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“La leyenda del río”, una nueva novela de Frank Correa

Frank Correa, La leyenda del río, Cuba, Jaimanitas

LA HABANA, Cuba.- En su empeño por que se conozca la obra de los autores cubanos censurados por el régimen en su país, Ediciones Ilíada, en Alemania, publicó recientemente la novela La leyenda del río, del escritor y periodista independiente Frank Correa.

En esta, como en otras de sus novelas, Frank Correa nos deslumbra con su fabulación, su uso de la intertextualidad y su maña y fluidez  para narrar.

No abundan los autores cuya personalidad sea tan idéntica a su escritura como ocurre en el caso de Frank Correa. Y ese es el más inobjetable indicio de la autenticidad de un escritor.

Por la naturalidad con que escribe, sin recurrir a artificios efectistas, sin rebuscamiento alguno, cuando uno lee a Frank Correa es como si estuvieras escuchándolo, con su acento oriental, contándote una anécdota suya o de alguno de sus amigos y conocidos de Guantánamo, Santa Fe o Jaimanitas, que casi siempre  son los personajes de sus cuentos y novelas.

Ese es el caso de La leyenda del río, que narra la historia de Rascacio, un humilde poblador de Jaimanitas que se gana la vida buceando en busca de prendas perdidas por los bañistas en la playa. Rascacio, obsesionado con una vieja historia de tesoros que cuentan los pescadores, se dedica a buscar el cofre de oro y piedras preciosas que, según la leyenda, luego del naufragio de la goleta Reina Isabel en 1682, al noroeste de La Habana, enredado en un gigantesco sargazo, empujado por las corrientes marinas recorrió los océanos durante cuatro siglos hasta que finalmente una tormenta lo condujo al río de Jaimanitas.

El tenaz Rascacio, que con su determinación a no dejar que las muchas vicisitudes lo venzan recuerda por momentos al Santiago de El viejo y el mar, no ceja hasta encontrar el tesoro. Pero su enriquecimiento de la noche a la mañana lo hace blanco de la Seguridad del Estado, que lo arresta, confisca sus bienes y… No voy a contarles el final. Lean la novela.

Como si no bastara la fabulación que derrocha Frank Correa con la historia de Rascacio y el tesoro, en La leyenda del río también están las historias de Pejediente, Atila, los Bocañanga, Luisón, Chiqui, Miguelito Melón, Luisa Ojos Secos, el trovador Héctor Tortilla y decenas de otros pescadores y buscavidas de Jaimanitas. Historias tragicómicas que Frank Correa logra concatenar, una tras otra, sin apenas tomar aliento, con una habilidad pasmosa, a lo largo de toda la novela.

Algunas son delirantes, como la fiesta en casa de los Bocañanga por el centenario de Jaimanitas; el tiburón cazado en el río por Cheo, el menor de los hijos de Pejediente; el viaje de Rascacio y Amatista, su mujer, a Bayate; la noche en que luego de sacarse dos muelas que tenía soldadas a la mandíbula, Rascacio es mordido por un perro y se le infesta la herida y a Amatista se le atraganta una espina de pescado. Y ni hablar de la búsqueda del tesoro en el putrefacto fondo del río de Jaimanitas.

El autor, que lleva más de 20 años viviendo en Jaimanitas, se ha compenetrado con los moradores de ese viejo pueblo de pescadores y conoce bien esas historias, algunas de ellas si no reales, bastante parecidas a la realidad.

Los personajes de sus historias son todos patéticos náufragos de la sociedad socialista que luchan por  subsistir a como dé lugar. Y Frank Correa cuenta sus historias y a veces las de él mismo, con crudeza y realismo, sin caer en el panfleto, pero no por ello dejando de llamar las cosas por su nombre.

Nacido en Guantánamo en 1963, el futuro de Frank Correa en las letras cubanas parecía promisorio. En 1991 ganó los concursos nacionales Regino Botti, Tomás Savignón y Ernest Hemingway y le publicaron, en la colección La Fama, su libro de cuentos La elección. Pero excomulgado de la cultura oficial por sus ideas políticas, se hizo periodista independiente y, por tanto, se convirtió en un objetivo de la Seguridad del Estado.

En las dos últimas décadas, sus crónicas y artículos han aparecido en Cubanet, Diario de Cuba, Primavera Digital y ADN Cuba. Pero no ha dejado de escribir ficción y poesía. En 2012 ganó el primer premio de Nuevo Pensamiento Cubano con el cuento “La mujer del escritor”. Tiene publicadas, además de La leyenda del río, las novelas Larga es la noche, en la editorial checa Fra, Un rey sin corona y Pagar para ver, esta última por Latin Heritage Foundation y  Ediciones Cenifenc, de España.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Yo descubri a Frank Correa

LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -En ocasiones anteriores he escrito sobre Frank Correa, un muchacho de 49 años, nacido en Guantánamo y que a pesar de su carácter sencillo y un poco espartano, tiene una gran aspiración en su vida: realizarse como un escritor reconocido.

He contado que gracias a un vendedor de pescado de Santa Fe, supe que en el cercano pueblo de Jaimanitas, Frank se “moría de hambre”, pese a ser miembro de la Unión Nacional de Escritores de Cuba, y que leía sus cuentos y poemas a todo el que lo visitara, como única forma de dar a conocer su obra.

Un día me decidí y llegué a lo que él llama su casa: cuatro paredes mal hechas con dos divisiones de por medio, un par de huecos como ventanas por donde no puede verse el cielo y una plancha de zinc viejo, que sirve de puerta, en la acera, como para que cualquier ladrón sepa que allí no hay nada que robar y ni se moleste en entrar.

-¡Tú eres un periodista¡ -Le dije, después de leer algunas de sus narraciones breves y le sugerí que se incorporara a la prensa independiente, para que pudiera escribir.

De esta forma, Frank comenzó, hace más de cuatro años, a hacer periodismo del bueno, ese que se extrae de las más humildes  entrañas del pueblo. Su inspiración principal es el medio en que vive y la gente que o rodea, los personajes populares de Jaimanitas y de sus barrios adyacentes, en los que se inspira para hacer sus crónicas que cuentan las viscisitudes de los pobres protagonistas anónimos –y víctimas, a la vez- de las crecientes desigualdades del socialismo cubano. El pueblo que anda  con los bolsillos siempre vacíos, a solo pocas cuadras de la casa donde vive Fidel Castro.

No sé si podrá lograr su sueño de ser un escritor famoso, pero sí sé que ha demostrado ser perseverante en su propósito. Ha ganado varios premios con sus novelas y ya goza de un buen prestigio como cronista en la página de Cubanet.

En su mochila,  ya bastante abultada, lleva sus cuatro novelas terminadas, un libro de cuentos, otro de poesía, cientos de crónicas y numerosos artículos sobre liberalismo, que han sido premiados. Su novela La mujer del escritor -escrita durante las madrugadas, porque sus dos pequeñas hijas y su mujer le roban las mejores horas de la luz solar-, fue premiada este año en la Fundación Nuevo Pensamiento Cubano, de Puerto Rico.

Otra de sus novelas, Pagar para ver, a sugerencia del poeta y ex preso político Ernesto Díaz Rodríguez, fue editada por Latin Heritage Foundation, de Nueva York, en noviembre del 2011, premiada con posterioridad como la mejor novela del año en Madrid y más tarde en la Fundación Libri Prohibiti, de la República Checa.

Como dice el colega Miguel Iturria, ¨la narrativa de Frank revela su habilidad para armar historias, cierta maestría en el montaje de los diálogos… personajes tan vitales y mundanos que parecen salirse del papel¨.

Por estos días y como regalo de fin de año, Frank Correa ha recibido la grata noticia de haber sido el ganador del Concurso Literario Novelas de Gaveta Franz Kafka 2012, de Praga, con su obra Larga es la noche. El premio fue otorgado en 2011 al escritor y periodista independiente, Ernesto Santana, también asiduo colaborador de Cubanet, por la novela El carnaval y los muertos.

Me dio la noticia del premio, más feliz que un  niño el Día de Reyes y orgulloso de ser el primer miembro del Club de Escritores de Cuba, perteneciente al Movimiento de Derechos Humanos, que recibe este premio.




Como escuchar a Frank

LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Leer “Pagar para ver” (Latin Heritage Foundation, 2012) es como escuchar a Frank Correa. Se siente, además de su acento cantarín, guantanamero de pura cepa,  hasta su mano que se posa en tu hombro para reforzar una sentencia. Al menos es lo que nos pasa a sus amigos, que además de alegrarnos porque al fin haya podido publicar su novela, nos asombramos, una vez más, de cuanto se parece el autor a su escritura.

En realidad, el asombro no es tanto. Algunos delirantes episodios de la novela –el mago que quería le trajeran un muerto para resucitarlo; la casa de los mil colores, los escritores y el mará, en la Loma del Chivo, allá en Guantánamo; la argentina que había matado a un general,  la rotura del collar de semillas de la chivatona de la UNEAC; los relatos de  pescadores, merolicos y borrachitos de Jaimanitas; la batalla que estalló  en Yateras, durante la fiesta para festejar el cumplimiento de la meta en la producción cafetalera, cuando luego de que ligaran el alcohol con hojas y raíz de clarín, la orquesta  Los Rítmicos de Palma rompió a tocar “con el agua que cayó, la fiesta se revolvió”- ya los habíamos leído en cuentos o crónicas o se los habíamos escuchado, en un parque del Vedado o en su casa, con la bulla de sus hijos, el rumor de las olas y los ladridos del perro -¿Drinky?- de fondo.

No hay dudas acerca de que Frank Correa es un narrador nato.  Echa mano de la intertextualidad como tomarse un vaso de agua, pero no le hablen de postmodernismo, de deconstrucción de relatos ni de las nuevas tendencias  en la literatura contemporánea, porque lo más probable es que se eche a reír y les hable de Hemingway, si es que habla de algún escritor.

¿Qué “Pagar para ver” se parece a otras novelas del Periodo Especial? Es posible. Hace unos años comentaba  la escritora  Laidy Fernández de Juan que era como si hubiese una competencia  por  ver “quien la pasó peor, quién sufrió más, quién fue más maltratado, quién vivía en peores condiciones”. En todo caso, si la hay, es una competencia  indeseada. Seguro que preferiríamos no tener tales vivencias. Si pudiéramos, las olvidaríamos. Pero no podemos.

No se me ocurre un modo diferente de escribir sobre los últimos 30 años en Cuba, que es lo que hace Frank Correa en “Pagar para ver”. Es más eso que simplemente  el bildungroman de un escritor “palestino” que trata de abrirse paso en La Habana en el peor momento posible.  La novela, para ser auténtica y no mero pastiche, no podía ser diferente. Y créanme, también con  libros engavetados,  sé perfectamente de qué hablo. Por eso  me place tanto escuchar a Frank. Y mejor aún, poder leerlo. Aunque sea casi lo mismo.

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Novela con alquimia

Portada del libro Pagar para ver de Frank Correa

Portada del libro Pagar para ver de Frank Correa
Portada del libro Pagar para ver de Frank Correa

LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -“Pagar para ver” es una novela de obsesiones. El acercamiento a un hombre que vivió como pudo y no existió como quiso. Fernando, “El largo”, enloqueció escribiendo un libro. Cada día vivía el próximo capítulo.

Su mayor obsesión era escribir. Luego, tener una computadora. La más apremiante, obtener dinero, a como diera lugar, para comprar hojas y lápices con que escribir; después: comer. Todo en ese orden de prioridad.

De acuerdo con lo expresado por Mario Vargas Llosa, “en las sociedades cerradas, la ficción y la historia han dejado de ser cosas distintas y pasado a confundirse y suplantarse la una a la otra, cambiando constantemente de identidades, como en un baile de máscaras”.

¿Y quién duda que la cubana es una sociedad cerrada? Así sirve de escenario, en esta novela, a un juego de disfraces bajo el cual la población se asfixia por las carencias materiales, el acoso gubernamental, la pérdida de valores, y una especie de angustia metafísica que se vale de cualquier subterfugio para sobrevivir.

Escrita por Frank Correa (Guantánamo, 1963), y publicada por Latin Heritage Foundation, en noviembre de 2011, la novela “Pagar para ver”, es, además de una historia de múltiples obsesiones, un viaje por varios círculos del infierno de la realidad nacional.

Ambientada en La Habana de los años 90, en medio del caos del denominado Período Especial, la trama se bifurca y expande por toda la isla, entretejida en la voz omnisciente de un narrador que convierte en historia cuanto Fernando sueña, mira, oye y toca.

Pero la supuesta locura del personaje no fue por escribir. La causó la vida. Y el autor, en ese juego literario, donde las pistas falsas, el salto de la realidad a la ficción, y viceversa, enriquecen la historia y hacen copartícipe al lector de la búsqueda de la verdad.

Fernando, “El largo”, si bien está obsesionado por escribir, jamás se enajena de la realidad. La vive y retrotrae desde otras experiencias acaecidas en su niñez, el trabajo, la guerra, la religión, la cárcel y cuanto hecho marcó su existencia.

Sin renunciar a escribir, convive con ilusos, hambrientos, oportunistas, marginales y otros que, proyectados bajo el telón de fondo en que se ha convertido su vida, interactúan, sueñan y desaparecen como en un carrusel movido por su historia personal.

El desequilibrio mental es superior en quienes le rodean. Lila, su esposa, cuando se encabrita rompe espejos, platos, vasos, cosas que dañan en sentido colectivo. Además, asegura que su perro Drinky es el agente 957515, y que adivina los sueños y el futuro.

Jorgito, “El efímero”, caricaturista obcecado con que no le roben la billetera, vendió la casa y envió su madre a un asilo. Cuando ella murió, se deshizo del panteón, “de mármol y con un muerto adentro”,  para que quien llegara no se sintiera solo.

Rojitas, mientras aguarda por su fusilamiento, se cubre de tatuajes toda la piel. Le vaciaron en el cuerpo el contenido equivalente a un periódico Juventud Rebelde. En una pierna le escribieron todo lo concerniente al derrumbe del campo socialista. En la otra, el cumplimiento del plan de azúcar del mes. En un pie, el parte del tiempo: mucho sol y calor. En el resto, las culturales y deportivas: Fallece el escritor cubano José Soler Puig. Grammy para Chucho Valdés. Santiago, Campeón de la serie nacional de béisbol.

Por último, en el cuello le tatuaron un collar de olivos. En una mejilla, el escudo; en la otra, la bandera cubana. Cómo última voluntad, lo pelaron al rape y le añadieron la letra del Himno Nacional.

Cada mañana, al encontrarse vivo, se rasuraba la cabeza para mantener el himno limpio de pelos y sudor. Obtendría el Guinnes. Fernando, El largo, jamás lo volvió a ver.

El mensaje o alegoría que deja la lectura de “Pagar para ver”, no es otro que la historia del cubano aplastado por los actos cotidianos de la revolución, la condena al desequilibrio y la marginalidad por el delito de luchar para sobrevivir.

Esta es la tónica de una novela trepidante y mordaz. La dramática lucha por la existencia y el porvenir, aunque recubierta por una pátina de sátira y humor, que ayuda al lector a cruzar sin espantos los sucesivos hechos de sus propias historias hasta el punto final.

¿Ficción o realidad? Dejemos que el autor de “La broma” y “La Insoportable levedad del ser”, Milan Kundera, sea quien defina: “Una novela es producto de una alquimia que transforma a una mujer en hombre, a un hombre en una mujer, el lodo en oro, una anécdota en drama”.

Y esa alquimia, por los infinitos rumbos de la fabulación, con un estilo limpio y garras de auténtico novelista, la consigue Frank Correa con “Pagar para ver”. La última palabra la tiene el lector.

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Historia cotidiana

LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Marlene, Murillo, sus hijos y nietos, forman una humilde y tranquila familia. Trabajadores de a pie que viven en la calle 228 del poblado de Jaimanitas, al oeste de La Habana.

Pero Marlene y Murillo tienen un vecino, pared con pared, que por mucho que lo estimen, les ocasiona un problema de vez en cuando. El vecino es Frank Correa, periodista independiente colaborador habitual de CubaNet. Agentes de Seguridad del Estado,  visitan con frecuencia a Marlene y Murillo, aconsejándoles que no tengan de amigo a un contrarrevolucionario. “Eso no les conviene”, dicen. No hay que olvidarse que un millón de trabajadores pronto se quedarán en la calle.

El martes de la pasada semana, dos agentes llegaron por tercera vez a casa del matrimonio, otra vez con el mismo cuento: quieren que el matrimonio termine la amistad con Frank. Para estos represores no vale eso de que, la mejor familia es el vecino más cercano. Menos les importa que la niña de Frank y Yunia, su mujer, se haya encariñado con Marlene.

Se trata, bien que lo saben los activistas del Movimiento de Derechos Humanos, de uno de los métodos represivos más estúpidos e inútiles del castrismo. No les da resultado, y todo por culpa de las paredes, sobre todo cuando se trata de paredes comunes, que dividen y unen a la vez.

Como los presos, que se comunican a través de golpecitos en los muros de las celdas, así se comunican los vecinos que la Seguridad del Estado quiere convertir en enemigos.

Conozco bien de estas historias.