1

Los traicionados por Fidel Castro

cuba huber matos fidel castro urrutia diaz lanz socialismo comunismo 1959 comunista

cuba huber matos fidel castro urrutia diaz lanz socialismo comunismo 1959 comunista
Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos entran a La Habana, 8 de enero de 1959 (foto: hubermatos.org)

LA HABANA, Cuba. – Para analizar por qué la Revolución Cubana se convirtió en un régimen comunista ―pese a que, posiblemente, sus propósitos iniciales eran derrocar una dictadura militar con seis años en el poder y restituir la democracia―, es menester referirse a aquellos que fueron traicionados por Fidel Castro: hombres y mujeres que se sintieron obligados moralmente a dar los primeros pasos con el “líder de la Sierra”, especialmente cuando fueron llamados a participar en el nuevo panorama de una Revolución triunfante. Eran luchadores históricos por la democracia, muy bien conocidos a lo largo de varias décadas.

En fecha bien temprana, el 5 de enero de enero de 1959, Fidel nombró presidente al abogado Manuel Urrutia Lleó, y colaboró con el magistrado Manuel I. Piedra ―el más antiguo del Tribunal Supremo― y con un Consejo de Ministros compuesto entonces por José Miró Cardona, Manuel Ray, Elena Mederos, Rufo López Fresquet, Angel Fernández, Roberto Agramonte, Humberto Sorí Marín y Justo Carrillo.

Otros destacados luchadores se sumaron de inmediato a la Revolución de Castro. Se trata del coronel Ramón Barquín, luego de su salida de la prisión; el Comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, del II Frente del Escambray; el maestro de escuela y comandante Huber Matos; Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la Fuerza Aérea; Mario Chanes de Armas, combatiente del asalto al Cuartel Moncada y expedicionario del yate Granma; el líder sindical David Salvador; Miguel Ángel Quevedo, director de la revista Bohemia; el viejo líder ortodoxo Raúl Chibás, y los célebres escritores y periodistas Jorge Mañach, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Franqui, Pardo Llada y Luis Conte Agüero, íntimo de Castro.

Ninguno de ellos ―y mucho menos una gran parte del pueblo― pudo imaginar el ardid que utilizó Fidel para engañar en aquellos primeros meses de 1959, con el fin de establecerse en el poder, ser el omnipresente, el jefe absoluto de un régimen que tenía en mente eliminar, como al marabú, a todo aquel que pretendiera una parte de su poder, a todo aquel que no aceptara sus ideas.

Recordemos que, en mayo de 1958, Castro dijo que “la dictadura debía ser sustituida por un gobierno provisional de carácter enteramente civil” que debía normalizar el país y celebrar elecciones generales en un plazo no mayor de un año. Sin embargo, mientras negaba públicamente las acusaciones de comunista, decidió posponer las elecciones, bajo el pretexto de eliminar el desempleo y el analfabetismo.

Por esos días ocurrió que, en una reunión a puertas cerradas, Fidel Castro comenzó a atacar al sector moderado no comunista del Movimiento 26 de Julio. En diciembre de ese mismo año surge una crisis ministerial del Gobierno: dimiten ministros que provenían de ese Movimiento, Ernesto Che Guevara sustituye al economista Felipe Pazos en el Banco Nacional, y Rufo López Fresquet renuncia a su cargo de ministro, tras el fracaso de su mediación entre Estados Unidos y Cuba.

Días después son expulsados de la Federación Estudiantil Universitaria Juan Manuel Salvat, Alberto Muller y Ernesto Fernández Travieso.

Como en Cuba la inmensa mayoría de su población rechazaba la ideología marxista y, sobre todo, su partido con más de 30 años de fundado pero carente de la membresía necesaria para participar en las elecciones nacionales, Fidel Castro seguía afirmando en sus discursos: “esta Revolución no es roja, sino verde olivo”.

El 16 de diciembre de 1960, cuando aquellos traicionados habían marchado del país, Fidel sorprende a todos diciendo:

“En los primeros meses de la Revolución el descarado estaba silvestre aquí, el oportunista aparecía por donde quiera, todo el mundo era revolucionario. Nosotros, al llegar aquí a la capital, sin saber todavía dónde íbamos a dormir, decíamos: ‘¡Caballero, de dónde han salido tantos revolucionarios!’. Eran los días aquellos en que hasta los latifundistas eran revolucionarios, las compañías americanas eran revolucionarias, Pepín Rivero era revolucionario… Nosotros sabíamos perfectamente que esa situación iría cambiando y que llegaría el momento en que los campos se irían delimitando cada vez más”.

En otra parte de su discurso dijo:

“¿Qué justicia era aquella, donde nunca un malversador fue a la cárcel y donde se estaba robando desde los inicios de la República?”.

“Y nunca salió un descarado, ni un desvergonzado de estos que hoy se han ido en medio de la revolución honrada. (…) Era la república del robo, del crimen, de la injusticia… donde imperaba el hambre en los barrios pobres, porque aquí controlaban los periódicos, las revistas, todos los órganos de divulgación del pensamiento, controlaban el aparato militar, el aparato político, los órganos del Estado”.

Vale la pena analizar este discurso, uno de los más cínicos de Fidel Castro, donde reveló claramente que su ideología, la que lo inspiraba, era el comunismo. Además, en esas líneas dejó clara su pretensión de instalar una dictadura militar en la que él sería el jefe máximo, junto a su hermano menor, como jefe militar.

El resultado lo estamos viendo ahora: las prisiones se multiplicaron, el país fue destruido, tal como el Castro niño destruía sus juguetes, según cuentan sus biógrafos y su propia familia enriquecida.

Si tienes familiares en Cuba comparte con ellos el siguiente link (descargar Psiphon), el VPN a través del cual tendrán acceso a toda la información de CubaNet. También puedes suscribirte a nuestro Boletín dando click aquí.




Los presidentes sin mando de la Cuba castrista

Cuba presidente elecciones presidentes urrutia dorticós díaz-canel democracia
De izquierda a derecha, Manuel Urrutia, Osvaldo Dorticós y Miguel Díaz-Canel

LA HABANA, Cuba. – Durante la Cuba republicana (1902-1958) la figura del Presidente de la República era la más importante, y en consecuencia la que poseía el mandato real, en el panorama político de la isla. Una realidad que tal vez tuviera su excepción en el convulso período que siguió a la caída del presidente Gerardo Machado en 1933, cuando Fulgencio Batista, en su condición de jefe del Ejército, fungía como el hombre fuerte de la nación.

Sin embargo, la situación cambiaría con el arribo de Fidel Castro al poder en 1959. Por supuesto que él nunca concibió ser segundo de nadie desde el mismo momento en que se lanzó a la rebelión en 1953 con el asalto al cuartel Moncada. Mas, con tal de encubrir sus ansias ilimitadas de poder, y también como resultado de las alianzas que su Movimiento 26 de Julio debió pactar con otras fuerzas que se oponían a Batista, accedió a que otro político, Manuel Urrutia Lleó, ocupara el cargo de presidente de la República.

Pero Urrutia estaba decidido a cumplir cabalmente con sus funciones y no ser un títere de nadie.  Por tal motivo, y en su condición de anticomunista convencido,  se opuso desde un principio a la infiltración de comunistas en el gobierno revolucionario. Semejante actitud del mandatario lo llevó a chocar con Castro, que evidentemente era el poder verdadero  desde su cargo de Primer Ministro. A la postre, a Urrutia no le quedó más remedio que renunciar apenas seis meses después de haber asumido la primera magistratura de la nación.

Fue entonces cuando Castro optó por buscar a alguien que sí estuviera dispuesto a ser una marioneta suya para colocarlo como Presidente de la República, y lo encontró en la figura de Osvaldo Dorticós Torrado, un abogado cienfueguero que casi no había tenido participación en la lucha contra Batista.

Dorticós desempeñó su papel de pelele durante 17 años, hasta que en 1976, al adoptar el país una nueva Constitución al estilo soviético,  desapareció el cargo de Presidente de la República, y Castro asumió como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. El pobre Dorticós pasó a desempeñar funciones como actor secundario en el Consejo de Ministros, y terminó dándose un tiro en la cabeza poco tiempo después.

Ahora,  tras 43 años de inexistencia del cargo de Presidente de la República, la maquinaria del poder ha decidido reinstalar esa dignidad. Sin embargo,  y como para no perder la costumbre, el castrismo ha retomado su vieja práctica de colocar a un Presidente que no sea realmente quien maneje las riendas del poder.

Todo hace indicar que el recién nombrado Miguel Díaz-Canel Bermúdez no será una figura tan opaca como Dorticós,  pero deberá subordinarse a Raúl Castro, quien conserva la jefatura del Partido Comunista. Un partido único que de acuerdo con el Artículo Cinco de la Constitución vigente es el rector supremo de la sociedad cubana.

Es decir, que toda la parafernalia montada este 10 de octubre con la elección del Consejo de Estado, la dirección de la Asamblea Nacional del Poder Popular, así como la designación de un Presidente y Vicepresidente de la República, se puede venir abajo si así lo determina un simple acuerdo de algún Pleno del Comité Central del Partido Comunista.

Recibe la información de Cubanet en tu teléfono a través de Telegram o WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 498 0236 y suscríbete a nuestro Boletín dando click aquí.




Manuel Urrutia, el último hombre que dio órdenes a Fidel Castro

Manuel Urrutia (EcuRed)

MIAMI, Estados Unidos.- El paso de Manuel Urrutia por la historia de Cuba ha quedado como un breve episodio perdido de las páginas de los libros de texto que enseñan hoy en las escuelas de la isla; pero fue el único hombre que, al menos en teoría, pudo darle órdenes al “comandante” después del 1ro de enero de 1959.

Nacido en 1908, Urrutia era un abogado que se radicó en Oriente y que, sin simpatías partidistas ni carrera política, llegó a asumir el mando del país después por unos meses, después de la huida de Fulgencio Batista.

Llegó allí gracias a que en 1957 durante un juicio defendió a unos jóvenes que apoyaban el desembarco de Castro y sus tropas en diciembre de 1956. “Urrutia era magistrado de la Audiencia de Santiago de Cuba, donde se iban a juzgar a estos muchachos que habían protagonizado el alzamiento”, dijo a BBC Mundo el historiador cubano Tomás Diez, del Instituto de Historia de Cuba.

“En un acto de valentía, Urrutia dijo que a los jóvenes no se les podía condenar, porque lo que habían hecho estaba amparado por la Constitución de 1940, que decía que el pueblo tenía el derecho a rebelarse contra un gobierno dictatorial”, explica el académico.

“Esto le trajo malas consecuencias porque la dictadura no aceptó ese fallo, comenzó una persecución política contra él y lo obligó a marcharse del país”, cuenta por su parte el historiador Sergio Guerra Vilaboy, profesor de la Universidad de La Habana.

Vilaboy añade que más adelante, “cuando la lucha en la Sierra se va consolidando, las diferentes fuerzas que luchaban contra la dictadura empiezan a pensar quién podría ser un posible candidato para sustituir a Batista y Fidel Castro propone a este magistrado por la actitud que había tenido en el juicio y porque no tenía compromiso con ninguna organización política”.

A pesar de cierta oposición por parte del Directorio Revolucionario —la organización estudiantil que había asaltado el Palacio Presidencial en 1957—, sin que Batista hubiese huido aún, en medio de la selva de la Sierra Maestra y ante Fidel Castro, Urrutia fue nombrado presidente de la república que nacería.

“En esas fechas, el almirante Wolfgang Larrazábal, que era presidente provisional de Venezuela, envía a la Sierra un avión con armas. En ese avión venía también Urrutia y se constituye allí un gobierno provisional. Se entrevista con Fidel Castro y se le nombra presidente”, detalla el profesor Guerra.

Luego, el 1ro de enero huye Batista y Urrutia juró formalmente el cargo, designando a Fidel Castro como su delegado en los institutos armados del país, a la vez que Comandante en Jefe de las Fuerzas de Mar, Aire y Tierra de la República.

El primer gobierno revolucionario, con sede en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, designó además como primer ministro al reconocido abogado José Miró Cardona.

“Era un gobierno sin lugar a dudas muy moderado, de derecha”, estima Guerra Vilaboy, una característica que “llevó a que Estados Unidos le diera rápidamente el reconocimiento diplomático, ya que el presidente era un hombre tan respetable como Urrutia y el primer ministro era el presidente del colegio de abogados, hijo de José Miró Argenter. Ambos representaba los grandes intereses del capital en la isla”.

“Esto puede haber sido también algo táctico que Fidel Castro tuviera también en su mente. No solo aceptar un gobierno de consenso nacional, que todas las fuerzas políticas lo aceptaran, sino que también que fuera bien visto por Estados Unidos y por la burguesía cubana, para que no se produjera un cisma”, opina el profesor universitario.

Sin embargo, al poco tiempo José Miró Cardona renunció al cargo y Fidel Castro asumió como primer ministro.

“Cuando Fidel Castro asume el premierato hace una reforma en la Constitución de 1940 y a partir de ese momento es el primer ministro quien tiene en sus manos las facultades para hacer las leyes y por tanto se le otorga al gobierno la facultad de ejecutar las leyes y toda esa responsabilidad recae en Fidel Castro”, añadió Guerra.

Por eso “en la práctica, desde febrero de 1959, Urrutia queda como una figura de segundo orden”.

Fidel Castro comienza a impulsar las llamadas “leyes revolucionarias”, incluyendo dos reformas agrarias y la confiscación de bienes a familias poderosas.

“Urrutia al principio apoya esas leyes, pero después comienza a distanciarse cuando considera que esas leyes están acercando al país al comunismo. Eso provoca una crisis del gobierno, Fidel Castro renuncia y esto obliga a que Urrutia, a su vez, renuncie también”, dice Guerra.

Castro anunció su renuncia por televisión y entonces sus seguidores convocaron a una movilización para pedir la renuncia de Urrutia, recuerda el intelectual cubano Ambrosio Fornet.

“Fue un acto masivo y no había dudas de que Fidel era el héroe del momento y que a Urrutia no le quedaba otra opción que renunciar”, dice Fornet.

Urrutia “se dejó llevar por la propaganda” de tildar a la revolución de comunista y la “traicionó”, dice el historiador Tomás Diez. “Era una persona que daba declaraciones anticomunistas y hacía el juego de no estar de acuerdo con el gobierno”.

“En su presidencia Urrutia lo que hizo fue más bien disfrutar de su salario, que era de 1200 pesos. Era un abogado de derecha, pero sin ningún tipo de experiencia para lo que le tocó y al final fue una ficha más en el juego político de aquellos años”, considera el escritor Norberto Fuentes, autor de una autobiografía de Fidel Castro que toca la azarosa presidencia de Urrutia.

En julio de 1959, tras renunciar a la presidencia, el primer presidente de la Cuba revolucionaria se refugió en la embajada de Venezuela. Sus desavenencias con Castro junto a su oposición a la deriva comunista de la revolución lo volvieron incómodo para el régimen que se estaba consolidando.

“Fue el primer opositor desde el gobierno al comunismo y el autor del primer intento notable de querer detener aquello”, asegura Norberto Fuentes.

Un salvoconducto permitió a Urrutia salir de Cuba y posteriormente asilarse en Estados Unidos, desde donde intentó sin mucha trascendencia hacer oposición al castrismo. “Él no era un político, los que lo conocieron siempre se refieren a él como un hombre sin carisma, anodino. Realmente había llegado a un lugar al que realmente él ni siquiera se imaginó ni pretendió llegar”, concluye el profesor Guerra Vilaboy.

Urrutia murió en 1981. El cargo que había dejado vacío en la isla en 1959 fue ocupado por Osvaldo Dorticós, un comunista que terminaría pegándose un tiro en la cabeza años después.

Finalmente, en 1976 la figura del presidente de la República desapareció de la Constitución y todo el poder pasó, ya formalmente, a manos de Fidel Castro.