El gobierno aplica un doble racero. Castiga las expresiones de artistas urbanos mientras usa los muros en su propio beneficio (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Las leyes parecen sancionar más la irreverencia ideológica que la acción supuestamente “vandálica” (Foto: Ernesto Pérez Chang)
“Si el garabato no lo entendemos, entonces está contra la revolución y es maltrato a la propiedad social” (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Los carteles de loas al socialismo deben convivir con otros que invitan a ir de compras al Manzana o a tomar Havana Club añejo. Propaganda del grupo Gaviota, de las Fuerzas Armadas de Cuba (Foto: Ernesto Pérez Chang)
LA HABANA, Cuba.- Dan la impresión de ser acciones espontáneas, nacidas de la iniciativa popular, y así las ven algunos visitantes extranjeros que gustan de ignorar aquellas cosas que distorsionan la imagen preconcebida de lo que es Cuba y la revolución cubana.
Estando en la isla, dondequiera que miremos habrá cientos de carteles de apoyo al gobierno y a sus principales figuras. Casi todos de muy mal gusto y algunos apenas trazados a brocha gorda y lechada, como si fuese obra de un apasionado que necesitara desesperadamente mostrar sus lealtades.
Sin embargo, al parecer no son la espontaneidad ni la lealtad popular sus verdaderos gestores. Organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución o la Unión de Jóvenes Comunistas, están entre las principales fuerzas oficialistas encargadas de proyectar esa imagen de entusiasmo colectivo y, en consecuencia, se han apropiado de muros y espacios públicos.
“Durante los primero años de la revolución, en la década de los 60, la propaganda política oficialista debió compartir los espacios públicos con la propaganda comercial”, explica Lisbet Fernández, curadora, profesora e historiadora del arte: “Un cartel de ‘Viva Fidel’ o ‘Yanquis fuera de Cuba’, por ejemplo, podía aparecer junto a ‘Tome Coca-Cola’ (…). Durante los 70, una época que puede ser considerada como la Edad Media de la revolución, por la intolerancia y los extremismos ideológicos que la caracterizaron, con un Partido Comunista que funcionaba como un verdadero tribunal inquisidor, no había posibilidad de que, junto a la propaganda oficialista apareciera un grafiti o una expresión disidente, ni siquiera ambigua. (…) El Gobierno había tomado el control absoluto de los muros y espacios públicos, se los apropió. (…) Esos espacios eran las redes sociales de estos tiempos, así que había que ocuparlos con propaganda oficialista y sancionar cualquier gesto de espontaneidad”, afirma Lisbet.
Durante los años 90, más hacia los finales de la década, comenzó a gestarse en Cuba un movimiento de arte callejero con expresiones que imitaban el arte urbano de ciudades como Nueva York o México D.F.
El descontento generalizado debido a la agudización de la crisis económica tras la caída del socialismo en Europa del Este generó acciones de protesta que tuvieron sus expresiones en esos muros que, antes, solo habían sido ocupados por los carteles y pintadas orientados desde el sistema de propaganda del Partido Comunista de Cuba.
“Fue la época en que la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) se transformó en una verdadera fábrica de propaganda”, afirma Luis Ernesto Ponce, quien integrara el Comité Nacional de la UJC desde finales de los años 80 hasta principios de los 90. “La UJC se dedicaba a fabricar toda la propaganda que necesitaba el Gobierno, incapaz de generarla (…). Estaba Roberto Robaina al frente de ese aparato y surgió todo eso de ’31 y pa´lante’ (…) mientras no había dinero en el país para producir comida, sí lo teníamos para imprimir almanaques, pósters, telas, pulóveres, mochilas (…) que creaba un grupo de diseñadores y especialistas en comunicación, psicólogos (…). Nada de eso fue espontáneo, fueron acciones muy bien planeadas, al punto que Roberto Robaina se fue transformando en un líder, tenía seguidores, sabía trabajar en ese sentido, y eso lo convirtió más tarde en un peligro”, explica Ponce.
“Mientras se llenaban los muros con carteles del grupo de Robaina, había además otras reacciones en las calles”, opina Mercy Batista, historiadora del arte y especialista del Consejo de las Artes Plásticas, perteneciente al Ministerio de Cultura, en aquella época: “El gobierno le tenía miedo a esos muchachos que simplemente dibujaban cosas raras, cosas que solo se veían en ciudades como Nueva York, DF, es decir, en el capitalismo y como reacción contra el sistema (…). Aquí era la moda, el estar al día pero también era reacción contra el sistema. (…) No había comida, no había posibilidad de escapar, las calles estaban oscuras, es decir, el ambiente era propicio para que estallara el arte urbano, sin embargo, no hubo un movimiento significativo al menos en el muralismo porque el propio Gobierno se encargó de mantenerlo a raya (…) a muchos los enredó con propuestas en galerías, a otros los obligó a irse y hoy están en Europa, en Estados Unidos, a otros simplemente les dijo: ‘o abandonas eso o te meto preso’. (…) Desde esa época vienen las cacerías contra todo aquel que decida apropiarse de un muro con el fin de hacer otra cosa que no sea propaganda oficialista”, afirma Mercy.
Fabián, reconocido grafitero que desarrolla su obra en los barrios de La Habana, en sus inicios fue amenazado por la policía. Tuvo que borrar él mismo algunas de sus obras para evitar ser encarcelado. Según nos explica, actualmente la situación no ha cambiado en lo absoluto y él ha debido “ajustar” su obra para mantenerse a resguardo.
“Al principio fue más agresivo, también mi obra y mis personajes quizás fueron mal interpretados, el uso de la máscara, ese tipo de cosas, yo he tenido que ajustar algunos detalles para que me dejen tranquilo”, asegura Fabián, quien ha debido volcar el arte urbano al lienzo como una estrategia de sobrevida.
“No es lo mismo que pintar una pared, pero eso es un delito y he pasado a veces hasta una semana en un calabozo. Pero en cambio tú ves cómo sale tu vecino del CDR y pinta una cosa fea que dice Viva Fidel y no pasa nada, eso no es daño a la propiedad social, pero lo mío sí, eso nadie lo entiende”, dice Fabián.
No existe una explicación convincente. En cuanto a la apropiación de los muros, incluso en solares abandonados, las leyes parecen sancionar más la irreverencia ideológica que la acción supuestamente “vandálica”.
“Si el garabato no lo entendemos, entonces está contra la revolución y es maltrato a la propiedad social”. Así, de modo tajante, nos respondió un miembro de la policía cuando le preguntábamos cómo algunos murales de artistas urbanos llegaban a ser considerados como delito e incluso eran razón suficiente para castigarlos con la cárcel.
Han llegado y han tapado el dibujo, después viene cualquier guardia, disfrazado de civil y se pone a pintar rostros de Fidel y banderas (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Debido a su obra Yulier P, al igual que otros artistas urbanos, ha sido amenazado con ir a prisión en varias ocasiones (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Los tiempos que corren no han sido muy favorables a la propaganda oficialista (Foto: Ernesto Pérez Chang)
Casi todos de muy mal gusto y algunos apenas trazados a brocha gorda y lechada (Foto: Ernesto Pérez Chang)
“Hay leyes contra el vandalismo, eso lo sé, pero yo no intervengo muros de viviendas ni edificaciones del Gobierno, son muros de edificios derrumbados, lugares llenos de basura y escombros, es simplemente que les molesta que uno pinte otra cosa que no sea lo que ellos quieren y cuando ellos quieren”, señala Yulier P, artista urbano que ha sido amenazado con ir a prisión debido a su obra en las calles de La Habana.
“Han llegado y han tapado el dibujo, después viene cualquier guardia, disfrazado de civil y se pone a pintar rostros de Fidel y banderas, como si fuera una cosa espontánea (…). La última vez me trataron con total irrespeto, me dijeron que yo pintaba ‘muñecos feos’ y que si no los borraba iba preso. Eso es fascismo, decirle a un artista que borre su obra es como decirle a un escritor que queme sus libros, ¿tú no crees? Eso es fascismo”, denuncia Yulier.
“Creo que la policía tiene una norma y todos los días tienen que cazar un grafitero”, comenta Osmani Carratalá, un artista urbano más conocido por su apodo de The Happy Zombie: “Hay días que parece que sobrecumplen la norma porque te ven pintando y nada, hasta te saludan, como si fueran tus socios. (…) Es que ese día parece que ya no hace falta otro más en el calabozo. Los calabozos tienen una capacidad limitada (se ríe) (…). Si les coges miedo, entonces estás embarcado. Eso es parte del arte urbano, jugarles cabeza y no dejar de pintar”, advierte Osmani.
Los tiempos que corren no han sido muy favorables a la propaganda oficialista. Sus encargados no solo han debido enfrentarse a la inoportuna existencia del Internet y las redes sociales, tan difíciles de controlar, sino a la intrusión de esos ruidos que va generando la propia caída incontrolable de un sistema que no admite contrapunteos ni actualizaciones.
Hoy los carteles de loas al socialismo deben convivir con aquellos otros que invitan a ir de compras al Gran Hotel Manzana o a tomar Havana Club añejo, también con los murales, tan sospechosos, de unos chiquillos malcriados que, ya por cansancio, por necesidad o por rebeldía, interpretaron de modo muy personal aquella promesa “letánica” de transformase en el hombre nuevo.