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Miami celebra la “herencia latina” con un mural dedicado a Celia Cruz

Mural de Celia Cruz inaugurado en Wynwood, Miami (Foto: EFE)

MIAMI, Estados Unidos. – Un mural de grandes proporciones y a todo color con la imagen sonriente de la legendaria Celia Cruz recibió los toques finales este martes en Miami. La obra está ubicada en Wynwood, el barrio más bohemio de la ciudad, y fue creada como reconocimiento y “honor al mes de la herencia latina”.

Apaisado en una pared y con aproximadamente 9,14 metros de largo y 6 metros de alto, la obra corrió a cargo del Museo del Grafiti de Miami y forma parte de la campaña “Lo nuestro es arte”, que organizó el canal digital de música Spotify.

La artista cubana más reconocida internacionalmente aparece de frente con su eterna sonrisa, vestida de blanco y con un tocado de piedras en la cabeza, una obra que completó con botes de aerosol el grafitero y tatuador Cale K2S.

De acuerdo con un comunicado de prensa del Museo del Grafiti, la también conocida como “guarachera de Cuba” aparece “adornada con un tocado tachonado, plumas azules y otros símbolos de cultura cubana”.

Ubicado en el corazón del Distrito Artístico de Wynwood, el mural es original del escenógrafo colombiano Orly Anan y fue erigido en solo cinco días hasta completarse con pintura en aerosol por Cale K2S.

“Es muy importante que Spotify ha(ya) tenido esta idea de celebrar nuestro orgullo hispano celebrando el legado de Celia. Ella siempre quiso que su música y legado fueran eternos, así que su sueño se cumple una vez más”, declaró a EFE Omer Pardillo, presidente de la Fundación Celia Cruz.

“Está ubicado (el mural) en este barrio bohemio de Wynwood, en Miami, ciudad que Celia visitaba con frecuencia”, destacó Pardillo, quien acudió varias veces al espacio donde se emplazó la obra, durante la producción plástica, “para ver cómo la visión del artista cobra(ba) vida”.

El grafitero aseguró que “pintar en Miami durante lo que consideramos que aún es horario de verano puede ser extremadamente desafiante”, según recoge un comunicado distribuido hoy a la prensa por el Museo del Grafiti.

“Pero estuve excepcionalmente motivado para pintar este ícono de renombre mundial que tuvo tanto impacto en la música latinoamericana y su cultura”, puntualizó el artista.

“La capacidad de Cale para usar pintura en aerosol como medio para crear murales fotorrealistas en expansión lo convirtió en el candidato perfecto para este proyecto”, detalló en el comunicado Alan Ket, cofundador del Museo de Grafiti miamense.

Según su perfil en Instagram, el muralista Cale K2S es un artista visual de Los Ángeles (California).

La campaña “Lo nuestro es arte” tiene como objetivo “celebrar el pasado, presente y futuro de la Comunidad Latinx, concienciar sobre su biculturalismo y reconocer su fortaleza continua en el rostro de la adversidad”, indicó Spotify.

Cruz, todo un icono de la música latina y considerada “la reina de la salsa”, fue una de las cantantes más populares de la industria, con un total de cuatro premios Grammy, cinco Grammy Latinos y millones de discos vendidos en todo el mundo. EFE

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Aparece grafiti en el monumento a Antonio Maceo en La Habana

(foto del autor)

LA  HABANA, Cuba.- Un nuevo grafiti ha aparecido en La Habana, y aunque no es un Trump decapitado o un “Se fue” autenticado por la firma de El Sexto, ha resultado sumamente política su llegada –a juzgar por los policías, peritos y militares que aparecieron ayer en la tarde en la escena- por el lugar en el que fue encontrado: a los pies del monumento a Antonio Maceo ubicado en la capitalina calle San Lázaro.

El grafiti esta realizado con un azul brillante y dice “Banbi”, junto a otros dos textos inacabados y de un dimensión menor, ubicados en los peldaños del monumento.

El trabajo no se relaciona con el estilo de los artistas urbanos más conocidos actualmente como 2+2=5, Yulier P., SAM 33, Allie, u otros. Así que, por su apariencia, podría tratarse más bien de un principiante o alguien a quien fue obsequiado un spray. Aunque también queda la posibilidad de que sea una obra orquestada por el propio Gobierno cubano, para desatar una campaña de represión contra todo aquel que ande con una brocha en la calle.

Para los dirigentes cubanos, el hecho de “vandalizar” – así es como ellos identifican al grafiti –  fachadas de edificios, espacios derruidos, no digamos ya, símbolos patrios, puede considerarse un afrenta muy seria contra el país, por lo que no han dudado en implementar leyes como la del maltrato a la propiedad social.

Por otro lado, se halla la cuestión ética: ¿Cómo valorar hechos como esto? ¿Como una agresión anárquica, una acción ingenua, un llamado de atención sobre la saturación ideológica, o una muestra del desinterés por la historia nacional que se evidencia en los ciudadanos cubanos?




‘Si el garabato no lo entendemos, está contra la revolución’

LA HABANA, Cuba.- Dan la impresión de ser acciones espontáneas, nacidas de la iniciativa popular, y así las ven algunos visitantes extranjeros que gustan de ignorar aquellas cosas que distorsionan la imagen preconcebida de lo que es Cuba y la revolución cubana.

Estando en la isla, dondequiera que miremos habrá cientos de carteles de apoyo al gobierno y a sus principales figuras. Casi todos de muy mal gusto y algunos apenas trazados a brocha gorda y lechada, como si fuese obra de un apasionado que necesitara desesperadamente mostrar sus lealtades.

Sin embargo, al parecer no son la espontaneidad ni la lealtad popular sus verdaderos gestores. Organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución o la Unión de Jóvenes Comunistas, están entre las principales fuerzas oficialistas encargadas de proyectar esa imagen de entusiasmo colectivo y, en consecuencia, se han apropiado de muros y espacios públicos.

“Durante los primero años de la revolución, en la década de los 60, la propaganda política oficialista debió compartir los espacios públicos con la propaganda comercial”, explica Lisbet Fernández, curadora, profesora e historiadora del arte: “Un cartel de ‘Viva Fidel’ o ‘Yanquis fuera de Cuba’, por ejemplo, podía aparecer junto a ‘Tome Coca-Cola’ (…). Durante los 70, una época que puede ser considerada como la Edad Media de la revolución, por la intolerancia y los extremismos ideológicos que la caracterizaron, con un Partido Comunista que funcionaba como un verdadero tribunal inquisidor, no había posibilidad de que, junto a la propaganda oficialista apareciera un grafiti o una expresión disidente, ni siquiera ambigua. (…) El Gobierno había tomado el control absoluto de los muros y espacios públicos, se los apropió. (…) Esos espacios eran las redes sociales de estos tiempos, así que había que ocuparlos con propaganda oficialista y  sancionar cualquier gesto de espontaneidad”, afirma Lisbet.

Durante los años 90, más hacia los finales de la década, comenzó a gestarse en Cuba un movimiento de arte callejero con expresiones que imitaban el arte urbano de ciudades como Nueva York o México D.F.

El descontento generalizado debido a la agudización de la crisis económica tras la caída del socialismo en Europa del Este generó acciones de protesta que tuvieron sus expresiones en esos muros que, antes, solo habían sido ocupados por los carteles y pintadas orientados desde el sistema de propaganda del Partido Comunista de Cuba.

“Fue la época en que la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) se transformó en una verdadera fábrica de propaganda”, afirma Luis Ernesto Ponce, quien integrara el Comité Nacional de la UJC desde finales de los años 80 hasta principios de los 90. “La UJC se dedicaba a fabricar toda la propaganda que necesitaba el Gobierno, incapaz de generarla (…). Estaba Roberto Robaina al frente de ese aparato y surgió todo eso de ’31 y pa´lante’ (…) mientras no había dinero en el país para producir comida, sí lo teníamos para imprimir almanaques, pósters, telas, pulóveres, mochilas (…) que creaba un grupo de diseñadores y especialistas en comunicación, psicólogos (…). Nada de eso fue espontáneo, fueron acciones muy bien planeadas, al punto que Roberto Robaina se fue transformando en un líder, tenía seguidores, sabía trabajar en ese sentido, y eso lo convirtió más tarde en un peligro”, explica Ponce.

“Mientras se llenaban los muros con carteles del grupo de Robaina, había además otras reacciones en las calles”, opina Mercy Batista, historiadora del arte y especialista del Consejo de las Artes Plásticas, perteneciente al Ministerio de Cultura, en aquella época: “El gobierno le tenía miedo a esos muchachos que simplemente dibujaban cosas raras, cosas que solo se veían en ciudades como Nueva York, DF, es decir, en el capitalismo y como reacción contra el sistema (…). Aquí era la moda, el estar al día pero también era reacción contra el sistema. (…) No había comida, no había posibilidad de escapar, las calles estaban oscuras, es decir, el ambiente era propicio para que estallara el arte urbano, sin embargo, no hubo un movimiento significativo al menos en el muralismo porque el propio Gobierno se encargó de mantenerlo a raya (…) a muchos los enredó con propuestas en galerías, a otros los obligó a irse y hoy están en Europa, en Estados Unidos, a otros simplemente les dijo: ‘o abandonas eso o te meto preso’. (…) Desde esa época vienen las cacerías contra todo aquel que decida apropiarse de un muro con el fin de hacer otra cosa que no sea propaganda oficialista”, afirma Mercy.

Fabián, reconocido grafitero que desarrolla su obra en los barrios de La Habana, en sus inicios fue amenazado por la policía. Tuvo que borrar él mismo algunas de sus obras para evitar ser encarcelado. Según nos explica, actualmente la situación no ha cambiado en lo absoluto y él ha debido “ajustar” su obra para mantenerse a resguardo.

“Al principio fue más agresivo, también mi obra y mis personajes quizás fueron mal interpretados, el uso de la máscara, ese tipo de cosas, yo he tenido que ajustar algunos detalles para que me dejen tranquilo”, asegura Fabián, quien ha debido volcar el arte urbano al lienzo como una estrategia de sobrevida.

“No es lo mismo que pintar una pared, pero eso es un delito y he pasado a veces hasta una semana en un calabozo. Pero en cambio tú ves cómo sale tu vecino del CDR y pinta una cosa fea que dice Viva Fidel y no pasa nada, eso no es daño a la propiedad social, pero lo mío sí, eso nadie lo entiende”, dice Fabián.

No existe una explicación convincente. En cuanto a la apropiación de los muros, incluso en solares abandonados, las leyes parecen sancionar más la irreverencia ideológica que la acción supuestamente “vandálica”.

“Si el garabato no lo entendemos, entonces está contra la revolución y es maltrato a la propiedad social”. Así, de modo tajante, nos respondió un miembro de la policía cuando le preguntábamos cómo algunos murales de artistas urbanos llegaban a ser considerados como delito e incluso eran razón suficiente para castigarlos con la cárcel.

“Hay leyes contra el vandalismo, eso lo sé, pero yo no intervengo muros de viviendas ni edificaciones del Gobierno, son muros de edificios derrumbados, lugares llenos de basura y escombros, es simplemente que les molesta que uno pinte otra cosa que no sea lo que ellos quieren y cuando ellos quieren”, señala Yulier P, artista urbano que ha sido amenazado con ir a prisión debido a su obra en las calles de La Habana.

“Han llegado y han tapado el dibujo, después viene cualquier guardia, disfrazado de civil y se pone a pintar rostros de Fidel y banderas, como si fuera una cosa espontánea (…). La última vez me trataron con total irrespeto, me dijeron que yo pintaba ‘muñecos feos’ y que si no los borraba iba preso. Eso es fascismo, decirle a un artista que borre su obra es como decirle a un escritor que queme sus libros, ¿tú no crees? Eso es fascismo”, denuncia Yulier.

“Creo que la policía tiene una norma y todos los días tienen que cazar un grafitero”, comenta Osmani Carratalá, un artista urbano más conocido por su apodo de The Happy Zombie: “Hay días que parece que sobrecumplen la norma porque te ven pintando y nada, hasta te saludan, como si fueran tus socios. (…) Es que ese día parece que ya no hace falta otro más en el calabozo. Los calabozos tienen una capacidad limitada (se ríe) (…). Si les coges miedo, entonces estás embarcado. Eso es parte del arte urbano, jugarles cabeza y no dejar de pintar”, advierte Osmani.

Los tiempos que corren no han sido muy favorables a la propaganda oficialista. Sus encargados no solo han debido enfrentarse a la inoportuna existencia del Internet y las redes sociales, tan difíciles de controlar, sino a la intrusión de esos ruidos que va generando la propia caída incontrolable de un sistema que no admite contrapunteos ni actualizaciones.

Hoy los carteles de loas al socialismo deben convivir con aquellos otros que invitan a ir de compras al Gran Hotel Manzana o a tomar Havana Club añejo, también con los murales, tan sospechosos, de unos chiquillos malcriados que, ya por cansancio, por necesidad o por rebeldía, interpretaron de modo muy personal aquella promesa “letánica” de transformase en el hombre nuevo.




Maltrato a la propiedad del Estado

Ubicaciones de varios grafitis en un barrio de la capital cubana (Cortesía)

LA HABANA, Cuba.- Documentar los caminos del grafiti cubano contemporáneo, exponer las filosofías, proyecciones artísticas de sus exponentes más jóvenes, son algunos de los objetivos del evento organizado por el Museo de la Disidencia en Cuba (MDC): Maltrato a la propiedad del Estado.

Realizado el pasado 10 de septiembre en un espacio independiente ubicado en Damas y San Isidro, Habana Vieja, sus gestores realizaron una cartografía del grafiti que se extiende por el barrio de Colón, la que fue expuesta en un mapa-catálogo repartido gratuitamente ese día.

En él, una profusa selección de las obras que se pueden hallar en este espacio capitalino, así como una breve presentación de cada uno de sus autores, vinieron a constatar la importancia y la necesitad de este estudio.

Cristo Salvador Galería, espacio independiente liderado por Otari Oliva, en el año 2012, realizó una empresa similar, resultando el antecedente más directo de esta reciente iniciativa.

Como parte de este proyecto, se filmó un material donde se preguntaba a los grafiteros cuestiones muy sencillas: Por qué hacían grafiti, qué les aportaba el espacio urbano y cómo asimilaban ellos el hecho que el Gobierno tomara como una postura contestataria sus grafitis.

Las respuestas, aunque variadas por las distintas personalidades, formaciones y edades, coincidieron la mayoría en un punto: lo político no era centro de atención.

De algún modo, Happy Zombie, V8, Lou 81, Sam 33, Yulier P., Five Stars, 2+2=5 desmitifican la paranoia del Gobierno cubano de que todo el que hace una crítica a su sistema está contra él.

El libro de cuentos Manual de Privaciones, de Ernesto Pérez Chang, ilustrado por el artista Yulier P. fue publicado por Incómodas Ediciones —discreta editora cartonera del MDC— y presentado también como parte de las acciones del evento.

Maltrato a la propiedad del Estado legitima una práctica que en muchos lugares, incluyendo Cuba, es censurada. Pero los grafiteros involucrados en este proyecto no abogan por su aceptación oficial. La adrenalina de lo clandestino, lo prohibido, los seduce y motiva.




Vence el plazo dado por la policía al artista Yulier P para borrar sus grafitis

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LA HABANA, Cuba.- Este viernes se cumple el plazo impuesto por el “capitán Abat” de la Policía para que el artista Yulier P borre sus grafitis so pena de encarcelamiento, enjuiciamiento y record de antecedentes penales que le imposibilitaría viajar al extranjero.

“Estamos muy tensos”, dice el artista. “Pensamos que nos pueden encarcelar en cualquier momento”.

Pese a las amenazas, Yulier P ha decidido no borrar sus grafitis.

El pasado 17 de agosto el artista fue detenido por pintar el muro de un derrumbe en una esquina de la calle San Lázaro.

Otros artistas urbanos han recibido advertencias por parte de las autoridades para que detengan sus obras en las calles.

El trabajo de Yulier P se extiende por buena parte de La Habana, tomando lugar inclusive en muros de las avenidas principales de la ciudad.




¿Por qué abusan del artista?

Yulier P (infobae.com)

LA HABANA, Cuba.- Ya pasaron más de 24 horas y, a pesar de los reclamos de familiares, amigos y admiradores de su obra, el artista urbano Yulier P. continúa encerrado en los calabozos de la estación de policía de la calle Zanja, en Centro Habana.

Se le acusa de dañar el ornato público aun cuando fue detenido mientras pintaba los muros de un solar en ruinas, incluso con el consentimiento de los vecinos del lugar, a los que Yulier siempre consulta antes de acometer un trabajo.

Aun así, Yulier P., que necesita medicación por las afecciones crónicas que padece, se encuentra incomunicado y, según he podido conocer a través de su esposa y padres, se le amenaza con mantenerlo en esas condiciones de aislamiento durante más de tres días, quizás una semana, de acuerdo con lo que desee durar una investigación policial sin ningún sentido que no sea el de provocar la humillación hacia un artista, reconocido por ser el más importante exponente del arte del grafitti en Cuba.

¿Cuál ha sido la razón de tanto abuso contra Yulier P.? ¿Por qué usar la humillación y la represión policial contra un artista en un país donde las autoridades deberían dedicar tiempo y recursos a combatir y prevenir verdaderos problemas en los ámbitos de la economía, la sociedad y la política, más que en la esfera cultural? ¿Por qué, a pesar de los años, en las esferas del poder persiste el miedo a la libre  expresión de artistas y ciudadanos? Son algunas de las tantas preguntas que quisiera dejar como tarea a esos mismos que lo detuvieron, que lo mantienen detenido o a los que ordenaron su encarcelación.

Sin embargo, sé que jamás obtendré una respuesta. La violencia y la prepotencia, los crímenes contra la cultura son el único lenguaje de los torpes y desesperados.




La capital invadida por los zombis

LA HABANA, Cuba.- “Los zombis no han invadido la ciudad. Somos todos”. Eso afirma un joven inquieto que ya no responde por el nombre de Osmani Carratalá sino por el de The Happy Zombie o, simplemente, por El Zombi, un personaje que ya no necesita carta de presentación en el mundo de los grafiteros cubanos.

Gracioso, irónico, en apariencias dócil, The Happy Zombie se asoma a los muros de La Habana no para asustar sino para advertir. Casi siempre está rodeado de criaturas con muchos ojos y tentáculos que le devoran el cerebro mientras él sonríe y disfruta con la situación.

“El estado de ‘zombificación’ es un estado de esclavitud que el mismo ser humano usa como mecanismo para obtener bienestar”, dice Osmani, y se extiende en una conversación plena de paradojas: “El zombi es la sátira pero también una señal de advertencia (…). La gente es zombi y no lo sabe. Puede ser que algunos se den cuenta y reaccionen, de diverso modo, pero por lo general se sienten complacidos con lo que son, con eso en que han sido convertidos (…). Ser zombi es vivir de espaldas y a la vez ser esclavo de la realidad. Porque ignoras todo aquello que te afecta pero, en gran medida, ser zombi también puede ser una elección, porque crees que no hay otro camino que no sea vivir de espaldas a la realidad, esclavizarse a ella”.

Graduado de técnico en mantenimiento y reparación automotor —es decir, mecánico—, fue durante su etapa de estudiante que comenzó a crear el personaje del zombi. Primero sobre su propio cuerpo, sometiéndose a eso que él mismo llama “período de zombificación”, una etapa de reflexión sobre su lugar en el mundo, la realidad que lo rodea, sus metas en la vida, la coherencia entre lo que le han prometido y lo que palpa a diario en su entorno.

“Aún estoy en un período de zombificación, por eso es que adopto el nombre de The Happy Zombie. Eso me ha llevado a poner mi trabajo, como artista, sobre mí mismo y hasta sobre mi propia familia. (…) He renunciado a muchas cosas importantes y de ahí, en buena medida, viene el concepto de Happy Zombie, de los seres humanos que rompemos el concepto de humanidad para obtener algo material, que nos pueda hacer lo que entendemos por bien y que nos pueda estimular de manera inmediata, breve, y darnos esas fuerza para seguir viviendo. Pero los zombis nunca prometen nada, nunca prometieron nada; y no ven hacia el futuro, solo ven el momento en sí”, explica este muchacho que, para algunos, solo es un desquiciado que pintarrajea cosas confusas.

Sin embargo, El Zombi juega con esa imagen que proyecta entre los amigos grafiteros y demás artistas plásticos.

“Yo formo parte de mi obra, soy protagonista de ella y represento a ese personaje del Happy Zombie. Encarno este discurso social, que pudiera ser un mensaje de enseñanza, una moraleja para aquellos seres que debieran tener en cuenta que hay cosas más importantes que aquello que uno mismo está buscando”, advierte Osmani.

Luego de terminados los estudios de mecánica, El Zombi matriculó en varios cursos de enseñanza artística y hasta fue instructor de pintura. Ha estudiado el arte universal para encontrar su propio rumbo donde no existen preferencias por un medio de expresión u otro:

“Para mí no es muy diferente un lienzo de un muro. Mi discurso no cambia ya sea grabado o sea pintura (…). Mi idea es no perder el concepto legítimo como artista y como obra (…). Sin embargo, mis mayores referentes nada tienen que ver con lo que estoy haciendo actualmente. Por ejemplo, Marcel Duchamp, conceptualista. Es totalmente ajeno. También, porque trato de llevar el personaje del zombi al mundo de la historieta gráfica, del comic; admiro a Frank Miller, un excelente historietista y guionista norteamericano. Pero mi objetivo no es superar a nadie, mi objetivo, simple, es superarme a mí mismo, y eso lo intento todos los días, es una pelea interna, un enfrentamiento contra mis propios demonios y fantasmas, el pasado que nos persigue”, declara Osmani, que además confiesa gustar del arte gore, un tipo de manifestación artística donde la violencia y lo sexual son llevados al extremo.

“Eso no quiere decir que yo sea violento, por el contrario, mi discurso está en contra de la violencia”, advierte El Zombi pero, inmediatamente, como si encarnara esa faceta de superhéroe con que suele aderezar su actuación, señala: “Sin embargo, a pesar de los problemas que puedan haber en la vida y los obstáculos en el proceso de desarrollo de nuestra identidad social yo sigo y sigo hasta lograr lo que quiero, ya sea en el momento o en cualquier circunstancia”.

¿Habitamos una ciudad donde todos estamos muertos? ¿Una ciudad donde a todos les han comido el cerebro? Son preguntas que pudieran generarse al contemplar esos seres que han invadido La Habana en los últimos meses y que se han apoderado de muros antes habitados por carteles oficiales y consignas. ¿Qué intentan decirnos? Mucho. Nada. Tal vez sean solo el reflejo de quienes pasamos sin reparar en lo que está sucediendo con nosotros mismos, en medio de una realidad que poco tiene que ver con un acto de elección.




Grafitis: no dan de comer pero alivian el alma

LA HABANA, Parece cosa de chiquillos pero hay que detenerse a observar para comprender que algunos son el reclamo de un derecho a opinar libremente y de modo público, un disentimiento, “una rebelión pacífica pero no silenciosa”, como me dijera un reconocido grafitero para definir su obra.

Los grafitis y los murales de arte callejero que abundan en los muros de La Habana, anteriormente vacíos u ocupados en su totalidad por consignas y propagandas del Partido Comunista, pudieran revelar que esa idea de unanimidad, de consenso ideológico de la que hablan los gobernantes cubanos en sus discursos nada tiene que ver con las verdaderas aspiraciones de una buena parte de nuestros jóvenes que exigen y piensan, desde el arte, una Cuba diferente.

“Una Cuba nueva, otra, donde nadie tenga que fingir lo que no es o no siente, donde nadie te mande a callar por decreto, por la fuerza”, es lo que piensa Ahmel, un grafitero al que todos conocen como “A2”, por el modo que firma sus obras, las que realiza fundamentalmente en solares yermos, muros y vallas de los barrios más pobres de los municipios 10 de Octubre y Arroyo Naranjo: “La gente al principio no entendía pero ahora hasta me llaman para que yo pinte en el muro de sus casas, eso es porque se identifican con el contenido de mi obra, porque quieren reclamar lo mismo que yo pero no saben hacerlo o no se atreven. (…) Yo no hago política, no me interesa para nada, yo solo pinto lo que pienso”.

En otro lugar de la ciudad, René, el “Bosco”, un joven artista de solo 17 años que también usa las calles de su barrio de Centro Habana para exponer sus obras, define lo que busca trasmitir con sus imágenes que, como él mismo afirma, no le “dan de comer” pero le “descargan el alma”:

“Es que todo está cada vez más feo, más destruido, y siempre que veo un muro de una casa que se derrumbó, pienso que allí vivieron familias, que hubo gente que quizás lo perdió todo y quiero que la gente mire y piense (…). Pinto lo que se me ocurra y con lo que tenga a mano, la gente me trae poquitos de pintura que le quedaron (…), a veces pinto hasta con tizne de las cazuelas, con lo que sea, la cosa es no quedarme callado”.

Necesidad de hablar sin que los manden a callar, de romper el silencio, de forcejear en las fronteras de lo permitido y lo prohibido, son algunas de las demandas en las que coinciden los grafiteros cubanos. Yulier P., uno de los más reconocidos, durante el reciente Foro Itinerante de Arte Urbano, nos comentaba:

“No sé cómo explicarlo porque es un impulso, es una necesidad de  soltar lo que llevamos dentro, de irrumpir en ese silencio tan denso que nos rodea, fuera de los espacios oficiales, sin pactar (…). Hay mucha gente imitando, y usando lenguajes importados, lenguajes que no son auténticos y, sin desechar códigos de otros lugares, de lo que se trata es de decir desde lo personal, desde la sinceridad, sin miedos, ocupar los espacios, sin  violentar ni restarle el derecho a nadie a expresarse de manera libre y genuina”.

Los espectadores a los que van dirigidas las obras, la gente de a pie, usualmente se limitan a opinar dentro de ese estrecho margen del “me gusta” o “no me gusta”, sin embargo, hay momentos en que alguien pasa, se detiene, y sorprende con su interpretación. Como la de una señora que, frente a un gran pez, en una acera de Centro Habana, nos dijo: “Más claro ni el agua. Así estamos los cubanos, muy lindos pero como pescao en tarima, con los ojos abiertos, pero tiesos y esperando a que nos coman”.

Desde el humor, desde lo simbólico o echando mano al lenguaje más directo y punzante, algunos ubicados en esa delgada línea que separa el arte de lo panfletario, la obra de los grafiteros cubanos cobra fuerza y reconocimiento en las calles, donde los criterios negativos de quienes se resisten a los cambios van perdiendo el terreno frente a la aceptación popular.




Las paredes hablan de otra Cuba

Foto-galería cortesía de Ernesto Santana

LA HABANA, Cuba -Aunque no abundan de manera notable y en muchos casos no son más que vandalismo casual o impulso adolescente, los grafitis ya se han convertido en una parte visible del paisaje urbano de La Habana. Incluso, no es raro que desde un muro nos salte a los ojos una imagen sorprendente, aunque a veces pueda resultar inexplicable: ésta sigue siendo una ciudad viva y hay signos humanos entre tantas consignas muertas.

Hace más de año y medio que el artista Otari Oliva —hablando de una exposición de grafitis en la galería independiente Cristo Salvador, que él y Jazmín Valdés dirigen— aseguró que el grafiti en La Habana estaba viviendo un segundo momento. “El primero había sido Arte Calle; luego hubo un intervalo donde casi no hubo en la ciudad y a partir de 2005 ó 2006 resurgió”, dijo Oliva, “cuando comenzaron a hacerlo sobre todo estudiantes de arte, que fue lo mismo que pasó con Arte Calle”.

Pero eso no significa, según él, que vaya a evolucionar y a desarrollarse como lo hizo en aquel momento. De hecho, el grafiti que se hace en la calle no tiene siquiera por qué ser necesariamente arte, pues puede ser muchas cosas en el contexto de la cultura urbana. Por otra parte, el artista y curador señalaba lo desvirtuado de la información que la mayor parte de los grafiteros cubanos tienen acerca de cómo es el grafiti en el mundo.

Muchos coinciden en afirmar que el elemento más auténtico que tiene esta expresión cultural es la escritura, y es quizás por esa razón que Otari Oliva consideraba entonces que el texto fundamental del grafiti cubano todavía faltaba. “Y creo que es un texto de índole política”, puntualizó.

Seguramente ese texto fundamental sigue faltando en este momento, pero, de todos modos, no dejan de resultar notables muchos de los grafitis que han aparecido en los últimos tiempos en la ciudad, incluso sobre muros y paredes de lugares céntricos, aunque con frecuencia también en las cajas de los registros telefónicos, que se prestan con facilidad para servir de soporte a estas inscripciones trazadas lo mismo con aerosol, con plantilla o con otros métodos.

Algunos de esos grafitis son comprensibles, sencillos y muy elocuentes, con un diseño muy acorde con la idea que quiere expresar, como es el caso de Revés, que se vio mucho durante un tiempo y que ya ha desaparecido casi por completo. Es indudable el significado de ese Revés, cuya propia economía de recursos refuerza. Hay otro, muy reciente, que es casi una pintada política, aunque a primera vista algunos podrían ignorar lo que en verdad pretende comunicar: Por otra Cuba. Claro está, ya el simple hecho de poner “otra” delante de “Cuba” llama poderosamente la atención: aunque en nuestro país se abusa del eslogan “Otro mundo es posible”, cualquiera sabe que no hay “otra Cuba” en los planes gubernamentales. Y ese “por”, que significa “a favor de”, escrito al principio es técnicamente subversivo, aunque solo unos pocos sepan que se trata de una campaña ciudadana que exige al gobierno cubano que ratifique con su firma los pactos de la ONU con los que ha declarado estar de acuerdo.

Hay otros grafitis que, por diversos detalles que les hacen guardar semejanza, seguramente se deben a la misma mano o, al menos, revelan un estilo parecido. Son representaciones que con frecuencia recuerdan a un rey o a una figura de apariencia jerárquica y que casi siempre tienen escrita debajo la palabra Abre. Como Revés, Abre no requiere mucha explicación y, también, está directamente dirigida al poder, pero lo que había en aquel de diseño funcional en este lo hay de simbolismo figurativo que roza a los personajes de la baraja española y logra un efecto bastante original y, en definitiva, un mensaje de suma urgencia.

En aquella ocasión, hace más de año y medio, Otari Oliva hablaba también de cómo es la competitividad en el mundo del grafiti callejero. Si en el arte habitual, de las galerías, los salones y los medios, en general la competitividad forma parte de la propuesta curatorial misma y se maneja de un modo solapado, con cierto protocolo, en el grafiti de la calle los términos son distintos: “Hay una competencia declarada, frente a frente, y eso se asume sin que implique una enemistad”, explicaba el artista, detallando de qué modo esta confrontación fraternal se centra en aspectos como quién llega a hacer más visibles sus inscripciones, quién consigue mayor número de ellas, quién se especializa más en determinado tipo de grafiti, quién llega al lugar más alto.

En este instante, evidentemente, no existe mucha competitividad entre grafiteros. No hay tantos de ellos como para que puedan disputarse espacios, riesgos o especialidades. Si Otari Oliva tiene razón y la inscripción fundamental del grafiti cubano es de índole política y aún no ha aparecido, eso no quiere decir que en este “segundo momento”, con su apariencia un tanto dormida, no pueda ocurrir una revelación repentina. Recordemos a El Sexto, por ejemplo.

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