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Orrio y el azúcar que no hay  

Manuel David Orrio, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Manuel David Orrio, el periodista independiente destapado como topo de la Seguridad del Estado durante los juicios de la Primavera Negra de 2003, hace unos días, en un  post en las redes sociales se quejaba al periodista uruguayo Fernando Ravsberg: “Jamás en mi vida imaginé a Cuba sin azúcar, aunque estuviese racionada. Ahora mismo, en casa, solo nos queda para el café mañanero. Ni en bolsa negra, ni en MLC, hay azúcar en Centro Habana”.

Supongo que tal y como andan las cosas en Cuba, tan desastrosas, el azúcar que no hay en Centro Habana y tampoco en el resto del país, las medicinas que necesita y no tiene y las piezas que no consigue para su Lada deben ser de las cosas que menos importancia tienen para Orrio a la hora de lamentarse.

¡Hay tantos motivos para la amargura en Cuba! Y no es precisamente por la ausencia de azúcar blanca en la cuota mensual de la libreta de abastecimiento.

Siendo un tipo inteligente, agudo y mordaz, que por más que se lo exijan, apenas puede contenerse a la hora de ser crítico, imagino los malabares que tendrá que hacer Orrio para que no le noten sus jefes el desencanto. Porque, seguramente, debe estar desencantado, y mucho, con todo el descalabro y sufrimiento para los cubanos que significa la continuidad castrista.

(Screenshot/Facebook)

Si hace más de una década, cuando empezó a escribir en Insurgente en vez de en CubaNet, se quejaba de las inconstitucionalidades y de la debilidad institucional del sistema político y lamentaba que a Fidel Castro se le hubiera permitido mucho, cualquier cosa que se le antojara, ¿qué pensará hoy de las burdas mamarrachadas, meteduras de pata y papelazos de los actuales mandamases panzudos?

Orrio, un periodista diplomado por partida doble, por la Florida International University (FIU) y la universidad sólo para revolucionarios de La Habana, luego de su destape y de integrarse al oficialismo, seguía diciendo algunas de las mismas cosas que decía cuando era periodista independiente. La diferencia eran las premisas falsas, alguna fea adjetivación y sus aseveraciones de que la oposición interna era controlada por el gobierno norteamericano.

No sé si Orrio seguirá en la misma cuerda, hace años que no lo leo, ni siquiera tenía noticias suyas. Pero, conociéndolo, puedo imaginar cuán mal se debe sentir. Porque, ¿qué tienen que ver con los mandamases de la continuidad y sus chapuceras políticas con el socialismo democrático y participativo al que decía aspirar Orrio y el derecho a la libertad de disentir que pedía su muy admirada Rosa Luxemburgo?

Si hace poco más de una década le preocupaba a Orrio “la potencial reversibilidad al capitalismo del modelo político cubano”, qué dirá hoy, cuando el socialismo cubano va siendo cada vez menos socialista y enrumba, con torpe bamboleo, hacia un capitalismo de oligarcas mafiosos al estilo de la Rusia de Putin.

Me pregunto, ¿estará Orrio arrepentido de haber traicionado a sus colegas de la prensa independiente cuando, como agente Miguel, testificó contra ellos, enorgulleciéndose de ser un disciplinado soldado de la revolución? Si no está aún arrepentido, ¿qué más penalidades y descalabros necesita?

Si Orrio no me considera digno de la esgrima verbal que tanto disfruta y que alguna vez, hace mucho, practicó conmigo, lo más probable es que no riposte y me quede con estas dudas. Como sea, haya respuesta o no, y cualquiera que esta sea, lo siento por él. De veras. No quisiera estar en sus zapatos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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El chivatón que no se nos quita de la cabeza

A la izquierda portada de libro de Erik Jennische y a la derecha Manuel David Orrio
A la izquierda portada de libro de Erik Jennische y a la derecha Manuel David Orrio

LA HABANA, Cuba.- Hay que quitarse el policía de la cabeza, el libro sobre Cuba del sociólogo y periodista sueco Erik Jennische, es polémico desde el mismo título. Máxime cuando nos enteramos, justo en el primer renglón de la primera página que la frase, que no solo sirvió de título al libro sino que su tesis pertenece a Manuel David Orrio, el periodista independiente destapado como el agente Miguel de la Seguridad del Estado durante los juicios sumarios donde declaró contra los ex-colegas suyos encarcelados en la ola represiva de marzo de 2003.

Orrio, en sus dos facetas, aparece una y otra vez en el libro. Le sirve a Jennische como hilo conductor de su reportaje sobre Cuba. Es casi el protagonista.

Jennische, que conoció a Orrio en 1998 y trabó amistad con él, más que sentirse defraudado o traicionado, se siente desconcertado y todavía trata de encontrar explicaciones a la actitud de Orrio. Tarea en la que no le auguro éxito. Desde hace años somos muchos los que estamos a la búsqueda de esas explicaciones sin conseguirlo.

Diplomado por partida doble, por la Florida International University y la ‘Universidad de La Habana solo para revolucionarios’, en realidad Orrio no precisaba de los dichosos diplomas: antes de que se los otorgaran ya era uno de los mejores periodistas independientes de aquella época. Solo Raúl Rivero lo superaba con creces. Y contra él lanzaba Orrio ataques demasiado encarnizados para que se debieran solo a celos profesionales, lo cual lo hacía sospechoso para muchos que lo conocíamos. La vida demostraría que no estábamos equivocados.

Sumamente inteligente y manipulador, un maestro de las fintas y las estocadas en la esgrima verbal que dominaba y disfrutaba, después del destape Orrio siguió escribiendo –cada vez que pudo- algunas de las cosas que decía cuando era periodista independiente. Por ejemplo, criticaba las inconstitucionalidades, la debilidad institucional del sistema, los lastres del periodismo oficialista y el excesivo control estatal de la economía. Pero ciertas premisas y adjetivos, y la profusión de citas de Marx y Lenin marcaban la diferencia. Pero eso no basta para hacer que lo olvidemos en aquellos ignominiosos simulacros de juicio.

El bueno de Jennische, que echa mano de Vaclav Havel y Gene Sharp tiene razón en mucho de lo que dice. En definitiva, la Seguridad del Estado no tiene por qué ser más eficiente que el resto de este carcomido sistema. Pero al Jennische apelar constantemente a Orrio, es bastante improbable que consiga que logremos vencer la paranoia y quitarnos el policía de la cabeza. Eso estará bien para los que aun no han roto con los rituales de la sumisión, pero los que nos decidimos abiertamente a disentir, no podemos, no debemos…

Sería saludable que los que viven en democracia, si quieren dominar el tema, hicieran una especie de pasantía en un estado policial como Cuba, lo suficientemente larga para captar a cabalidad como son las cosas. Evidentemente, a Jennische no le sirvieron de mucho las horas de detención e interrogatorios que tiene en su haber, en los que tuvo la suerte, ciudadano extranjero al fin, de que los guardias lo dejaran argumentar y hasta le prestaran un poco de atención, en vez de propinarle una golpiza.

El libro de Jennische es interesante, está bien escrito, es un reportaje con todas las de la ley, objetivo, documentado, pero salvo las escaramuzas por correo con Orrio para desentrañar su conducta y la insólita recomendación -¿o es un chiste?- de escuchar el punk de Gorki Águila para debilitar el poder del castrismo, apenas dice algo que ya no haya sido dicho y con mejores argumentos sobre el régimen castrista y los que se le oponen.

Por suerte, Jennische no repite el cliché al uso de tanto periodista extranjero sobre “la disidencia fragmentada y penetrada por la Seguridad del Estado”, porque entonces lo de quitarse al policía de la cabeza carecería de sentido.

Más bien habría que resignarse a cederle un espacio al polizonte -o al informante, que aquí nunca se sabe quién es quién-, olvidarnos de él y seguir en lo nuestro. Creo que es eso precisamente lo que recomienda Jennische. Y también lo recomendaba Orrio en sus buenos tiempos, solo que en su caso, remedando al lobo del cuento, era para vigilarnos mejor…

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