Llorar es sano y necesario

BAYAMO, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Mario Piedra, sordo de cañón, colega de aventuras intelectuales y empresariales, crea oraciones que implican conceptos. Una tarde de 1996, me comentó con esa sonrisa tan particular que tienen la gente de Matanzas: “Al Periodo Especial entramos todos juntos, pero salimos de uno en uno”.
Conversábamos sobre el momento en que, obligados por “El Maleconazo” y el descontento popular, el gobierno militar de Fidel Castro se vio obligado a tomar algunas medidas para liberalizar la economía. De esa manera, un grupo de la población (que algunos estiman en 200 mil personas) pudo magramente acceder al dólar, moneda prohibida hasta ese momento, y mejorar un poco el nivel de vida, respecto a los cinco años anteriores.
Con esas cortas medidas que incluían permitir alguna inversión extranjera, despenalizar el dólar, descentralizar las uniones de empresas y permitir algunos pequeños negocios personales, se dieron los primeros pasos para liberarnos del odioso Periodo Especial.
Ahora cae en mis manos No hay que llorar, un libro producido en el 2011. Financiado por el Fondo para el Desarrollo de la Educación y la Cultura, fue Premio Memoria 2009. Una compilación de textos cortos, donde los autores, convocados por Arístides Vega Chapú (Santa Clara, 1962), dan su visión sobre los duros años a los que el gobierno llamó Periodo Especial en Tiempos de Paz, o simplemente Periodo Especial.
Se caracterizó por una gran crisis económica, política y social. La desaparición del transporte automotor, el fluido eléctrico, y el establecimiento de un hambre endémica, que trajo a cientos de miles de cubanos la neuritis óptica, primero, y la polineuritis, después. Además, provocó una fuerte represión sobre la sociedad, con mítines de repudio y golpizas a los disidentes en las calles.
Para su empeño, Arístides convocó a Jorge Ángel Hernández, Lidia Meriño, Dean Luis Reyes, Virgilio López Lemus, Yoss, Aramís Izquierdo, Manuel García Verdecia y muchos más, de los cuales solo fueron publicadas 33 historias, en 138 páginas.
Los textos van en su mayoría en forma de crónicas, pero no faltan los cuentos largos o cortos. Más honestos o más triviales, o despreciablemente cínicos, como los de Rolando Rodríguez y Virgilio López Lemus, con aquello de que “lo especial (del periodo) fuera no dejarse vencer por la pereza, el deseo de irse de la realidad o el pesimismo militante”. También está expuesta en el libro la diletancia progubernamental y guataqueril de Ricardo Riverón: “Confío en la inteligencia de nuestros líderes para imprimirle otros matices a la batalla de ideas. A ver si pasamos del periodo especial a un periodo normal…”.
No obstante, hay historias que propician eso de reírnos de nuestras desgracias, como las que cuentan el holguinero Manuel García Verdecia, el habanero Yoss o el santaclareño Lorenzo Lunar.
El libro esclarece las diferencias generacionales de los escritores. Los nacidos en la década del cuarenta son complacientes con la tragedia y hasta la agradecen. Su tono es temeroso y cauto. Luego vienen los que nacieron en los sesenta y los setenta. Estos son mas desenvueltos y miran con amargura los álgidos días de apagones, sin transporte, ni ropa ni comida.
El tema de género también deja su huella. Las féminas trasmiten en sus historias honestidad y dolor. Los textos describen el momento de manera lacerante, y ubican a sus familias en el centro de las historias. Ejemplos: el de Lidia Meriño, Rebeca Murga o Lourdes González Herrero, con la apropiación del término “indispensabilidad”, y su afortunada oración: “Fue un sacrificio que el paso de los años convierte en un recuerdo difícil”.
Alternativa y plural, la selección tiene una cosa en común para todos los seleccionados. No se menciona a Fidel Castro Ruz, a su hermano Raúl o al partido comunista. Prefieren obviar en masa la responsabilidad de los gobernantes del país en aquellas circunstancias (¿o fue la censura impuesta por el Ministerio de Cultura para poder publicar el libro?).
Solo un oportunista menciona al embargo norteamericano y otro a los rusos como responsables de la situación. Todos hablan de las miserias materiales y pasan por alto la falta de libertades y no hay en la compilación ningún intelectual prodemocrático.
No obstante, No hay que llorar es un libro para reflexionar sobre la triste historia de este pueblo.