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Cuba, el fracaso de la agroindustria azucarera visto desde el central Guiteras (IV)

Zafra, Cuba, Cubanos

LAS TUNAS, Cuba. — Arraigando en la cultura nacional al extremo de afirmarse, “sin azúcar, no hay país”, esa apología dicharachera tenía un respaldo contante y sonante, en pesos y centavos, desde allá por el siglo XVIII, cuando la fabricación de azúcar y sus derivados tomaron el lugar de la ganadería, principal riqueza de Cuba desde 1550. Ya para 1959 —y provenientes de los 161 centrales instalados de un extremo a otro de la Isla—, por concepto de azúcar, mieles, alcohol, rones y otros derivados, más del 75% de las exportaciones cubanas provenían del procesamiento fabril de la caña.

Icono en la otrora manufacturera insigne de Cuba y estampa vívida de su postrero fracaso, es el central Delicias —llamado Antonio Guiteras luego de expropiado el 20 de julio de 1960— símbolo del éxito y del desastre. Cual punto de observación, lo hemos utilizado para explorar el panorama de la agroindustria azucarera cubana. Construido entre 1910 y 1912 por la compañía The Cuban American Sugar Mills en el municipio Puerto Padre, en la antigua provincia Oriente, con capacidad de molida diaria de 780 000 arrobas de caña —o como decía mi padre, “en 24 horas podía moler 13 campos de caña de 60 mil arrobas cada uno”—, el central Delicias se convirtió en el mayor productor de azúcar de caña del mundo en la zafra de 1922, cuando produjo 157 055 toneladas métricas (equivalentes a 1 046 493 sacos de 325 libras), Sin embargo, en la recién concluida zafra 2021-2022, el central Guiteras no llegó a producir ni 30 000 toneladas.

Previo a 1959, solo en una de las seis antiguas provincias de Cuba (Oriente) había 40 centrales azucareros, algunos con la misma capacidad de molida del Delicias, y uno (el Preston) con mayor capacidad, que podía procesar 800 000 arrobas de caña diariamente. De los 40 centrales orientales, 13 eran propiedad de ciudadanos cubanos, 17 de estadounidenses, cinco de canadienses, tres de españoles, uno de propietario inglés (fundado en 1886) y otro construido en 1859 (propiedad de un francés).

Esos 40 centrales orientales tenían una capacidad de molida diaria de 10 millones 156 mil arrobas de caña, dicho de otro modo: en 10 días podían moler más de 1 170 046 toneladas, mientras que los centrales que molieron en la recién finalizada zafra se emplearon desde diciembre de 2021 hasta el pasado mes de mayo para procesar unos seis millones de toneladas de caña.

Tergiversando la historia y olvidando que son autores directos de un crimen de lesa humanidad por exterminio de las condiciones de vida y cultura de un segmento importantísimo de la población cubana, hoy, dirigentes del régimen comunista lamentan haber convertido los centrales azucareros en chatarra, transformando los cañaverales en sitios incultos que no producen azúcar ni ningún otro bien. Los mandamases olvidan así que, enraizando estupendamente en nuestro suelo, la caña fue plantada en Cuba en 1516, hace 516 años, mientras que en las márgenes del río La Chorrera (hoy Almendares, en La Habana) la agroindustria azucarera comenzó a andar en 1595, movida por esclavos africanos y bueyes, y que ya en 1819 funcionó el primer trapiche movido por una máquina de vapor.

Así, sin transformaciones políticas que den seguridad al derecho de propiedad de los inversionistas extranjeros, sin posibilidad para que los trabajadores constituyan sindicatos independientes para hacer valer sus derechos ante sus empleadores, sin una verdadera reforma agraria que haga dueño de la tierra a los productores de materias primas, con esas condiciones de misérrima humanidad, el gobernante Díaz-Canel que afirma ser “continuidad” de Fidel Castro, dice confiar en la reconstrucción de la agroindustria azucarera, hoy sin infraestructura en los servicios básicos y con los valores cívicos de los cubanos extraviados en los azares de la supervivencia nacional a la deriva y el éxodo masivo.

Según El ingenio, obra clásica de Manuel Moreno Fraginals (de la que hemos tomado algunas cifras mencionadas en esta serie), Cuba poseía “en grado superlativo” las cuatro condiciones objetivas fundamentales requeridas en el siglo XVIII para asentar “una gran manufacturera azucarera”:

  • Primero: tierras fértiles, de fácil explotación, cerca de la costa, con fácil acceso a los puertos de embarque.
  • Segundo: bosques con maderas de calidad para la construcción de toda la infraestructura fabril y capaz de proporcionarle combustible (leña) durante toda la zafra.
  • Tercero: ganado abundante para alimentar las dotaciones de esclavos y proporcionar bueyes que movieran los trapiches y las carretas para transportar la caña.
  • Cuarto: instrumentos de trabajo abundantes, fabricados en La Habana o importados de Estados Unidos.

Pero la mayor parte de la tierra arable de Cuba ha perdido fertilidad por erosión o salinidad y, sobre todo, por ineficientes e irresponsables prácticas de cultivo, como el monocultivo de la caña sin rotación de cosechas; luego, no basta con reconstruir y modernizar los centrales para producir azúcar como en siglos pasados, habría que comenzar por un derecho de propiedad auténticamente seguro que conduzca al propietario de tierras a regenerar la fertilidad de los suelos, tarea que ni es de un día para otro, ni se consigue sólo con la aplicación de abonos químicos.

Tampoco se conseguirá reconstruir la agroindustria azucarera si antes o durante la reconstrucción de los centrales no se reconstruyen zonas forestales, poblados, vías de ferrocarril, caminos cañeros, fuentes de abasto de agua, toda una infraestructura desaparecida, como mismo desaparecieron el ganado y los cultivos que fueron, desde sus orígenes, el sostén de la producción de azúcar y sus derivados.

En condiciones amigables con el medioambiente en sus factores físico, biológico y socioeconómico, cabe preguntarse: ¿Cómo reconstruir la agroindustria azucarera cubana en el siglo XXI? La respuesta a esa interrogante quizás podamos encontrarla siguiendo el proverbio hindú que dice: “Si no sabes para dónde vas, regresa para saber de dónde vienes”.

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Cuba: el fracaso de la agroindustria azucarera visto desde el central Guiteras (III)

Cuba

LAS TUNAS, Cuba. — Poblados muertos, falta de vida en los campos de caña y en las personas que los cultivan es el panorama visible hoy en los antes prósperos territorios cañeros de la campiña cubana, reseñamos en el artículo anterior, donde afirmamos que así “no se produce azúcar”, prometiendo explorar el porqué de la desolación que condujo al fracaso actual de la agroindustria azucarera cubana.

Para adentrarnos en ese paisaje dominado por la abulia, se imponen algunas interrogantes elementales: ¿La migración del campo a la ciudad es una tendencia sólo de la población rural cubana? ¿Acaso no ocurre igual despoblación campesina en otras regiones del mundo? ¿Por qué hoy la agroindustria cañera cubana se encuentra obsoleta, ociosas miles de hectáreas que primigeniamente fueron bosques de maderas preciosas, desmontados para sembrar cañaverales, ahora abandonados, cubiertos esos suelos de matorrales, en lugar de devolverles su original condición de terrenos forestales? ¿Por qué luego de haber sido Cuba la azucarera de Estados Unidos primero y luego de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que pagaron miles de millones de dólares en inversiones y por el azúcar que les vendimos, ese capital no fue reinvertido en la agroindustria?

Convengamos que el éxodo de la población rural hacia zonas urbanas es una dislocación demográfica universal. Y concordemos que, desde el punto de vista socioeconómico, esa torcedura del ambiente rural hacia las márgenes de la ciudad afecta a la mayoría de los países. Pero mientras en otras regiones del mundo se han esmerado en diseñar técnicas dirigidas a conseguir mayor producción agropecuaria y silvícola, incrementando la productividad de los suelos, las máquinas y el ser humano, en Cuba, desde hace más de 60 años, autoproclamándose “fuerza política dirigente superior de la sociedad y el Estado”, la dirigencia del Partido Comunista (PCC) y del monopolio estatal se han dedicado a recorrer los campos cubanos para pronunciar discursos, monsergas de quienes, sin ser agrónomos, o siéndolo sin oficio, inspeccionan cultivos y emiten dictámenes retóricos, improductivos todos, como se puede ver.

Si el desarrollo de la agroindustria azucarera en Cuba es concomitante con la esclavitud hasta el siglo XVIII, ya para la segunda mitad del siglo XIX fueron la introducción de nuevas variedades de caña mucho más productivas y la mecanización de los ingenios —dotándolos con máquinas de vapor— lo que propició que caña y azúcar, mieles y alcohol, rones y cera se transformaran en productos nacionales, con mercados seguros, y respaldo técnico actualizado en Estados Unidos hasta 1960, y luego en Europa y Asia hasta el derrumbe de la URSS.

Mientras el campo cubano se fue despoblando por las precarias condiciones de vida rural, y sobre todo por las expropiaciones de la propiedad privada impuestas por el estatismo comunista, otras naciones con economías de mercado, unas desarrolladas y otras en vía de desarrollo, ya desde finales de los años 50 del pasado siglo comenzaron a desarrollar una agrotecnia en constante modernización. En ese sentido, han registrado avances que van desde la preparación de los suelos hasta la siembra, fertilización y cosecha, hoy ya con empleo de sistemas electrónicos y computarizados. Sin embargo, en Cuba todavía se siembra la caña como lo hicieron los esclavos en el siglo XVIII: a mano.

No puede haber en la Isla producción de azúcar porque las mujeres y hombres que son productores cañeros, como personas, son desatendidos, y como creadores de bienes y servicios, son económicamente mal retribuidos.

Situemos como ejemplo el de un jefe de área en una UBPC (Unidad Básica de Producción Cooperativa) cañera con un salario diario de 170 pesos cubanos (25 pesos por dólar estadounidense a la tasa de cambio oficial: 6,8 dólares por ocho horas de trabajo) que supervisa a caballo o a pie la labor de 25 o 30 trabajadores en diferentes tareas. Pero como en Cuba no pueden comprarse dólares ni otras divisas a 25 pesos, sino a algo así como a 100, para adquirir esa moneda virtual a la que llamamos MLC (Moneda Libremente Convertible), única con las que se puede adquirir mercancías en las tiendas medianamente abastecidas, los 170 pesos de jornal del capataz disminuirían a 1,7 MLC, con lo cual no puede comprar ni un paquete de picadillo de carne de res cubana.

Y digamos que ese mismo jefe de área, capataz, mayoral, o como guste llamarlo, en la liquidación de la zafra obtenga por un año de labor, y en dependencia de la caña cosechada, 25 000 pesos, que si pudiera cambiarlos a la tasa oficial serían sólo 1 000 dólares, los que se reducirían a unos 250 al cambio real de 100 pesos por dólar estadounidense o MLC.

Desde hace muchos años los mismos académicos adscritos a centros de investigaciones del régimen lo han dicho: los ingresos de los productores cañeros son incongruentes con los precios del azúcar en el mercado internacional, tanto en términos de divisas como en su equivalente en moneda nacional, y a modo de ejemplo han situado que, si la libra de azúcar se cotiza a 0.10 USD en el mercado internacional, el productor sólo recibe la vigésima parte de ese precio. Alguien dirá que Cuba ya no exporta azúcar, pero si no la produce para el consumo nacional tiene que importarla, luego, esas son divisas que los productores le ahorran al país, pero que en el plano personal les reportan escasos o nulos beneficios.

En la zafra que recién concluyó el central Antonio Guiteras no sólo careció de partes y piezas, sino que también tuvo paradas por falta de agua en el proceso fabril, como también faltó agua potable para consumo humano en asentamientos poblacionales cañeros que suministran materia prima al Guiteras, siendo la falta de este suministro básico (el agua) tanto para la industria como para las personas un signo del grado de escualidez en que se encuentran no sólo las plantaciones cañeras, sino también de la flacura cívica de quienes, creyéndose líderes, tuercen los destinos de Cuba. En el próximo artículo, final de esta serie, miraremos hacia los posibles caminos para restaurar la agroindustria de la que un día dijimos: “Sin azúcar, no hay país”.

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Estupidez y pillaje: los dos carriles de la política cubana

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LA HABANA, Cuba.- La producción azucarera en Cuba ha muerto. No dejará de existir dentro de dos años como pronosticó el gobernante Miguel Díaz-Canel. Es un hecho. No vale la pena hablar de proyecciones a corto o mediano plazo. Ni siquiera es posible imaginar cómo será Cuba en 2024; pero al menos sabemos que su deuda externa crecerá en 100 millones de euros, puesto que de la nada, India ha decidido ocupar el lugar de los acreedores tontos, al abrir una línea de crédito para un país que le debe fortunas a medio mundo.

Según la nota publicada por Prensa Latina a propósito del acuerdo, los 100 millones podrían ser destinados a sectores como las fuentes renovables de energía, la agricultura o la biotecnología; pero no se precisa cómo ni cuándo serán invertidos. Lo más probable es que este capital termine donde mismo lo hizo el crédito ruso de 1200 millones de euros aprobado en 2016 para incrementar la generación eléctrica en Cuba entre 2022 y 2024. Basta observar la situación energética actual para comprender que aquella enorme cantidad de dinero fue destinada a fines oscuros, y que la suma aportada ahora por India no hará ninguna diferencia en la calidad de vida de un pueblo que ve aumentar la inflación y con ella el hambre, avivada por el martirio de los apagones.

El régimen sigue estrechando manos y estampando firmas sin dar explicaciones a los “electores”. Díaz-Canel reconoce el desastre de la industria azucarera y a la vez exhorta a utilizar la biomasa cañera para impulsar la generación de energía eléctrica, como si fuera una novedad y una solución factible a corto plazo. Pero ni una cosa, ni la otra.

En el año 2000 la generación de electricidad en los centrales azucareros a partir de esta fuente orgánica llegó a cubrir el 6.1% de la generación del sistema energético nacional. Han transcurrido más de veinte años, se han deteriorado tanto los centrales como las plantaciones de caña, y durante ese tiempo el sistema energético se hizo dependiente del combustible que llegaba gratuito y a borbotones desde Venezuela.

Sin materia prima, tecnología y mano de obra suficiente, no será posible resucitar lo que fue una industria próspera por más de tres siglos. Cualquier “enfoque” que proponga Díaz-Canel chocará con la verdad que el Partido Comunista se niega a admitir en toda su fatídica dimensión: no hay dinero para rescatar la industria que nos hizo país.

Entre 2002 y 2004 cerraron 100 centrales azucareros de los 156 existentes. Los que quedaron en pie continuaron operando en pésimas condiciones, rindiendo cada vez menos hasta el colapso actual, con la peor zafra en más de cien años, en la cual intervinieron 35 centrales y solo tres cumplieron su plan de producción.

No es posible que ahora la gran meta sea generar electricidad a partir de biomasa cañera, no habiendo siquiera caña que moler. Primero habría que recuperar miles de hectáreas de tierra, contratar abundante mano de obra y remunerarla con salarios acordes a la debacle ocasionada por Murillo. Habría que optimizar los centrales capaces de moler grandes volúmenes del cultivo, garantizar transporte y distribución (entiéndase cantidades ingentes de combustible), y disponer de una infraestructura tecnológica eficiente para transformar la materia orgánica en energía.

Esa hipotética recuperación estaría en manos del mismo régimen inepto y derrochador que lleva meses remendando antiguas termoeléctricas para “garantizar el verano”. Un gobierno que se rehusó a gastar en equipamiento moderno para evitar la crítica situación energética en que se halla el país, pero justo ahora, en plena bancarrota, propone una solución que demanda inversiones millonarias en tecnología, si realmente se quiere salir del atolladero.

Díaz-Canel planifica en base al dinero que no tiene, tal como lo hizo en abril pasado el primer ministro, Manuel Marrero, cuando exhortó a darle vida a Varadero más allá de sus hoteles; a embellecer sus espacios urbanos y sostener las ofertas gastronómicas. Y lo dijo como si sus anhelos fueran realizables con un golpe de varita mágica, porque en eso consiste la política económica cubana: traficar con fantasías.

Mientras se destruye el patrimonio agrícola del país, los verdaderos dueños del chiringuito multiplican las inversiones en la construcción de hoteles, las telecomunicaciones y las importaciones destinadas a los mercados online, donde se exprime a la emigración cubana. El resto no cuenta, pues mientras haya un “ñongo” de pollo o una salchicha por los cuales hacer cola, el pueblo seguirá sin prestarle atención al trasiego de millones entre gobiernos que son o se fingen idiotas y las arcas del castrismo, dueño de un país donde no hay nada que administrar, salvo el hambre de sus ciudadanos.

Díaz-Canel firma el acta de defunción de la industria azucarera, y López-Calleja presume el imponente hotel Be Live Collection La Habana, que abrirá sus puertas en agosto próximo, a despecho de la galopante miseria que se extiende por el país. Y después hay que leer en el diario Tribuna que un grupo de militares se interesa por “generar espiritualidad positiva en el pueblo”.

Esos son los “cuadros” que cobran miles de pesos por sentarse en una oficina con aire acondicionado para repetir las mismas sandeces, garabatear algo en sus agendas y engordar tres o cuatro libras más. A esos inútiles, entre los que figura Díaz-Canel, se les ha ordenado reconocer públicamente que la cosa está mala; mientras los pillos de verde olivo y guayabera la ponen peor sin dar la cara, ni dejar de engrosar sus cuentas en paraísos fiscales.

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Cuba: el fracaso de la agroindustria azucarera visto desde el central Guiteras (II)

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LA HABANA, Cuba. — Concerniente a que, según directivos de la agroindustria, “el primer problema” en la producción azucarera en la recién finalizada zafra fue la falta “de disciplina” en la cosecha, decíamos en el artículo anterior que, en contraposición con el corte, alza y tiro (transporte) mecanizados de hoy, antes de desarrollarse la cosechadora, hombres dotados con mochas y machetes cortaban la caña temprano en la mañana y con bueyes, tractores, carretas y camiones la llevaban a los transbordadores (grúas-básculas) haciéndola llegar fresca al central por vía del ferrocarril, “disciplinadamente”.

Incluso, sin camiones ni tractores, recién concluida la Guerra de Independencia —que destruyó la industria azucarer—, de forma manual, con machetes y mochas y con carretas tiradas por varias yuntas de bueyes, en el año 1900 en Cuba se produjeron 309 195 toneladas de azúcar, una cifra similar a la de la zafra que acaba de concluir (unas 482 830 toneladas).

Aunque ahora no es posible exportar azúcar y para los cubanos está estrictamente racionada, en 1900 fueron exportadas 291 460 toneladas, algo así como 6 840 galones de mieles.

Y, con esa misma técnica de corte y alza manual de la caña, aunque para su transportación hasta el transbordador del ferrocarril emplearon además de carretas tiradas por bueyes  camiones y tractores tirando de cinco o seis carretas, en 1952 los azucareros cubanos produjeron, sin mucho ruido, 7 298 023 toneladas métricas de azúcar, moliendo sólo 59 537 933 toneladas de caña. La otra cara de la moneda es la llamada Zafra de los diez millones, en la que se produjeron 8,5 millones de toneladas de azúcar, 1 201 977 toneladas más que en 1952, debiendo cortar 79,6 millones de toneladas de caña, y utilizando, además del corte manual, corte y alza mecanizada.

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Central Delicias, actual Central Guiteras, en 1950 (Foto: Cortesía del autor)

Pero en la Zafra de los diez millones, que comenzó a prepararse desde el segundo lustro de la década del 60, todavía Cuba poseía líneas principales de ferrocarriles, enlazadas con ramales dotados de transbordadores en prácticamente todas las colonias que, luego de expropiadas, fueron agrupadas en las llamadas “granjas del pueblo”, “cooperativas cañeras”, “granjas administrativas”, y más tardes, “distritos cañeros”, eufemismos todos empleados para enmascarar la liquidación de la propiedad privada de la agroindustria azucarera, que pasó a manos del Estado.

Batey es voz indígena usada para designar el espacio que ocupan los centrales azucareros y sus poblados. Y si para nuestros aborígenes el batey fue el centro de la vida espiritual y cultural de la aldea, donde se divertían con el areito y esa suerte de voleibol que conocemos como juego de batos, para nuestros campesinos, hasta mediados de los años setenta del pasado siglo, el batey no fue menos.

El batey fue mucho más que lo mostrado por la televisión estatal en el programa Palmas y Cañas. Pese a la explotación innegable, prohibida constitucionalmente, como el pago con vales, que sufrieron nuestros hombres de campo por la avaricia de una parte importante del empresariado, el batey significó progreso. Estaban en el batey el pozo o el aljibe con agua potable, la tienda mixta con víveres, ropa, calzado, herramientas, ferretería y aunque no en todos, la escuela primaria pública, el barracón para los trabajadores temporales o los inmigrantes antillanos, el garaje para los tractores, el transbordador y la báscula romana para pesar los bultos de cañas.

Pero el ramal de ferrocarril que llegaba hasta los transbordadores (grúas se les llamaba), y eran núcleo de un batey, no sólo servían para hacer azúcar, sino también para ir a la ciudad en los primitivos, pero puntuales transportes ferroviarios de la época, haciendo que el hombre de campo y su familia, mancomunadamente con personas no precisamente rurales, hicieran producir la tierra.

Aunque habitantes del campo, no pueden considerarse a todos los residentes que tuvo el batey población intrínsecamente rural, valga decir campesina, porque establecidos en esos asentamientos con el único propósito de ganar dinero produciendo caña para fabricar azúcar, mayoritariamente, los pobladores del batey fueron gente de ciudad, mejor o peor situados, o inmigrantes, europeos, norteamericanos y caribeños. Ellos fueron obreros agrícolas, operadores de grúas, pesadores, tractoristas, camioneros, carreteros, tenderos, cocineros, mecánicos, administradores, capataces, contables, colonos, etc.

Pero la mayoría de las comunidades rurales nacidas con la grúa cañera y el ramal de ferrocarril que les dio vida, uniéndolas con el central azucarero y proporcionándole la materia prima fresca, cosechada en el día, desaparecieron con el batey y con él una civilización que ha hecho desaparecer la agroindustria azucarera en Cuba.

Antes colonias cañeras, luego distritos y ahora Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), que fueran grandes suministradores de caña del otrora central Delicias, luego llamado Guiteras, Guabineyón, Santa Isabel, Ortiz y tantos otros, fueron ramales de ferrocarril y asentamientos de población rural, pero hoy son sitios abandonados, despoblados, a donde deben transportarse obreros cada mañana para cultivar los cañaverales, pero que ya, a las tres de la tarde, van en camino de sus casas con no pocas vicisitudes.

Al pasar por esos poblados muertos, uno intenta rememorar las madrugadas en ellos, pero, por mucho que uno lo intenta, no lo consigue. Y es que no se escucha el canto de los gallos ni se percibe el aroma del café carretero ni el olor de la caña recién cortada. Y no es que falte “disciplina” en la cosecha, lo que falta es vida en los campos de caña y en las personas que los cultivan. Así no se produce azúcar. En el próximo artículo exploraremos por qué.

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En la otrora azucarera del mundo no hay azúcar

Azúcar, Caña

LA HABANA, Cuba. — “¿Sabes quién esté vendiendo azúcar?”, es una de las preguntas que con más frecuencia  se escucha hoy en Cuba. Si la cuota de azúcar que venden mensualmente por la libreta de abastecimiento no alcanzaba hace unos años, cuando daban cinco libras por persona, luego de que la redujeron, en los hogares no hay azúcar ni siquiera para endulzar el café (que también escasea).

Hasta el mes pasado, la cuota por persona era de tres libras de azúcar refinada (blanca) a seis pesos la libra y una de azúcar turbinada (prieta) a cinco pesos. Pero este mes solo vendieron una libra de cada una.

En algunas bodegas no llegó el mes pasado la cantidad completa de azúcar y le dijeron a  los clientes que les completarían la cuota cuando entrara “el faltante”. Y todavía están esperando.

Hace unos cinco años, en los mercados se vendió azúcar liberada al precio de ocho pesos la blanca y seis pesos la prieta. Pero pronto dejaron de venderla, y hubo que contar solo con la racionada.

El precio por la izquierda que alcanza en la actualidad el azúcar, cuando aparece alguien que tenga para vender, es entre 40 y 60 pesos la libra. En 1959 una libra de azúcar no costaba más de tres centavos.

He visto en pequeños establecimientos de cuentapropistas que expenden alimentos ligeros carteles que dicen: “Compro azúcar”. Como no existen mercados mayoristas para estos comerciantes, tienen que adquirir el azúcar en el mercado negro. Y como la compran cara, eso hace que tengan que aumentar el precio de los dulces, refrescos y jugos que venden.

Donde sí hay azúcar es en las tiendas de MLC, pero no todo el mundo tiene la tarjeta magnética para comprar, ni el familiar en el exterior que les envíe el dinero.

La escasez de azúcar es un serio problema en Cuba. El cubano acostumbra a consumir mucha azúcar. Beben agua con azúcar cuando tienen hambre y no disponen de algo mejor. Una comida no está completa si no hay postre, preferiblemente un sabroso dulce casero. Y una fiesta sin cake es impensable.

En Cuba, los refrescos y helados se hacen más dulces que en otros países. Es por ello que los extranjeros, acostumbrados a los alimentos bajos de azúcar, prefieren tomar Coca-Cola y no las bebidas refrescantes que aquí se elaboran.

Las causas de esta escasez de azúcar son por todos conocidas. Hace algo más de dos décadas, como había bajado el precio del azúcar en el mercado mundial, al Comandante en Jefe, en vez de esperar que volviera a aumentar, se le ocurrió la descabellada idea de desmantelar más de la mitad de los centrales azucareros del país. Luego, se fueron acumulando problemas que arruinaron a la que fue nuestra primera industria: la falta de caña, los bajos rendimientos, la falta de fertilizantes, los problemas en la siembra, el mal empleo de las tierras cañeras, etc.

Arruinada nuestra industria azucarera, naciones como Brasil y República Dominicana aumentaron de forma vertiginosa su producción y acapararon los mercados que antes eran de Cuba. Cuando volvió a aumentar el precio del azúcar en el mercado mundial, el país nunca más pudo recuperar su producción.

En 1970, Fidel Castro se encaprichó en hacer la Zafra de los diez millones de toneladas, que, según aseguraba, sacaría a Cuba del subdesarrollo. Pero aquella zafra no se logró y arruinó la economía cubana. Tuvo que acudir la Unión Soviética en ayuda del régimen castrista, comprándole el azúcar de forma subsidiada.

En las zafras de los últimos años, la producción no supera la de las zafras de fines del siglo XIX. Hoy, en la otrora azucarera del mundo, escasea el azúcar. A veces han tenido que importarla nada menos que de Francia. Si la desaparecida Celia Cruz viviera, a su grito de “¡Azúcar!” podría agregar “¿dónde está?”.

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Gobierno cubano intentará mejorar industria azucarera con empleo de drones

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MADRID, España.- El Gobierno cubano pretende mejorar la situación crítica de la industria azucarera con la utilización de drones.

“La realización de estudios en plantaciones cañeras, con el empleo de tecnologías de avanzada (drones con cámaras de imagen real y multiespectrales, e instantáneas satelitales) favorecerá el desarrollo de la zafra azucarera 2021-2022 en la Empresa Agroindustrial Ciro Redondo, de la provincia de Ciego de Ávila”, informó el medio oficialista ACN.

El director de la Agencia de Teledetección de Geocuba, Homero Menéndez Pérez, explicó a ACN que se realizará un monitoreo a través de imágenes satelitales para determinar la cantidad de caña, su maduración y el momento más adecuado para los cortes. 

Según indicó el especialista, estos equipos “son capaces de asperjar hasta tres hectáreas por vuelo, a razón de tres cada 15 minutos y unas 80 diarias; además de ahorrar fertilizantes, minimizar los perjuicios al medio ambiente y evitar afectaciones a campos colindantes”.

Menéndez Pérez señaló además que con esta asignación de drones Ciego de Ávila sustituirá las fumigaciones con tractores, con lo que se “evitará la compactación de los suelos y los daños provocados a las plantaciones por maquinarias pesadas”.

Este intento por mejorar el sector se da en un momento en que la industria azucarera está sumida en una total crisis. Con los años Cuba pasó de ser líder mundial en este renglón a estar en una situación precaria. 

De los 156 centrales activos que existían en 1959, quedan 56, y solo 38 de ellos estuvieron moliendo en la cosecha 2020-2021.

Cuando entre los años 70 y 90 se producían de siete a ocho millones de toneladas de azúcar, en el 2021 solo se logró el 66 % del plan previsto de 1,2 millones de toneladas.

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El Comité Central en pleno, mas no en plenitud

cubanos comunistas

LA HABANA, Cuba.- De celebraciones está plagado el último mes del año en esta isla del azúcar, pero algunas veces aparecen los excesos, se recarga en coincidencias, como sucediera en estos días en los que concordó, y no dudo que voluntariamente, la celebración de San Lázaro con el Pleno del Comité Central del Partido Comunista. Y me pregunto si eso fue solo una coincidencia o si algo tuvo de voluntario la tal casualidad. Yo desecharía la providencia y apostaría por una voluntad del gobierno en hacer coincidir tales celebraciones.

En medio de tanto desastre podría tener cierta coherencia el hecho de ajustar el pleno con la celebración de San Lázaro; apelar a la “religiosidad” de los cubanos, a la devoción que despierta Babalú Ayé entre nosotros. Y es que como ya sabemos, también de coincidencias está plagado el camino al infierno, y los comunistas cubanos, en medio de tanto desastre, es muy probable que no quisieran perder esa oportunidad, que la aprovecharan muy bien.

En estos días somos muchos los cubanos que vivimos en medio de un caos enorme, días en los que reina el escepticismo y andamos necesitados de algún milagro. Los cubanos, incluso los que otorgaban algún apoyo al poder comunista, andan hoy muy desconfiados, demasiado escépticos, y no era entonces desacertado hacer coincidir ese pleno del partido comunista con la celebración de Babalú Ayé. La devoción de los cubanos a San Lázaro es superada únicamente por la que dedicamos a la Virgen de la Caridad del Cobre, pero ni siquiera ella convoca a tanto sacrificio.

El pobre Lázaro, el mendigo, el hambriento, el desprotegido, el enfermo de lepra, el de las llagas purulentas que se hace acompañar por perros, el que se alimentara sólo con las migajas que cayeran de la mesa de los ricos, es más útil para el discurso de un poder despótico que hace coincidir su “reunión mayor” con una de las más tremendas devociones de nosotros los cubanos. Los comunistas reunidos y los cubanos haciendo ofrendas al santo. Los comunistas prometiendo al pueblo, y ese pueblo flagelándose, prometiendo fidelidad al santo, y buscando algo para comer.

El santo pobre y amado recibiendo las devociones mientras el gobierno “asumía”, en el discurso del “presidente”, la destrucción de la industria azucarera en una reunión del Partido Comunista. La industria que fue el centro de la economía cubana desde que éramos una muy breve colonia española vive ahora un caos y el poder reconocía el desastre. La miseria absoluta y el caos siendo explorados, cuidadosamente y con ambages, el día en que muchos se flagelan, el día que marchamos descalzos y en harapos hasta “El rincón” de Babalú Ayé, construido en 1917, el mismo año en el que allá lejos, allá en Rusia, triunfaba el comunismo.

Díaz-Canel, el de impoluto pelo blanco, “reconociendo” el destrozo de la industria azucarera y haciendo notar la importancia de su recuperación, reclamando al pueblo sacrificios, más flagelaciones, más penitencias, y prometiendo también más advocaciones, anunciando las aptitudes tutelares de los comunistas, las promesas de un futuro mejor, de una recuperación de toda la industria, de nuevas formas de producción, de un manejo diferente de las ganancias, de un blablablá incontenible, increíble, pero repetido hasta la saciedad.

Yo miraba al “presidente” peliblanco y recordaba los centrales azucareros que conocí en mi infancia, cuando ya habían perdido el nombre de siempre por el capricho de alguien, probablemente de Fidel Castro. Yo recordaba el “Purio” que fue luego Perucho Figueredo, y el Constancia que se convirtió en Abel Santamaría, el Santa Lutgarda, en el que mi abuelo materno fue primer maquinista, y que tras el desastre se llamó “El vaquerito”, mientras el Central Nazabal se convertía en Emilio Córdoba…, y quizá ahí comenzó el desastre de esa industria, cuando todos cambiaron sus nombres, porque no hay nada más útil que llamar a las cosas por su nombre.

Cuba comenzó por renombrar las cosas. Cuba cambió el nombre a las escuelas, los hospitales perdieron sus resonancias de antes, y los cines, los teatros, las bodegas…  Y ya sabemos que no hay nada más justo que mantener el nombre de las cosas. Cuba, la reina del azúcar, la de tantísimos ingenios, la que en 1959 tenía 156 centrales azucareros produciendo, fue perdiendo la industria, hasta llegar al caos que es hoy.

Cuba solo tiene ahora moliendo caña 38 fábricas. Cuba, la que tuvo aquella “brain masturbation” de los diez millones, quizá tenga que volver a los viejos trapiches, o quizá al “trapicheo”, si es que quiere abandonar en algo la inmundicia. Cuba habla hoy de la necesidad de salvar la industria azucarera, y yo pienso en el café que tantas veces tomé amargo, y amargado, reconociendo que mi país fue alguna vez la más dulce de las islas, y es hoy la más amarga.

Díaz-Canel se detuvo más en la industria azucarera y reconoció, al menos en algo, el desastre que es hoy, pero no atendió a otras industrias, a otros sectores de la economía y de la vida cubana, pero bien sabemos que el caos de la dulce industria que nos vuelve tan amargos es solo un signo, un síntoma del caos enorme, y abarca todos los sectores de la vida cubana, cada parte del cuerpecito cubano.

El caos abarca cada rinconcito de la anatomía nacional, incluso los más recónditos, esos que son menos visibles, esos que no mencionan los noticieros, ni los plenos del Partido Comunista, y mucho menos el presidente y sus secuaces. El mal es tanto que no se ve en los ultrasonidos ni con rayos x. La “imaginología” más avanzada no puede hacer visible el desastre, que es total, e irreversible, y creo que ni San Lázaro podría percibir el mal en toda su dimensión, y donde la industria azucarera es solo un átomo del mal, o quizá un protón, y Díaz-Canel lo sabe.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fidel Castro y la ruina de la zafra en Cuba

Fidel Castro, Zafra, Azucar

LA HABANA, Cuba. ─ El régimen castrista y parte de la prensa internacional repite el sonsonete de culpar al embargo norteamericano –el bloqueo, como prefieren llamarle─ de todos y cada uno de los muchos males de la economía cubana.

Un artículo publicado recientemente por la agencia española EFE, titulado Cuba en la difícil batalla por recuperar su emblemática industria azucarera, se culpa a las sanciones del gobierno norteamericano por la debacle de dicha industria.

Su autora, la periodista cubana Laura Bécquer ─cual si escribiera para el periódico Granma o Cubadebate, afirma: “La emblemática industria azucarera cubana se ha visto afectada en las seis últimas décadas por el embargo financiero y comercial de Estados Unidos, con pérdidas de unos 125 000 millones de dólares ─según estimaciones de La Habana─ y la imposibilidad de acceder al mercado norteamericano”.

Al parecer, la reportera está mal informada al respecto. Sin negar los afectaciones que pueda haber ocasionado el embargo norteamericano ─ falta de maquinaria, de piezas de repuesto, fertilizantes y combustible─ , el principal culpable de la ruina de la industria azucarera fue Fidel Castro, con su voluntarismo y sus insensateces antieconómicas.

Al principio de su régimen, el mandamás se quejaba del monocultivo. Decía que Cuba tenía que diversificar su economía para no depender del azúcar, que constituía el 80% de las exportaciones. Pero en la zafra 1969-1970 se dio a la tarea de producir diez millones de toneladas de azúcar, con lo que, aseguraba, la Isla lograría el despegue económico y salir del subdesarrollo.

A pesar de que Castro puso a todo el país en función de la zafra, los 10 millones no fueron. Solo se produjeron 8,5 millones. La economía cubana, en vez de despegar, se hundió y tuvo que acudir la Unión Soviética.

En el año 2002, ante la baja el precio del azúcar en el mercado mundial, el fallecido dictador decidió que ya no era rentable la producción de azúcar. Entonces, en lo que denominó Tarea Álvaro Reinoso, ordenó el desmantelamiento del 70% de los centrales azucareros y el desmonte del 60% de los cañaverales para dedicar esas tierras a otros cultivos.

Supongo que Fidel Castro lamentaría el desguace de los centrales cuando en el año 2006 volvió a subir el precio del azúcar. Pero ya para entonces se había retirado por enfermedad, y su sucesor, su hermano Raúl, tuvo que cargar, entre otros desastres, también con el de la industria azucarera. Resultado: Cuba, que era la principal productora de azúcar en el mundo, ahora tiene que importarla.

Hoy, las cifras de la industria azucarera cubana son de espanto. De los 156 centrales azucareros que existían en la Isla en 1959 apenas quedan 56. De ellos, solo 38 muelen en la actual zafra.

En la zafra de 1988 se produjeron 8,1 millones de toneladas. Desde entonces, la producción de azúcar no ha parado en su caída. Desde hace más de una década apenas se logra producir más de un millón de toneladas, casi lo mismo que a principios del siglo pasado.

Para la actual zafra, la meta del Grupo Empresarial Azcuba (sustituto del Ministerio del Azúcar) es producir 1,2 millones de toneladas. Pero es difícil que lo consiga. La zafra, que debió finalizar en abril, se alargará hasta mayo. Pero poco conseguirán con ello, porque es en los meses de invierno cuando hay mayor acumulación de sacarosa en las cañas.

La periodista Laura Bécquer sabe todo esto. Muchas de las cifras que he utilizado las tomé de su trabajo. Pero parece que le es más conveniente culpar al embargo norteamericano y no a Fidel Castro con su malhadada Tarea Álvaro Reinoso por el hundimiento de la otrora primera industria de la Isla.

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De cómo el castrismo destruyó la industria azucarera

industria azucarera

industria azucarera Cuba
Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- El vicepresidente cubano, Salvador Valdés Mesa, parece muy preocupado por el presente y el futuro de la industria azucarera en la isla. Así quedó demostrado durante una visita del funcionario al central azucarero Uruguay, uno de los mayores productores del dulce en el país. Valdés Mesa, al dirigirse a los trabajadores de ese coloso azucarero, expresó: “Si le pediría algo a ustedes, que están empezando la zafra, no es que cumplan el plan, sino que lo sobrecumplan; los precios están muy buenos en el mercado internacional y hay que aprovechar esa oportunidad”. (“Estamos obligados a hacer una zafra corta, pero eficiente”, periódico Granma, edición del 18 de enero).

Sin embargo, el vicepresidente nada habló del pasado de la industria azucarera cubana. Porque entonces hubiese tenido que reconocer que fueron ellos mismos quienes destruyeron la industria, y sacaron a Cuba de la vanguardia mundial en ese renglón productivo.

Paradójicamente, todo comenzó cuando la isla gozaba de un intercambio ventajoso con la Unión Soviética y el resto de los países del denominado “socialismo real”. Cuba exportaba más del 65% de su producción azucarera a ese mercado, y a precios preferenciales, superiores a los existentes en el mercado mundial. Por tal motivo los cubanos, quizás confiados en el futuro, no se preocuparon por introducir innovaciones ni mejoras técnicas en el sector.

Pero un buen día desapareció el comunismo en Europa oriental, y todo ese maridaje perfecto se vino abajo. De 4 314 millones de pesos que Cuba ingresó en 1990 por las exportaciones de azúcar a esos países, la cifra cayó a 2 260 millones en 1991.  Hasta 1992 las zafras azucareras se mantuvieron en el entorno de los 7 millones de toneladas, pero ya en 1993 la contienda solo alcanzó los 4.3 millones de toneladas. La isla se vio obligada a buscar otros mercados para su azúcar, pero ahora sin los precios preferenciales que antes pagaban sus socios. Y se hizo evidente una dura realidad: Cuba había perdido competitividad en el mercado mundial azucarero.

La situación más crítica se presentaba en la agricultura cañera. La falta de combustible y piezas de repuesto para la maquinaria y los equipos de riego, además de la carencia de fertilizantes y herbicidas para el cultivo, llevaron a una despoblación de casi la tercera parte de las plantaciones cañeras. Algo que, lógicamente, repercutió en el retroceso de la industria.

Ante tales condiciones, los gobernantes decidieron en 1993 traspasar casi toda el área cultivada de caña a las recién creadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), con la aspiración de que esos colectivos aumentaran la producción cañera. Mas, en verdad, el remedio fue peor que la enfermedad.

La ineficiencia de las UBPC se muestra en datos extraídos del libro Esplendor y decadencia del azúcar en las Antillas hispanas, de la autoría del historiador Oscar Zanetti Lecuona. El área cosechada de caña, que era en el bienio 1993-1994 de un millón de hectáreas, bajó a 942 000 hectáreas en 1995-1996, y cayó a las 752 000 hectáreas en el período 1998-1999.  Por su parte, el costo de producción, de 12.86 pesos por toneladas durante 1993-1994, subió a más de 25 pesos por toneladas en el lapso 1995-1999 (pag. 432).  

Ante tamaño descalabro, las autoridades decidieron acometer un proceso de redimensionamiento de la industria azucarera a partir del 2002. De cerca de 150 centrales azucareros en el país, solo quedaron produciendo 71. Se redujo ostensiblemente el área cañera en el país, y alrededor de 100 mil trabajadores del sector azucarero debieron ser ubicados en otros empleos, para los cuales apenas poseían preparación. A partir de ese momento, los bateyes de los centrales desactivados se sumirían en un abandono casi total, con el consiguiente perjuicio para sus pobladores.

Los desastrosos resultados del redimensionamiento en la industria azucarera no se hicieron esperar. En el 2003 la zafra azucarera fue de 2.14 millones de toneladas, la más baja desde los años de la gran depresión mundial de los años 30. Y en el 2005 la debacle sería mayor: la zafra solo llegó a 1.23 millones de toneladas, la peor zafra cubana en 100 años. Unas cifras que, con sus altas y bajas, se mantienen en la actualidad.

A pesar de los frecuentes recorridos de Valdés Mesa y Machadito Ventura durante todos estos años por centrales y campos cañeros, la industria azucarera no levanta cabeza. Es como si se negara a resucitar de la mano de sus propios sepultureros.

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El castrismo intenta retomar dos de nuestras tradiciones

Cuba

Cuba industria azucarera
Trabajo les va a costar a los gobernantes cubanos recobrar las posiciones cimeras que un día Cuba exhibió, por ejemplo, en la industria azucarera. Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- Trabajo les va a costar a las autoridades recuperar las posiciones cimeras que un día exhibió Cuba en la Industria azucarera y el béisbol.

En 1940 vio la luz el libro La industria azucarera de Cuba, de la autoría del historiador Ramiro Guerra. En dicho texto el autor acepta la vigencia de la división internacional del trabajo como una especie de ley de la naturaleza. En ese contexto Cuba no debía renunciar a la producción azucarera debido a las favorables condiciones naturales para la fabricación de azúcar. Un producto que, al exportarlo, le permitiría al país adquirir el resto de los bienes con que satisfacer a la población. Y concluía Guerra afirmando que el no acatamiento de semejante precepto solo ocasionaría la miseria y el aniquilamiento de la nación.

Sin embargo, no más llegadas al poder en 1959, las ideas Castro-Guevaristas pretendieron echar a un lado el azúcar para acometer un dudoso plan de diversificación económica e industrialización, para lo cual no contaban con fuentes de materias primas ni con un mercado seguro para las producciones nacionales. Por supuesto que resultó un fracaso.

Años después, ya con más tino, la isla se convirtió en la azucarera del CAME, organismo formado por la Unión Soviética y el resto de las naciones comunistas de Europa oriental. Mas, al sobrevenir la desaparición del socialismo real, la industria azucarera cubana quedó a la deriva sin ese mercado, y con la puesta al desnudo de una ineficiencia productiva que encubrían los precios preferenciales que pagaban los soviéticos por nuestro dulce.

Entonces Fidel Castro, en vez de esforzarse por restablecer la eficiencia de ese sector, optó por cerrar la mitad de los centrales azucareros de la Isla, con lo cual condujo al azúcar a un atolladero del que no logra salir. Con independencia de las magras zafras recientes que apenas rebasan el millón de toneladas de azúcar, hay otro dato revelador de la actual crisis de la industria azucarera.

Según publica la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el sector azucarero clasifica como el penúltimo de toda la economía en el aporte al Producto Interno Bruto (PIB), superando solamente a la pesca. Al cierre del 2018 la industria azucarera constituía solamente el 0.28% del PIB.

Así las cosas, y tal vez presionados por la demanda de azúcar por parte de viejos socios que revitalizan las relaciones comerciales con la Isla  ̶ por ejemplo, Rusia ̶  los gobernantes cubanos intentan desesperadamente lograr el despegue de la industria azucarera. El vicepresidente Salvador Valdés Mesa recorre los centrales que abrirán la actual contienda 2019-2020, repitiendo el estribillo de que la agroindustria azucarera es cultura y tradición para los cubanos.

Algo parecido se podría decir acerca del béisbol. Se afirma que, tras los fracasos de Cuba en los Panamericanos de Lima y el recién concluido Premier 12, las autoridades convocarán a un gran debate nacional para tratar los problemas que afectan a nuestro  ̶ al menos en teoría ̶  deporte nacional. Ojalá que algún valiente  ̶ claro, de los que el oficialismo decide escuchar ̶  se refiera a la responsabilidad que pesa sobre las autoridades de la Isla por el hecho de que el fútbol le haya robado al béisbol la preferencia de los aficionados, sobre todo de la juventud. Todo debido a la saturación de nuestras pantallas televisivas con cualquier liga internacional de fútbol, mientras se ignoraba el béisbol de mayor nivel internacional. Lo anterior, acompañado del desprecio hacia los peloteros que abandonaban Cuba para desempeñarse en las Grandes Ligas de Estados Unidos.

En ese sentido observamos, incluso, un retroceso. Si hace dos años los televidentes cubanos pudimos presenciar la victoria de los Astros de Houston en la Serie Mundial, ahora los cubanos de a pie no pudieron ver ni un solo juego entre los Nacionales de Washington y los propios Astros.

Trabajo les va a costar a los gobernantes cubanos recobrar las posiciones cimeras que un día Cuba exhibió en la producción azucarera y el béisbol, y que desaparecieron, en buena medida, por ese irresponsable atentado gubernamental contra dos de nuestras más auténticas tradiciones.

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