Nada de adiós, Zumbado

LA HABANA, Cuba.- Dice Juventud Rebelde que Héctor Zumbado murió el lunes, a los 84 años. Ojalá no sea otra de las equivocaciones del periódico, porque yo lo tenía por muerto hace mucho tiempo.
Él, tan conversadoramente genial que era, creo que guardó silencio para siempre allá por la década del noventa, siempre me imaginé por qué.
Una tarde nos encontramos por la calle Galiano. Él, más serio que nunca, me preguntó si extrañaba la carne rusa en lata y los ¨bolos¨ con su perfume a ajo y jazmín en los sobacos. Entonces le dio por recordarme aquella histórica declaración de amor que me hizo por espacio de dos horas, mientras hacíamos la cola de Coppelia, para comer helado, en compañía de un joven turista ruso que no sabía una palabra en español.
Cuando nos sentamos a disfrutar del ¨dichoso y difícil¨ helado, me pidió disculpas y me dijo: olvídalo, es que yo hablo mucha mierda cuando tengo hambre. Además, aunque los dos seamos un vacilón, tú no eres una mujer fácil.
Jamás olvidaré a aquel amigo de los años 60 y 70, dotado de un talento tan criollo y dinámico, que todo lo que decía o escribía tenía un cuño muy personal. Zumbado sólo se parecía a él y si se dejaba influenciar de alguien, puesto que las influencias tenían que venir desde lo más alto del Comité Central del Partido, era de él mismo.
Su obra humorística, sus libros y toda su historia no se parecían a otra. Ojalá y no se pierdan entre tanta chabacanería reinante.
Por su carácter y personalidad, libre y soberano, fácilmente nos hubiera acompañado en este difícil y arriesgado bregar de la oposición política, sobre todo en el periodismo independiente.
No caben dudas. Sus críticas a la burocracia estaban dirigidas a la de la dictadura castrista. El mal gusto que señalaba sin descanso, era no sólo a los productos de la dictadura castrista, sino en general, a un sistema de pésimo gusto, que él sufría más que nadie porque lo sentía en su alma tan sensible de artista.
La última vez que lo vi en la TV, fue en 1984, junto a Virulo, cuando estos dos contrincantes fuera de serie, juraron en vano ser más amables con los ¨queridos burócratas que inventan planillas y extrañas disposiciones para joder a los demás¨.
Quisieron decir “para joder al pueblo”.
El martes, en el noticiero de la televisión, el periodista, nada compungido, como si anunciara lo más normal del mundo, nos zumbó la muerte de aquel amigo que tuve en mi juventud y que tanto hubiera necesitado en mi vejez.
Pero se me escondió durante todo este tiempo, el muy jodedor, para ahora aparecer y producir, con la noticia de su muerte física, un sonido inconfundible: ese que escuchamos cuando una puerta se queja al cerrarse para siempre. O ese otro zumbido peor de oídos que sentimos para negarnos a decir adiós al inolvidable amigo de ayer.