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Pavel Giroud denuncia el dolor que padecen los cubanos en los premios Platino

Pavel-Giroud

Ciudad de México, México.- El documental “El caso Padilla”, de Pavel Giroud, obtuvo ayer 22 de abril el galardón en la categoría de Mejor Película Documental de los premios Platino de Cine Iberoamericano 2023.

En el momento de recibir el premio el cineasta cubano contó que su película “Es la historia de un poeta que fue llevado a la cárcel en el año 71, a causa de su obra contestataria, y luego fue obligado a retractarse públicamente de su obra. Lo peor de eso es que, más de medio siglo después, continúa ocurriendo lo mismo en mi país”, dijo Giroud en su discurso de aceptación.

El director agregó que Cuba es más que ese mundo de color y ritmos que se muestra al mundo. Hay otra Cuba gris y que sufre, y parte de ella es la que muestra en su audiovisual. El artista agradeció al jurado por votar a favor de “El Caso Padilla”.

“Les quiero agradecer, en nombre de los cubanos que estamos hartos de que nuestro país sea un parque temático de una ideología o de una utopía, y de que el dolor de los cubanos no tenga la misma fuerza que el dolor de otras naciones que han padecido regímenes totalitarios”, concluyó el director, en medio de fuertes aplausos.

En el público, escuchando las palabras de Giroud, se encontraba el reconocido actor cubano Jorge Perugorría junto a su esposa.

Con imágenes inéditas el filme indaga en el proceso represivo del castrismo contra el poeta Heberto Padilla. Cuyo delito fue pensar y escribir libremente dentro de una dictadura. Tras interrogatorios y múltiples presiones Padilla fue obligado a protagonizar un mea culpa, donde incluso delató a amigos cercanos y a su propia esposa como personas “contrarrevolucionarias”.

Esta coproducción cubano-española de 78 minutos fue la única cinta que consiguió una nominación para esta edición de los Premios Platinos.

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Presentan documental “El Caso Padilla” en el Miami Film Festival

El Caso Padilla, Heberto Padilla

MIAMI, Estados Unidos. — Este lunes fue estrenado en Silverspot Cinema de la ciudad de Miami el documental El Caso Padilla, escrito y dirigido por el realizador cubano Pavel Giroud.

La pieza audiovisual fue presentada en el marco del Miami Film Festival, evento que ha acogido numerosas producciones vinculadas a temas cubanos.

El Caso Padilla es una coproducción cubano-española de 78 minutos que recrea todo lo sucedido alrededor del encarcelamiento del poeta Heberto Padilla por el régimen castrista y su posterior mea culpa, donde se declara agente contrarrevolucionario y señala como tal a muchos amigos, incluso a su esposa.

Se trata, de acuerdo con diversas reseñas, de un documental sorprendente que abre una ventana al pasado y ofrece información sobre la crisis actual de Cuba.

“Tiene mucha actualidad la problemática que vivió Padilla. Estamos hablando de censura, estamos hablando de libertad, del papel de los intelectuales, de los creadores, de los escritores. Es un testimonio terrible que muestra la rendición de los intelectuales en ese momento y que no tiene caducidad”, declaró a CubaNet el escritor y guionista cubano Alejandro Hernández, quien estuvo involucrado en la producción y guion del documental.

El anuncio del estreno del documental reavivó la polémica en medios de comunicación y redes sociales en torno a la figura de Heberto Padilla y a los sucesos que desencadenaron su mea culpa en la década de los setenta del pasado siglo.

“Toda la película está contada desde el punto de vista de Heberto Padilla y en el último tramo hay cierto debate sobre la salida de Miami, pero no las causas de su salida”, dijo el cineasta cubano Pavel Giroud a la cadena Telemundo previo a la presentación del material en el Miami Film Festival.

El documental El Caso Padilla fue patrocinado por la plataforma FlixLatino, el Centro Cultural Español en Miami y por TV5Monde USA.




Salen a la luz grabaciones originales de la autoinculpación del poeta cubano Heberto Padilla

Cuba, Heberto Padilla, Pabel Giroud

MADRID, España.- En las últimas horas salió a la luz una de las grabaciones originales de la penosamente célebre autoinculpación del poeta cubano Heberto Padilla. El material, de 85 minutos de duración, fue difundido en cuatro partes a través de YouTube por el escritor Jorge Ferrer.

Ferrer, que actualmente vive en Barcelona, no reveló la fuente a través de la cual obtuvo la grabación, oculta durante 50 años, pero comentó: “Los comparto, porque a ello me autorizan las manos que me los han hecho llegar. Y porque a ello me obliga la historia compartida, que es a la vez la mía y la de todos”.

El audiovisual recoge gran parte de las declaraciones de Padilla ante escritores de la UNEAC, dirigida entonces por Nicolás Guillén, el 27 de abril de 1971. Heberto Padilla, uno de los poetas cubanos más célebres a nivel internacional a principios de los 60, fue detenido en 1971 por sus opiniones críticas al régimen de Fidel Castro. Tras 36 días recluido en una cárcel de máxima seguridad y sometido a torturas psicológicas, fue forzado por la Seguridad del Estado a la famosa “mea culpa” pública, a cambio de su libertad. Este hecho constituyó uno de los pasajes más lamentables de coacción a la intelectualidad cubana en la Cuba después de 1959.

El encarcelamiento y la forzoso autoinculpación pública de Heberto Padilla llevaron a la ruptura de destacados intelectuales y artistas con el régimen de Fidel Castro.

Las grabaciones difundidas por Jorge Ferrer salen a la luz en medio de la polémica desatada por el documental El caso Padilla (2022), de Pavel Giroud, quien también tuvo acceso a una de las grabaciones de ese día, pero que la publicó fragmentada en su realización audiovisual.

Pavel Giroud ha defendido la no publicación total del material alegando acuerdos establecidos para la producción del documental.

Giroud ha encontrado apoyo en colegas como Ricardo Acosta, quien ha apuntado: “Con relación al documental de Pavel Giroud El Caso Padilla veo una falta total de empatía hacia la labor del cineasta, mucha gente proyectando, en su opinión sobre el documental, lo que ellos hubieran hecho, realizando una lectura pedante, prepotente, a veces con matices de rencor y desprecio, ideologizante…”

Sin embargo, otros como los escritores Carlos Manuel Álvarez u Orlando Luis Pardo Lazo se han mostrado más radicales.

“Me temo que cierta lasitud ética con un documento político de tal importancia, o con cualquier documento público en general, deriva inevitablemente en un resultado de limitada ambición estética”, dijo Álvarez.

Mientras que Pardo Lazo consideró: “Tras medio siglo a la espera de esta venganza ―a la postre autohumillante―, convencidos de que las cintas habían sido diluidas en ácido por alguna Leni Riefenstahl de Villa Marista, no hay derecho a mantener en secreto la filmación original. Al retenerla ―y esto incumbe a todos los que atesoran la cinta original―, huele a ego o deber cumplido de manera ejemplar”.




Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?

intelectuales Heberto Padilla Luis Manuel

LA HABANA, Cuba.- Ya pasaron cincuenta años desde aquella tarde que siempre se me antoja gris, ya se sucedieron todas las horas de aquella tarde en la que quizá el mundo intelectual cubano, y el foráneo también, pudo ponerse a especular sobre lo que podría suceder en la noche. Ya pasaron cincuenta años desde aquella tarde de abril en la que quizá se encapotó el cielo a pesar de la primavera. Ya pasaron cincuenta años desde aquella noche del 24 de abril, de esa noche que más que primavera debió tener la apariencia de una jornada de huracán. Ya transcurrieron cincuenta años desde aquel día en el que posiblemente anduve yo jugando a las escondidas o guiando a un papalote en pleno vuelo.

Ya pasaron cincuenta años y no recuerdo lo que estuve haciendo aquella tarde que antecedió a la noche; quizá estuve arrastrando un auto de mentira, jugando a las bolas o “haciendo de vikingo”, empuñando una espada de mentira. Esa tarde, el niño ingenuo que fui quizá puso los ojos en un libro para demostrar a mis mayores que me iba bien en la lectura, que muy pronto lo haría con una fluidez impresionante. Ya pasaron cincuenta años pero no sé qué hacía yo aquella noche que siguió a la tarde. No sé qué pude estar haciendo esa noche, durante esos instantes en los que Heberto Padilla se convirtiera, según él mismo, en culpable; quizá yo dormía, quizá soñaba que era el Che, que moría…, sin llegar a ser comunista como él.

Han transcurrido cincuenta años con todos sus días y sus horas desde aquella tarde en la que Padilla saliera de la prisión, desde aquella noche en la que muchos lo vieron entrar en esa sala de la UNEAC que aún existe, en esa sala que tiene muy cerca un busto de Villena, ese que no sé si ya se alzaba sobre su pedestal durante aquella noche en la que Padilla entró a la sala para cumplir con la autoinculpación que le habían exigido, probablemente cuando yo dormía, sin saber lo que pasaba lejos de mi cama y en una sala de la UNEAC, sin saber quién era Heberto Padilla, sin saber qué cosa significaba estar “Fuera del juego”.

El juego, al menos para un niño, no tiene un doble sentido, el juego es juego, es diversión. Estar fuera del juego jamás es, al menos para el niño que fui, estar en peligro. El juego no es un compromiso político para quién no reconoce aun lo que es la política. Estar fuera del juego es que tus amigos no te quieran en su equipo de pelota porque siempre te ponchas pero, realmente, estar fuera del juego es cuando: “A aquel hombre le pidieron su tiempo/ para que lo juntara al tiempo de la historia”. Estar fuera del juego es, como escribiera Padilla, cuando a aquel hombre “le pidieron la manos” cuando “le pidieron los ojos”, cuando “le pidieron sus labios”.

Estar fuera del juego es cuando te piden mucho más de lo que puedes dar, de lo que quieres dar, sin poder decir lo que realmente quieres, sin hacer visibles tus sueños. Estar fuera del juego es cuando despiden al poeta “al que solo le gusta el viejo Amstrong” y “canta entre dientes La Guantanamera”. Estar fuera del juego es no saltar cuando todo el mundo salta, es no inclinarse cuando todo el mundo se inclina, cuando todo el mundo grita viva y hacen zafras. Y sin dudas eso creía, y no sin razón, Heberto Padilla, y por eso lo castigaron, lo obligaron a retractarse, lo forzaron a hacer su “Mea culpa”, y aun así, como suponía Heberto, ni Wichi Nogueras, ni Rodríguez Rivera, se ocuparon de su obra.

Yo imagino a Virgilio Piñera en aquella sala, quizá dejándose caer en el asiento, avergonzado, temiendo que también le llegara su día, el día de culparse. Imagino a Virgilio reconociendo que a Padilla, después de retractarse, no lo devolvieron a la vida literaria, que sus libros desaparecerían de los estantes de las librerías, de las bibliotecas, de los programas de estudios de las universidades cubanas. Padilla desapareció, lo “mataron en vida”, y lo mismo pretenden hacer, cincuenta años después, con Luis Manuel Otero Alcantara; robando sus obras, impidiendo esas improvisaciones suyas que precisan del contacto directo con un espectador, con públicos diversos, esas obras que también se empeñan en desacralizar “la obra de la revolución”. El arte es, también para Luis Manuel, una práctica de libertad. El arte para Luis Manuel no se somete a nada que arruine esa libertad.

Otero Alcántara trabaja con la verdad, Luis Manuel no crea apoyándose en la acostumbrada simulación de quienes comulgan con el arte que recibe los aplausos oficiales, los beneplácitos del poder. Luis Manuel no concuerda con el silencio, y es libre cuando dice y cuando hace, y trabaja con autonomía, con audacia. Luis Manuel Otero Alcántara parece preguntarse, como antes se preguntó Padilla: “¿qué es el coraje sin una ametralladora?”. Padilla debió sentir los ojos del poder hurgando en su cuerpo, el ojo del poder tras la mirilla de la ametralladora que apuntaba a su cuerpo, a su coraje y su audacia. Luis Manuel sabe muy bien, como Padilla, lo que es un “Estado de sitio, y gritar cada verso de ese:

Estado de sitio

¿Por qué están esos pájaros cantando

Si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación

Y están pidiendo silencio?

 

Muy pronto el guardabosque tendrá que darse cuenta,

pero será muy tarde.

 

Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres

Y el sitio en el que se ocultaba la familia

fue descubierto en menos de lo que canta un gallo

 

Dichosos los que miran como piedras,

más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible

 

La vida hay que vivirla en los refugios

debajo de la tierra

Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos

escolares siempre conducen a la muerte.

Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?

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A 50 años del caso Padilla: una lectura coral de artistas cubanos contra la censura

MIAMI, Estados Unidos. – Para este martes 27 de abril, cuando se cumple medio siglo del mea culpa del poeta cubano Heberto Padilla, intelectuales y artistas de la Isla y el exilio celebrarán una lectura coral de la autoinculpación pública del escritor, ocurrida en 1971 en la sede de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC) en 1971.

La iniciativa, convocada por la ensayista y artista multidisciplinaria de origen cubano Coco Fusco, y titulada “La sombra de Padilla”, se extenderá a lo largo del 27 de abril a través de YouTube y otras plataformas de internet.

“Quise revivir la confesión (de Padilla) porque las condiciones de vida de los artistas e intelectuales en Cuba no han cambiado, a pesar de que el gobierno cubano ha realizado un esfuerzo masivo a lo largo de los años para ocultar esa verdad”, declaró Fusco al diario estadounidense El Nuevo Herald.

“Para mí es doloroso ver en esas palabras (de autoinculpación) la presión a la que estaban sometidos los intelectuales de la época, cómo interiorizaron caracterizaciones profundamente negativas de sus pensamientos y esfuerzos, o al menos actuaban como si lo hicieran”, también dijo la autora de Pasos peligrosos: performance y política en Cuba.

En la lectura, que ha sido pregrabada para burlar la censura y los cortes de internet del régimen cubano, participan escritores, intelectuales y artistas como Carlos Aguilera, Lupe Álvarez, Katherine Bisquet, María Antonia Cabrera Arus, Sandra Ceballos, Armando Correa, Mabel Cuesta, Enrique Del Risco, Néstor Díaz de Villegas, Rafael Díaz-Casas, Julio Llópiz Casal, Eilyn Lombard, Martica Minipunto, Yanelys Nuñez Leyva, Amaury Pacheco, Orlando Luis Pardo Lazo, Luis Eligio Pérez, Alexis Romay, Iris Ruiz y Abel Sierra Madero.

De acuerdo con un comunicado hecho público en el blog Belascoaín y Neptuno, “La sombra de Padilla” conmemora el 50º aniversario de “uno de los momentos decisivos de la Revolución cubana en lo que respecta a la libertad de expresión”.

“A principios de la década de 1960, Heberto Padilla era uno de los poetas cubanos más célebres a nivel internacional, también galardonado con reconocimientos nacionales. A su regreso de una larga estancia en la Unión Soviética, donde abrió la primera agencia de prensa cubana en Moscú y entabló amistad con poetas disidentes, Padilla cayó en desgracia por sus opiniones críticas. Fue detenido en 1971, recluido durante 36 días en la sede de la Seguridad del Estado y sometido a torturas psicológicas. Dos días después de su liberación, el 27 de abril de 1971, fue forzado por la Seguridad del Estado cubana a hacer una confesión pública en sede de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba”, explica el comunicado.

Según publicó El Nuevo Herald, “La sombra de Padilla” es un proyecto del Movimiento San Isidro y el 27N, defensores del derecho de los artistas de la Isla a crear de manera independiente de las instituciones culturales.

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Norberto Fuentes no oculta su nostalgia por el castrismo

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Norberto Fuentes (foto: El País)

LA HABANA, Cuba. – En la entrevista que le hiciera el periodista español Luis H. Goldáraz y que apareció publicada el pasado 28 de noviembre en el sitio Libertad Digital, el escritor Norberto Fuentes, queriendo dar muestras de franqueza y desenfado, lo que consiguió fue hacer derroche de cinismo e impudicia.

La entrevista fue motivada por la publicación en España, más de tres décadas después de ser escrito, del libro de Fuentes “Hemingway en Cuba”.

Dicho libro, casi hecho por encargo, donde presentaba a un Ernest Hemingway simpatizante de la revolución de Fidel Castro, permitió a Norberto Fuentes recuperar el favor del régimen luego de haber caído en desgracia por la crudeza con que reflejó, en los cuentos de Condenados de Condado, de 1968, la actuación de las fuerzas gubernamentales contra los alzados anticastristas en el Escambray.

Norberto Fuentes reconoce sin ambages en la entrevista que se dejó cortejar y utilizar por Fidel Castro para sus intentos de apropiarse de Hemingway, que según afirma, era un hombre de izquierda.

Pese a que Fuentes afirma que el régimen le hizo “horrores, mariconadas e hijeputadas”, sigue enorgulleciéndose de haber sido revolucionario. No oculta su fascinación por el castrismo y su nostalgia por su tiempo en la corte verde olivo, codeándose con los pejes gordos, con los que compartía privilegios, juergas y festines, gracias a lo cual, según dice, estaba “lindo y gordito”.

Y hay que contener las ganas de vomitar por tanto cinismo y desfachatez cuando Fuentes explica que él tenía que vivir, que no iba a estar con una latica, pidiendo limosnas, y que en definitiva, con las dictaduras uno no se encanta ni se desencanta…

Pero cuando la vileza de Fuentes llega al tope es cuando en la entrevista acusa a Heberto Padilla y Guillermo Cabrera Infante (que eran unos jacobinos, según afirma), de haber sido los primeros que reprimieron a los intelectuales.

Hace unos años, Norberto Fuentes quiso adjudicarse, compartida con Heberto Padilla y Antón Arrufat, la paternidad de la disidencia literaria. Ahora quiere regatearle el lugar a Heberto Padilla, argumentando que a él lo reprimieron antes que a Padilla, porque “Condenados de Condado” apareció ocho meses antes que “Fuera del juego”, y tuvo más repercusión porque la narrativa tenía más alcance que la poesía. Y vuelve a recordar que en 1971, en la noche de la autocrítica de Padilla en la UNEAC, de todos los escritores convocados a autoinculparse del modo más estalinista posible, él fue el único que dijo que no tenía de qué arrepentirse.

He escuchado a varios escritores que dicen estar convencidos de que aquella actitud de Norberto Fuentes fue parte del guion de la Seguridad del Estado. Y lo que es peor: aseguran que en plan de soplón, para poder perdonarle “Condenados de Condado” y rehabilitarlo, le encargaron la tarea de vigilar a Padilla y a su esposa Belkis Cuza Malé, de no perderles pie ni pisada…

Y no lo dudo: Fuentes mostró que no era tan amigo de Padilla como este creía. Y fíjense si es así, que cada vez que puede, escupe contra el recuerdo del poeta. ¡Miserable!

Yo sé que a Fuentes le gusta epatar, ser un exiliado diferente, me dirán que no se le debe hacer demasiado caso… Me disculpan, pero yo no puedo más, estoy repugnado. El que tenga estómago con suficiente aguante, que lea la entrevista.

[email protected]

Norberto Fuentes junto a Fidel Castro. Años 80 (foto: La Patilla)

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A 18 años de la muerte de Heberto Padilla: Su poesía no pudo ser borrada

Heberto Padilla fue uno más de los proscritos (foto tomada de encaribe.org)

LA HABANA, Cuba.- Hace 18 años, el 25 de septiembre de 2000, encontraron muerto a Heberto Padilla, en Auburn, Alabama, donde ejercía como profesor universitario.

A la poesía de Padilla no consiguieron borrarla los comisarios culturales del castrismo. Tampoco pudieron, por mucho que se esforzaron, destruir al poeta, minar su prestigio, convertirlo en un monigote, como hubiesen querido.

En noviembre de 1968, los comisarios no pudieron impedir —pese a lo mucho y fuerte que presionaron— que un jurado, en el que estaban José Lezama Lima y Manuel Díaz Martínez, concediera el Premio de Poesía Julián del Casal de la UNEAC al poemario de Padilla Fuera del juego.

El libro lo publicaron a regañadientes, pero con el añadido de una coletilla donde advertían del “carácter contrarrevolucionario” de los poemas de Padilla, y escalaban el pico de la paranoia al referirse a una conspiración de intelectuales que hacían el juego al imperialismo yanqui. Y luego, recogieron el poemario de las librerías y lo convirtieron en pulpa. Como mismo hicieron paralelamente con Los siete contra Tebas de Antón Arrufat —el otro premiado maldito de aquel concurso— y habían hecho poco más de un año antes con Paradiso, de Lezama Lima, solo por aquel capítulo VIII que escandalizó a los homofóbicos decisores culturales.

Después de aquello, cuando un comisario que  firmaba como Leopoldo Ávila —nunca se supo si era el teniente Luis Pavón o José Antonio Portuondo, o ambos— los panfletos que publicaba en Verde Olivo, la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en contra de los artistas e intelectuales que no acababan de someterse, Padilla fue uno de sus principales blancos.

El fuego de la artillería de Leopoldo Ávila preludió el encarcelamiento de Padilla y de su esposa, la también escritora Belkis Cuza Malé, en 1971.

Cuando la Seguridad del Estado sacó al poeta del calabozo, consideró que ya lo había machucado bastante como para hacerlo retractarse públicamente ante sus colegas de la UNEAC y que eso sirviera de escarmiento. Pero el poeta, con su confesión, su retractación y sus acusaciones a sus colegas, a los que no les quedó más remedio que autoinculparse y deshacerse en pedidos de disculpas, aprovechó para vengarse.  Todo era tan ridículo, tan tenebroso, que al mundo no se le escapó el tufo estalinista de aquella purga antiintelectual. Muchos destacados intelectuales extranjeros, hasta entonces solidarios, rompieron con el castrismo, espantados por el caso Padilla.

El régimen creyó que condenando a Padilla al ostracismo se libraría de él: que se alcoholizaría, que enfermaría,  que su corazón no aguantaría tanta soledad, que moriría de tristeza por tanto amigo que le daba la espalda.

En 1980, gracias a las gestiones de varios gobiernos extranjeros, el régimen permitió que Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé partieran al exilio. En Estados Unidos rehízo su vida y su carrera, que los mandamases daban por terminada. Como si fuera tan fácil borrar libros como El justo tiempo humano, Fuera del juego y En mi jardín pastan los héroes.

Tal vez la sobrevida del poeta les molestó tanto que después de su muerte, los comisarios quisieron regar un chisme que nadie les creyó: que en sus últimos tiempos Padilla estaba arrepentido de haberse ido, y estaba dispuesto a todo con tal de que lo perdonaran y le permitieran regresar a prestar sus servicios al castrismo.

Fue la última jugarreta que intentaron, póstumamente, los comisarios contra Heberto Padilla, y también les salió mal.

Profético, como en cierto modo son todos los poetas, ya Padilla había advertido lo que ocurriría, por decir su verdad, y dejar luego que cualquier cosa ocurriera: “que te rompan tu página querida/ que te tumben a pedradas la puerta/ que la gente se amontone delante de tu cuerpo/ como si fueras un prodigio o un muerto”.

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“La visión de García Márquez sobre el socialismo cubano era mayormente crítica”

portada del libro “Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad”, de Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli

MÉXICO.- La disconformidad de Gabriel García Márquez con las posiciones del gobierno cubano en los años 70 es una de las historias menos conocidas contadas en “La polis literaria”, el libro del escritor cubano Rafael Rojas que desvela el andar del ‘boom’ latinoamericano en los tiempos de la Guerra Fría.

“Lo que yo trato es de ofrecer la otra cara de la moneda insistiendo en que durante toda su relación con Cuba, pero sobre todo entre 1959 y 1973, mi periodo de estudio, la visión que transmitía García Márquez del socialismo cubano era mayormente crítica”, explica Rojas.

Alabado por amigos de la Revolución Cubana y criticado por los contrarios, el premio Nobel colombiano pasó a la historia como un amigo de Fidel Castro.

Que siempre no fue así lo demuestra el ensayista en su volumen de 261 páginas con cartas y documentos de los primeros años del sistema político cubano.

Dividida en diez capítulos la obra del historiador es un manual para entender las posiciones de los autores latinoamericanos que marcaron una época, una especie de radiografía de las posiciones de la generación conocida como el ‘boom’.

Con un apego a los hechos que solo un historiador puede mostrar, el autor narra con anécdotas la estrecha relación de Mario Vargas Llosa y el argentino Julio Cortázar con las instituciones culturales cubanas y comenta la correspondencia de autoridades de la isla con ellos, a quienes solían reclamar en tono de amigos.

“La Guerra Fría produce una polarización del espacio cultural, del espacio político en los países latinoamericanos. Se manifiesta de forma distinta; no se puede decir que ni el bando de la izquierda sea una reproducción satelital del bloque soviético y que el de la derecha una transferencia de los intereses de Estados Unidos o del llamado mundo libre”, asegura.

Rojas cree que la ruptura de varios escritores del ‘boom’ con la Revolución Cubana no fue por el conocido caso del poeta Heberto Padilla, apresado y luego expuesto al público para que confesara ser miembro de la CIA, sino un proceso, iniciado cuando en 1965 se crea el Comité Central del Partido Comunista de Cuba y después cuando La Habana apoyó la intervención de Moscú a Checoslovaquia en 1968.

“Yo digo que el caso Padilla en el 71 no es el punto de partida de la ruptura, sino de llegada, el final de una ruptura que se va incubando desde mediados de los 60”, asegura.

El libro publicado por Penguin Random House cuenta la manera de asumir las revoluciones del poeta mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990 para quien la palabra Revolución es una forma de nombrar distintos tipos de dictadura.

En otro capítulo desmenuza la vida literaria de Carlos Fuentes en los tiempos de la llamada Guerra Fría y detalla su obsesión por hacer varias novelas de dictadores del continente.

La evolución de la relación con Cuba de Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, marcada por matices en cada caso, y la literatura de los cubanos José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy, no alineados a la política cultural de Cuba, forman otros capítulos de un libro que no huye de la polémica.

“Yo observo a finales de los años 50 la reproducción de proyectos políticos de izquierda que por la Guerra Fría intentaban no enmarcarse en el proyecto soviético”, apunta.

“Buscaban un socialismo alternativo o una radicalización desde la izquierda del proyecto nacionalista revolucionario y populista que venía de las décadas anteriores”, explica el ensayista.

Rafael Rojas se refiere a la herencia del premio Cervantes Cabrera Infante y asegura que esta tiene que ver con una marca con el trabajo del lenguaje y en la representación de La Habana que explotan muchos escritores sin que ninguno esté buscando una imitación del estilo, algo difícil de lograr.

“En Cabrera Infante había un ingenio para el trabajo con el lenguaje y un sentido del humor difícil de reproducir. Sin embargo algunas tecnologías de la prosa y formas de representación de La Habana, su marginalidad y su pobreza, la encontramos en Leonardo Padura, en Pedro Juan Gutiérrez o en escritores de la generación más joven como Ahmel Echeverría o Jorge Enrique Lage”, asegura.

EFE




Jugar con la cadena sin tocar al mono

(foto tomada de Internet)
(foto tomada de Internet)

LA HABANA, Cuba. -Reconozco que tenía sumo interés en leer el libro El 71: anatomía de una crisis, del investigador y ensayista Jorge Fornet, jefe del Departamento de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas. El texto, galardonado con el Premio de la Crítica del pasado año— pergamino que concede anualmente el Ministerio de Cultura de Cuba a las obras literarias más destacadas—, aborda los sucesos de 1971 en el panorama cultural de la isla.

La expectativa en torno a este libro, además de lo atractivo del tema, giraba en buena medida alrededor de su autor. Porque Jorge Fornet— el hijo de Ambrosio, el que instauró el término de “quinquenio gris”— no es uno más entre los investigadores que abundan entre nosotros. Se trata de alguien, obviamente, con acceso a todas las fuentes, y por tanto en condiciones de ponernos al tanto de los más mínimos detalles de aquellos acontecimientos.

Es cierto que Fornet brinda abundante información sobre el encarcelamiento y la posterior retractación del poeta Heberto Padilla, así como las protestas internacionales que tales hechos desataron. Y en verdad no se trata de poca cosa, pues todo lo relacionado con el “caso Padilla” asumió caracteres protagónicos durante aquellas jornadas.

Sin embargo, buena parte del libro se dedica a contarnos ciertos “chismecitos” provenientes de México y otros sitios de nuestra región, a raíz de la toma de partido de cada importante figura de la literatura latinoamericana— Octavio Paz, Vargas Llosa etc.— en torno a estos sucesos. El autor, en cambio, apenas profundiza en un acontecimiento clave: la celebración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura durante el mes de abril de ese año 1971.

Fornet no enumera las Resoluciones homofóbicas del referido Congreso, que condenaron al ostracismo a valiosos escritores. Tampoco se detiene ante el discurso de clausura del evento pronunciado por Fidel Castro; una vuelta atrás— y ahora con más rigor— a la censura contenida en sus “Palabras a los intelectuales” en junio de 1961. Si en aquella ocasión el máximo líder afirmó que contra la Revolución nada se permitía, ahora en 1971, cegado por la ira, advertía que para ganar un concurso literario en Cuba, había que ser “revolucionario de verdad”. ¡Qué horror!

Jorge Fornet, por supuesto, trata de no incomodar a su jefe Roberto Fernández Retamar. Por ello minimiza las referencias al ensayo “Calibán”, escrito por el Presidente de la Casa de las Américas en junio de ese propio año; o sea, cuando los ecos del “caso Padilla” y del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura aún no se habían apagado.

Porque, de haber sido sincero en cuanto a la evaluación de “Calibán”, a Fornet no le habría quedado más remedio que reconocer que se trató de un libro pendenciero e insultante en extremo hacia figuras como el argentino Jorge Luis Borges. Además, visto retrospectivamente, no hay dudas de que “Calibán” clasifica como un texto fallido, pues, entre otras cosas, les recomienda a los escritores latinoamericanos que tomaran ejemplo de las naciones de Europa oriental que construían la sociedad socialista bajo el liderazgo de la Unión Soviética. ¡Y ya sabemos en qué terminó todo aquello!

En líneas generales notamos que Fornet no arriesga su punto de vista en casi ninguno de los temas tratados en el libro, sino que se limita a enunciarlos. En ese sentido el texto parece más una crónica de acontecimientos que un ensayo acerca de un período de la cultura cubana, como algunos han querido calificarlo. Ah, y un detalle que no quiero dejar pasar: en la página 13 de la edición que Letras Cubanas hace de este libro, Fornet asevera que el verdadero protagonista de estos hechos es Fidel Castro… Claro, no especifica que semejante “destaque” sería la consecuencia de su papel como villano de la película.

En fin, que asistimos a un intento de Jorge Fornet por jugar con la cadena, pero cuidándose de tocar el mono.




El caso Padilla revisitado

Heberto Padilla_foto tomada de internet
Heberto Padilla_foto tomada de internet

GUANTÁNAMO, Cuba.- Publicada por la editorial Letras Cubanas y presentada en la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana, la obra El 71.Anatomía de una crisis, de Jorge Fornet, se ha convertido en un acontecimiento literario a pesar de que no ha tenido la más mínima difusión en los medios.

Estructurada en 16 capítulos, con un epílogo por comienzo y un breve final, El 71.Anatomía de una crisis es una exhaustiva investigación acerca del año 1971 y, específicamente, de las resonancias políticas y culturales de la detención del poeta Heberto Padilla y del Congreso Nacional de Educación y Cultura. Valiéndose de abundantes documentos, Fornet analiza desde diversos ángulos un fenómeno devenido centro de enjundiosos estudios, me refiero a la libertad de creación dentro del socialismo y la posición que debe ocupar el intelectual.

Para abordar tema tan peliagudo, donde las posiciones asumidas alcanzan siempre resonancias éticas, Jorge Fornet no se limitó a exponer sus consideraciones sobre el tristemente célebre primer Congreso Nacional de Educación y Cultura y lo ocurrido con el poeta Heberto Padilla, sino que, yendo más allá, hurgó en otros acontecimientos concomitantes y precedentes para demostrar-y creo que ese es el logro fundamental del libro- que lo ocurrido no fue más que una consecuencia de la toma de posiciones asumida por la máxima dirección política del gobierno cubano -léase Fidel Castro Ruz- al renunciar a la posibilidad de mantener una posición independiente para plegarse definitivamente a las directrices moscovitas.

En tal sentido, el autor ofrece una información minuciosa que devela los vaivenes de la posición política de Fidel Castro durante la década de los años sesenta, sus encontronazos con los líderes soviéticos, sus errores internos -Ofensiva Revolucionaria de 1968 y Zafra de los 10 millones de 1970, entre otros- y cómo de un manifiesto crítico a las posiciones soviéticas, sobre todo las adoptadas con respecto al mundo de la cultura, terminó convirtiéndose en un enemigo contumaz de la libertad de expresión y de crítica, aunque esta fuera ejercitada desde posiciones revolucionarias y por personas que hasta ese momento se habían alineado inequívocamente al lado de la revolución cubana.

De forma eficaz, Fornet revela como la revolución se fue radicalizando para terminar, como todas las que la precedieron, sin lograr jamás la coincidencia de las vanguardias artística y política, un mal que hoy es mucho más notorio que en 1971. Las abundantes citas de revistas, cartas abiertas y personales contribuyen a que el lector tenga suficiente material para juzgar y conocer, gracias a fuentes indubitables, los orígenes de los excesos que en el campo de la cultura se entronizarían en Cuba a partir de 1971, como algo normal, luego del famoso congreso y la designación de Luis Pavón Tamayo como Presidente del Consejo Nacional de Cultura , quien hasta entonces había sido el segundo jefe de la dirección política de las FAR y director de la revista Verde Olivo.

Foto cortesía de Roberto Quiñones Haces
Foto cortesía de Roberto Quiñones Haces

Particular relevancia alcanza en el libro lo ocurrido con Heberto Padilla y las resonancias políticas que este suceso tuvo, cuya primera consecuencia fue colocar en posiciones diametralmente opuestas a prestigiosos intelectuales que habían apoyado a la revolución cubana. Como acertadamente concluye Jorge Fornet, en verdad lo que se discutía en ese nuevo contexto rebasaba con mucho las cuestiones anecdóticas en torno a Padilla y lo que su caso generó. Se estaba fraguando, en cambio, toda una estrategia vinculada a las cuestiones ideológicas y culturales, así como un reposicionamiento de carácter geopolítico, obviamente -digo yo ahora- hombro con hombro con los soviéticos, cuya presencia a partir de entonces alcanzó adentramientos jamás permitidos antes de 1959 a ninguna otra potencia extranjera.

El único aspecto débil del libro es, en mi opinión, que Jorge Fornet no dedicó siquiera un capítulo para exponer cuál o cuáles fueron las supuestas transgresiones cometidas por Heberto Padilla y su esposa Belkis Cuza Malé y que provocaron su detención por la Seguridad del Estado. De haber abordado este aspecto del problema, el lector comprobaría que, en esencia, poco ha cambiado el mundo de la cultura en Cuba en cuanto a sus relaciones con el poder, pues todavía, en pleno siglo XXI, decir lo que se piensa sin dobleces y de frente continúa siendo una herejía.

Para tener un lugar dentro de la cultura cubana y no ser molestados jamás por los burócratas hay que hacer de la simulación y del consentimiento un acto de vida. En ese sentido, todavía, cada Padilla tiene su ergástula, su muerte social o su exilio asegurados.