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Heredia: el primer poeta romántico de América

José María Heredia

LA HABANA, Cuba. — En el siglo XIX Cuba se convirtió en cuna de la poesía romántica latinoamericana gracias a la obra de José María Heredia, nacido el 31 de diciembre de 1803 en Santiago de Cuba, y calificado por muchos como el primer poeta romántico de América, y uno de los más importantes de la lengua española.

El “Cantor del Niágara” tuvo una vida breve, pero intensa. Fue un destacado humanista, fiscal, periodista, dramaturgo e incluso soldado. En 1823 fue acusado de formar parte de la conspiración “Soles y Rayos de Bolívar”, por lo cual debió huir a toda prisa hacia Estados Unidos.

Dos años más tarde, en la ciudad de Nueva York, publicó la primera edición de sus versos, y en 1826 vio la luz anónimamente, en Filadelfia, la novela histórica Xicoténcatl (Jicoténcal), cuya autoría se le ha atribuido.

Heredia, quien murió de tuberculosis con solo 35 años, pasó la mayor parte de su vida entre México y Estados Unidos. Fue el primer poeta cubano que cargó con la aflicción del destierro, y buena parte de su obra refleja la profunda añoranza que lo invadía por no poder regresar a su patria, bajo pena de ser encarcelado o ejecutado.

Sus poemas son un canto a la sensualidad del trópico, un anhelo de evasión que proviene directamente de su nostalgia. Predomina en sus versos una fuerte individualidad, así como una fascinación absoluta por la naturaleza, que expresaba con elegancia y formas breves. El romanticismo en Heredia es una búsqueda constante de libertad, tanto literaria como política.

La corta y errante existencia de José María Heredia, así como el misterioso origen de la novela Xicoténcatl, sirvieron de inspiración al escritor Leonardo Padura para escribir La novela de mi vida, una de sus más logradas obras de ficción, considerada “una evocación vivísima del Romanticismo en el Caribe colonial (…) y un viaje al origen de la conciencia nacional cubana a través de la vida de su primer gran poeta”.

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A 180 años de la muerte del poeta del Niágara

Tarja homenaje a José María Heredia, cantor del Niágara, en el paseo y mirador de las Cataratas del Niágara

Tarja homenaje a José María Heredia, cantor del Niágara, en el paseo y mirador de las Cataratas del Niágara (Foto Wikimedia Commons)

GUANTÁNAMO, Cuba. – José María Heredia y Heredia falleció el 7 de mayo de 1839 en Ciudad de México. Hijo de emigrados dominicanos establecidos inicialmente en Cuba, la carrera judicial de su padre provocó que Heredia residiera en diferentes lugares durante su niñez y adolescencia, entre ellos Pensacola, Florida, en 1806 y en La Habana en 1810.

Quizás debido a este continuo movimiento del padre la educación de Heredia se mantuvo bajo el estricto control de su progenitor.

La precocidad de quien también es considerado el primer gran poeta de América fue tal que a los ocho años traducía a Horacio.

En 1812 su padre fue designado oidor de la Audiencia de Caracas y la familia se trasladó a Venezuela. Allí, con trece años, ingresó en la Universidad de Caracas para estudiar gramática latina, momento en el que se asegura surgieron sus primeros poemas conocidos.

En 1817 la familia regresó a La Habana y Heredia comenzó a estudiar leyes, estudios que simultaneó con su dedicación al teatro, pues en 1819 actuó en Matanzas en representaciones de su obra “Eduardo IV” y compuso otras como “Moctezuma” y el sainete “El campesino espantado”.

Ese año su padre fue nombrado para trabajar en la Audiencia de México y Heredia matricula nuevamente la carrera de Leyes, al tiempo que colabora con periódicos y reúne sus poemas.

En 1821 falleció su padre y la familia regresó a La Habana, donde Heredia obtuvo el grado de Bachiller en Leyes y fundó la revista Biblioteca de Damas.

En 1823 recibió el título de abogado en la Audiencia de Puerto Príncipe, pero al regresar a Matanzas conoció que había sido denunciado por ser miembro de los Caballeros Racionales, rama de la orden de los Soles y Rayos de Bolívar, por lo que tuvo que embarcar de forma oculta hacia Estados Unidos para evadir la orden de prisión dictada en su contra. De su estancia en el país norteño surgió su famoso poema dedicado al Niágara.

México y el esplendor intelectual de Heredia

En 1825 Heredia se trasladó a México por invitación del presidente Guadalupe Victoria y comenzó una fructífera carrera en instituciones gubernamentales mexicanas, que alternó con una activa participación en la cultura. Fruto de su competencia como jurista fue su designación como juez de primera instancia en Cuernavaca, en 1826, fiscal de la Audiencia de México en 1828 y oidor de esta en 1829.

Pero si bien su competencia en la carrera judicial estuvo probada con estas designaciones y su posterior desempeño, Heredia no disfrutó de estabilidad económica debido a los vaivenes políticos del país azteca. No obstante estas dificultades dejó una huella indeleble en la vida cultural y política mexicana.

El signo de los desterrados y la dignidad como bandera

La vida de Heredia en el destierro fue muy semejante a la de muchos compatriotas que como él sufrieron el despotismo y la crueldad de la metrópoli española.

Muerta su hija Julia, quebrantada su salud, el primero de abril de 1836 escribió su famosa carta al Capitán General Miguel Tacón, en la que algunos aprecian una retractación de sus ideales revolucionarios y otros el único medio posible para poder regresar a Cuba y ver a su madre. Pero esa carta fue motivo de desaprobación para importantes intelectuales de la época, como Domingo del Monte.

En su obra “La novela de mi vida”, Leonardo Padura  logró reproducir eficazmente los sentimientos que pudo haber vivido Heredia a su regreso a la patria, y su desaliento ante las incomprensiones de antiguos amigos y el futuro del país. Un momento extraordinario de esa novela es la entrevista que presuntamente Heredia sostuvo con el Capitán General y que el novelista recreó magistralmente, aunque la obra haya sido cuestionada por algunos historiadores.

Lo que sí está claro es que Heredia -en esos momentos reconocido como un poeta extraordinario en América y Europa- no halló la posibilidad de establecerse en Cuba y se vio obligado a regresar a México, donde ya su influencia política declinaba.

Todo parece indicar que el resultado de su viaje a Cuba influyó negativamente en él pues dos años y cinco meses después falleció en Ciudad de México, a los 36 años de edad.

Entre sus poemas más famosos se encuentran “En el Teocalli de Cholula”, “Niágara”, “Emilia”, “Himno del desterrado” y “A la estrella de Venus”.

José Martí y Enrique José Varona hallaron hondos valores patrióticos en su obra, que sin dudas constituye una de las más altas expresiones poéticas a favor de la  libertad de la patria.

Uno de los hechos que más demuestra la integridad moral de Heredia es el siguiente, citado por Emilio Valdés y de la Torre en su obra “Antología Herediana”, publicada en 1939: “El 7 de marzo de 1833 se opuso Heredia cívicamente a que por el Congreso fueran declarados beneméritos de la patria varios generales mejicanos, entre ellos Antonio López de Santa Anna, no obstante los íntimos lazos que le unían al mismo todavía, y al hecho de ocupar Santa Anna, entonces, el cargo de Presidente de la República de Méjico. En aquélla ocasión Heredia pronunció estas palabras: “Una dolorosa experiencia, tomada principalmente en la Historia contemporánea de América y en la particular de nuestro país (se refería a Méjico) debiera convencernos de que estos honores sólo pueden concederlos, de modo irrevocable y seguro, el juicio imparcial de la posteridad. Muchos caudillos, que recibieron en vida la apoteosis por haber precedido la libertad de su patria, embriagados luego en la copa del poder y trastornados por el incienso de la adulación, han marchitado sus laureles con atentar a las libertades públicas,  e  intentado reivindicar como una herencia el despotismo que destruyeron”.

Cualquier semejanza con lo ocurrido en Cuba y otras partes de América, donde en vez de rendírsele culto a la institucionalidad se ha venerado a los caudillos, no es mera coincidencia, sino una prueba de la falta de madurez de nuestros países, algo que también advirtió José Martí.