Malecón habanero: aburrimiento y destrucción como estrategia

LA HABANA, Cuba. – “Me advirtieron que me iba a arrepentir pero nunca pensé que La Habana estuviera tan mal”, me ha dicho Antonio, un amigo italiano que realiza su primera visita a Cuba. Ha llegado a trabajar pero apenas arribó un par de meses atrás y, por causa de la decepción, ya está pensando en hacer la maleta para regresar a su anterior empleo en Milán.
Convencido por las promociones de las agencias de viajes donde La Habana es vendida como el destino más colorido y divertido del mundo, ignoró los consejos de sus amistades así como tachó de “exagerados” y “tendenciosos” los artículos de prensa que le recomendaron leer antes de aceptar el nuevo puesto.
“Aquí me han robado hasta dentro del hotel, me han acosado en la calle como nunca en otros lugares del mundo. Es molesto cómo incluso niños y viejos vienen a pedirte jabón, caramelos, lo que sea, es muy desagradable, el asunto es que les regales algo. Pero lo que más me ha decepcionado es que no hay vida nocturna, es un país muy aburrido, puedes caminar kilómetros sin encontrar dónde comprar una botella de agua, y lo más triste es que en La Habana tienen un Malecón con unas vistas preciosas, con un potencial inmenso para construir la mejor zona comercial de Cuba, pero es como si no les importara. Se pueden contar con los dedos de una mano los bares y restaurantes que hay en toda la línea de costa, y aún así los que existen son de lo peor que he visto en el Caribe”, señala Antonio.

Y no es el primer visitante extranjero que repara en cuán extraño resulta que una zona como el Malecón habanero —de tránsito obligatorio para turistas, tanto por ser una vía rápida como porque hacia ella confluyen las principales calles del centro de la ciudad— sea de las más abandonadas y con menor vida comercial, al punto de que pareciera a propósito.
También los cubanos nos preguntamos constantemente por qué habiendo sido el Malecón —incluso hasta bien entrado este nuevo siglo— el lugar preferido por los habaneros para pasear los fines de semana y hacer vida nocturna, ha terminado convertido en el circuito más aburrido de La Habana, casi con cero actividades gastronómicas y recreativas. A lo que se suma que las edificaciones, sobre todo las de viviendas, son reflejo del más perverso abandono, lo cual contrasta con los hoteles de lujo que han ido levantándose en las cercanías.

“Como si estuvieran esperando a que se destruya por completo para después construir más hoteles”, dice el ingeniero civil Jorge González, que trabajó varios años en proyectos de restauración de la Oficina del Historiador y que hoy, involucrado en la construcción de hoteles en una empresa de proyectos para el turismo, está convencido de que tales “abandonos” son el modus operandi de quienes ya tienen planes de negocios en mente.
“Creo que el Malecón, y las calles más cercanas, como San Lázaro, por ejemplo, están en la mirilla de alguno de estos tipos que solo piensan en más hoteles, pero no están dispuestos a asumir los gastos que requieren las inversiones y los desplazamientos de personas. Lo están dejando todo al tiempo, porque saben que a esos edificios, sin ningún tipo de atención, les queda muy poco, un par de inundaciones, un par de ciclones, y se ahorraron los miles de pesos que no están dispuestos a soltar”, dice González, que asegura además haber escuchado hablar de planes constructivos en terrenos donde aún existen viejas edificaciones habitadas por decenas de familias.

“He visto planos y maquetas de cómo quedaría un hotel o un centro comercial donde hoy se levanta un edificio a punto de derrumbarse. Planos en 3D de lo que sería el Malecón en unos años pero mi pregunta es cómo van a reubicar a esa gente, son cientos de edificios y miles de familias. No quisiera imaginar que la respuesta sea esperar a que el tiempo se haga cargo, porque eso es muy cruel”, lamenta González.
Gladys, dueña de una casa de renta para turistas en el Malecón, habla de cómo ha estado afectando su negocio el cierre de los pocos establecimientos comerciales que animaban la vida del lugar, así como el deterioro de edificaciones en los alrededores y de la suya propia, que por las regulaciones urbanísticas existentes para la zona —altamente prohibitivas— y la falta de materiales de construcción, se ha visto imposibilitada de reparar.

“Hace unos años los turistas venían porque tenían opciones a unos pocos pasos de aquí, pero ahora esto se ha convertido en un desierto. O mejor dicho, lo han convertido en un desierto con todo propósito. De cierto modo están obligando a cerrar las pocas casas de renta que quedaron después de la pandemia, los demás estamos vendiendo porque es evidente que están esperando a que nos vayamos. Por aquí todo está cerrado, pero además es muy deprimente (…). Hasta se dice que quienes están comprando son el propio gobierno, que pone gente a comprar como si fueran particulares. A mí no me importa ya. Uno se queja y es por gusto. En cuanto venda me voy”, dice Gladys.

Hasta los sábados y domingos, a cualquier hora que uno lo recorra, el Malecón permanece desolado. Solo en algunos puntos, como en las confluencias con la calle 23 en el Vedado o de Prado, en La Habana Vieja, continúan reuniéndose las personas pero no hasta altas horas de la madrugada como sucedía hasta hace unos cinco años atrás.
“Es que no hay nada. No venden nada. Uno tiene que llevar la bebida o salir a comprarla por ahí. A veces pasa gente vendiendo panes, chucherías pero eso no es lo que uno quiere, uno quiere un lugar decente, normal, con ofertas”, dice una joven cuando le pregunto si piensa en el Malecón como un lugar divertido.

“A mí me gustaba ir los sábados y estar hasta la 1:00 o 2:00 de la mañana pero ya a las 11:00 de la noche llega el policía y te pide el carnet, te dice que no puedes poner música o se pone a sofocar al que vende cerveza, al manisero. A las 12:00, el Malecón es un cementerio, parece que no quieren a nadie por ahí. A lo mejor tienen miedo a que se forme algo gordo, no sé”, opina otro joven.
Si para cualquier fin de semana o para celebrar el 14 de febrero estás pensando en pasear por el Malecón habanero y luego sentarte a beber algo refrescante en algún café o restaurante de la zona, es mejor que cambies de idea y de lugar, o al menos te aprovisiones como quien va de excursión a un paraje remoto e inhóspito porque, si hay un espacio en Cuba donde las opciones de entretenimiento cada día están más escasas, es precisamente esa famosa avenida costera que décadas atrás estuviera, y con sobradas razones, entre las más pintorescas y concurridas de la capital cubana.