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La Otra Mejilla de Belkis

LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Cualquiera que comience a leer la alegría salvaje de Belkis Cuza Malé en el primer poema de La otra mejilla, editado en 2007 por ZV Lunáticas, en París, se sentirá en medio de ese campo suyo que nadie siembra, pero cubierto de lilas por el tiempo, y podrá tropezar con los versos más proféticos que haya escrito mujer alguna. Cada poema es un acontecer de los caminos del Hombre en busca de la verdad, es un alerta para que el Ojo piense tanto como la mente, pero además, tanta ternura suya habita entre sus páginas, que estremece, dan ganas de abrazarla a través de la distancia y besar su mejilla, y la otra, y tocar a su corazón, para pedirle de favor todos esos versos que le faltan por escribir.

Este, su último libro, nos demuestra que estamos ante una mujer excepcional, de origen martiano y cristiano, capaz de demostrar la estatura de su alma en un destierro injusto, piedra muy pesada que llevamos a cuesta, los cubanos de aquí y de allá, como castigo para todos.

Admiradora y enamorada de aquel Poeta, que con fuego jugó fuera del juego, el que sembró, con la magia de las aguas, una semilla en su cuerpo una noche habanera, como abeja en su miel, hizo un profundo agujero en sus entrañas para esconderlo, mucho más allá de la muerte. Es por eso que pudo convertirlo, gracias a la poesía, en el pájaro suyo que escribe con su lanza, que lo pinta con sus mejores colores, besa sus grilletes abiertos, lo presenta a todas las visitas -menos a una-.

Así de sencillo y grande continúa amándolo esta mujer solitaria, dicen sus versos, rodeada de hijos y nietos que el amor le regaló.

A Belkis Cuza Malé no le alcanzarán cien vidas para escribir las señales que le alargan los sueños de su vida presente, porque así dijo en su temprana juventud, cuando en 1963 su poesía abrió las puertas a Tiempos de sol, su primer libro.  Entonces descubrí quién era aquella joven hermosa que escribía con el saber misterioso de una anciana y que todos consideraban la mejor poeta de los años de tormenta revolucionaria, ella, que prefería escribir sobre la cabellera de los árboles, su otro siglo con su risa, su sombra contemplando gacelas, al panfleto que daba mejores dividendos, según el vendaval.

Pero la poesía no es un misterio y mucho menos Belkis. Es, lo creo, un don del cielo, el mismo que ella bendice cada mañana para sus amigos, para luego continuar con esa faena diaria suya de descubrir destellos en el alma de alguien que toca a su puerta en busca de ayuda.

Yo que la vi tantas veces enseñándome cómo abrir y cortar pececitos muertos en su cocina, pensando cómo escapar al fin del túnel rojinegro donde tantos nos moríamos de miedo, ahora me pregunto qué ocurrió que nos movimos en dirección contraria, cuando el túnel sólo tenía una sola salida y resultaba fácil sujetarse al hilo invisible del destino. Belkis era entonces una dama hija de Dios. Eso la salvó del silencio y la penumbra.

Desde su casa del Norte, como si pudiera consolarnos, nos descifra el misterio del tiempo, nos recuerda que alguien dijo que las dictaduras son tan pasajeras, que no importa si morimos antes de que haga explosión definitiva. Desde lo alto, me dice Belkis, alguien nos avisará para acudir a la fiesta de los vivos y los muertos.




Hart, Lezama y Virgilio Piñera

LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En el año 1976, cuando Armando Hart se hizo cargo del Ministerio de Cultura, murió el poeta José Lezama Lima. Entre las tareas apremiantes que el ministro tenía ante sí para tratar de enmendar los desastres del quinquenio gris (1971-1976), se incluía también el esfuerzo institucional para acercar la figura de Lezama al bando de la revolución. No obstante, tal vez para evitar un paso en falso en tan espinoso asunto, un pronunciamiento al respecto tardaría algunos años.

En 1983 el periodista Luis Báez entrevistó a Hart, y el texto apareció, en forma de libro, bajo el título Cambiar las reglas del juego. Esta era una de las preguntas:

-Hay quien afirma que a Lezama lo mantuvieron marginado y aislado. ¿Qué puede usted decir sobre eso?

El ministro invirtió ocho páginas en la respuesta, y sólo en tres de ellas habló directamente de Lezama. Después de su divagación, Hart prefirió obviar los años finales de Lezama, (cuando la correspondencia con su hermana Eloísa mostraba el desencanto del poeta con el castrismo), y se refirió a los sucesos de 1959, momento en que Lezama fue atacado desde las páginas de Lunes de Revolución, y algunos comunistas salieron en su defensa.

Lo más importante para Hart era que Lezama había muerto en Cuba, a diferencia de aquellos que lo ofendieron, quienes en su mayoría habían desertado a las filas del enemigo. No importa que el poeta se quejara de que el gobierno no lo autorizaba a viajar para corresponder a las múltiples invitaciones que recibía, o que en sus años postreros muy pocos escritores se atrevieran a visitarlo, o la prensa nacional le brindara una cobertura insignificante a su deceso, que no se correspondía con su estatura literaria.

En la entrevista Hart alabó el hecho de que el dramaturgo Virgilio Piñera tampoco hubiese abandonado el país, y muriera en la isla en 1979. No importa que a este autor no le publicaran nada en Cuba en los últimos ocho años de su vida, o que no lo invitaran a las actividades oficiales de la Unión de Escritores y Artistas, o que viviera en un perenne sobresalto, pensando en que, debido a su condición de homosexual, pudiera ir a la cárcel como le sucedió a Reinaldo Arenas.

Los conceptos adquirían, en boca del ministro, una nueva dimensión para la cultura oficialista: el exilio era identificado con el deshonor, mientras que la permanencia en la isla, no importa en qué condiciones, asumiría ribetes de patriotismo.




Un escritor con un ego muy grande

LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – De los informantes de Seguridad del Estado destapados la pasada primavera en el programa televisivo Las razones de Cuba,  Raúl Capote demostró ser  el único con dos dedos de frente y capacidad para fabular. Pero como ocurre invariablemente a los topos después que los destapan, parece que se lo tragó la tierra. Luego de los homenajes iniciales, ahora Raúl Capote es muy conocido y querido en su casa.

Si vuelvo sobre el tema del para nada dichoso descapotado, no es porque haya un nuevo episodio de su saga, sino porque acabo de leer  la extensa entrevista que concedió a Enrique Ubieta para el número 35 de la publicación mensual La calle del medio.

La entrevista se realizó días antes del destape televisivo –no dudamos de la confianza depositada por Seguridad del Estado en Enrique Ubieta-, pero debido a problemas de impresión, el número salió con varias semanas de retraso.  Gracias a ese contratiempo, Capote, con esa entrevista, logró volver efímeramente al candelero para lucir la chaqueta, no sólo la de súper agente, sino también la de escritorzazo.

Según Capote, la CIA andaba “desesperada buscando un escritor cubano disidente, y no había en ese momento alguien que ellos pudieran presentar como un escritor disidente, una especie de Solshenitzin”. Y por eso lo eligieron a él.

Nos pusimos de suerte. Si son tan torpes, tienen tan mal gusto literario y crean tales trastornos de la personalidad. ¡Dios nos guarde a los escritores disidentes de los agentes de la CIA!

Raúl Capote admite: “Habría que tener una autosuficiencia muy grande para creerte historias como esas que decían para adularte, que eras el mejor escritor cubano del momento, etc. Todos los escritores somos autosuficientes y nos creemos los mejores del mundo y pensamos que nuestra obra va a ser genial, pero hay que tener una medida de lo que es razonable”.

En su caso la medida no funcionó, porque de ser exactamente como lo cuenta, Capote, un escritor con un ego muy grande, se creyó lo que le hicieron creer los yanquis, que deben haber advertido su vanidad. Capote el Elegido, luego de  ser atendido por tantos oficiales de la CIA y estar con los funcionarios diplomáticos, del lado de allá del cristal de la sala de video-conferencias de la Sección de Intereses de Norteamericana, ahora se cree en la cima, no sólo de la contrainteligencia, sino también de la literatura cubana.

Así, en la entrevista, Capote asegura categóricamente que “hay muy pocas excepciones de libros hoy que uno pueda leer con pasión”. No le gustan “las críticas muchas veces fuertes de la realidad cubana” y  las novelas “que dicen las cosas que están mal”. Se queja de la falta de héroes literarios. “¿Cómo encontrar hoy en día personajes como los de Dostoievski?”, se pregunta. Supongo que lamente que además de El idiota, el escritor ruso no haya escrito también alguna novela titulada El informante.

Capote, en un intento de revivir el realismo socialista en plena posmodernidad, propone crear héroes literarios tomados de la cotidianidad, como por ejemplo, los profesores emergentes. O un personaje como él mismo. Por lo pronto ya tiene un libro escrito sobre sus experiencias como agente. Por suerte para la literatura, advirtió que su publicación puede demorar muchísimo. Explica sin pudor alguno que tiene el libro reposando, “hasta que me digan que puedo publicarlo, si consideran que es literariamente valioso”.  No hizo falta que aclarara quienes hacen tales valoraciones. No deja de ser conveniente que alguien, aunque sea los jefazos de Seguridad del Estado -qué remedio, alguien tiene que hacerlo-, le baje los humos literarios a un escritor tan presuntuoso.

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Cómo evitar problemas con la censura

LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – A la literatura cubana,  la posmodernidad -o una peculiar versión de ella, adaptada a las circunstancias  de la revolución de Fidel Castro- llegó con  retraso y desventaja,  casi dos décadas después de mayo del 68 y unos pocos años antes de la caída del Muro de Berlín.

Para cuando  empezó a  colarse de a poco entre las grietas del muro de bagazo y las mallas del embargo norteamericano, los debates sobre la posmodernidad en el Primer Mundo ya habían concluido. Por tanto, los  escritores y artistas  plásticos cubanos, hartos de tanta ideologización y ávidos de ponerse al paso del mundo, tuvieron que estirarse y saltar como ranas de las aguas estancadas de la charca del Quinquenio Gris y el realismo socialista como política cultural de Estado, a la procelosa corriente del arte posmoderno.

Hoy, los nuevos escritores cubanos son posmodernos, qué duda cabe, sólo que con una abigarrada mezcla de cinismo, desesperanza, hedonismo, camuflaje, pedantería, escapismo revoltoso y la autocensura  que dicta su aguzado instinto de conservación. No en vano pasaron su niñez y adolescencia en los años duros del Período Especial, que no se sabe a ciencia cierta si terminaron, si seguimos inmersos en ellos o ahora mismo se reinician.

Estos no son los tiempos de los pintores contestatarios de Arte-Calle, los novísimos topos cantautores  y  la narrativa del realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez.  Ahora los creadores se proclaman, cual si fuera el ropaje que los hace invisibles para comisarios y censores, posmodernos y descontextualizados.

Los nuevos narradores se empeñan en usar un lenguaje preciosista y críptico (el vulgo lo llama metatranca) y cuando se refieren a la  realidad nacional, lo hacen del modo más difuso posible.

En la nueva narrativa cubana (¿tal vez pos-literatura para el pos totalitarismo) el discurso oficial es sólo un zumbido remoto, un abejeo que apenas molesta. En todo caso, es relativamente fácil de obviar.

Para escribir sus atmósferas intimistas, alucinadas y cargadas de sexo,  que no llegan a ser verdaderas historias (al menos en el sentido aristotélico), los autores apelan a todo tipo de referentes: Lezama, Borges, el rock, Hollywood, las nuevas tecnologías de la información, la ciencia ficción, los muñequitos rusos. Hasta a los mismísimos labios de Norah Jones echan mano (como en el cuento homoerótico homónimo de Alberto Garrandés). Todo a través de la fusión, la parodia y la intertextualidad.

Gracias a la  descontextualización, los narradores, en vez de regaños de los comisarios de la UNEAC, suelen recibir premios  en concursos convocados por revistas literarias.  Rara vez llegan a las editoriales nacionales. Pero se desahogan sin buscarse demasiados problemas. En definitiva, ellos tienen claro lo que quieren decir.  El arte, no se cansan de repetirlo, más que en otra parte, está en la insinuación.

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Los aletazos del Caimán

LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Algunos intelectuales tienen la facultad de olvidar el papel de censores que jugaron en diversas publicaciones culturales del país. Y hasta asumen el de mártires por el contenido de sus obras.

Los poetas y escritores Iván Gerardo Campanioni, Guillermo Rodríguez Rivera y Víctor Casaus, fundadores en 1966 del suplemento literario El Caimán Barbudo, junto a Luis Rogelio Nogueras, Froilán Escobar, Félix Guerra, Raúl Rivero, y otros, aún lanzan coletazos en defensa de una revista que desde sus inicios sirvió a las peores causas de la política cultural cubana.

En uno de los homenajes por el cuarenta y cinco aniversario de la primera edición, tanto Campanioni como Casaus, sobrevivientes de los ataques de otros saurios, elogiaron la trayectoria de la publicación.

Durante sus intervenciones en la velada que se realizó en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, ambos pasaron por alto las campañas difamatorias lanzadas desde las páginas del Caimán contra quienes no comulgaran con la nueva estética revolucionaria.

Como si fuera poco, fingieron olvidar el oportunismo que sólo en contadas excepciones no asumieron los integrantes del suplemento en los conflictos de intereses generados por ocupar los más altos niveles de influencia en la cultura nacional.

No fueron diferentes a la mayoría de los intelectuales. Sus integrantes heterosexuales se desatendieron del destino de los gays; los blancos, de la suerte de los negros reivindicadores; los ateos, de las vicisitudes de los católicos y demás creyentes, y los pro soviéticos, del camino de los que se oponían al realismo socialista, como resumiera la época Desiderio Navarro en su conferencia “La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión”.

La primera misión que realizaron los integrantes del Caimán fue atacar a los escritores de la revista Orígenes, denunciar a Heberto Padilla, Antón Arrufat y otros representantes de la Generación del 50, “portadores del virus del diversionismo ideológico”. También los jóvenes  escritores y artistas proclives a la extravagancia, es decir, aficionados a las melenas, los Beatles y los pantalones ajustados, así como a los evangelios y los escapularios, fueron víctimas de sus coletazos.

Además, declararon una guerra contra los creadores que consideraron reaccionarios, y sus maquinaciones costaron más de una víctima en las depuraciones universitarias.

En las últimas décadas su función no ha variado. Cómplice de la censura de artistas y escritores que muestran en sus obras otra visión de la realidad, el Caimán apenas mueve la cola para refrescarse.

Sólo quienes mordieron y luego fueron víctimas de sus mordeduras le rinden homenaje hoy. Para sobrevivir dentro de las aguas turbias de la revolución, se han tendido al sol, con los ojos cerrados, la boca abierta y sin hablar, como auténticos caimanes de la cultura nacional.

Porque, contrario a lo que reza el proverbio sobre los perros: Caimán sí come caimán, aunque se indigeste.

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La historia que Ciro no ha contado

SANTA FE, Cuba, junio (173.203.82.38) – Si alguien pudiera darse gusto contando esta historia, es Ciro Bianchi Ross, ese escritor que cada semana nos deleita con una crónica de curiosísimas historias pasadas, muchas de ellas olvidadas y otras desconocidas, en el periódico dominical Juventud Rebelde.

Hace unos años escribí la anécdota para Cubanet. Mi amigo  había comenzado sus labores de escritor oficialista y se había hecho famoso con sus entrevistas a José Lezama Lima.

Ocurrió un mediodía de 1972, con el sol en el mismo centro del cielo. Ciro y yo andábamos La Habana, cuando Eusebio Leal, el historiador, aún no la andaba. Ciro quería visitar nuevamente a Lezama y proponerle una entrevista, aunque -él lo sabía y Lezama también- no saldría publicada en ningún órgano de prensa oficial. El régimen había marginado ya al famoso novelista y poeta.

Era la segunda vez que Ciro me llevaba a la vieja casa de Trocadero, donde Lezama nos recibía sentado en un sillón de los años treinta, atravesado en la puerta que conducía a las habitaciones, libros regados por todas partes, un grueso tabaco entre los dedos y una fija mirada sobre nosotros, como si quisiera adivinar si Ciro y yo éramos agentes de Seguridad de Estado o verdaderos admiradores de su gran obra literaria.

En aquella segunda visita yo llevaba un libro de su poesía completa y le pedí a Lezama que me lo dedicara. Lo tomó en sus manos, lo hojeó, tomó una pluma y escribió con mucho cuidado, con su pequeña y bonita letra, algo que leí después, y que se refería a cierto camino del Tao que debía recorrer todo hombre honesto hasta morir.

Mientras continuaba la conversación, noté que Lezama se había equivocado al escribir mi segundo apellido. Creo que ingenuamente se lo dije, mientras Ciro lo observaba en silencio.

-Lezama -le dije-, usted me disculpa. La dedicatoria me gusta mucho. Yo también admiro la cultura oriental, pero usted se equivocó con mi apellido. Yo no soy Cruz, sino Castro.

Y con toda la seriedad del mundo me respondió.

-Bueno, Tania, le digo la verdad. ¡Es que ese Castro me cae tan mal!

Sorprendida, no pude articular palabra. En aquel entonces, todavía creía en los cantos de sirenas de los Castro. Ciro soltó una ruidosa carcajada.

El libro, con su genial y lezamiana dedicatoria, fue a parar a manos del escritor Alberto Batista, quien años después se exilió en Canadá.

Es fácil de suponer por qué Ciro jamás ha incluido esa simpática anécdota en su columna de Juventud Rebelde, entre tantas que ha escrito sobre Lezama.




Jorge Semprúm , un gran hombre

LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Jorge Semprúm murió el 7 de junio en París. En Cuba su muerte no fue noticia.  Los medios no hablaron de tan importante suceso. Tampoco lo hicieron al día siguiente, elusivos, seguramente siguiendo las “orientaciones superiores”. Tendrían que reseñar su personalidad, al menos brevemente, y no desearían explicar los motivos de las discrepancias con él. Nos sobrecogió la novedad, cuando escuchábamos como todas las tardes una estación de radio de España. Desde hace muchos años recorremos las emisoras internacionales para podernos informar.

Con dificultad hemos seguido la ejemplar vida y la enjundiosa obra de ese gran hombre,  vetado en nuestro cerrado archipiélago. Mucho nos ha faltado por conocer y sobre todo leer, pero no han podido privarnos absolutamente de él.

Nació en Madrid en 1923. A los 15 años, junto a su familia tuvo que exiliarse en Francia, siguiendo a su padre que había sido embajador de la República en La Haya.  Allí se unió a la Resistencia, por lo que en 1943 fue apresado y torturado por los nazis, que lo enviaron al campo de concentración de Buchenwald, donde tuvo el número 44904 durante 2 años.

El 11 de abril de 1945, cuando los primeros dos norteamericanos llegaron allí, ya él junto a miles de sobrevivientes del campo, abandonado en estampida por los alemanes, marchaba con una bazuca al hombro para continuar la lucha. Se había unido en 1942 al Partido Comunista Español, donde ascendió a miembro del Comité Central en 1954 y el Buró Político en 1956.  Burló los órganos policiales de Francisco Franco en su intensa actividad clandestina dentro de España, que convirtió a Federico Sánchez (su seudónimo) en el hombre más buscado. Pero ese mismo partido lo expulsó, junto con Fernando Claudin, en 1965 por su oposición a los métodos estalinistas y sectarios. Sin embargo, sus conocidos dicen que nunca tuvo  rencor. Entre 1988 y 1992 fue ministro de Cultura del gobierno de Felipe González (PSOE).

No menos importante es su obra literaria, que incluye El Largo Viaje (1963), Autobiografía de Federico Sánchez (1977), Federico Sánchez se despide de ustedes (1993), La escritura o la vida (1994), Adiós, luz de veranos (1998), y sus guiones de cine para directores como Alain Resnais (La guerra ha terminado) o Costa Gavras (Z y La confesión). Escribió en francés y español.

Por aquellos atribulados días de represión, conocidos como Primavera Negra de 2003, cuando 75 personas fueron llevadas injustamente a prisión, y sobre las familias se extendió la persecución, la solidaridad de Jorge Semprúm fortaleció la convicción de que la razón estaba de nuestra parte. En nuestras circunstancias, la excepcional vida de Semprúm, luchador torturado, linchado políticamente por expresar sus ideas, esforzado  por lograr la reconciliación y rechazar el odio, ha sido una valiosa enseñanza para proseguir nuestros pacíficos esfuerzos.

Ya no continuará presente físicamente, pero su ejemplo y su obra trascenderán nuestros tiempos para provecho más allá de las fronteras. Él es un hombre universal, de hoy y mañana.




Voces 8

LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – La octava edición de Voces, correspondiente a mayo del 2011 y presentada en La Habana días atrás, muestra su vocación de permanencia con 19 textos de igual número de autores que transitan del testimonio a la entrevista, el ensayo social y literario, la narrativa y la poesía, condimentados con dibujos, fotos y montajes de letras y dígitos que mejoran lo visual y equilibran la artesanía escritural.

Como en las entregas anteriores, Voces va de la actualidad sociopolítica, propia del portal blogger Voces Cubanas, al arte y la literatura, sin olvidar temas o autores a los que dedica un espacio notable, a veces desde el periodismo ciudadano o la selección de ensayos breves que conforman un dossier-homenaje.

Localizable en www.vocescuba.com y en email [email protected], Voces 8 comienza con Palabras, del pintor Pedro Pablo Oliva, quien expresa su versión ante el aluvión de infamias que le prodigan los comisarios estatales. La cenicienta y el pintor, de Yoani Sánchez, ilumina los senderos del desencuentro arte-poder. Un cuadro del artista en el reverso de portada y otras creaciones suyas nivelan el dilema, actual y recurrente, por desgracia.

El tema musical bulle en las páginas siguientes con la entrevista de Natacha Herrera al intérprete y compositor Mike Porcel, ex integrante de los grupos musicales Dada y Síntesis, recordado por la Canción del Festival de 1978 (En busca de una nueva flor), y olvidado por los medios informativos desde que partió al exilio (1989), tras una década de ostracismo por su posición crítica.

El tema político está muy bien servido con tres miradas a la actualidad insular: Evolución versus Revolución: el signo de la vanguardia social, de la ensayista Miriam Celaya; Cuba: la obsoleta fabricación de enemigos, del politólogo Pedro Campos, y Cuba: sinrazones del partido único, del historiador Dimas Castellanos. Como cada pieza ilustra con maestría y veracidad un fragmento gris de la omnipotencia estatal que padecemos, prefiero estimular la lectura de los mismos sin aventurar comentarios.

Una tríada de escritos rinde homenaje a José Martí en el aniversario de su caída en combate (19 de mayo de 1895), pero ni Orlando Luis Pardo con su testimonial Sin título, bosquejo de una aventura fotográfico-policial martiana; ni el desaparecido Calvert Casey, autor de Diálogos de vida y muerte; ni Enrisco –Qué es un martillo nuestro apostolillo-, coinciden con la apropiación manipuladora del discurso nacionalista que santifica al Héroe Nacional y lo convierte en ícono del poder y en paradigma de los intelectuales. Más bien lo desmontan, especialmente Enrisco, quien analiza la revisión crítica del legado martiano y la rebelión contra su mito como búsqueda de una salida al laberinto de ideas fijas de la dictadura más larga de nuestra historia.

Cuatro voces diferentes tamizan la realidad desde la ficción. La historia, el erotismo, el  suicidio y el amor compartido cabalgan en los relatos El ingeniero, de Fernando Villanueva, que retoma el éxodo masivo del Mariel; Por el hueco de la sábana, del escritor avileño Francis Sánchez; Pavimento, de Dalila Doucena, y El confesionario, de Abel Caín.

Entre la narrativa y la poesía, representada por las Odas de Félix Guerra, figura el Decálogo del blogger cubano, del periodista exiliado Ernesto Morales; seguidos por el cuarteto de críticos que diseccionan sobre obras y autores de Cuba y otras latitudes. A Carlos E. Lage se debe Criptografía cubana, acerca del escritor apócrifo Ernesto Pérez Mason; mientras Armando Valdés Zamora comenta La vida está en otra parte, del escritor checo Milán Kundera; en tanto Ahmel Echavarría glosa una colección de cuentos en Como una oruga blanca, y Miguel Iturria Savón redescubre en Música de cámara y atonías existenciales, los planos velados por el sexo en la última novela de Reinaldo Montero.

Voces conserva frescura y originalidad, cubanía y sentido universal, además de brindar espacio a los creadores de adentro y de afuera, y de promover lo nuestro con sentido inclusivo, palpable ahora en el Primer Concurso de Fotografía Social Cubana (País de Píxeles 2011).




Inventar un hombre

LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – La editorial Lunáticas ZV, dirigida por la escritora  cubana exiliada Zoé Valdés, en Francia, acaba de anunciar el próximo lanzamiento del poemario Inventar un hombre, de la poetisa, periodista independiente y luchadora por los derechos humanos, Tania Díaz Castro.

La historia de Tania se remonta a los albores de la revolución socialista que se gestó en Cuba en 1959 y arrastró a todo el país a la construcción de un hombre nuevo. Fueron años que Tania dedicó a colaborar en revista Bohemia. Fue miembro la Unión de Escritores, donde publicó varios libros, el más recordado, Todos me van a tener que oír.

Fueron los años  de Heberto Padilla y Francisco Riverón, con los que Tania mantuvo una entrañable amistad. Trabajó con el periodista Enrique de la Osa en esa parte de la historia de Cuba donde se intentaba consolidar  la sociedad a base de batallas por el esfuerzo decisivo, la institucionalización,  la zafra de los diez millones,  un camino sin futuro suficiente para que la poetisa, inquieta, se preocupara por los destinos de la nación.

Desde las primeras horas del movimiento de derechos humanos en Cuba, Tania Díaz Castro se suma a la lucha, sufre prisión, y es obligada a retractarse bajo tortura sicológica en las celdas de Seguridad del Estado. Su obra poética declina, avasallada por el sistema totalitario que ha dictado la ley: Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada.

Luego retoma el camino de la lucha por la democracia y se incorpora al periodismo independiente, donde denuncia el estancamiento de Cuba, producto del régimen socialista que gobierna por más de cincuenta años, empeñado en continuar el camino abandonado por sus patrocinadores de la Europa del Este. Tania no deja de escribir poesía y como no pudo construir un hombre nuevo, se lo inventa.

Inventar un hombre está dedicado a sus tres hijos, Gretel, Maricarmen y Vladimir, y a  cuatro compañeros de lucha, Ileana Fuentes, Ricardo Bofill, Frank Hernández Trujillo y Juan Benemelis. A  diferencia de Diógenes, que salió al mediodía con un candil buscando un hombre, Tania  Díaz se lo inventa  en este libro, que saldrá a la luz próximamente, gracias al apoyo de Zoé Valdés.




Las obsesiones de Retamar

LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – A partir de 1960, cuando el canciller Raúl Roa lo designó para un cargo en la embajada cubana en París, Roberto Fernández Retamar viajó por Europa con la misión de captar las simpatías de los intelectuales europeos y latinoamericanos hacia la naciente revolución castrista. Durante esos periplos estableció amistad, entre otros, con Octavio Paz y Pablo Neruda. Unos lazos que, de una forma u otra, se iban a romper a medida que esos intelectuales advertían la esencia represiva de la política cultural cubana. El poeta chileno terminó por calificar a Retamar como “un arribista político y literario, carente de valores poéticos”.

En 1965 Fernández Retamar asume la dirección de la revista Casa de las Américas, e incursiona en una de sus perennes obsesiones: la forja de una nueva identidad para el ser latinoamericano. Para ello retoma los símbolos de la obra La Tempestad, de Shakespeare, y le asigna al personaje de Calibán la representación de las masas explotadas de América Latina.

Ante la disyuntiva de actuar como un auténtico intelectual, o mantener la incondicionalidad al poder castrista, Retamar se decide por lo segundo. Así, en el ensayo Calibán, escrito en 1971, no insta a los latinoamericanos a buscar un camino propio para encauzar sus sociedades, sino que les aconseja seguir el ejemplo de las naciones comunistas de Europa Oriental, que vivían bajo el sistema marxista-leninista. Claro, ya por esa fecha, y ante el desastre de la zafra de los diez millones, Cuba estrechó más los lazos que la unían a Moscú. .

Las intenciones de Retamar no fructificaron, y se vio obligado a escribir otro texto, Adiós a Calibán. Una vez desaparecida la Unión Soviética, y comprobado el fracaso del marxismo-leninismo, su Calibán clasista, signado por la hoz y el martillo, nada tenía que hacer.

Otra de las obsesiones de este embajador cultural del castrismo fue el intento de acercar a Martí a la ideología comunista. Para cumplir ese objetivo no escatimó voluntariedad ni tergiversaciones. Una de ellas aconteció en una larga entrevista, en forma de libro, donde afirmó que Martí no había abrazado el marxismo por ser un hombre del siglo XIX. “De haber actuado en el siglo XX, Martí se hubiese comportado como Ho Chi Min”.

No concibo cómo establecer el más mínimo paralelo entre un amante de las libertades individuales y el sistema democrático, y un comunista atrincherado en el autoritarismo al estilo de Lenin o Stalin. Sin dudas, uno de los peores ultrajes a la memoria del Apóstol.