Hallan a dos ancianos muertos por desnutrición en Venezuela
written by CubaNet | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
(Foto: Twitter)
MIAMI, Estados Unidos. – Dos ancianos habrían fallecido en Venezuela por falta de alimentación, según dio a conocer este jueves el diario argentino Infobae.
Se trata de los hermanos Silvia Margarita Sandoval Armas y Rafael David Sandoval Armas, de 72 y 73 años, respectivamente, cuyos cuerpos sin vida fueron encontrados en su domicilio de Caracas con síntomas de desnutrición proteico calórica.
Información recopilada por el medio argentino señala que los adultos mayores vivían juntos en un departamento en el piso 9 de las residencias Villa II, en el barrio Puente Hierro.
“Los vecinos llamaron a los Bomberos del Distrito Capital la tarde del lunes 26 de octubre porque tenían tiempo que no veían a los abuelitos. Una vecina dijo que la última vez los vio muy débiles”, escribió en Twitter la periodista venezolana Yohana Marra.
Dos abuelitos fueron hallados muertos dentro de su casa, en las residencias Villa II, en Puente Hierro #Caracas. Se conoció que la causa de muerte fue desnutrición. 🧶
Los peritos determinaron que el cuerpo de Silvia Margarita llevaba de 36 a 48 horas sin vida, mientras que el de su hermano Rafael David entre 24 y 36 horas.
El cadáver de la mujer se encontraba en la cocina y el del hombre en una habitación.
Según versiones de periodistas que accedieron a la morgue de Bello Monte, los ancianos subsistían gracias a los alimentos que les suministraban sus vecinos.
En el caso de la señora Silvia Margarita, apenas recibía una pensión de 400 000 bolívares, menos de un dólar al cambio actual.
El régimen chavista asegura que con el pago de la pensión se “dignifica a las adultas y adultos mayores de la Patria”. Sin embargo, la superinflación en el país petrolero hace que el monto que reciben ni siquiera les alcanza para cubrir una ínfima parte de sus necesidades básicas.
Ciudadanos venezolanos consultados por el portal digital Efecto Cocuyo han declarado que con los 400 000 bolívares de la pensión es posible acceder a un kilo de harina de maíz y una caja de pastillas para la tensión que trae 10 cápsulas, no más. Otros refieren que apenas les ha alcanzado para comprar un pedazo de queso.
Para el pasado mes de junio, de acuerdo con cifras de la Asamblea Nacional de Venezuela (ANV), la inflación fue de 19,5 % y la inflación interanual de 3,524%.
En el primer semestre de 2020, la inflación acumulada del país fue de 508,47 %.
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Cubadebate y sus imposibilidades culinarias
written by Jorge Ángel Pérez | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Foto de pulpo a la gallega publicada por Cubadebate.
LA HABANA, Cuba.- Hay imágenes que jamás se olvidan, imágenes que aparentan cierta trascendencia. En mi novela El paseante cándido escribí todo un capítulo, y quizá algo más, queriendo hacer visible el deslumbramiento que produjo en su protagonista, un joven cándido llamado Cándido, cierto suceso al que ese personaje atribuyó una enorme trascendencia. El suceso en cuestión no era otro que su primer choque con una manzana, tropiezo que ocurrió cuando era ya un muchachón, cuando estaba en las vísperas de su “hombría”.
El muchacho cándido visita alguna vez el Mercado de Cuatro Caminos, cuando no era lo que es hoy, cuando no había ocurrido la inauguración de ese “flamante mercado” ni tampoco el desastre con el que se hizo acompañar su “estreno”. El episodio ocurre en medio de una cola para comprar manzanas, aquellas que llegaron, algunas veces, gracias a la “bondad” del CAME, ese CAME que, descifrando siglas, como recomendaba otro personaje de la novela, significa: “Comerán, Ambrientos, Manzanas Europeas”.
Y si ya notó el lector que falta una h, si quiere apuntar que no se escribe ambriento y que lo justo es sumar esa h para que se lea hambriento, le advierto entonces de la certeza de otro personaje de esa misma novela, quien aseguraba que el hambre puede deglutir, incluso, el idioma, comenzando por la h, que es muda. Cuando se tiene hambre, “se le mete a to”. Y quizá sea por el hambre, o ambre, que me resulta tan angustioso escribir sobre uno de los más álgidos asuntos de la vida cubana de ahora mismo. Y juro que me quedaría quieto y sin escribir una línea si no fuera por lo que vi en ese sitio de verdades ausentes, de perdidas verdades, e incluso de “ambrientas” verdades que es Cubadebate.
Resulta que he sabido que ese tal Cubadebate, ese sitiecillo, ese periodicucho del éter, luce una sección de cocina un tanto rara, sobre todo si asumimos que ese Cubadebate, jamás abandona su acostumbrada acritud, esa aspereza que solo sirve para hacer elogios a una “revolución” que no es laudable. Resulta ridículo que Cubadebate tenga un espacio dedicado a la cocina, una columna que nos incita a comer, exhibiendo el nombre de “Sabor y tradición”, en medio de la “gran desolación de las despensas”. Es curioso que el 21 de octubre último, la tal columna propusiera a sus lectores “cuatro recetas con pulpo”.
Cuatro platos que tienen como centro a ese “bichito” de múltiples tentáculos y que vive en el mar que rodea a toda una isla, la más grande de las Antillas, pero que nosotros solo encontraremos, si es que hay buena conexión a internet, en Wikipedia. Cuatro platos con pulpo a pesar de que los cubanos ni siquiera conseguimos llevamos a la boca un calamar, ese pequeño pariente del pulpo, cocinado en su propia tinta o al menos hervido y con una pizquita de sal.
Es gracioso, pero también indignante, que ese sitio tan rojo, tan severo, tan “zocotrococamente” absurdo, “se baje” ahora con esos irrespetos, después de tanto años de ausencia de Nitza Villapol, aquella mujer de cierta gracia que, cuando no creyó prudente seguir haciendo su “Cocina al minuto” en medio de tanta escasez, se dedicara a sembrar, en la visibilidad de ciertas revistas, algunas planticas ornamentales, que aunque no todas servían para ser saboreadas, podían adornar algún rinconcito de nuestras pobrísimas casas, de nuestras miserables cocinas, de nuestros paupérrimos comedores, de nuestra vida de porquería.
Es humillante, y hasta ridículo que nos hablen de repostería en una isla que alguna vez fue la reina del azúcar, y ahora es la emperatriz de lo amargo. Una isla donde la pastelería francesa tuvo espacios centralísimos, lo mismo con Sylvain Brouté que con la dulcería criolla, esa que podía degustarse en un restaurant elegante o en una criollísima fonda, en la casa de un pueblito de provincia y en el intrincado bohío con techo de guano desde donde salían los olores del flan y los casquitos de guayaba, que se percibían a una legua de distancia, como también los olores del arroz con leche, y dónde se deshacía entre dientes el acetoso turrón de maní “hecho en casa”.
Dulcísimos días aquellos en los que el azúcar aún no estaba racionada y era barata, aquellos días en que también los muy pobres se endulzaban la vida; pero ahora un mango es demasiado caro, y la guayaba con la que podría prepararse una mermelada, si es que no escaseara tanto el azúcar en la dulce isla del azúcar, y si no tuviera precios tan elevados para los nacionales, si no desapareciera con tanta frecuencia, si no tuviera, incluso, que ser importada… Y peor resulta pagar elevadísimos precios a ETECSA para conseguir luego el acceso a ese Cubadebate que nos ofrece ciertas imposibilidades culinarias.
Yo no conocía el sitio, me lo recomendó un amigo que lo leyó antes que yo, que se rió tanto como después yo, y que también me sugirió que le dedicara unas líneas si es que llegaba a interesarme en el asunto, y aquí estoy, interesado, y también indignado con lo estrambótico de las propuestas, con las imposibilidades que nos advierten esas recetas de dulces caseros, esos que hicieron nuestras abuelas y que ya a nuestras madres les costó tanto preparar, esos que para nosotros no son más que una quimera, una utopía, como ese socialismo culinario que nos propone Cubadebate.
Cubadebate nos sitúa, otra vez, frente a nuestras imposibilidades. Cubadebate, la torpe, la impúdica, nos pone frente a nuestras limitaciones, esas que tienen tan mal gustillo, esas que Cubadebate, y su “Sabor y tradición”, no perciben o no quieren distinguir, y que hacen que se torne tan amarga nuestra repostería, que se convierta en una salación la cocina nacional, y un imposible la foránea. Sin dudas en Cubadebate escasean las neuronas cuando intentan hacer tan visibles nuestras imposibilidades frente al fogón de socialismo y hambre, de comunismo y muerte. Y yo le recomiendo entonces una visita a “Sabor y tradición”, si es que quisiera divertirse, o indignarse, si es que quisiera comprobar que el ambre pierde la h por hambre.
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Dicen que en Cuba nadie se muere de hambre
written by Gladys Linares | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Foto archivo
LA HABANA, Cuba.- Durante estas seis décadas la dictadura cubana ha mantenido al pueblo en un estado intermedio de miseria: ni tan extrema que al no tener nada que perder tomemos las calles, ni tan ligera como para permitirnos pensar en democracia y política. Y aunque las presentes generaciones de cubanos no conocemos hambrunas como la de la papa en Irlanda, la del pueblo francés a finales del siglo XVIII, o la que nos diezmó durante la reconcentración de Weyler, sí recordamos amargamente el hambre aguda y prolongada que nos hacía enfermar y caer desmayados en la calle cuando la crisis de los noventas, a la que Fidel Castro llamó sarcásticamente “período especial”, la peor, pero no la única etapa de escasez y hambre en estos 60 años de dictadura.
Los cubanos no tenemos una dieta variada. A pesar de vivir en una isla, no podemos comer ni mariscos ni pescado con la debida frecuencia. A la carne roja no tenemos acceso por la vía legal, pues los precios del Estado son prohibitivos, y en bolsa negra, aunque un poco menos cara, aquellos que pueden pagarla se arriesgan a muchos años de prisión o altas multas. Donde antes de 1959 llegó a haber casi una res por habitante, hoy es difícil –incluso ilegal– conseguir leche, yogurt o quesos de cualquier clase. Alimentos imprescindibles como frutas frescas o jugos procesados son demasiado caros, o sencillamente no hay porque se exportan. Tampoco podemos comer diariamente varios tipos de cereales. Hongos y frutos oleaginosos son artículos de leyenda, con la posible excepción del cada vez más inaccesible maní.
La desnutrición es una enfermedad causada por una dieta inapropiada, baja en calorías y proteínas, cuyas consecuencias pueden ser graves. El corazón y otros músculos del cuerpo pierden masa muscular. En el estado más avanzado hay una insuficiencia cardíaca y posterior muerte. El sistema inmune se vuelve ineficiente, pues el organismo no puede producir glóbulos blancos, y esto causa múltiples infecciones intestinales, respiratorias y otras. Cuando el hambre es crónico la duración de las enfermedades es mayor y el pronóstico siempre peor que en individuos normales. La cicatrización se ralentiza. Puede ocurrir anemia. Hay mayor proliferación de bacterias en el tracto intestinal, disminuye la absorción de nutrientes, así como el coeficiente intelectual. El individuo presenta problemas de aprendizaje, de retención y memoria. En niños desnutridos se observa un menor crecimiento y desarrollo físico.
En la malnutrición, por su parte, existe una deficiencia, exceso o desbalance en la ingesta de uno o varios nutrientes necesarios como vitaminas, hierro, yodo, calorías, etcétera. Entre sus manifestaciones más comunes en nuestra población están la obesidad, la hipertensión, enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el colesterol alto, así como el cáncer. Y es que en Cuba hay que comer lo que aparece. Los consumidores no tenemos acceso a información detallada y confiable sobre el origen ni el proceso de elaboración de los alimentos que estamos pagando. No sabemos si son orgánicos o transgénicos. No sabemos cómo se hacen los embutidos, que contienen ingredientes cancerígenos. No tenemos forma de averiguar qué antibióticos u otros medicamentos han recibido el pollo o el cerdo que esporádicamente podemos comprar.
Tampoco conocemos la composición de ninguna de las múltiples bazofias con las que el régimen ha pretendido engañar nuestros estómagos a través de los años, como los infames Cerelac, picadillo de soya, masa cárnica, o el nuevo Miragurt. No sabemos con qué está condimentado el picadillo “condimentado”, ni con qué está mezclado el café “mezclado” de la bodega.
Ignoramos qué clase de fertilizantes (orgánicos o químicos, seguros o tóxicos) han recibido los productos agrícolas que comemos, y que se venden llenos de tierra, por lo que pagamos un peso extra y hay que ensuciarse las manos de fango para escogerlos muy bien, porque los vendedores, en vez de ofrecer primero lo mejor, tratan de salir de la merma.
Del 2018 a la fecha cada vez hay menos comida, y cada vez más cara, por lo que menos personas tienen acceso a una alimentación medianamente decente. ¿Qué pasará cuando aumenten los precios de los productos de la libreta que ayudan a paliar la hambruna? Pues si bien es cierto que la actual cuota no alcanza para 30 días, al menos contribuye a aliviar los gastos de la bolsa negra.
De modo que parece inevitable que el hambre arrecie, porque para el programado aumento salarial y de pensiones no se han tenido en cuenta los precios de la bolsa negra ni el verdadero costo de la vida, sino solo los nuevos precios aumentados de la insuficiente cuota alimenticia, algunas medicinas y algunos servicios como la electricidad y el agua, lo cual no es suficiente para vivir.
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Miles de venezolanos huyen a Colombia ante la falta de comida
written by CubaNet | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Venezolanos huyen a Colombia por el hambre. Foto referencial (archivo)
MIAMI, Estados Unidos.- En lo que ya muchos llaman una segunda oleada de migrantes, miles de venezolanos atraviesan varias ciudades del país, a veces caminando por más de 200 kilómetros, para tratar de llegar a la frontera con Colombia. “Huyen del hambre que está azotando la nación, especialmente en los estados del interior”.
De acuerdo a un reportaje publicado este viernes por Infobae, con el cierre de fronteras a nivel mundial a causa de la pandemia del coronavirus miles de venezolanos de la diáspora decidieron regresar, pero el régimen venezolano no los trató con la consideración debida, y ahora el hambre y la elevada cifra de contagios los ha llevado a la desesperación.
“Ya no hay nada que mitigue el hambre de miles de familias. La desesperación está llevando a cientos de personas, cada día, a lanzarse a las carreteras para llegar a la frontera y pasar hacia Colombia, en busca de un mejor nivel de vida para sus hijos”, reza el texto.
“Son centenares todos los días de diferentes sitios, y algunos de los viajeros pretenden ir hasta Bogotá”, dijo a Infobae José Gregorio Zambrano, un militar retirado que fue además presidente de El Hipódromo y, como comunicador social, director de la emisora YVKE y periodista de VTV.
“Causa tristeza, indignación e impotencia ver ese drama. No hay ningún organismo apoyando a esa gente. Algunas personas en la vía los dejan bañarse, dormir en un pórtico o debajo de árboles. Hay vecinos que se organizan y les dan algo de comer o agua con papelón. Esos viajeros la están pasando muy mal”, aseguró.
Según José Antonio Castillo, un productor venezolano cuya familia vive a orillas de la carretera, dijo al medio de prensa que la situación “tiene ya varias semanas. Un día empezamos a ver pequeños grupos de personas que pasaban como en procesión. A veces va una mujer sola con niños o un hombre solo con algún niño, pero la mayoría son varias personas. También han pasado grupos grandes de amigos y familiares”.
“Vienen de todas partes. La hija mía, que tiene una finquita más abajo y saca productos a vender a orilla de la carretera, es la que más contacto ha tenido con alguna de esa gente, que a veces le pide agua e incluso comida. Todos huyen por miedo al hambre que están pasando en Venezuela”, agregó.
“Es impresionante pensar que se vienen caminando desde Maracay o Valencia, desde San Felipe o Barquisimeto, porque eso es muy lejos. Todos van hacia la frontera para ir hacia Colombia o seguir a Ecuador y Perú”.
Castillo aseguró que pocos venezolanos se quedan a dormir en el camino. “Se les ve descansando, aprovechando algún techo, pero solo un rato, porque el sol pega duro por aquí. Algunos vecinos improvisan recipientes con agua para que puedan tomar y llenar las botellas de plástico que casi todos llevan consigo. El domingo en la misa comentábamos lo impresionante que es el desgaste de los niños, porque algunos son muy pequeños y los llevan caminando, sobre todo cuando van con mujeres solas”.
De acuerdo al reportaje, la brecha social en el país petrolero es cada vez más amplia. “En Caracas el impacto es menor, porque el Ejecutivo trata de mantener la apariencia de normalidad, con la electricidad, el agua potable, el gas doméstico e incluso el combustible”, pero los privilegios son solamente para la casta chavista, los únicos que tienen acceso a alimentos, dólares, medicinas, servicios, entre otros.
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En la cola del pan: así esperaron los habaneros el paso de Laura
written by Ana León | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Cola en la panadería de Reina y San Nicolás (Foto de la autora)
LA HABANA, Cuba. – La noticia de que la tormenta tropical Laura se había inclinado un poco más al sur, dejando fuera de su trayecto a La Habana, no fue consuelo suficiente para los capitalinos que esperaban sufrir aún los embates del viento y las lluvias intensas. Este lunes, desde muy temprano, la gente salió a la calle para conseguir lo imprescindible, creyendo que por la contingencia meteorológica el surtido aumentaría un poco. No andaban detrás del pollo, detergente o aceite. Cuando amenaza tormenta el top ten de lo más buscado se altera rápidamente y al podio suben el pan, las velas, baterías para lámparas recargables, galones de agua (los que pueden) y cualquier chuchería destinada a los niños.
El preludio de Laura fueron larguísimas colas en todas las panaderías estatales, sobre las que ha recaído el grueso de la demanda debido a la disminución de la oferta en el sector privado. Mi primer intento me condujo a la panadería de Carlos III, cuya fila, según los presentes, había iniciado a las 10:00 de la mañana para esperar el lote de pan que saldría a las 2:00 de la tarde. Cuando llegué, pasado el mediodía, el gentío se extendía a lo largo de una cuadra. Era poco probable que alcanzara, pero igual marqué y cuando faltaban pocos minutos para las 2: 00 p.m. anunciaron que comenzaría la venta.
La fila avanzó apenas diez pasos y el pan se acabó. Un murmullo incómodo se esparció entre los presentes hasta formar algo así como un embrión de protesta popular. Varias personas se agolparon en la ventanilla para reclamarle a la dependiente; pero no por haber puesto en venta un volumen tan limitado del producto, sino por haber despachado dos barras de pan a cada cliente que tuvo la suerte de comprar.
El criticado racionamiento se convirtió de súbito en una exigencia, sin tener en cuenta que el aviso de tormenta tropical implicaba acuartelarse por un par de días al menos, y que una barra de pan no era suficiente para una familia. La gente se dispersó hablando pestes del Gobierno. Algunos habían hecho cuatro horas de cola en vano, entre ellos varios ancianos que no se vieron con fuerzas para probar suerte en otra panadería y decidieron marcharse, derrotados, a sus casas.
Todas las panaderías de Centro Habana eran un hervidero. Hubo tumultos incluso para comprar el pan de la bodega, pues cuando el hambre aprieta nadie discrimina, mucho menos quienes cargan una elevada cuota de conformidad.
Policía llamando a distanciamiento social en la cola para comprar pan (Fotos de la autora)
Cola en la panadería de Carlos III (Fotos de la autora)
Policía custodiando la entrada de la panadería de Reina (Fotos de la autora)
Fila para comprar el pan racionado de la bodega, en Centro Habana (Fotos de la autora)
Cola para comprar pan y dulces en la modalidad "liberado-normado" (Fotos de la autora)
Ancianos y discapacitados esperando para comprar pan en Villa Clara (Foto: CubaNet)
Personas que hicieron fila durante horas y no alcanzaron pan (Fotos de la autora)
Enfilé hacia la panadería de Reina y San Nicolás, donde otra multitud se apretaba a lo largo del portal sin hacer caso de los policías que procuraban mantener el distanciamiento social. Marqué y disimuladamente tomé fotos de las personas que iban delante de mí para evitar perderme en aquel gentío, cosa que me ocurre con frecuencia. No sabía que pasarían cuatro horas antes de poder comprar.
A diferencia de la panadería de Carlos III, la de Reina trabajaba a un ritmo frenético. Cada 25 minutos salía un lote de pan, pero no era suficiente para satisfacer la demanda. La cola crecía y con ella la ansiedad, porque las panaderías cierran a las 8:00 p.m. desde que comenzó la pandemia. Demasiada gente impaciente, crispada, con miedo a no alcanzar. Niños tratando de inspirar lástima en los adultos para que los dejaran colarse. Ancianos vulnerables que en vano procuraban mantenerse alejados de los jóvenes que fumaban desafiantes, con el nasobuco colgando del cuello, ante la mirada de los policías.
Cada informe de meteorología advertía de la proximidad de Laura; pero esa “brisa platanera” no se iba a interponer entre un cubano y su merienda. Quizás porque estamos acostumbrados a huracanes y solo nos inquietamos cuando la cosa es de categoría tres en adelante, la displicencia era regla general.
Comenzó a lloviznar y las personas, como ovejitas, se juntaron más en el portal. El policía quiso retomar la distancia social pero comprendió que no habría forma. Después de tan larga espera la gente solo atinaba a sostenerse sobre sus agotadas piernas y lamentarse a causa de la demora y las altas probabilidades de que les quitaran la corriente y el gas por culpa de Laura.
A pesar de los augurios, cada uno de los presentes tenía la misión de volver a casa con una barra de pan al menos; así que de ahí no se movería nadie, ni dejaría un espacio por donde otro pudiera colarse. La crisis ha sido somatizada e incorporada al ADN nacional, en cuya memoria solo hay un enemigo registrado: el hambre, o la sensación de hambre; que no es lo mismo, pero igual pone al cubano en pie de guerra. La única guerra que ha peleado desde que nació.
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El menú está servido: Arroz con gorgojos, harina con gusanos y pan “reciclado”
written by Yadira Serrano Díaz | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Arroz con gorgojos y panes con moho (Fotos de la autora)
SANTIAGO DE CUBA. – Tras 10 días sin consumir arroz, Mindalia acudió este lunes a su bodega para comprar las dos libras adicionales del cereal que corresponden a cada persona este mes. En su núcleo son tres consumidores además de ella, por lo tanto, en total compró ocho libras a dos pesos cada una.
La mujer de 56 años, residente en el poblado de La Maya, en Santiago de Cuba, salió de la tienda convencida de que tenía asegurada la comida hasta inicios de agosto. Sin embargo, cuando llegó a su casa y se dispuso a almacenar el arroz, se percató de que estaba plagado de gorgojos y tenía un fuerte hedor a rancio.
Inmediatamente, Mindalia regresó al establecimiento con la esperanza de que le cambiaran el producto, pero la respuesta de la administradora ante su reclamo fue muy clara: “Todo está igual porque tiene mucho tiempo en el almacén. Justo nos mandaron a venderlo porque no se puede botar”.
Aunque en el primer semestre de este año arribó a la Isla un donativo de 5000 toneladas de arroz provenientes de Vietnam, lo más probable es que las autoridades cubanas hayan decidido almacenar la mercancía fresca y, en su lugar, vender a los ciudadanos el arroz más viejo.
La misma suerte corrió la venta de harina de trigo en La Maya. A mediados de mayo pasado se limitó la venta liberada de pan en el país, debido a la falta de materias primas. Desde entonces la producción ha sido intermitente y de pésima calidad.
“Sinceramente el pan está asqueroso. Siempre ha habido su problema pero desde un tiempo para acá, cuando uno logra conseguir algunos, lucen y saben terrible”, denunció ante CubaNet un consumidor.
Al respecto, nuestra redacción conversó con uno de los trabajadores de la Panadería Especial del poblado, quien solicitó el anonimato para evitar represalias. “Antes de utilizar la harina de yuca y de moringa que estamos usando en estos momentos, nos asignaron una importada de Turquía. Es de lo más buena pero estaba infestada de gusanos. Nosotros la cernimos, pero el sabor a podrido se le queda al pan, como es lógico”.
“No es culpa nuestra, pues trabajamos con los recursos que nos dan. Pero sí es verdad que esta gente (las autoridades) se pasan. ¿Por qué esperar que se pudran las cosas para luego dárselas a consumir al pueblo?”, cuestionó el panadero.
Asimismo, criticó el fatídico resultado de elaborar el pan con harina de yuca y moringa. “Eso es un invento de los peores. La moringa, por ejemplo, podrá tener propiedades y demás, pero su uso atenta contra la calidad del pan, pues sabe malísimo y tiene una textura rara”, comentó.
Arroz con gorgojos (Foto archivo)
Panes con moho (Foto de la autora)
Panes (Foto de la autora)
Ante la escasez de arroz y harina, el Gobierno ha aceptado el déficit que afecta a la producción de alimentos básicos, una situación que se ha agravado debido a la pandemia de COVID-19.
Plátano burro, harina de maíz y pan “reciclado” para sobrevivir
Desde que se detuvo la venta liberada de arroz miles de cubanos han tenido que sobrevivir únicamente con las siete libras mensuales del cereal (nueve para los niños menores de 14 años).
En la mayoría de los hogares, la cuota se agota antes de la mitad del mes. La escasez es aún peor, puesto que el arroz constituye el alimento más importante en la dieta de la mayoría de los cubanos.
Desafortunadamente, en estos últimos meses, su consumo se ha tenido que sustituir por productos más asequibles como el plátano burro o la harina de maíz. También, porque su valor en el mercado negro sobrepasa los 30 pesos por libra, un precio que es seis veces mayor que el fijado en establecimientos estatales.
“Yo vivo con mi papá y mi hijo. Entre los tres cogemos 21 libras de arroz y estirándolo nos dura más o menos hasta el día 15. De ahí para allá es comiendo fongo (plátano burro) o lo que aparezca, hasta el otro mes”, se quejó Zenaida, quien labora como pantrista en el Policlínico Central de La Maya.
Feria agropecuaria en Songo La Maya (Foto de la autora)
Feria agropecuaria en Songo La Maya (Foto de la autora)
Feria agropecuaria en Songo La Maya (Foto archivo)
Según la mujer, en los últimos días de julio ella y su familia se alimentaron con tamales (o hayacas). Tuvo la suerte de poder comprar 100 mazorcas de maíz en la feria agropecuaria celebrada en su municipio a finales de julio. En esa ocasión, las colas para comprar maíz a 40 centavos la unidad, además de plátano burro, calabaza y boniatos, que eran los únicos productos a la venta, fueron inmensas, lamenta Zenaida.
Por último, la santiaguera también comentó que las pocas veces que logra conseguir algunos panes, los guarda en el refrigerador para mantenerlos. Pero con el paso de los días, se van echando a perder y, aun así, ha tenido que “reciclarlos”.
“Me da pena decirlo pero muchas veces cuando los panes se están poniendo verdes y con moho, los he tenido que tostar para comerlos. También se los doy así mismo a mi papá que está enfermo y a mi hijo, porque no tengo otra opción”, lamentó.
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Nadie quedará desamparado: hay hambre para todos
written by Gladys Linares | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Policía organiza cola para comprar alimentos (foto: AFP)
LA HABANA, Cuba. – Durante años el gobierno comunista ha tratado de hacernos creer en los esfuerzos realizados para el desarrollo del país. Con ese fin hemos visto divulgar en los medios los grandes resultados obtenidos por los colectivos de trabajadores en fábricas e industrias. Sin embargo, los beneficios de esas producciones nunca han llegado a la población. Al respecto, muchos opinan: “Todo eso es una gran mentira. Aquí la gente no va al trabajo a producir, sino por la ‘busca’, por ver qué se pueden robar. Y si hay algo, se lo chupan ellos”.
Esas grandes mentiras se hacen más evidentes en estos días en que la isla está en bancarrota y sepultada en deudas. Es una triste realidad que la falta de motivación y de incentivo para echar adelante el país se debe, entre otras cosas, a que la gran mayoría de los trabajadores recibe su salario en pesos cubanos totalmente devaluados, que apenas sirven para comprar la ínfima cuota de alimentos racionados y algún que otro artículo no “subsidiado”. Por lo tanto, son increíbles las peripecias que hacen los trabajadores cubanos para sacarle al gobierno el extra que necesitan para cubrir sus necesidades más elementales.
Pero lo verdaderamente inaudito son las felonías que trama la dictadura comunista para saquear el bolsillo de los cubanos del exilio: puesto que ya no les basta con las cuantiosas ganancias que reciben de las remesas familiares, como pulpos echan mano a cuanta artimaña pueda reportar alguna divisa.
La primera opción fue Tuenvio.cu, mediante la cual los cubanos en el exterior podían comprar para los de la isla alimentos, productos de aseo y electrodomésticos, entre otros, en tiendas virtuales, con la finalidad de recaudar dólares. Pero al parecer ese tipo de compras no rindió los resultados esperados, no sólo por la falta de ofertas de los últimos tiempos, sino porque muchos cubanos prefieren que sus familiares reciban el dinero en efectivo.
En los últimos meses, dada la necesidad de aislamiento social y según mejoraba el acceso a internet y la telefonía móvil, implementaron las ventas online solo desde Cuba. Sin embargo, esas tiendas nacieron con problemas como la falta de abastecimientos, demoras e incumplimientos en los pedidos, también dificultades para efectuar la compra. Pero a pesar de los inconvenientes, comprar en línea, sobre todo alimentos y productos de aseo, se convirtió en una imperiosa necesidad para los que tienen acceso a los CUC, no sólo por la falta de ofertas y las largas e interminables colas, sino por la suspensión del transporte público, ya que frecuentemente hay que ir muy lejos para encontrar lo necesario. Actualmente la principal insatisfacción de los usuarios es la venta exclusiva de “módulos” (paquetes en los que convoyan unas mercancías con otras que no necesita el cliente).
La dictadura totalitaria está desesperada y no le ha quedado más remedio que arrastrarse hasta el dólar, quitarle el gravamen, a ver si la comunidad cubana en el exilio le resuelve la grave crisis de liquidez que atraviesa.
Por supuesto, nunca faltan las consignas, y una de las preferidas del momento es “nadie quedará desamparado”. Su concepto de amparo es vender algún que otro artículo de aseo y comestibles (por supuesto racionados) en bodegas y otros locales. “Módulos” de 10 o 20 CUC (en su equivalente en pesos), 1 detergente de 25 pesos por núcleo, 2 libras de arroz por persona, a 4 pesos. Esos no son precios asequibles para personas de bajos ingresos. Ni para los que tuvieron que dejar de trabajar desde marzo, algunos sin sueldo y otros al 60 %. En realidad, hace muchos años que a los precios en Cuba no puede hacer frente ni siquiera un trabajador. El salario íntegro no alcanza, mucho menos una parte de él.
Otra manera de aparentar que nos amparan parece ser trocar la ración de mortadela de las personas mayores de 65 años por una libra de pollo. Eso reciben quienes más urgentemente necesitan ayuda: los ancianos sin familiares en el exterior que les manden dólares ni ninguna divisa. “Con una libra de pollo al mes no se calma el hambre”, me dice una señora. “Además, me cuesta 20 pesos. La mortadela me costaba 1,50 y me daba para más comidas. Y aunque insalubre, de pésima calidad y con poco o ningún valor alimenticio, al menos era algo con qué engañar al estómago”.
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¿Vale la pena vivir la vida que nos espera?
written by Luis Cino | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
(foto: MSN/Getty)
LA HABANA, Cuba. – En Cuba, la COVID-19, de creer las cifras que dan las autoridades —e incluso si las manipularon—, ha causado menos muertes que en otros países: solo hubo 87 fallecidos. El régimen se vanagloria por ello, lo atribuye a la excelencia de la medicina cubana, al empeño que puso el Estado en combatir la pandemia, y lo califica como una heroicidad, teniendo en cuenta la falta de recursos por la difícil situación económica que atraviesa el país.
Si se tiene en cuenta la mala nutrición, la escasez de medicamentos y de artículos de aseo, la insalubridad, las aglomeraciones en las colas para comprar alimentos, parece un milagro que no hubiese centenares o miles de muertos. Según algunos creyentes, eso confirma una vez más que Dios, con todo lo que nos aprieta, a pesar de las pruebas y penitencias que nos impone, ama y protege a los cubanos.
El manejo “exitoso” de la epidemia por parte del régimen se debió en gran parte a las medidas draconianas que impuso. En medio de una cuarentena estricta, sin transporte público, con la gente encerrada en sus casas y el confinamiento de todos los casos sospechosos, la policía tomó las calles y efectuó detenciones e impuso multas a tutiplén a todo el que considerara, con razón o sin ella, que estaba violando las medidas establecidas para evitar la propagación de la enfermedad. Como resultado, hubo muchísimos más detenidos y multados que contagiados.
Tales medidas y comportamientos policiales solo son posibles bajo un régimen totalitario. En una democracia, para bien o para mal, como resultó en esta ocasión con la pandemia en muchos países, las personas, por mucho que teman por sus vidas, no se ponen ciegamente y sin objeciones, en manos del Estado para que las maneje y cuide como a un rebaño.
El Estado, dizque por nuestro bien, nos ha tratado a los cubanos como una piara, que si no obedece, recibe castigos y zurras.
El régimen, asustado por la difícil situación que atraviesa, temeroso de un reventón, aprovechó la excepcionalidad de la pandemia para reforzar aún más sus controles, apretar la tuerca al sector privado con el pretexto del combate a las ilegalidades, y aumentar la represión contra los opositores y los periodistas independientes.
Es asfixiante constatar que como en los peores momentos de estos 61 años de dictadura, casi todo lo que no es obligatorio, está prohibido.
No se vislumbra algo mejor, sino lo contrario, con la chapucera, retrasada e insuficiente por sus trabazones nueva estrategia económica, anunciada en medio de un regañón berrinche presidencial y mal explicada por un ministro de Economía atascado en la vieja fórmula de la planificación centralizada y las empresas estatales.
Se da por descontado, pese a lo que digan el periódico Granma y el NTV, que habrá más marcadas diferencias sociales y se multiplicará el número de náufragos y perdedores. ¡Y ay de los ancianos y los enfermos que no tengan familiares en el exterior que les envíen remesas!
Lúgubre paisaje el que nos quedará por delante luego de la batalla contra la COVID-19.
Mientras nos adentramos en la “nueva normalidad” dolarizada y llena de restricciones, cada vez escucho a más personas decir que con tanta hambre, con todas las vicisitudes que estamos pasando, más las que nos faltan todavía, no vale la pena vivir la vida que nos espera.
Con tanto desánimo y depresión como hay, con tantos comentarios pesimistas como escucho por doquier, no me extrañaría que en los próximos meses, como ocurrió durante el Periodo Especial, se dispare la cifra de suicidios en Cuba.
Los suicidios —o el eufemismo con que los denominen en los datos oficiales— se sumarán a los casos que no clasifican como tales, o sea, los que se apartan a un lado y como suele decirse, “se tiran a morir”. O revientan de tristeza. Principalmente personas de la tercera edad, que en los cubanos se inicia antes de tiempo, en cuanto asoman las primeras canas. Contra su vida —o el purgatorio que llaman así— conspiran la mala alimentación, la falta de medicinas, las pensiones ridículamente bajas, el maltrato de sus familiares, que con lo duro que está el día a día, por la falta de espacio en sus vivienda, porque son otra boca más en la mesa, los ven como un estorbo y los arrinconan y maltratan.
También es de suponer que entre los que se quiten la vida, habrá muchos jóvenes. Con tanta desesperanza, ante la falta de oportunidades, se darán por vencidos apenas iniciada una carrera que cada vez pinta más fea para la inmensa mayoría.
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¡Si el bárbaro estuviera vivo, esto no pasa!
written by Ana León | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Cola para comprar alimentos, escena cotidiana en Cuba (foto archivo)
LA HABANA, Cuba. – En una cola de cinco horas para comprar queso crema y leche evaporada -dos productos que ahora mismo representan un lujo-, se produjo un singular episodio de malestar popular cuando el mayor del MININT que estaba a cargo de la organización dijo que la tienda ya iba a cerrar, que solo podrían pasar otros cinco clientes. Los presentes intentaron razonar con el oficial, explicarle que apenas faltaban veinte personas por acceder a la tienda, que por favor extendieran un poquito el horario de servicio, solo por hoy, pues algunas mujeres no tenían leche que dar a sus niños.
Pero no hubo forma. Algunos dieron la espalda y se fueron sin escuchar el discursillo de consolación. La mayoría permaneció ahí, esperanzada, como si flexibilidad y régimen militar fueran conceptos compatibles en algún nivel. Solo cuando bajaron la rampa de la tienda y los últimos cinco elegidos se alejaron definitivamente del resto, la gente se alteró.
Horas antes, en esa misma cola se había comentado acerca de la manifestación convocada el pasado 30 de junio por los opositores cubanos contra el abuso policial. Casi todos habían leído algo en redes sociales y comenzaron a hablar de los arrestos domiciliarios que tuvieron lugar ese día, de las amenazas a los activistas, de la vigilancia; y de ahí a los derechos, o la ausencia de estos. El debate se animó en el plano de las libertades, cuestionando la utilidad de la actual Constitución -algo tarde, desafortunadamente-, dando paso a una inconformidad ciudadana que pareció ir más allá de la falta de pollo y jabón para interesarse por los derechos políticos.
Precisamente por lo saludable de aquel intercambio ciudadano no pude creer que en medio de la acalorada discusión a causa de “los últimos cinco”, una mujer joven cuya madre no pudo comprar por haber quedado fuera del privilegiado grupo, se volviera hacia los demás y dijera en alta voz: “¡Si el bárbaro estuviera vivo, esto no pasa!”. La gente se quedó medio en suspenso, como si no entendiera qué quería decir. Pero lo dijo y además agregó: “fíjate que de pensarlo me erizo”; y estiró sus dos brazos así, muy chill, para subrayar la intensidad de aquella sensación.
El “bárbaro” al que se refería, era Fidel Castro. Su admiración por el difunto no resultó tan desconcertante como la afirmación de que si estuviera vivo, habríamos entrado todos a la tienda a comprar cuanta leche y queso crema pudiéramos cargar en nuestras bolsas. Un hombre de la cola, que había alternado el debate político con golosas anticipaciones sobre las tartas cheesecake que su esposa prepararía cuando él llegara, triunfante, con el queso crema, me miró con cara de “recoge y vámonos”; expresión popular que se utiliza cuando no hay nada más que hacer o decir sobre una situación equis.
Y eso fue lo que hicimos, todavía sin creer que aquella joven soltara semejante disparate después de tantas horas machacados, sin almorzar, bajo un sol de cañaveral. A esa federada nadie le ha explicado con lujo de detalles qué fue el Período Especial, cuando se hacían colas peores para comprar cualquier miseria que apareciera. Ella era una niña en aquel entonces y probablemente sus padres pasaron hambre para evitarle que conociera, desde pequeña, ese doloroso crujir de tripas en la madrugada. Sus padres no le contaron que mientras el “bárbaro” estuvo vivo se dedicó metódicamente a arruinar el país, hambruna y represión mediante.
Estos exabruptos de fanatismo dan la medida de cuán tortuoso y largo será el camino de la democracia. Si bien los cubanos que comparten la credulidad de esa joven no son tantos como el régimen pretende, tampoco son un puñado, como quiere creer la oposición. A Cuba no solo hay que devolverle sus libertades; también su memoria histórica, el devenir de la nación limpio de las falsedades diseminadas por el adoctrinamiento en todos los niveles de la educación.
Para demoler el mito de que “Fidel Castro nos puso en el mapa”, Cuba precisa conocerse a sí misma. Los nacionales necesitan entender, en primera instancia, qué son los derechos políticos y por qué deben ser ejercidos a plenitud. Solo así se podrá alcanzar una verdadera democracia, que no será perfecta, pero se ha de procurar que nazca lo menos defectuosa posible.
El pueblo cubano seguirá siendo vulnerable si el día de mañana el régimen decide apostar por una apertura económica generosa, o al menos lo suficiente para engolosinar a los ciudadanos y que estos dejen de lado la variable política. Mientras los cubanos se conformen con la idea de que los derechos políticos son una merced que el régimen da o quita según el presidente que ocupe la Casa Blanca, y la constitucionalidad sea patrimonio exclusivo de una élite, las libertades económicas serán inútiles.
Cada día se hace más importante la participación política consciente de los cubanos, lo cual no significa dar un cacerolazo, ni calentar la cola. La presión internacional puede ayudar, el liderazgo de la oposición, si en algún momento se expresa como tal, será útil; pero lo fundamental es que el pueblo se movilice políticamente y deje de ser ese rebaño que monta en cólera solo cuando no tiene un pedazo de pollo en el congelador.
A la democracia se llegará por el camino largo, el de la paciencia y la constancia, aunque se retuerzan de desesperación quienes querían la libertad para ayer. Qué tan largo será depende de quienes han despertado ya, y de su habilidad para hacerles entender a los adormecidos que a partir de 1959 no hubo “bárbaros” en Cuba; solo barbarie.
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Cuba, donde el “sancocho” vale su peso en oro
written by Ernesto Pérez Chang | viernes, 30 de octubre, 2020 11:58 am
Los costos de alimentar a los animales repercuten en escasez y en los precios de la carne. (foto del autor)
LA HABANA, Cuba. – Antes de la llegada de la COVID-19 a Cuba, Lidia vendía la lata de “sancocho” (desperdicios de alimentos) a 60 pesos (poco más de 2 dólares). Como trabajaba de auxiliar de cocina en un comedor obrero de una empresa perteneciente al Ministerio de la Construcción, cada tarde después de servir meriendas y almuerzo, escogía y reunía las sobras dejadas por los comensales para, al terminar la jornada laboral, llevarlas hasta la finca de un criador de puercos con el que tenía una especie de “contrato informal”.
Según nos cuenta Lidia, durante los días finales de marzo y los primeros de abril, antes de que el comedor cerrara completamente, la lata de sobras llegó a costar 80 pesos. Ya otros comedores obreros habían cerrado, el pienso en las granjas estatales escaseaba y la demanda de comida entre los criadores particulares se disparó, también como consecuencia del asedio policial contra compradores y revendedores del mercado negro.
Hoy, encerrada en la casa apenas con el 60 por ciento del salario y además sin el sancocho que le aseguraba la ganancia extra, Lidia y su marido hurgan en los basurales cercanos a su vivienda buscando completar la lata de sobras que habrá de comprarle otro criador de cerdos que no paga igual los restos de comida porque provienen de los basureros y no de los comedores estatales.
“Las sobras del comedor me las pagaban a 60 pesos, las que busco por ahí con los vecinos me las pagan a 20 pero al menos es una búsqueda, y también me arriesgo menos porque en el comedor me estoy buscando que me boten si me agarran robando sancocho”, dice Lidia notablemente avergonzada por lo que hace para ganarse el sustento diario.
Sacar sobras de los comedores estatales con el fin de venderlas a productores de cerdos privados es un delito considerado como muy grave por las administraciones de las empresas estatales en Cuba.
Obligadas a “aportar” los desechos al Plan Porcino nacional, dirigido por el Ministerio de la Agricultura, para el cual incluso se han establecido cuotas diarias en dependencia de la capacidad de cada comedor, las empresas están obligadas a llevar un control estricto del sancocho que generan, incluso en numerosas ocasiones ha sido causa de sanciones severas a empleados y directivos, acusados de “desvío de recursos” o de “enriquecimiento ilícito”.
“La venta en el mercado negro y el negocio con la misma gente del (Plan) Porcino se ha visto con frecuencia en los tribunales. (…) Yo tuve varios casos de administradores que fueron sancionados por el asunto del sancocho (…), son procesados igual que si negociaran (traficaran) oro (…), algunas veces por desvío de recursos, (…) tuve un caso de enriquecimiento ilícito donde no todo fue por el sancocho pero igual estuvo como parte del proceso, (…) fue sancionado en conjunto a cinco años (de prisión)”, asegura el abogado Antonio Javier Hernández, actualmente jubilado pero que ejerció durante algún tiempo como fiscal municipal de La Lisa, en La Habana.
Personas en un basural de la Habana (foto del autor)
De acuerdo con el testimonio de este abogado, así como lo narrado por personas que tienen conocimiento de casos similares, los mismos trabajadores del Plan Porcino que van a las empresas en camiones a recoger el sancocho llegan a “acuerdos” con los administradores quienes aceptan sobornos por generar volúmenes extras de desechos que no se reportan al Ministerio de la Agricultura sino que van directamente a las fincas de los productores privados.
“Los del Plan Porcino tienen su propio negocio de sancocho y eso beneficia al administrador o al jefe de comedor”, afirma el trabajador de un comedor obrero, pero su testimonio nos lo ofrece bajo condición de anonimato pues también reconoce beneficiarse con la venta de desechos.
“Ellos (los del Plan Porcino) compran el tanque (de aproximadamente 200 litros) en 150 y hasta 200 pesos (entre 6 y 8 dólares). (…) La norma de la empresa es de un tanque diario, así que ese es el que se reporta, por tanto nadie gana por ese, aunque a veces se le echa agua para agrandarlo, (…) se convierte el medio tanque en uno completo (…), estás obligado a sacar el otro tanque a como sea, que es el que cobra el administrador por la izquierda, incluso hay días que se sacan tres tanques. Los del Plan, con agua; los otros dos sin agua porque esos son los que van para el guajiro que compra el sancocho (…), si se lo llevas con agua no lo compra”, dice este empleado estatal que, además, ofrece otros detalles de la dinámica del “negocio del sancocho” al interior de los comedores obreros, al menos en La Habana.
“Nosotros somos seis en la cocina y cada uno saca su tanqueta de sancocho porque es una ganancia diaria, del salario no se vive, eso no hay que explicarlo. Además hay que sacar el tanque del Plan (Porcino) y al menos un tanque que es el del administrador, así que prácticamente se cocina no para los trabajadores sino para producir más sancocho, al final nadie gana si la comida está buena y todo el mundo se la come (…), mientras peor quede, más sancocho (…) nadie se preocupa por si sabe bien o mal, si el arroz está crudo o el frijol no se ablandó (…), a veces lo que hacemos es que llenamos el fondo del tanque (el que hay que reportar al Plan del Ministerio de la Agricultura) con periódicos, trapos, piedras, hojas y entonces arriba le echamos la comida para que parezca lleno”, asegura este trabajador, que cobra como salario mensual estatal unos 12 dólares pero que por la venta ilegal de sancocho gana poco más de 50 dólares al mes.
Martín, cocinero de un hospital de La Habana, también sabe de lo que ocurre con las sobras de comida en la institución donde labora desde hace más de una década. En todo ese tiempo, ha visto sin mucho asombro cómo se eleva el valor del sancocho tanto como el de cualquier alimento fresco en el mercado negro, casi la única forma de conseguir comida en Cuba donde el desabastecimiento es crónico y la escasez de los últimos meses, profundizada debido a la COVID-19, pudiera ser el preámbulo de una hambruna similar a la de los años 90, posterior a la caída del comunismo en Europa del Este.
“Hace diez años atrás la lata de sancocho estaba por los 20, 30 pesos, ahora está por los 100 pesos. (…) Ni siquiera hay que cargarla, la gente viene a buscarla por la noche (…) pero eso es un problema porque no se puede sacar sancocho, mucho menos con esto del coronavirus (…), hasta en las ambulancias he visto yo sacar latas de sancocho porque es el único modo de que no te revisen”, dice Martín.
Una cochiquera de un criador privado en La Habana (foto del autor)
Pimentel, criador de cerdos, también de La Habana, confirma que los productores de la zona en que reside, todos particulares, en los últimos dos meses han estado comprando la lata de sancocho sobre los 80 pesos debido a la falta de pienso, incluso augura que de continuar la escasez así como los operativos policiales contra el mercado subterráneo de alimento animal, cuyo origen está en las empresas estatales, en breve la misma cantidad de sobras aumentará el valor, repercutiendo en los precios de la carne de cerdo en el mercado informal.
“Esto de los precios del sancocho no es de ahora, eso ya viene desde el año pasado, lo que con la pandemia aumentó (…). El gobierno quiere que bajemos el precio a la carne de puerco pero no nos facilita el pienso, tenemos que salir a buscar la comida por ahí, pagar la lata a 80 y 100 pesos (…), ya hay gente por aquí que la está pagando a 120 porque el pienso no aparece, ni siquiera para los que tienen acuerdo con el Estado (…), antes que termine el año muchos van a tener que matar todos los animales y venderlos, o la carne la venderán en 80 y 100 pesos la libra, a riesgo de que la policía venga y decomise todo, no hay otro modo de recuperar lo que uno paga por comida todos los días”, afirma este productor privado.
Aunque la prensa oficialista habla de planes para aumentar la producción de carne de cerdo, de la fabricación de piensos nacionales con el fin de sustituir las importaciones, e incluso en la más reciente intervención pública en el programa Mesa Redonda de la Televisión Cubana el ministro de la Agricultura de Cuba celebró la superación en más de un 120 por ciento de las metas propuestas en cuanto a la cría de cerdos para el consumo nacional, lo cierto es que en los mercados tanto estatales como privados, legales e ilegales, la carne está desaparecida y los precios en el mercado informal se han disparado como nunca antes.
El gobierno culpa a los productores privados y los tacha de abusadores pero no se detiene a explicar las causas reales de la escasez, vinculadas casi totalmente al modelo centralista de la economía cubana y a la persistente política de obstaculizar y criminalizar la iniciativa privada, obligada a sobrevivir en un escenario de ilegalidades que perjudica a una inmensa mayoría y que beneficia solo a unos pocos.
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