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El informe secreto de Jrushchov y el fin del culto a Stalin

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(Foto: CubaNet)

LA HABANA, Cuba. – El 24 de febrero de 1956, en una sesión a puerta cerrada para los delegados del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el Primer Secretario Nikita Jrushchov dio lectura durante casi cuatro horas al informe sobre los crímenes de Stalin.

Aquel documento solo daba cuenta de los crímenes contra los comunistas durante las purgas en el Partido y el Ejército Rojo entre 1937 y 1938, en las que hubo 690 000 víctimas.

Quedaron fuera del informe las víctimas no comunistas, que fueron muchísimas más durante los 29 años que duró el régimen de terror de Stalin. Nada se dijo de los seis millones de ucranianos muertos de hambre durante la colectivización forzada (1932-1933); de las decenas de miles de zeks que murieron en los gulags; de los deportados a Siberia; de los polacos, lituanos, alemanes del Volga, tártaros de Crimea, ingushes y chechenos desplazados de sus tierras.

En el XX Congreso no se habló sobre aquellos crímenes de lesa humanidad, que nada tuvieron que envidiar a los de los nazis. No fue hasta cinco años después, en 1961, durante el XXII Congreso del PCUS, que Nikita Jrushchov se referiría al total de las víctimas del estalinismo, y no solo a los comunistas purgados.

Jrushchov propuso erigirles un monumento a las víctimas de Stalin, pero nunca se llegó a construir.

Con su informe al XX Congreso del PCUS ─lleno de hipócritas eufemismos tales como “errores” y “abusos” para referirse al exterminio de millones de personas─ Jrushchov se propuso ─y en buena medida consiguió─ disculpar al sistema comunista al circunscribir solo al régimen de Stalin la política criminal que había estado vigente desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917.

El informe le sirvió a Jrushchov para desembarazarse del clan de estalinistas que obstaculizaban las reformas del llamado “deshielo” o desestalinización. Poco más de un año después, todos ellos habían sido apartados de sus funciones en el Partido Comunista y el gobierno. Todos menos uno: el propio Jrushchov, que había sido primer secretario del Partido Comunista en Ucrania en los años 30, cuando los fusilamientos y las deportaciones forzadas estaban en su apogeo.

Años después, en sus memorias, un arrepentido Jrushchov –pero solo de los crímenes contra los comunistas─ escribiría: “Aquellos que fueron fusilados por centenares de miles permanecerán sobre nuestras conciencias (…) Ahora sabemos que las víctimas de la represión eran inocentes. Tenemos la prueba irrefutable de que, lejos de ser enemigos del pueblo, eran hombres y mujeres dedicados al partido, a la revolución, a la causa leninista de la edificación del socialismo y el comunismo (…) ¿Cómo pretender que no sabíamos lo que sucedió? Sabemos lo que era el reinado de la represión y de la arbitrariedad en el partido y debíamos decir al congreso lo que sabíamos (…) En la vida de cualquiera que ha cometido un crimen, llega un momento en que la confesión le asegura la indulgencia, si es que no la absolución…”.

¡Conmovedor alegato el de este Poncio Pilatos comunista!

El informe al XX Congreso del PCUS posibilitó que el mundo comprendiera, por boca del nuevo jerarca del Kremlin, que no eran “infundios de la prensa burguesa de Occidente” las atrocidades que se contaban de la Unión Soviética.

El informe de Jrushchov y, unos meses después, en noviembre de 1956, la intervención soviética que ahogó en sangre la rebelión en Hungría marcaron un punto de inflexión en la historia del comunismo.

Es triste que hoy muchas personas en el mundo todavía se nieguen a reconocer la naturaleza intrínsecamente criminal del comunismo, un sistema que no solo produjo a Lenin y Stalin, sino también a Mao, Pol Pot, la dinastía de los Kim y muchos otros sicópatas similares.

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Las confesiones de un marxista comprometido hasta la médula

Joseph Stalin, dictador ruso, fundador del ejército rojo y del campo socialista

LA HABANA, Cuba.- Como Alan Woods, un filólogo inglés marxista, miembro de la Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels, comprometido hasta la médula, cada vez son menos los esperanzados con un futuro comunista que por suerte gran parte de la humanidad rechaza como pura utopía.

Aún así Alan Woods -1944-, pese a sus confesiones que levantan los pelos a cualquiera, termina su libro “Stalin, 50 años después de la muerte del tirano”, diciendo que “La bandera de Octubre quedó ensuciada y ensangrentada por la contrarrevolución política estalinista y la tarea de la nueva generación es limpiarla, eliminarle la suciedad y elevarla bien alto”.

¿Cómo, se preguntaría esa nueva generación, podría mantenerse en alto una bandera manchada de sangre y suciedad?

Vale la pena echar un vistazo a todo lo dicho por este viejito inglés, quien no hace mucho, como dirigente de la Corriente Marxista Internacional y asesor de Hugo Chávez, trató de maquillar al régimen sirio, a pesar de la masacre que ocasionó este con miles de muertos.

Para Alan Woods, las víctimas de Stalin, que fueron millones, hoy son viejas telas de araña y el Socialismo, o es democracia o no es nada. Por último, dice que “el estalinismo fue una aberración histórica temporal”.

Me pregunto qué habrán hablado Woods y Raúl Castro en sus visitas a Cuba, si sabemos que en una ocasión que no se olvida, el hermano sucesor castrista expresó que en su presencia, no permitiría jamás que se hablara mal de Stalin. El pequeño de Birán era fan de aquel monstruo que se llamó Iósif Vissariónovich Dzhugashvilí y aún se conserva una biografía en la Ecured cubana que en nada se parece a la que Woods nos presentó en su libro, publicado en 2003.

Para este filólogo de la historia de la URSS, Stalin fue un mito creado por la maquinaria propagandística soviética. Dice que su papel en la Revolución de Octubre fue insignificante, que no fue escritor, ni teórico ni orador ni nunca dirigió el Partido Bolchevique junto a Lenin, sino todo lo contrario: usurpó su poder, liquidó las conquistas políticas, destruyó el Partido y la Internacional Comunista y creó un totalitarismo burocrático y monstruoso, una casta privilegiada que a la larga destruyó al Estado soviético.

Cuenta que en 1922 Stalin fue grosero con la esposa de Lenin, llamándola “puta y zorra sifilítica”, razón por la que este rompió relaciones con él a través de un testamento que quedó oculto hasta que Kruschev lo dio a conocer en 1956.

Por último, nos hace saber que la muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, pudo haber sido por causa natural, pero que lo más probable es que se tratara de una “muerte asistida”.

“En sus últimos coletazos -dice-, ninguno de los miembros de la Dirección del Soviet Supremo fue en su ayuda o llamó al médico”.

Así de turbulenta es la historia soviética que cuenta Alan Woods, mientras en sus visitas veraniegas a La Habana, contemplaba con sus lentes color rosa de amor, otros monstruos salidos de las mismas ideas de Stalin.




Los hijos de los comunistas

Alejandro Castro y Antonio Castro

LA HABANA, Cuba.- Ya se hace curioso ver cómo los hijos de los líderes comunistas no sólo no siguen el camino ideológico de sus padres, sino que por último, los traicionan.

Un ejemplo cercano para los cubanos son los descendientes de Fidel Castro. Con excepción de Alina, su hija natural, con una brillante carrera como periodista en Estados Unidos, el resto de los vástagos, casi una docena, ni se sabe lo que representan en el seno de la sociedad cubana. Con Raúl ocurre igual. Hace poco su hija Mariela negó que aspirara a la camarilla gobernante de su país.

Con Carlos Marx, aquel viejito judío que se empeñó en demostrar que una sociedad sin clases, sin comercio privado y sin libertad, era la sociedad perfecta, ocurrió igual. Sus hijas y su hijo oculto y renegado jamás sintieron el deseo de ser como él.

Otro ejemplo a recordar fueron los hijos de José Stalin. Posiblemente el caso más triste de todos los que conocemos fue su hijo mayor, Yakov Stalin, hijo de, Ekaterina Svanidze, la primera mujer del dictador, cuando trabajaba como costurera del ejército zarista. Yakov no fue querido por su padre. Según este, carecía de carácter y de valor.

Yakov se unió al Ejército Rojo, durante la invasión de Alemania contra los rusos, formó parte de los combates como teniente de artillería y durante la batalla de Smolensko, cayó prisionero de los alemanes y fue enviado al campo de concentración Schenhausen.

Cuando Hitler tuvo información de que el hijo de Stalin era uno de los miles de concentrados rusos, ordenó que fuera trasladado a un destacamento especial para altos oficiales británicos, donde se gozaba de mejor trato y de algunos privilegios, algo que Yakov había desconocido en los años anteriores.

Las autoridades alemanas propusieron a Stalin cambiar su hijo por el mariscal Von Paulus, apresado durante la batalla de Stalingrado. El dictador comunista demostró sus malos sentimientos cuando se negó rotundamente, alegando que “jamás cambiaría un mariscal por un simple teniente”. Para él, su hijo había sido un cobarde al dejarse coger prisionero.

Yakov se suicidó al poco tiempo. Se lanzó contra las alambradas del Campo de Concentración y fue acribillado a balazos por los custodios alemanes.

Vasili, otro de sus hermanos e hijo de la segunda mujer de Stalin, murió alcoholizado en 1962 y Svetlana, su hermana más pequeña y la preferida de Stalin, abandonó la Unión Soviética en 1967, al pedir refugio político en la embajada estadounidense de la India. Más tarde se casó con un norteamericano, William W. Peters, con quien tuvo una hija y dejó de llamarse Svetlana, para asumir el apellido de su esposo y cambiar su nombre por el de Lana.

La vida de Svetlana, contada por ella misma en su libro autobiográfico 20 cartas a un amigo, escrita en 1963, revela el confuso y anormal mundo familiar del comunista georgiano.

Stalin junto a su hija Svetlana

Confiesa que vivió toda su vida “intentando escapar de la sombra de su padre como su prisionera”, de olvidar su “ cariño exuberante cuando me abrazaba y me molestaba su olor intenso a tabaco y su bigote que me hincaba.”

“Era un hombre muy simple, muy rudo, muy cruel. Quería que yo fuera educada bajo los patrones del marxismo.”

A los 16 años comienza a sentir un abismo entre ella y su padre. Su madre Nadia se suicida y Svetlana adolescente, se enamora de un escritor cuarentón. Enterado Stalin del romance, estalla de furia, acusa al novio de espía británico y ordena que lo envíen a un campo de concentración en la Siberia, donde permaneció durante cinco años.

Al morir Stalin, en 1953, lo primero que hizo Svetlana fue suprimir su apellido paterno y usar Alliluyeva, el de su madre. Más tarde, ya en el exilio, adoptó el de su esposo norteamericano, hasta morir.

En 1984, solicita al gobierno soviético su regreso a Moscú, sobre todo para estar con sus hijos mayores y recobrar la ciudadanía. A los dos años se da cuenta de su error y pide permiso al Kremlin para regresar a Estados Unidos. Fue el mismo Mijaíl Gorbachov quien accedió a su última petición. ¨No pude adaptarme a vivir en un país comunista¨, le aclaró y jamás regresó a su país natal.

Vivió en un pequeño apartamento de Wisconsin, Estados Unidos, hasta morir en 2011, a los 85 años, donde, como dijo a un periodista: “Fui muy feliz”.




Los marxistas más serios de este mundo

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Manifestantes procomunistas (fraccionproletaria.wordpress.com)

LA HABANA, Cuba.- Para saber por qué colapsó el comunismo soviético, los marxistas más serios de este mundo han hecho lo indecible.

Fidel Castro ofreció un montón de kilométricos discursos que todavía ocasionan oleadas migratorias de cubanos hacia el Norte; la dirección política principal de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en coordinación con los comunistas cubanos, distribuyeron por todo el país miles de ejemplares del libro El derrumbe del socialismo: Causas y consecuencias y la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana ha publicado los libros de los marxistas Hans Modrow, Roger Keeran y Thomas Kenny, que se adquieren en las ferias del libro.

Cada uno de estos ancianos trasnochados se ha roto la cabeza para explicar por qué el imperio soviético se desguabinó, y aún no llegan a conclusiones concretas.

Después de transcurridos treinta años, tampoco Alan Woods,  importante dirigente británico de la corriente marxista internacional, se da por vencido. Su libro Stalin: 50 años después de la muerte del tirano, ha sido publicado por la Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels, con sede en España.

Dan ganas de salir corriendo mientras leemos los horrores que cuenta Woods sobre Stalin, precisamente el hombre de quien no se puede hablar mal en presencia del gobernante cubano Raúl Castro, como tampoco puede hacerlo su prensa nacional.

Según Woods, Stalin fue “un mal teórico, un pésimo escritor y un peor orador, que hirió de muerte al comunismo antes de que este desapareciera”, porque a Stalin “sólo le interesaba lograr el poder y controlarlo”.

En 1953 muere Stalin. Aunque las purgas mueren con él, más de sus 700 víctimas fueron rehabilitadas judicialmente y se conocieron todos sus crímenes, sobre todo cuando puso en práctica la colectivización, donde murieron de hambre diez millones de personas.

El culto que se creó con el estalinismo, continúa narrando Woods, “una aberración histórica temporal”, adquirió su expresión más grotesca cuando lo creyeron omnipotente, el padrecito de todos, el gran hombre, el Maestro, el todopoderoso georgiano, el invencible, se multiplicaron en miles sus fotos en oficinas y lugares públicos y no lo querían dar por muerto.

Nos señala además que “Stalin nunca tuvo una verdadera ideología, convicción, ideas o principios, porque sólo le interesaba tiranizar, asustar y culpar a los demás, traicionando no sólo a Lenin, sino a sus propios camaradas, que mandó a fusilar por decenas. Odiaba a los intelectuales y como estaban prohibidos los partidos, así como la oposición, era necesario censurar el arte, tener a la cultura sometida a la vigilancia del Estado, porque a través de ella podían salir a la superficie las ideas oposicionistas”.

También señala Woods, como algo fundamental, que “con la muerte de Stalin, el círculo dominante tuvo que hacer algunas reformas” que, en definitiva, no dieron resultado. “Ya se había establecido un gran abismo entre los trabajadores y los parásitos burocráticos, cuyos ingresos y privilegios aumentaban, disfrutando de las mejores casas, autos con chofer, sirvientes, medallas, vituallas especiales…”

Ni siquiera la actividad económica privada e ilegal que floreció con Jrushchov, salvó a la URSS, sobre todo por las formas de pago laboral. De ahí la broma histórica soviética: “Ellos pretenden pagar y nosotros pretendemos trabajar”.

Aunque dicen lo mismo los trabajadores cubanos, venezolanos y otros, Alan Woods no cree que el comunismo haya muerto,  “porque según sus colegas, no murió por causas naturales, sino que fue un suicidio”.

Lo más curioso de toda esta fauna que presume de poseer una formación marxista seria y residen en el capitalismo, es el criterio de que las nuevas generaciones son las encargadas de hacer avanzar a la clase obrera, limpiando la bandera de Octubre, ensuciada y ensangrentada por Stalin; y al referirse al capitalismo, lo creen decadente y senil.

En pocas palabras, quieren que surjan más hombres como Stalin, Fidel Castro, Hugo Chávez y toda una fauna de presidentes latinoamericanos que necesiten de toda una vida para lograr sus empeños, que no son más grandes que el afán de mantener el poder.

Ellos, Keeran, Modrow, Kenny y Woods, son los que alientan a esas pocas ancianitas rusas que, en fechas políticas, todavía llevan sobre sus pechos la foto de Stalin, mientras desfilan compungidas por la Plaza Roja de Moscú y el millonario Putin, desde lo alto, les sonríe con pena.




José Stalin, tan cerca de Cuba

LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Este 5 de marzo se cumplieron 60 años de la muerte del líder soviético José Stalin. Su período de gobierno –conocido por sus detractores como estalinimo, y que duró de 1924 a 1953– fue el paradigma de muchos regímenes europeos que adoptaron la ideología comunista a principios de la Guerra Fría, aunque su sombra ya se había extendido desde mucho antes por América Latina, y en especial sobre Cuba.

En los países democráticos de Occidente, es visto hoy en día como un dictador severísimo. Sin embargo, es posiblemente la figura internacional que más   larga influencia política haya tenido en la historia de Cuba, desde Julio Antonio Mella hasta Raúl Castro. Por cierto, que Mella visitó la Unión Soviética en marzo de 1928 para asistir al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, y murió en enero de 1929, al parecer como una venganza de Stalin por haber pronunciado allí algunas críticas. Y el primer Partido Comunista, fundado por Mella en 1925, se trasmutó en el Partido Socialista Popular (P.S.P.) a inicios de 1944, unos meses después que Stalin disolviese la III Internacional Comunista, en mayo de 1943, para evitar el recelo de los británicos y los norteamericanos, que eran sus nuevos aliados en la guerra. A la Juventud Socialista, que era la rama juvenil del P.S.P., se afilió Raúl Castro, mucho antes del asalto al cuartel Moncada. Finalmente, el Partido Socialista Popular, que representaba la ortodoxia del marxismo-leninismo, con intelectuales como Blas Roca, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, terminó por fundirse con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, para formar las Organizaciones Revolucionarias Integradas, en julio de 1961.

Aunque menos dramáticas, aquí también hubo sus “purgas” en el gobierno revolucionario. Según Rafael Rojas, las tres purgas que tuvieron lugar contra miembros del P.S.P., entre los años 1962 y 1967, “estuvieron montadas sobre el recelo anticomunista de los líderes de otras organizaciones revolucionarias, como el Movimiento 26 de Julio y, sobre todo, el Directorio Estudiantil”. Con la creación del Partido Comunista de Cuba, en octubre de 1965, el intelectual orgánico revolucionario terminó perfilándose de acuerdo a su lealtad a Fidel Castro, en primer lugar, y al Partido Comunista, ya que ambos fueron identificados como las dos caras de una moneda, al igual que en la era estalinista.

Stalin gobernó de forma autocrática por casi 30 años, y de acuerdo a los resultados preliminares del censo de 1937, conducía las vidas de más de 162 millones de almas. Aunque se le exalta por su papel en la victoria sobre el nazismo, no debe olvidarse que en 1939 se alió con Hitler, mediante el Pacto Ribbentrop-Mólotov, para fijar las zonas de hegemonía sobre Europa. Así, Friedrich Hayek ha llegado a afirmar en El Camino a la Servidumbre, que “los conflictos entre la ‘derecha’ del nacionalsocialismo y la ‘izquierda’ comunista no han sido sino luchas entre fracciones socialistas rivales”. Todavía se discute el número de víctimas fatales de su régimen, aunque hay cierto consenso en unos 20 millones, entre presos políticos y comunes, los que murieron en gulags, los deportados en masa, y los prisioneros de guerra, tanto alemanes como soviéticos, pues éstos últimos eran considerados traidores. Y habría que añadir a los millones que murieron durante la hambruna forzada de 1932 a 1933, en Ucrania, y también en el resto del país.

Aunque no se pueden hacer analogías de ese tipo respecto a Cuba –pues sería en realidad exagerado–, sí quiero destacar algunos aspectos del legado estalinista que han sido trasplantados al régimen de la Isla. En primer lugar, fue Stalin el que erigió el marxismo-leninismo como la única ideología de Estado. Fue Stalin el que convirtió el cargo de Secretario General (o Primer Secretario) del Comité Central del Partido Comunista en el puesto de mayor liderazgo dentro de la jerarquía partidista, por encima del oficio de Presidente del Consejo de Ministros. (Curiosamente, ese fue el único cargo que mantuvo Fidel Castro cuando en agosto del 2006 le cedió el resto de sus obligaciones a su hermano Raúl). Fue Stalin quien inauguró los famosos planes quinquenales, tanto agrícolas como industriales, que fueron tan populares aquí en los años 70 y 80, y cuyas tarjas pueden verse todavía en las paredes de la ciudad de La Habana. Fue Stalin quien llevó hasta sus últimas consecuencias la estatalización de la propiedad privada, un proceso que en Cuba se ejecutó a través de la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Y fue José Stalin quien llevó hasta el paroxismo de la morbosidad el tan molesto culto a la personalidad, que fuera criticado por Nikita Jrushchov en el llamado “Discurso secreto” de 1956, durante el XX Congreso del PCUS. En Cuba, demás está comentar la persistencia y hondura que ha tenido en la conciencia de los cubanos ese culto a la personalidad del líder: el “invencible”, el “genio”, el que “nunca se equivoca”, y que “cuando mira al horizonte, se ve la espalda”, como dijera Hasán Pérez.

Todavía en Cuba subsisten estructuras de gobierno que recuerdan los poderes de la antigua Unión Soviética, como el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, o que aluden a la ideología del socialismo, como el Poder Popular, que sustituyó a las alcaldías republicanas, y la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuyas funciones eran las del Congreso. Algunas equivalencias son palmarias, como la de Héroe del Trabajo Socialista; otras son más indirectas, como los cuatro “mariscales políticos” (entre ellos Stalin), que serían en Cuba algo parecido a los “Comandantes de la Revolución”.

A sesenta años de la muerte de Stalin, seguimos viviendo bajo un aparato de Estado, y unas estructuras burocráticas y políticas que son una copia parcial de las que existieron en la URSS, y están fosilizadas. No podrá haber cambios sustanciales mientras no se desmonte la pirámide institucional, y las novedades sean permutas entre viejos funcionarios del Partido, para ocupar otras sillas del Estado socialista.