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La ingenua utopía de Julio Cortázar

CortázarLA HABANA, Cuba – En este año se celebra el centenario de algunos de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Sin embargo, mientras Julio Cortázar se marchó hace ya treinta años, en Chile el antipoeta Nicanor Parra, sigue dando guerra y diciendo lo que le viene en gana, disgústese quien se disguste.

En 1970 Parra se consideraba miembro de la izquierda latinoamericana, pero entonces la jefatura revolucionaria de Cuba decidió expulsarlo de esa selecta vanguardia, porque había asistido a una recepción en Washington. Alejo Carpentier hubiera sentido que dejaba de existir como escritor si le hubiese ocurrido lo mismo. El chileno, por el contrario, se sintió liberado de un peso, pues, como declaró en unos versos, “No soy derechista ni izquierdista, yo simplemente rompo con todo”.

Cuarenta años después, fue invitado por aquella misma jefatura revolucionaria a asistir con la mandataria Michelle Bachelet a la Feria Internacional del Libro de La Habana, en una edición dedicada a la República de Chile, pero Nicanor Parra, sin revuelo pero sin dudarlo, rechazó la invitación.
Ese otro grande de las letras iberoamericanas, Julio Cortázar, que tanto despreciaba las falsedades burguesas, la politiquería y la prepotencia de los señores, carecía de ese don de ruptura. De hecho, su coraje y su genialidad como creador de la palabra no tienen correspondencia con su activismo político.

Claro que no es el único, entre los tantos artistas del continente, aunque jamás llegó a ser un hipócrita ni un oportunista. Si bien no asumió una postura vertical y firme como Vargas Llosa, de ninguna manera llegó a los extremos de un Gabriel García Márquez.

El autor de esa gran novela que es Rayuela, y de muchos de los mejores cuentos de la literatura mundial —que sabía mezclar realismo y fantasía con el más límpido estilo— tuvo, según Vargas Llosa, un espíritu adolescente, una voracidad cosmopolita, y un candor que siempre lo acompañaron.

A Octavio Paz, el premio Nobel mexicano, le parecía que en algunos momentos las tentativas literarias de Cortázar y las suyas se habían cruzado: “él en la prosa y yo en la poesía”, dijo. “Me parece que es el escritor latinoamericano con el cual tengo más afinidad literaria, en esta tentativa por encontrar ciertos cruces entre el texto literario, el texto poético y otras formas de expresión”.

La bella utopía

Muy amigo de Roberto Fernández Retamar, cuando le escribe para tratar sobre la “situación del intelectual latinoamericano”, Cortázar le asegura que, si tuviera que enumerar las causas por las cuales se alegraba de haberse ido de su país, “creo que la principal sería el haber seguido desde Europa, con una visión desnacionalizada, la revolución cubana. Para afirmarme en esta convicción me basta, de cuando en cuando”, asegura el escritor, “hablar con amigos argentinos que pasan por París con la más triste ignorancia de lo que de veras ocurre en Cuba”.

Seguramente por ese candor del que hablaba Vargas Llosa —y que el escritor Plinio Apuleyo Mendoza consideraba “a veces alarmante”—, Cortázar pudo llegarse a creer que entonces, en 1967, él sí estaba muy bien informado de “lo que de veras ocurre en Cuba”, y por eso, naturalmente, sentía que la revolución cubana era “una encarnación de la causa del hombre como por fin había llegado a concebirla y desearla”.

Igual que muchos otros intelectuales, tuvo la certeza de que “el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará en verdad a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”.

Pocos meses después de redactar esa carta, la noticia de la muerte de Che Guevara en Bolivia lo llenaría de consternación. Su compatriota representaba para él, como para tantos, un paradigma de la revolución continental, una leyenda viviente junto a la cual él se consideraba, casi culpablemente, un simple intelectual, como sugieren sus versos: No nos vimos nunca / pero no importaba, / mi hermano despierto / mientras yo dormía.

La explosión Padilla

Duro despertar sería el de Cortázar, y muchos otros, cuatro años más tarde, en 1971, cuando estalló el caso Padilla, dividiendo en dos bandos a los escritores de lengua española. El autor de Rayuela firmó la primera carta de protesta, que recibió una réplica insultante de Fidel Castro, pero se negó a firmar la segunda, que era aún más fuerte. Principalmente, de un lado quedaron García Márquez y Cortázar, y del otro Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Semprún y Juan Goytisolo.

Para no firmar esa segunda misiva, Cortázar argumentó que se trataba de “una carta de ruptura” y que personalmente, pese a las objeciones que tenía con las autoridades de la Isla, seguía creyendo “que la revolución cubana merece, en su esencia, una fidelidad que no excluya la crítica, una presencia siempre posible para colaborar al triunfo de su lado positivo que, lo creo de veras, sigue existiendo a pesar de esta ofensiva de mediocridad y medievalismo”.

En los meses siguientes, Cortázar hizo incansables y patéticas gestiones para reconciliarse con Fidel Castro. Llegó incluso a aparecerse en la embajada cubana en París para donar una vieja máquina de escribir y un bulto de ropa usada, como humilde contribución para aliviar las carencias ocasionadas por el bloqueo económico de Estados Unidos. Ni siquiera lo recibieron.

Pero ni el hecho de que no llegó a firmar la segunda carta, ni un poema con el que intentaba recuperar la gracia revolucionaria (“Buenos días, Fidel, buenos días, Haydée, mi casa, mi caimancito herido…”), ninguno de sus intentos de acercamiento, nada bastó para que lo perdonaran y la condena se mantuvo durante varios años. Cuando, en 1973, una editorial habanera publicó las Narraciones completas de Edgar Allan Poe, en tres tomos, no se mencionó siquiera que la magnífica traducción y las enjundiosas notas eran suyas.

Julio Cortázar es uno de los más notables ejemplos de la confusión y parálisis que produjo la revolución cubana sobre un vasto sector de la intelectualidad de América Latina. Un hombre de izquierdas como Cortázar tuvo que pagar un alto precio moral por no atreverse a reconocer que había sido víctima de la manipulación y el engaño de Fidel Castro y su revolución.




Cortazar y la revolución surrealista

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Julio Cortazar en Paris, 1967

LA HABANA, Cuba -En días pasados el periódico Juventud Rebelde dedicó espacio a Julio Cortázar -1914-1984-, uno de los escritores más admirados de la literatura latinoamericana. Algunos poetas y novelistas expusieron sus anécdotas con él o con su obra. Sin embargo, ninguno de ellos se refirió a la frase más célebre del autor de Rayuela, cuando calificó de surrealista a la Revolución de Fidel Castro, tal vez porque nunca le gustó.

Como yo también tengo mi anécdota con Cortázar, voy a contarla.

Eran los años setenta. Visitaba yo a mi entrañable amiga Maggie Prior en su pequeño apartamento de la calle San Lázaro, en La Habana, cuando de pronto salió de la habitación de dormir el hombre más raro que había visto en mi vida: alto, demasiado alto, delgado, demasiado delgado, feo, demasiado feo. Un anciano con semblante de niño, sonriendo y en calzoncillos atléticos.

Me quedé en una pieza, sin poder decir ni esta boca es mía.

Maggie, aquella estupenda negra esbelta, nada bella de rostro, pero con tremenda personalidad en la escena cuando cantaba en los cabarets de los mejores hoteles de La Habana, sobre todo jazz, algo prohibido por aquellos años, me lo presentó:

-Julio Cortázar, mi amante.

Me tendió un larguísimo brazo derecho y su mano grande, una de esas manos que parecen abarcar todo un horizonte.

Maggie Prior y el escritor Dino Carrera, foto tomada por Tania Díaz Castro en 1973 (1)
Maggie Prior y el escritor Dino Carrera, foto tomada por Tania Díaz Castro en 1973

En aquella ocasión no conversamos. Estaban muy entretenidos. Maggie, en  probarse los novedosos y caros vestidos que Cortázar le había traído de París y el anciano escritor en aprobarlos o desaprobarlos, según sus gustos, para usarlo esa noche en la Casa de las Américas.

Aquella escena siempre la he guardado en mi memoria: Cortázar cómodamente sentado en una butaca, casi desnudo y Maggie, desnuda,  exaltada, quitándose y probándose vestidos, ante la mirada del anciano, que le decía: este te queda mejor. Pruébate aquel. Da vueltas. Este es el perfecto. ¡Excelente¡…

Otro día coincidimos en el bar Las Cañitas del Hotel Habana Libre. Cortázar estaba alegre y se veía mejor. La primera impresión que me había dado de esposo cazolero, opinando sobre trapos, desaparecía. Algo que vi en él aquella noche me agradó.

Por eso sin pena alguna le pregunté por qué había calificado a la Revolución de Fidel Castro de  ¨surrealista¨.

Como yo era ciegamente revolucionaria y sorda de cañón ante cualquier crítica que se le hiciera a Fidel, no entendía bien aquella definición suya.

No podría precisar la respuesta de Cortázar. Ha llovido demasiado. Pero sí que sus palabras me resultaron incomprensibles. Sobre todo por el acento francés que utilizaba en su español.

Le dije que su apreciación sobre ¨nuestra Revolución¨ no caía bien, que parecía algo de mala fe y hábilmente cambió de conversación.

¿Acaso quiso decir el autor de Rayuela que la Revolución se escapaba del mundo tal cual era, que se trataba de una imagen visionaria, algo que nos imaginábamos los cubanos que ocurría?

Maggie murió tempranamente. Cortázar no volvió a Cuba durante años. Ha transcurrido más de medio siglo del mismo surrealismo revolucionario. Muy poco o nada ha cambiado

¿Qué diría ahora el escritor argentino, mientras se le rinde homenaje,  pero en la prensa de Fidel nadie se atreve a repetir lo que dijo de la Revolución?

Ni siquiera Pablo Armando Fernández pudo aclarar en Juventud Rebelde la  definición de Cortázar y sólo se limitó a decir que en 1963, en Londres, hablaron ¨…de la visión natural de la isla que para él hasta entonces era literaria¨.

ENLACE: http://www.juventudrebelde.cu/suplementos/el-tintero/lectura/2014-08-02/la-huella-de-cortazar/