Un anciano ebrio y dos reptiles para la cena


LA HABANA, Cuba.- El majá de Santa María, el ofidio autóctono de Cuba, podría estar convirtiéndose en uno de los antídotos preferidos para aliviar el hambre que se torna cada vez más agresiva al interior de la Isla, sobre todo en las zonas rurales.
Recientemente, descubrí un video en Facebook donde se observa un hombre de la tercera edad, bajo los efectos del alcohol, largando un discurso crítico sobre su difícil realidad existencial.
El individuo balbucea sus reproches a las limitaciones que enfrenta. Su morada es un desvencijado cuartucho de madera que milagrosamente se mantiene en pie, adonde se retira, tras despachar su discurso, impregnado de la bebida que lo ayuda a olvidarse del hambre por un rato y a poner en perspectiva otras penurias que le acompañan.
La casi ininteligible intervención del hombre ebrio no es lo más destacado del breve segmento audiovisual, sino lo que ocurre a pocos pasos de esa imagen simbiótica de miseria y enajenación.
Un cuchillo deslizándose por la superficie de un majá de Santa María muerto que cuelga de un trozo de madera a manera de travesaño es lo que impresiona, además de exponer en primer plano el rigor del hambre por esos lares.
Es el manjar que cubrirá las expectativas de una familia a merced de la escasez y la ausencia de alternativas para poder llevarse un pedazo de carne al estómago, acorde con los hábitos alimenticios de los cubanos.
Son dos los ejemplares del reptil que terminarán en un caldero a fuego lento, sazonados tal vez solo con un poco de sal y un chorro del mismo ron que tiene al viejo en un estado de embriaguez que lo obliga a fragmentar sus diatribas.
El joven encargado de descuerar el par de víboras endémicas de la Isla realiza su labor con una proverbial disposición. Se nota que conoce el procedimiento al dedillo, los cortes son perfectos y su sonrisa una señal de que será un suculento banquete.
Este pasaje trae al recuerdo lo vivido durante el llamado Período Especial en Tiempos de Paz, el eufemismo inventado por Fidel, o por alguno de sus consejeros, para identificar las carencias de todo tipo que afectaron a la población cubana en la primera mitad de los años 90 de la pasada centuria.
El cese de los espléndidos suministros procedentes de los otrora países socialistas de Europa del Este y de la ex Unión Soviética fue el motivo para que el fricasé de pollo fuera sustituido por gato frito o al horno, la sopa de palomas se disfrutara con sendos suspiros de satisfacción, los hámsters con no menos alegría y hasta las auras tiñosas estaban en la mirilla de los cazadores furtivos, preferiblemente para su venta, haciendo creer a los potenciales compradores que se trataba de otro tipo de ave.
No es una mera suposición que mucha gente comió carne de esta especie de buitre, además de animales domésticos y de otros ejemplares que jamás han sido parte de nuestras costumbres culinarias.
La irrupción del coronavirus, con su estela de efectos negativos en la economía mundial, sobre todo en los países subdesarrollados como Cuba, nos acerca a esos torbellinos que dejaron lamentables secuelas en amplios sectores de la población. Muertes, enfermedades crónicas debido a la desnutrición y una variada gama de afectaciones psicológicas dejaron su impronta en cientos de familias.
En vista a la paulatina profundización del racionamiento y de la decreciente disponibilidad de productos de primera necesidad, incluidos los alimentos, ya van apareciendo evidencias de un cambio en la dieta. Poco a poco desaparecen los escrúpulos y la mayoría de los cubanos rechazan el vegetarianismo.
Así que, en los campos, el majá de Santa María puede entrar en período de extinción.
En las ciudades, los gatos encabezan la lista de las preferencias. En la anterior crisis se vendían como conejos.
La agudización de las dificultades socioeconómicas apuntan a una posible carnicería que rompa el equilibrio del ecosistema con todo lo que eso puede acarrear en términos de supervivencia.
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