena ese hombre, que, igual que Carmen, también perdió a su único hijo, porque lo tiene demasiado lejos.

¿Desde entonces bebe? –pregunto, pero no me responde.

También perdió a su última mujer. Se pasa el día en la calle con su botellita de ron a granel, el más barato y dañino que se vende en Cuba para los más pobres. Como él, viven muchos así, en este poblado costero de Santa Fe, que en nada se diferencia a todos los que existen en la Cuba de Fidel.

Al que le dicen Papo

Papo no vive exactamente en “El Bajo”, pero lo frecuenta casi a diario por motivos familiares.

En el barrio, le dicen Papo (foto de la autora)
Le dicen Papo en el barrio (foto de la autora)

Nos encontramos en la calle 1ra y se detuvo para saludarnos. No sé por qué surge una conversación en la que sale a relucir Fidel Castro, por los días en que, según la prensa, el canal de TV Al Mayadeen le concedió al ex gobernante el Premio del Mérito a la Vida, porque lo aman millones de árabes y es considerado “un paradigma de las causas justas de Cuba”.

–Y tú, Papo, ¿también lo amas? –le pregunto.

–Pues claro. Tanto, que a besos lo mataría. A puros besos.

Así son los cubanos. Ni en las peores situaciones pierden su buen humor con los chistes de doble sentido.




El arte de los marginales (vídeo)

El arte de Lucio sale de un pequeño y viejo taller (foto de Augusto César San Martín)

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LA HABANA, Cuba – El escultor Lucio Pita Pedroso, de 33 años, domina la madera a su antojo creando figuras en miniatura, premiadas en las Bienales de La Habana por la Asociación de Artesanos de Cuba (ACAT).

Pero no es precisamente la escultura lo que lo sustenta. Con escasas opciones para desarrollar su trabajo artístico, se dedica a la carpintería y restauración para ganarse la vida y comprar los instrumentos de trabajo.

En su labor cuenta con varias exposiciones colectivas, entre ellas una en el Museo de Artes Decorativas, con obras premiadas.

Lucio expone de forma permanente en la galería de artes visuales del Fondo Cubano de Bienes Culturales, enclavada en la terminal tres del Aeropuerto Internacional de La Habana.

La exposición que le permite comercializar su obra vendió, este año, la pieza por la que más le han pagado: un elefante en 200 dólares, encargado como regalo para el gerente general del aeropuerto.

En entrevista para CubaNet, el artista declaró que se llena de necesidades económicas con la suma del tiempo que demora la venta de una pieza, el diezmo a pagar al Fondo Cubano de Bienes Culturales y el mes que debe esperar para recibir el pago de la pieza vendida.

“Me resulta muy difícil comercializar mis piezas (…) Por cada una me quitan el 30%, el 5 % que debo pagar a la ONAT (Oficina Nacional Tributaria) y otro tanto en la declaración jurada (…) Cobro 65 dólares por cada 100, lo que me obliga a duplicar el precio de mi obra, algo que atenta contra su comercialización¨, explicó.

La necesidad hizo incursionar a Lucio en trabajos alejados de su labor artística. Fue informático, farmacéutico, cajero en una gasolinera y rotulista.

“Al final siempre termino al lado de la madera. Es mi obsesión desde niño”, confiesa.

En los últimos dos años el artista encontró un refugio económico en la carpintería, restaurando las ventanas y puertas que dominan con el deterioro el paisaje habanero.

“El trabajo como restaurador me da la posibilidad de comprar los instrumentos que necesito para trabajar mientras se vende alguna pieza en la galería y me pagan (…) Trabajo de forma tradicional, con la lija en la mano y un machetín que preparé para raspar la madera”, dice, mientras muestra los instrumentos con los que trabaja.

Ponerse al final de la cola

En el primer intento por ingresar a la academia de artes de San Alejandro, el artista fue suspendido en el examen de escultura.

“Tenía que ser demasiado bueno para aprobar sin que me conociera nadie”, señala.

Cuando se decidió a examinarse por segunda vez, la situación económica de su familia lo obligó a contratarse como barrendero en una terminal de ómnibus.

El escultor fue premiado en la III y V bienales de La Habana por las obras en miniatura “El duendecillo” y “El nacimiento”.

A pesar de la aceptación, la obra escultórica de Lucio no le abre todas las puertas para desarrollarse como artista. El ambiente marginal frena los intentos de insertarse en los espacios culturales que él considera elitistas.

“Estuve participando en concursos, ganando premios, exponiendo, donando obras y después de seis años fue que me aceptaron en la ACAT, y un año después obtuve el derecho a ingresar al Registro del Creador”, dice.

Según el artista, los crecimientos de membresía que hace la ACAT están precedidos de una depuración de vendedores de ferias de artesanía, que compran el ingreso para obtener el permiso de venta del gobierno.

Producir para estos vendedores forma parte del sustento de Lucio, aunque se niega aceptarlo como forma permanente de ganarse la vida.

“Trabajar para el turismo degenera la creación. El turista devalúa tu trabajo y terminas produciendo porquerías para subsistir”, dice.

“Aquí todo es difícil, conseguir la madera, los instrumentos para trabajar, los espacios (…) La madera recuperada de los derrumbes es un peligro obtenerla. La que te vienen vendiendo también: tú no sabes de donde sale y si trae un policía detrás”, agrega.

En la actualidad Lucio utiliza sus ratos libres para crear nuevas piezas. Con pocas opciones, cambió su obsesión por tallar la madera; ahora la repara en espera de mejores tiempos para salir del final destinado a los marginales.




Lázaro Guapería

LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Lázaro Ramos es un hombre de cuarenta años. Su baja estatura y su delgadez lo hacen aparentar menos edad.  Se crió en Juanelo, unos de los barrios marginales más “calientes” de la capital, donde creció entre la violencia y las drogas. Su familia, de clase baja, no pudo controlarlo, debido al violento carácter que mostró desde pequeño. Sus padres se divorciaron por razones que el desconoce, pero dice que eso nunca lo afectó.

A los trece años cometió su primera fechoría, y  fue a parar a la prisión de menores conocida como El Combinadito, al este de la Habana. Desde entonces, la cárcel ha sido su casa la mayor parte del tiempo.

Desde pequeño, siempre se metió en problemas y peleas; no había bronca en el barrio en la que Lazarito no estuviera metido. Sus enemigos le temían. Aunque era pequeño, nunca demostró sentir miedo. En el barrio le decían “Lázaro Guapería”.

Una vez estuvo a punto de perder la vida. Tuvo un problema en Jacomino, un barrio adyacente, y vinieron a cobrársela con revólver al cinto. Gracias a los que lo rodeábamos, y a las mujeres que allí estaban, se libró de los balazos.

Como es un hombre bien parecido, nunca le faltó una mujer; pero Lázaro no sabe tratarlas. Le gusta golpearlas, sobre todo cuando está drogado. Es un Don Juan, sólo que violento y déspota.

Lázaro tiene tres hermanas que viven en Miami y están locas por sacarlo de Cuba, pero con sus antecedentes penales es muy difícil que le concedan una visa.

Una vez intentaron sacarlo del país clandestinamente, en una lancha rápida. El día que la lancha llegó a Cuba, a recogerlo, Lazarito había caído preso por darle una paliza a su mujer. Las hermanas se enfurecieron y decidieron no hacer nada más por él.

Lázaro tiene un hijo que es su alter ego. Con quince años recibió una puñalada que casi le cuesta la vida. Las tías, desde el norte, andan buscando la manera de que el muchacho no se eche a perder como el padre. Le enviaron 5.000 dólares para que saliera por Ecuador y el joven se los gastó en mujeres, ron y pastillas.

El muchacho dice que lo que más desea es estar con su padre en la prisión, para juntos “mandar allá dentro”. Lázaro saldrá de prisión dentro de poco. Quizás su hijo ocupe su lugar. O tal vez pronto estén juntos, mandando allá dentro, como sueña el heredero.

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Muerte en La Aldea

LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – El barrio La Aldea se levanta en la periferia de la ciudad, en  el corazón de Romerillo. El pasado 19 de enero se estremeció a las seis de la tarde, cuando apareció muerta, a machetazos, en  Quinta B y 96, una joven llamada Celita. El asesino es un individuo apodado “el mancha”, que se encontraba en libertad condicional, y cumplía una condena de veinte años por el asesinato de otra mujer en 2001.

Celita era la hija menor de Luisa “batallón” que, según se dice, tuvo  ocho hijos con miembros de la unidad militar que acampaba cerca de su casa hace unos años. Hoy se levanta allí la fábrica de cerveza Bucanero.  Cuando  Celita  creció, la madre le cedió un cuarto de la casa que  la muchacha fue arreglando poco a poco, con la ayuda de sus novios: albañiles, carpinteros  y plomeros del contingente Blas Roca. Cuando los hombres concluían su trabajo Celita los echaba de la casa.

Pero  encontró  un hueso duro de roer en “el  mancha”, que  luego de comprar varias cajas de losas  y  ponerle el piso al  cuarto de la segunda planta, Celita le dijo que  “fuera echando”. El  criminal  la esperó  agazapado detrás de un contenedor  de basura  y  le propinó siete machetazos; el primero le abrió  el cráneo en dos. Una testigo afirma que la muchacha no dijo ni ¡ay!.  Los peritos aseguran que los otros seis machetazos sobraban.

Cuentan los vecinos que  el asesino se sentó en el contén  con el machete entre las piernas,  a esperar  que llegara la policía, repitiendo una y otra vez que de él no se burlaba ninguna mujer.

En La Aldea abundan los  crímenes pasionales y los homicidios por causa del juego. También hay muertes como la de Agustín,  que  al  emborracharse le pegaba a su madre, y una otra noche su hermana Maritza le dio candela mientras dormía.

La mujer de Felo, el taxista, se envolvió en llamas por celos, durante la fiesta de año nuevo. Caminó como una antorcha encendida una cuadra, antes de caer muerta en medio de la calle. También aparecen a menudo ahorcados, y mujeres envenenadas.

Las armas de fuego se acabaron en La Aldea  en  996,  cuando una madrugada que pasaban los autos de Fidel Castro por Quinta avenida, y Pititi, Tonyto, Cacato y el guajiro se fajaron a tiro limpio, como personajes de una película de vaqueros.