1

Dominados por el dominó

Un juego de estrategia más que de azar (Foto: Ernesto Pérez Chang)

LA HABANA, Cuba.- Saber jugar dominó es, para algunos, elemento indispensable para definir a un cubano. Dentro y fuera de la isla se lo ha llegado a identificar como una marca de nuestra cultura.

Sin dudas lo es, incluso para quienes lo ven simplemente como un pasatiempo más, incluso como un vicio. Sin embargo, para otros es como ejercer un oficio. Son los jugadores “profesionales”, cuyas vidas giran en torno a eso que no es un simple juego de azar.

Emelino, uno de esos jugadores empedernidos, asegura que el dominó es pura estrategia y que llegar a ser un maestro requiere de mucho entrenamiento mental pero también de dotes naturales y hasta sobrenaturales.

“El buen jugador llega a saber cuáles son las fichas que están y las que no. Incluso en segundos calcula la jugada del contrario porque es un juego de estrategia (…). No es tanta matemática como tener mucha memoria, ser un buen observador de todo, hasta de los gestos, los comentarios de los que juegan. (…) Cómo se fuma el cigarro, como se rasca o respira. (…) Es algo que nace con uno o un don que se tiene. Yo creo que es un don que se tiene”, afirma Emelino.

A cualquier hora del día y en cualquier barrio de la isla se puede escuchar el sonido de las fichas golpeando una mesa que, a veces, no pasa de una tabla rústica que los jugadores sostienen sobre las piernas.

Es un ruido que todos conocen y que no solo connota diversión y “borrachera” sino, sobre todas las cosas, dinero.

“No hay dominó sin dinero. Hay que apostar para que sea interesante, de lo contrario es un jueguito de niños”, asegura Leosdán, un joven jugador que dedica  casi todas las tardes al dominó.

“No es que juegue para ganar dinero y que eso sea el propósito; es que se vuelve más interesante cuando uno sabe que algo está en juego. (…) Es verdad que a veces termina en bronca pero también hay que saber con quién uno juega. (…) En este mundo casi todos los buenos jugadores se conocen y nadie va a jugar con alguien que es un estafador, un tramposo o un mal perdedor. (…) Primero está la diversión y después el dinero, pero te digo, sin dinero es un jueguito de niños, no tiene sentido”, dice Leosdán.

Para Virgilio, otro jugador, el dominó es un “trabajo” tan serio como cualquier otro.

“Muchos lo ven como cosa de vagos. ¿Por qué no le dicen vago a un futbolista o a un pelotero? ¿A un jugador de ajedrez? (…) Otro error es decir que somos una partida de “curdas” (borrachos). Mira, para jugar en serio hay que estar bien afinado. (…) No es lo mismo darse el traguito que estar borracho. Es un trabajo, y uno tiene que estar concentrado en lo que hace. (…) Te estás jugando dinero y lo puedes perder todo”, explica Virgilio.

“Dominó sin interés no es dominó”, asegura Yosua, quien ha tenido buenas y malas experiencia al respecto: “Una vez tuve una racha que no había nadie que me ganara (…) fue una semana que era un juego tras otro. Para que tú veas cómo son las cosas, esa misma semana me botó la jeva (…) perdí el trabajo, el viejo se me enfermó (…) me las vi negras. Y me dice un socio que me vio por el piso, oye, vamos a casa del Nene a jugar que hoy la cosa está buena, y me fui para allá y aposté el único peso que tenía (…) al final hice como quince mil pesos, en una semana”.

No importa lo que suceda alrededor. “Se puede estar acabando el mundo pero el juego debe seguir”, dice en broma uno de los jugadores con los que converso. Me responde sin dejar la mesa, sin desatender las fichas.

No hace mucho, algunos medios de prensa hasta calificaron como imprudencia el hecho de que, bajo el azote del huracán Irma, en medio de las inundaciones, algunos sacaran los tableros a la calle.

“Es cierto que es una locura pero si te despiertas y ves que todo está patas arriba, lo mejor es darse un par de tragos y divertirse”, opina Yanniel, uno de los que, habiendo perdido varias de sus pertenencias a causa de las aguas que dejó el ciclón, optó por no echarse a llorar.

“Me levanté y vi que todo estaba empapado y no podía ponerme a sacar agua. No había nada que hacer que esperar a que bajara por sí sola. (…) Eso no es nuevo aquí. Además, todo depende de uno. Nadie te va a dar nada. Eso es un cuento (…). Eso es parte de la recuperación”, dice mientras ríe a carcajadas). “¿O vas a esperar a que te repongan lo que perdiste? (…) Me pongo a jugar, que es lo único que me va a reponer lo que perdí”, comenta Yanniel.

Al igual que él, la mayoría de los entrevistados coincide en que el dominó no solo sirve como una alternativa económica para incrementar los ingresos personales, sino como un “antídoto” contra la abulia cotidiana.

Clara es una mujer de unos cincuenta años que todas las tardes sale a jugar en la misma esquina del barrio donde vive, en Centro Habana. Cuesta trabajo hacerla hablar, pero si la retas con una partida enseguida se suelta y conversa. Dice que le gusta escuchar al contrario y que solo así puede “calcularlo” y saber si es “de confianza”. Para ella, el dominó es su única puerta de escape, un modo de sobrevivir a las adversidades.

“Hay calor, no hay nada que ver ni que hacer. Este es mi antídoto contra el aburrimiento. (…) Llega un momento que la casa se te viene arriba con tantos problemas. No me gusta calentarme la cabeza con tantos problemas así que, bueno, entonces a jugar dominó hasta que me muera”, dice Clara y continúa diciendo más tarde mientras bebe, juega y apuesta lo mismo que ganó tal vez la noche anterior: “Te imaginas estar encerrada aquí, sin poder hacer nada. Porque si vas a un lugar todo es dinero y dinero que no hay. No lo hay. Y si opinas sobre cualquier cosa que no sea pelota es un problema. Mira, es mejor sentarse en una esquina a jugar y hablar de dominó porque ya ni de pelota, que no sirve. (…). Yo sí creo que los cubanos hemos aguantado tanta cosa mala gracias al dominó. Y no exagero, es la pura verdad”.




El panadero que fue campeón de dominó

Juego de dominó (foto: laverdad.es)
Juego de dominó (foto: laverdad.es)

LA HABANA, Cuba.- Se llama Henry Heredia, pero le dicen Maño. Aunque ya pasó de los cincuenta, desde muy joven es el mejor jugador de dominó de Cuba. Vive en Beneficencia y el 5 Sur, en Guantánamo, en una casa de las peores del barrio. Viajó a España, al campeonato mundial de dominó, donde obtuvo el primer lugar, y cuenta detalles interesantes de su vida y el torneo donde impuso su fuerza creativa sobre medio centenar de parejas de jugadores de todas las latitudes.

Su padre era el reparador de cocinas de luz brillante del barrio, experto en limpiar el tubo por donde la candela sublima el líquido para convertirlo en gas, y en soldar salideros de los tanques. Por poco dinero devolvía la tranquilidad a las amas de casas desesperadas, que corrían en busca de su ayuda para terminar la comida.

Su madre era una mujer enferma, que apenas se levantaba de la cama. Las labores del hogar las realizaba su hermana, medio loca. Su otro hermano Noelito, resultó ser “El Plateado”, un misterioso asaltador de caminos notorio en las provincias orientales, quien purgaba una condena de treinta años en el Combinado de Guantánamo.

En ese contexto creció Maño, que al terminar la secundaria fue a trabajar a la panadería “La Crema”, con Cueto “el maestrazo”, que le enseñó todos los trucos del pan. De la empresa los buscaban a los dos de madrugada, cuando una masa se había echado a perder en una panadería y necesitaban “reconstruirla”.

Cuando terminaban el amase y construían los proyectos de panes, que debían permanecer dos horas en la estufa antes de entrar al horno, se sentaban a jugar al “pintintín”, un tipo de dominó que da mucha vista y cálculo al jugador. Esas madrugadas esperando con el maestro a que el pan creciera mientras jugaban, fueron el entrenamiento ideal para que Maño resultara después el mejor del planeta.

En la esquina de San Lino y el 5 Sur crearon una sociedad de dominó con los vecinos. Le llamaron “La Doble Blanca”. La componían además Valentín, Cueto, Papucho, Fernando George y media docena de vecinos más. El juego comenzaba a las nueve de la mañana y a la media noche todavía se escuchaba el seco sonido de las fichas contra la madera, y el barullo, manteniendo despierta a muchas vecinas que se quejaban al otro día del ruido de las fichas, el vocerío y la ausencia del marido en la cama.

Luego la sociedad se disolvió y Maño continúo jugando por ahí, hasta que un día  lo invitaron a un torneo nacional y fue de pareja con el legendario Eloy. Batieron a cuanto rival les se sentó enfrente, con combinaciones fuera de serie y cierres magistrales.

Resultaron campeones de Cuba y los invitaron al I Campeonato Mundial de Dominó en España, pero a Maño no lo dejaban viajar. En su lugar colocaron a un advenedizo “gracias a que los organizadores expidieron la carta de invitación a mi nombre y no querían a nadie más”.

“Viajar a España resultó un suplicio. Tal vez por los antecedentes penales de mi hermano, o  porque era hijo del arreglador de cocina, o porque era panadero con una hermana medio loca, no sé, pero me pusieron todo tipo de trabas. Mi pareja Eloy también se disgustó; tú sabes, el dominó es como el ajedrez, un arte”.

“Eloy y yo no necesitábamos señas. Con mirar como colocábamos las fichas nos comunicábamos. En cambio adivinábamos las señas de los rivales y eso nos servía para liquidarlos. Al final viajé y ganamos sin dificultad el campeonato. ¿La pareja más difícil? La dominicana. Jugaban como los de ‘La Doble Blanca’. Aunque cometían los mismos fallos que Valentín y Papucho. Me recordaban mi barrio. Estaba loco por regresar con mi gente”.

Cuando volvieron no hubo vítores. La prensa recogió la noticia del triunfo con una nota escueta entre decenas de informaciones baladíes. Hubo un reportaje corto en la televisión, pero solo salieron en la pantalla las manos de Maño, colocando una ficha, en una partida contra la pareja de la provincia Granma durante el campeonato nacional.

Retornó a la panadería y no ha querido participar más en torneos oficiales. A veces juega una partida, no más. Sus padres murieron, su hermana está rematada por la locura y Noelito continúa pudriéndose en la cárcel. “El único aliento que me queda es llevarme veinte panes al terminar el turno, vender diez y comerme el resto, y esperar la próxima madrugada para irme a ‘La Crema’, a conversar imaginariamente con el difunto Cueto, ‘el maestrazo’, el que me enseñó a hacer pan y a jugar el juego que me llevó a cruzar el Atlántico”.