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La increíble y misteriosa historia del diamante del Capitolio

Diamante, Capitolio, Cuba

Ciudad de México, México.-Alrededor del diamante del Capitolio, el mismo que nadie ha visto hace décadas, se han contado muchas historias, algunas con toques de ficción. ¿Cuál fue el origen de esta joya, para alguno, maldita? ¿Cómo la robaron? CubaNet te lo cuenta.

El dueño original del diamante fue el último zar ruso Nicolás II, obligado a abdicar cuando los bolcheviques tomaron el poder. Entre las exclusivas joyas que le confiscaron estaba su corona y precisamente el diamante de 25 quilates que terminó en el Capitolio cubano fue separado de la corona rusa.

Pero mucho antes que el gobierno de Gerardo Machado colocara la majestuosa piedra en el Salón de los Pasos Perdidos, hubo una cubana interesada en poseerla.

Se trata de María Jaén, esposa del entonces presidente Alfredo Zayas. Ella fue animada por Isaac Estéfano, un joyero turco radicado en La Habana para que adquiriese el diamante. El joyero viajó a París a recoger la joya y cuando ya tenía el diamante en mano, la primera dama se arrepintió y no quiso pagar los 17 000 pesos que habían acordado. Por lo que a Estéfano no le quedó otra opción que guardar la piedra mientras esperaba un nuevo comprador, pero no sería tan sencillo. Lo que le hizo especular que la gema estaba maldita y auguraba un mal presagio a quien la tuviese.

Las supersticiones del comerciante no eran del todo infundadas: a quienes tocaron el diamante antes que él, no les fue bien. Para empezar el zar terminó sin corona y asesinado junto a su familia. La duquesa que se lo vendió en París, murió diez días después de la venta, y el ruso que sirvió de intermediario en el negocio quedó ciego a causa de una agresión. Eso no es todo : el mismo Estéfeno no prosperaba en los negocios desde que lo guardaba. Hasta tuvo que empeñarlo para salir a flote. Además sufrió varios asaltos de ladrones que intentaban quitarle la piedra.

Cuando pensaba que no iba a poder deshacerse de ella, Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas del gobierno de Machado, se interesó en adquirirla para colocarla en el Capitolio, todavía en construcción. Por 12 mil pesos la vendió.

Capitolio-de-Cuba
(Foto: Cubadeate)

El robo del Capitolio

El 20 de mayo de 1929,cuando el Capitolio se inauguró, el brillante estaba ya en su sitio, marcando el kilómetro cero. Fue desde el inicio una de las principales atracciones del lugar, que en 1931 se presentaría como la sede del congreso.

Por casi 20 años estuvo el diamante en su sitio hasta que en la mañana del 25 de marzo de 1946, los guardias descubrieron que ya no estaba. Los peritos aseguraron que el robo fue cometido por expertos. Miguel Suárez Fernández, presidente del Senado, suspendió de empleo y sueldo al pelotón de la policía que esa noche custodió el edificio, pero no había rastros de la gema.

Sobre la proeza del robo escribió el periodista e historiador Ciro Bianchi “La joya se consideraba uno de los tesoros mejor protegidos de la República. La habían engarzado en ágata y platino antes de introducirla en un bloque de andesita, el granito más fuerte del mundo, y éste a su vez fue recubierto por otro, de concreto, al empotrarse en el piso, en el centro del Salón. Un cristal tallado, tan sólido que se estimaba irrompible, reforzaba su resguardo. Pero solo 30 minutos, al parecer, bastaron a los ladrones para sustraer el brillante”.

Quince meses después, el 2 de junio del 47, el presidente Ramón Grau San Martín llamó a su despacho a algunas de las más relevantes figuras del gobierno. Tenía una sorpresa que contar: el diamante le había sido devuelto de manera anónima.

Luego fue llevado a su lugar original en el corazón del Capitolio y allí permaneció hasta 1973, cuando el régimen decidió moverlo. Supuestamente se conserva en el Banco Central de Cuba, aunque desde hace décadas nadie puede confirmarlo.

Diamante del capitolio cubano
Réplica del diamante (Foto: Facebook/ Tony Hernández Mena)

 

 

 




El agosto que “acabó” con Machado

Gerardo Machado, Cuba

LA HABANA, Cuba. — El régimen de Gerardo Machado se desplomó el 12 de agosto de 1933, cuando el general presidente, con sus adversarios pisándole los talones, abordó un avión que lo conduciría a Nassau, en Bahamas.

A Machado, enfrentado a una huelga general, presionado por el mediador norteamericano Sumner Welles, y con el ejército conspirando en contra suya, no le quedó otra salida que huir.

Cinco días antes, el 7 de agosto, cuando se corrió el falso rumor de que Machado se había ido, la policía masacró a los que se lanzaron a la calle a celebrar. Pero cuando el día 12 se supo que era cierta la huída del dictador, decenas de machadistas, principalmente chivatos y porristas de la Liga Patriótica, fueron linchados.

Gerardo Machado, exgeneral mambí, como candidato del Partido Liberal, ganó por amplio margen las elecciones presidenciales de 1924. En sus primeros cuatro años, por su exitoso desempeño, contó con el apoyo de gran parte de la población, pero terminaría convirtiendo su gobierno en una dictadura que generó mucho odio y derramamiento de sangre.

Machado, que según los estándares de hoy clasificaría como un populista de derecha, cumplió el lema “agua, caminos y escuelas” de su campaña electoral. Durante su gobierno, se llevó a cabo un ambicioso plan de obras públicas, que incluyó la construcción de la Carretera Central (1926) y el Capitolio (1928). Su gestión administrativa, si no obtuvo mejores resultados, fue porque sobrevino la crisis económica mundial de 1929.

A diferencia de los gobiernos que le precedieron (los de José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Alfredo Zayas), el de Gerardo Machado no se caracterizó por la corrupción. Pero Machado no pasaría a la historia por su honradez, sino por su desmedida ambición de poder.

Machado perdió el favor popular cuando, aconsejado por sus aduladores y tentado por la experiencia de Mussolini en Italia, se creyó insustituible para la buena gobernanza del país, y mediante la llamada “Prórroga de Poderes” y el Cooperativismo, modificó la Constitución para reelegirse y poder ocupar la presidencia por seis años más, los que necesitaba para “completar su obra de gobierno”, según decía.

Ante la resistencia que encontró, Machado no vaciló en recurrir a la más cruda represión e incluso a la tortura y los asesinatos de opositores, líderes obreros y estudiantiles.

Los grupos que combatían a Machado, tanto de ultraderecha (el ABC) como de la izquierda radical, no dudaron en recurrir a métodos francamente terroristas. Un ejemplo de ello fue cuando en 1932, los revolucionarios asesinaron en un atentado al senador Clemente Vázquez Bello para volar el previamente dinamitado Cementerio de Colón cuando Machado asistiera al sepelio. Si el plan no tuvo éxito fue porque a última hora la familia de Vázquez Bello decidió sepultarlo en Santa Clara, de donde era oriundo, y no en La Habana.

Siempre me ha llamado la atención la paciencia que mostró Machado –y que ojalá tuvieran siquiera por un día los actuales mandamases– cuando se reunió con Rubén Martínez Villena y soportó las groserías y el calificativo de “asno con garras” que le endilgó aquel afiebrado poeta comunista, enamorado de la Rusia bolchevique, que clamaba por “una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones” y que alguna vez tuvo en sus planes un ataque aéreo contra el Palacio Presidencial, que, de haberse efectuado, lo hubiese convertido en un precursor caribeño de Osama Bin Laden.

A propósito de Martínez Villena, los comunistas, liderados por él, luego de haberse opuesto durante años a la dictadura machadista, unos días antes de la caída de esta, en una jugada que resultaría totalmente errada, pactaron secretamente y retiraron su apoyo a la huelga general, a cambio de ser legalizados y reconocidos como partido político.

Aseguran los santeros que Machado “le echó a Cuba un daño”, una brujería que está enterrada desde 1928 en el corazón de La Habana, sembrada bajo una ceiba en el Parque de La Fraternidad. Contiene huesos de difuntos, tierra de 21 países y del cementerio y piedra de rayo, y la “curralaron” (prepararon) un martes, día del diablo, los más sonados mayomberos y ganguleros que encontraron los secuaces del dictador.

Cuentan que Machado, que murió en 1939, a los 67 años, en Miami, cuando escapó de Cuba, exclamó: “Después de mí, el caos”. Otros afirman que lo que auguró el General Presidente fue “el diluvio”. No se sabe si de sangre o de mierda, porque de ambas cosas hemos tenido con creces en los 88 años transcurridos desde aquel caótico 1933.

El machadato nos legó a los porristas, chivatos y apapipios que sirvieron de inspiración para las brigadas de respuesta rápida. Al antimachadismo le debemos el mesianismo revolucionario, el antiamericanismo, el desencanto democrático, la intolerancia, el culto a la violencia. Todo ello condujo a la revolución de Fidel Castro, que brotó, cual genio maléfico, de la botella de las frustraciones republicanas.

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Casi un siglo de comunismo cubano

Los medios oficiales “han olvidado” lo concerniente a la controversial fundación del primer partido comunista cubano (Foto: ACN)

LA HABANA, Cuba. – El 15 de agosto pasado, vaya noticia, salieron cinco parrafitos sin firma en el periódico Juventud Rebelde. En esa nota, que recordaba la fundación del primer partido comunista de Cuba hace casi un siglo, el 16 de agosto de 1925, el nombre de Fidel Castro brillaba por su ausencia.

A este paso, es lógico pensar que, dentro de unos años más, aparezcan solo dos parrafitos recordándonos lo mismo, puesto que todo lo concerniente a aquella fecha tan controversial se ha olvidado. Recordemos que en 1925 ya se conocía la intransigencia de Stalin con su política de oportunismo, los conflictos internos de su partido, sus campos de concentración y sus millones de muertos.

Lo primero que descubrimos en esta nota de Juventud Rebelde son errores. El señor José Miguel Pérez y Pérez no fue el secretario general de aquel primer partido, sino un miembro más del grupo. Tampoco fue un partido que tuviera relación con el que fundara a finales del siglo XIX José Martí, que de comunista no tenía nada.

Otra falsedad en la que cae la nota es decir que el líder comunista Julio A. Mella había sido orientado por la dirección de su Partido a marcharse de Cuba y refugiarse en México, por temor a ser asesinado a manos de Machado. En realidad Mella marchó porque había sido separado del Partido, tras una huelga de hambre que hizo por iniciativa suya. Ya en México, según versiones más creíbles, fueron los propios comunistas de otros países, siempre en pugnas internas, quienes asesinaron a Mella.

A los pocos días de constituido, este primer partido comunista cubano comenzó a vivir en la más absoluta clandestinidad. Miguel Pérez fue considerado como “extranjero indeseable” y detenido por orden de Gerardo Machado, quien fue electo presidente por esos días y se mantuvo como enemigo de ideologías extranjerizantes. Luego, fue expulsado de Cuba hacia España, su país natal. Su historia terminó mal: acusado de organizar la resistencia contra el fascismo, fue condenado a muerte y ejecutado en 1936.

El partido comunista cubano no posee una historia digna de contar. Cuando los Estados Unidos le dan un ultimátum a Machado para que se marche de la Isla, el dictador, desesperado, les ofrece a los comunistas legalizar el partido a cambio de su apoyo, y los comunistas cometen el grave error de ceder, aun cuando la mayoría del pueblo quería la renuncia de Machado. El dictador huyó el 12 de agosto de 1933.

Durante el primer gobierno de Fulgencio Batista, en el cual este se pronunciaba por “una revolución verdadera” y los periodistas de la prensa libre eran reprimidos con aceite de ricino, el periódico Hoy de los comunistas fue legalizado, así como su Partido.

Es de destacar que, mientras Finlandia era invadida por la URSS, los comunistas Juan Marinello y Carlos R. Rodríguez se desempeñaban como ministros de Batista y Blas Roca estaba fundando la Revista Fundamentos. Por esa época aumenta el salario mínimo a 45 pesos cubanos al mes, Cuba compra oro por 22 millones de dólares para garantizar la moneda nacional, Batista establece relaciones diplomáticas con la URSS y es agasajado en Estados Unidos por el presidente Roosevelt.

Por último, bajo el triunfo revolucionario del castrismo, por los años 60 del siglo pasado, con sus miles de fusilados y presos políticos y una economía destruida, prácticamente desaparecieron los comunistas uno a uno en la llamada “microfracción”. Muchos de ellos salvaron sus vidas porque se exiliaron en Estados Unidos.

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1933: Algo más para recordar

Huelga general de 1933. Foto tomada de Internet

LA HABANA, Cuba. – Es posible que también en 1933 volvieran a definirse cómo eran las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a partir de la gran ayuda que la isla recibió de ese país para dar fin a la Guerra de Independencia.

El 20 de mayo de 1925 el general liberal Gerardo Machado Morales tomaba posesión del cargo como presidente. A pesar de comenzar su mandato declarándose en contra de la reelección, pudieron más los privilegios del poder, como ha ocurrido con todos ellos.

A Machado le debemos obras fundamentales como la Carretera Central, a un costo de 56 millones de dólares, el Capitolio Nacional, los cómodos y agradables tranvías para disfrute de los habaneros y las elecciones parciales al Congreso, a las que concurrieron varios partidos políticos.

Pero en agosto de 1933, llenas las cárceles de presos políticos, el general dictador se empecina en continuar inconstitucionalmente como jefe de estado y es rechazado por una oposición de pueblo sumida en una huelga general desde los primeros días del mes, “el movimiento de protesta más unánime -dice el historiador- visto en Cuba”.

Fue en ese momento que en Estados Unidos eligen como presidente a Franklin D. Roosevelt. Es, entonces, que comienza la llamada “mediación norteamericana”, con el fin de sacar a Machado de Palacio y se crea en Miami la Junta Revolucionaria, compuesta por delegados de varias organizaciones.

Benjamín Summer Welles, enviado especial estadounidense, llega a La Habana el 7 de mayo de 1933 y trata  de resolver la crisis desatada en Cuba, que ya contabilizaba una buena dosis de víctimas, alzamientos contra Machado, bombas estallando por doquier y asesinatos políticos.

Una anécdota que no deja de ser importante ocurre el 5 de agosto, cuando Machado se acerca al Partido Comunista ofreciéndole su legalización, oferta que no fue rechazada. Los comunistas intentaron detener la huelga, aunque sin éxito.

Machado hizo todo lo posible por mantenerse en el poder. Incluso mintió en varias ocasiones ante los legisladores cubanos al acusar a Summer de interferir en los problemas internos de Cuba, nombrándolo responsable de la huelga general y de querer provocar una  intervención en el país por parte de Estados Unidos.

Machado no sentía en su corazón los intereses del pueblo, como ocurre con cualquier dictador. Incluso, según se sabe, logró el apoyo de líderes comunistas, como Rubén Martínez Villena, para detener la huelga.

El día 8, Summer Welles dio un ultimátum a Machado para que renuncie. El 12, Machado huyó a Nassau, Bahamas, y Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria, toma posesión provisional de la República.

De acuerdo a los hechos cronológicos tomados de varias fuentes y al imprescindible libro de Newton Briones Mototo, fue el pueblo cubano, apoyado por Washington, quien obtuvo la renuncia de Machado.

No fue esa la primera vez que Estados Unidos, pese a que Machado contaba con la lealtad de más de veinte mil militares, tomó parte importante en lograr que el pueblo cubano retornara a una vida normal y se dedicara a alcanzar la prosperidad económica.

El pueblo y la ayuda de Estados Unidos salvaron, también esa vez, a la patria.

 

Fuente

Esperanzas y desilusiones, una historia de los años 30 (Newton Briones Montoto, Editorial Ciencias Sociales, Cuba)

 




En qué se pareció Fidel Castro a Machado

Fidel Castro (Revista Time) y Gerardo Machado (Wikipedia)

LA HABANA.- No me voy a referir a las grandes obras de Gerardo Machado (1871-1939), como la edificación del Capitolio Nacional, la Carretera Central y el Malecón habanero. Tampoco a las de Fidel Castro. Sólo a las preferencias políticas de estos dos caudillos para demostrar el gran parecido que hay entre ellos.

El triunfo de Machado fue arrollador. Con excepción de la provincia de Pinar del Río, toda Cuba lo vitoreó de forma abrumadora aquel 20 de mayo de 1925, como a Fidel en enero de 1959.

Igual que el “mocho de Camajuaní” —así le llamaban a Machado— hizo el guajiro de Birán cuando alcanzó el poder: partieron rápidamente hacia Washington en busca de apoyo y ayuda económica. Machado vio en Calvin Coolidge “un gran presidente que sabe cómo amar la libertad y cómo practicar las virtudes cívicas”, y le aseguró que “luego de sus cuatro años de mandato, la capacidad de los cubanos para auto gobernarse estaría asegurada”. En un banquete ofrecido por E. Mitchell, presidente del National City Bank, Machado expresó que “durante su administración habría garantía para todos los negocios”.

Eso mismo hizo Fidel Castro el 6 de marzo de 1959, antes de entrevistarse con Richard Nixon: pidió ayuda a la Asociación de Banqueros de Cuba, declarando que no nacionalizaría la banca.

Es curioso ver cómo viejos políticos y serios intelectuales llegaron a la conclusión de que Machado era “el hombre que necesitaba la joven República”. El curso de ambos regímenes gustó a las mayorías: no reelección presidencial, buenos acuerdos comerciales, supresión de la lotería, reformas educativas y judiciales para combatir ilegalidades y corrupción, autonomía para la Universidad, cierre de centenares de centros de diversión, garitos de juego, casas de prostitutas, etc.

Machado declaró que controlaría a “estos italianos americanos”, así veía a los cubanos, mientras que Fidel también se refería al “hombre nuevo” que debíamos tener.

Machado era el Apolo de Cuba, el Gran héroe por sus grados de general ganados en la manigua a los 25 años de edad, y Fidel el Mesías bendecido por palomas que aplaudían los cubanos, el Caballo Comandante.

Otros en cambio descubrieron a un Mussolini en Machado y en Fidel en pleno fascismo, cuando ambos tomaron el camino autoritario y represivo: control absoluto ante actos de desobediencia contra el régimen, prestigiosas figuras en marcha hacia el exilio, etc.

Machado instaló el garrote vil para matar, viejo instrumento español de siglos pasados. Cayeron sobre sus espaldas setenta canarios asesinados y numerosas muertes misteriosas de opositores y periodistas. Fidel con sus miles de fusilamientos, una prisión política de miles y un exilio que pasa de los dos millones.

En un principio, igual que Fidel, Machado tuvo las mejores relaciones con destacadas personalidades de otras tendencias políticas. Incluso en agosto de 1925 cien cubanos de la isla, de ellos 27 habaneros, fundaron el primer partido comunista de Cuba con todo y órgano de prensa, Justicia. La idea de Machado y Fidel era hacer de Cuba el mejor país del mundo y los mejores jefes de Gobierno recibiendo homenajes y títulos honoríficos.

Luego, ambos caudillos suprimieron los partidos políticos, las huelgas de los trabajadores, controlaron la Universidad y llamaron malos patriotas a los que se oponían al Gobierno.

Así, tanto las promesas liberales de Machado como las revolucionarias de Fidel cambiaron. Machado comenzó a ver la desintegración de la República y Fidel una revolución convertida en dictadura. En los momentos que Gerardo Machado pensó verse fuera de la presidencia, deseó lo peor para Cuba. Así aparece en sus Memorias: “Mi mayor anhelo era que un sismo de proporciones monumentales sepultara a Cuba en el abismo del océano o que una bomba gigantesca explotara y los borrara a todos”.

Algo muy parecido dijo Fidel Castro cuando le pasó por la cabeza la idea de que la revolución, su revolución, se fuera a pique: “Primero se hundiría la isla en el mar…”

El 12 de agosto de 1933, Machado huyó en una avioneta hacia Bahamas. Fidel Castro huyó de este mundo el 25 de noviembre de 2016.




Machadato y castrismo: dos historias tan parecidas

Activista y periodista independiente Lázaro Yuri Valle Roca es apresado por agentes vestidos de civil (Foto: EFE)
Activista y periodista independiente Lázaro Yuri Valle Roca es apresado por agentes vestidos de civil (Foto: EFE)

LA HABANA, Cuba.- El libro La prensa cubana y el machadato, del periodista oficial Edel Lima Sarmiento, publicado en 2014 por la Editorial Ciencias Sociales, en realidad debía llamarse: “La prensa cubana y el castrismo”, de acuerdo a la situación que sufre en la actualidad la libertad de prensa en la isla.

Si lo primero que hizo Machado, pese a su buen gobierno durante los tres primeros años en el Ejecutivo, fue utilizar su poder para controlar la prensa, Fidel Castro hizo mucho peor: se apropió a la fuerza de todos los medios de comunicación para la propaganda de su régimen.

En sus capítulos Obediencia al César, Mordaza y Resistencia, que comienzan con la máxima napoleónica de “tres diarios adversos son más temibles que mil bayonetas”, se narra cómo durante los ocho años de gobierno machadista se establecieron un sinfín de métodos para luchar por apagar las voces contrarias, pese a la democracia que se vivía y las fuertes instituciones que respaldaban a personajes como Julio Antonio Mella, Jorge Fernández de Castro, Sergio Carbó, Ofelia Rodríguez Acosta y muchos otros.

Es sorprendente cómo Lima Sarmiento, a través de su  exhaustiva investigación histórica, no descubre que también está reflejando lo que ocurre en Cuba hace 58 años, cuando entre 1959 y 1960 Fidel Castro silenció las mismas voces en la prensa nacional. Ambas historias son tan parecidas que muchos de los opositores y periodistas que marcharon al exilio bajo la dictadura de Machado, fueron los mismos que abandonaron Cuba con la llegada de Fidel a La Habana.

Uno de ellos, Manuel Dueñas, director del periódico El Republicano, nos recuerda el caso del escritor y poeta Heberto Padilla, ocurrido en 1971.

En 1928, cuando Dueñas escribió un artículo en su periódico titulado “Machado, tenemos hambre; Nerón contempla impávido la destrucción de Roma”, de inmediato fue encarcelado en La Cabaña y amenazado con morir en la barriga de un tiburón. Al mes, Dueñas pactó con la dictadura, dedicó un número de su periódico elogiando a Machado y partió al exilio.

El libro de Edel Lima (Foto: Tania Díaz Castro)
El libro de Edel Lima (Foto: Tania Díaz Castro)

De esa forma, el dictador logró tener una prensa a sus pies, “dócil, temerosa y adulona”, sobre todo con el fin de mantenerse en el poder a través de un segundo mandato, cuando manifestó cínicamente: “Siempre y cuando la mayoría lo solicitara por el bien del país”. Ya reelecto, apretó los resortes contra la prensa, algo que no hicieron los presidentes anteriores a él, como Tomás Estrada Palma, quien también procuró reelegirse, José Miguel Gómez, Menocal y Sayas.

Convertido su gobierno en una grosera dictadura, evitó que sus enemigos contaran con publicaciones propias y usó la policía para encarcelar a periodistas y opositores en la fortaleza de La Cabaña, de los cuales algunos resultaron muertos.

Gracias a Edel Lima, conocemos también sobre los éxitos de dos destacados periodistas de aquellos años, Octavio Seiglie y Rafael Iturralde, quienes pudieron salir al exilio y, utilizando todos los recursos posibles, divulgaron en la prensa de Estados Unidos las violaciones que se cometían sistemáticamente en Cuba. Incluso lograron involucrar en su labor a algunos congresistas estadounidenses para que exigieran a su gobierno preocuparse por la situación en la vecina isla caribeña, de acuerdo con el derecho a intervenir en los asuntos internos cubanos, concedidos por la Enmienda Platt.

Como respuesta, Machado armó una contrapropaganda de exaltación nacionalista al estilo del castrismo que vino años después.




Machado, las dos caras del dictador

Gerardo Machado (Getty)
Gerardo Machado (Getty)

LA HABANA, Cuba.- En EcuRed, el sitio web cubano que de forma abrupta pasa de lo sublime a lo ridículo y falsea la historia todo lo que puede, se destaca a Gerardo Machado y Morales con el mote de El Mocho, porque cuando joven perdió dos dedos, mientras trabajaba como carnicero en Camajuaní, su pueblo natal villaclareño. Luego, no le queda más remedio que llamarlo dictador, algo que sí es grave y bochornoso para un gobernante.

Y dije que EcuRed va de lo sublime a lo ridículo, porque en plena dictadura castrista, con más de medio siglo de existencia, más de tres mil fusilados, más de mil  ejecuciones extrajudiciales, empobrecimiento del país, encarcelamiento de miles de opositores, e incontables violaciones a los derechos humanos, quiere hacernos ver que Machado fue un dictador malo.

Machado fue el quinto presidente de Cuba, a partir del 20 de mayo de 1925, tras unas elecciones generales, donde las grandes mayorías votaron por él, dejando atrás a Zayas, respetuoso de las libertades individuales y de los opositores políticos.

Machado tenía entonces 51 años. Si el pueblo lo admiraba fue porque había sido uno de los generales más jóvenes de la Guerra del 95 y porque sus intenciones y propósitos, para asumir el mando de la isla, eran los mejores.

Pero la historia está ahí, a la mano como quien dice, y ni Machado, ni Batista, fueron tan autoritarios, represivos y crueles como el tercer dictador de Cuba.

Como todo dictador, Machado gustaba de homenajes, de aduladores, de títulos honoríficos, banquetes y del servilismo de amigos incondicionales, incluso de intelectuales prominentes.

Usó, como hace cualquier dictador de aquellos y de estos tiempos, estrategias políticas para garantizar una segunda reelección o la permanencia vitalicia del poder.

Se le acusa de que la policía utilizara la violencia ante los actos contra su gobierno: la muerte de Rafael Trejo durante un tiroteo, los cinco trabajadores de Islas Canarias, Raimundo y José A. Valdés Daussá, un dirigente ferroviario, un periodista venezolano, un líder obrero, de un miembro del sector tipográfico, tres miembros de la familia Freyre de Andrade, un anarquista asesinado en una celda de la Cabaña.

También que algunos intelectuales marcharan al exilio, de que el poeta Agustín Acosta fuera a prisión, de reprimir y encarcelar a 29 judíos comunistas que celebraban la Revolución bolchevique, de ordenar el asesinato de Julio Antonio Mella —descubierto ya que lo mataron los mismos comunistas radicados en México— y, por último, de ametrallar a una multitud el 7 de agosto de 1933, que le pedía la renuncia frente al Capitolio Nacional, con un saldo de veinte muertos y decenas de heridos.

En esta foto está señalado el padre de la autora de este artículo, preso durante la dictadura de Machado (Cortesía)
En esta foto está señalado el padre de Tania Díaz Castro, José Felipe Díaz Ramos, detenido durante la dictadura de Machado (Cortesía)

Pero sobre todo, del quiebre de numerosas fábricas, de las privaciones materiales del cubano de a pie, de la caída del precio del azúcar, a consecuencia de la crisis financiera de Estados Unidos en 1929.

El 12 de agosto de 1933, Machado se vio obligado a renunciar por dos razones: el ejército completo se le había rebelado en el Castillo de la Fuerza y el gobierno de Estados Unidos intervino en el conflicto, en busca de una salida favorable para el pueblo cubano. Ese día huyó en un Sikorski de la Pan American hacia Bahamas, junto a sus más íntimos.

Para que lo recuerden aquellos tres millones de habitantes que dejó entonces en Cuba, firmó una amnistía para los delitos de rebelión, legalizó el Partido Comunista cubano, aprobó el derecho de la mujer al sufragio y, por supuesto, numerosas obras de gran beneficio para el país, como la Carretera Central, el Capitolio Nacional, los tranvías de La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba, la escalinata universitaria, el Hospital de Maternidad “América Arias”, el Teatro Auditórium del Vedado y otras muchas, logradas durante sus escasos años de dictadura.




Dos personajes de agosto y un triste destino

Gerard Machado, a la izquierda, y Eduardo Chibás, a la derecha
Gerardo Machado, a la izquierda, y Eduardo Chibás, a la derecha

LA HABANA, Cuba.- La dictadura del general Gerardo Machado cayó dos veces. La primera fue de mentiras. El 7 de agosto de 1933 policías y porristas masacraron en las calles a los que creyeron el rumor de que el dictador había huido y salieron a la calle a celebrar. La caída del régimen ocurriría cinco días después, el 12 de agosto, cuando Machado voló a Nassau, con sus adversarios pisándole los talones y disparando sus revólveres.

Agosto de 1933 fue una sangrienta temporada. Decenas de esbirros, porristas y chivatos, tuvieron atroces finales a manos de turbas enloquecidas por el afán de venganza.

Luego, en menos de dos meses, sublevación militar mediante, se sucederían tres gobiernos.

Cuentan que cuando despegó el avión en que huía, Machado exclamó: “Después de mí, el caos”. Otros dicen que lo que auguró fue el diluvio. No se sabe si de sangre o de mierda.  De ambas cosas hubo en demasía.

La revolución del 33 nos trajo el mesianismo revolucionario y el culto a la violencia.

Eduardo Chibás, el líder del Partido Ortodoxo, desprendido del Partido Auténtico, pudo ser la solución. O tal vez no. Quizás hubiera resultado otro líder populista y demagogo más, de los que tanto abundan en América Latina. Pero en todo caso, hubiera evitado todo lo que vino después: el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, la dictadura de Batista, la insurgencia fidelista  y la instauración de una dictadura totalitaria que ya dura 57 años.

Pero Chibás no tuvo tiempo de demostrar qué hubiera sido capaz de hacer o no. Al anochecer del domingo 5 de agosto de 1951, al no poder probar sus acusaciones de corrupción contra un ministro del gobierno, trémulo de impotencia y con los ojos desorbitados tras sus lentes de miope, apoyó el cañón del revólver en su vientre y disparó. La detonación, amplificada por los micrófonos de la radio nacional, estremeció la conciencia de los cubanos pero no alteró el torcido curso político que iba tomando el país.

Chibás murió once días después, el 16 de agosto de 1951. Durante su entierro, uno de los más multitudinarios de los que ha habido en La Habana, un  joven abogado holguinero, que empezaba a hacer gala de su mente calenturienta,  propuso enrumbar el cortejo fúnebre hacia el Palacio Presidencial, tomarlo y lanzar al presidente Carlos Prío por el balcón.

De las frustraciones republicanas, como un genio embotellado, había brotado Fidel Castro.

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Gerardo Machado: ¿fue realmente el Asno con Garras?

MIAMI, Florida. — En el Cementerio Norte del Parque Woodlawn, de Miami, yacen los restos del expresidente cubano Gerardo Machado y Morales (1869-1939), quien fue el político que más obras construyó durante la República, y también fue el primero que se opuso a la influencia internacional del comunismo.

A Machado, la nueva historiografía lo simplificó en una caricatura: “el asno con garras”, y como todo aquello que no le convenía, dejó su imagen, sola y deforme, rodeada por un mar de silencio, en el que sólo se escuchaba el murmullo de los comunistas.

¿Que fue un dictador? Sí. ¿Que indujo una reforma en la Constitución de 1901, para gobernar durante 10 años? Sí, pero fue sumamente adulado, en una época tan convulsa. ¿Que cerró la Universidad de La Habana, en 1930? Sí, pero hizo construir su escalinata, y los actuales edificios de la Colina –incluyendo la Escuela de Ingenieros y Arquitectos, que hoy está en ruinas. ¿Que suspendió las garantías constitucionales? Sí, pero el terrorismo se apoderaba de las calles, y las negociaciones con los grupos opositores no existían. ¿Que hubo asesinatos políticos y torturas? Sí, pero no tantos como después de 1959. Según Ramiro Guerra, unos 5 mil revolucionarios fueron recluidos provisionalmente, y Juan Clark afirma en su libro Mito y realidad (1990), que “los prisioneros fueron usualmente tratados correctamente, disfrutando de privilegios carcelarios y de amnistías que les devolvían la libertad tras una corta estancia en presidio”.

Su legado de modernidad

Con todos sus defectos –de represión y ansias de prolongar su mandato– su gobierno defendió los intereses nacionales, y construyó en Cuba, como nunca antes se había hecho. Por sólo mencionar algunas obras, durante los ochos años de su gestión económica se construyeron:

– la Carretera Central (con sus 1,144 kilómetros), que hasta hoy no ha sido superada, en cuanto a proyecto de integración vial de las provincias.

– el Capitolio Nacional (1929), que sigue siendo el edificio paradigmático de la arquitectura cubana, y el más lujoso del país.

– importantes plazas (Parque de la Fraternidad), paseos (la Avenida de las Misiones, frente al Palacio Presidencial), y avenidas (Quinta Avenida, de Playa). Además, se remodeló el Paseo del Prado.

– edificios importantes, como el Hotel Nacional, el Centro Asturiano (hoy Museo Nacional de Bellas Artes), el Bacardí, el López Serrano, el hotel Presidente del Vedado.

– obras públicas: la ya mencionada Universidad de La Habana, la Escuela Técnica Industrial, de Boyeros, el Malecón de Matanzas, el Palacio de Justicia de Santa Clara, el Presidio Modelo de Isla de Piños, entre muchas otras.

Incrementó la recaudación fiscal, aprovechando que la Ley de Obras Públicas imponía un recargo del 10% sobre todos los artículos de importación considerados suntuarios y otro del 3% sobre todos los productos de procedencia extranjera, excepto los alimentos. Esto hizo bajar las importaciones, y desarrolló la industria nacional, creando fábricas de pintura, zapatos, fósforos, y de productos no vinculados a la caña de azúcar y el tabaco.

Y en 1927 aprobó una nueva Ley de Aduanas y Aranceles, para proteger y estimular la producción agrícola e industrial. Era la primera vez que Cuba independiente tenía su propia tarifa aduanal, de tipo moderno y elaborada para defender sus propios intereses. La producción de aves, huevos, carnes, mantequilla, queso, cerveza y calzado aumentó notablemente. Así mismo, Cuba concertó varios tratados comerciales (España, Portugal, Japón, Chile) de manera completamente independiente.

Machado fue un presidente popular, durante su primer mandato. En abril de 1927 viajó a Washington, y le pidió al Presidente Coolidge un tratado para eliminar la Enmienda Platt. En el acto de inauguración de la VI Conferencia Internacional de Estados Americanos, en enero de 1928, se emitió “un voto de gratitud y aplauso en favor del Excelentísimo señor general Don Gerardo Machado”. Y el 1 de noviembre de ese año, en las elecciones celebradas bajo la Ley de Emergencia electoral, Machado se presentó como único candidato y fue reelegido sin oposición de los otros partidos, para un mandato que debía terminar el 20 de mayo 1935.

Los enemigos de Machado

El descontento hacia Machado tuvo sobre todo raíces económicas. La Gran Depresión –que se inició con el crack bancario de octubre de 1929, y que sólo comenzó a paliarse a mediados de los años 30– desató una gran animosidad popular contra su gobierno y los miembros de su administración. La paralización casi total del comercio, la devaluación abrupta de los precios del azúcar (que alcanzó su precio tope en 1927), la falta de trabajo, y la reducción y el atraso de los pagos del Estado, sumieron al país en un estado de miseria de la noche a la mañana, que alcanzó su grado máximo en el verano de 1933.

El segundo obstáculo de su gobierno fue el comunismo internacional. Casi tres meses después de ocupar la presidencia, se fundó en La Habana el primer Partido Comunista de Cuba, el 16 de agosto de 1925. La nueva ideología, que se guiaba por el ideal soviético, utilizó métodos que eran desconocidos hasta esa época. El terrorismo de las bombas en las ciudades fue introducido en Cuba por emigrantes catalanes.

En el VI Congreso Mundial de la Internacional Comunista (entre julio y septiembre de 1928), que se efectuó en Moscú, se aprobó la consigna de “clase contra clase”. Decenas de extranjeros fueron expulsados del país, por dedicarse a “la propagación del comunismo”.

Machado trató de frenar el descontento; pero ni la suspensión de las garantías constitucionales (en junio de 1930), ni la implantación de la ley marcial (con el uso de tribunales militares en lugar de los tribunales civiles), ni la censura a la prensa, ni el asesinato y encarcelamiento de los opositores pudieron frenar la campaña de terrorismo de los revolucionarios, encabezados por el ABC, la Unión Revolucionaria, de Guiteras, el Ala Izquierda Estudiantil y el Directorio Estudiantil Universitario.

Estados Unidos seguía con preocupación la situación política de Cuba, hasta que el 8 de agosto de 1933 el embajador de ese país, Summer Welles, se presentó en Palacio con una carta del Presidente de los Estados Unidos Franklin Roosevelt en la que exigía su renuncia, y con ello se aceleró el fin.

La incipiente libertad de prensa también conspiró contra Machado, ya que los periodistas no escribían a favor de un gobernante, si no eran subvencionados o recibían una “botella” –que podía rondar los 500 pesos. Machado se negó a darle “botellas” a la prensa, a diferencia del gobierno anterior de Zayas.

Pero su mayor enemigo fue la veleidad e inmadurez del pueblo cubano, que al igual que en 1959, se dejó cegar por ilusiones mesiánicas que prometen el cielo en la tierra. La revolución del 30 produjo a Fulgencio Batista, que arrastraría multitudes en 1940, con el apoyo de los comunistas. Luego, a líderes estudiantiles como Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, que gobernarían en nombre de la revolución.

La revista Bohemia, en octubre de 1933, publicó un escrito del derrocado presidente, en el que reflexionaba: “Durante un tiempo fui el Hombre Dios, el Nuevo Mesías, el Hombre Antorcha, que todo lo podía, y que tiempo después, por los mismos que antes me ensalzaron, fui Satán, Moloch, Marte redivivo. // Así toda es Cuba: el país que parece hecho con las aspas de un molino de viento”.

La historia de los conflictos políticos no se divide en buenos y malos, sino se define por las relaciones de los grupos sociales en torno a una hegemonía. Unos matan en nombre de la Ley, otros en nombre de la Revolución. Pero algunos construyen, y dejan un legado de modernidad, como Gerardo Machado, mientras otros vacían la historia, y lo destruyen todo a su paso, como Fidel Castro.

 

Nota de la Redacción: David Canela es un periodista independiente, colaborador habitual de Cubanet, que se encuentra de visita en Estados Unidos.