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Félix Luis Viera: “Yo era el ser menos preparado para abandonar la casa natal”

Félix Luis Viera; Literatura;

Félix Luis Viera
Félix Luis Viera (Foto: Facebook/Omnikizzy Productions)

LA HABANA, CUba. – El narrador y poeta Félix Luis Viera, de 74 años, autor de seis poemarios, cinco novelas y tres libros de cuentos, recibió el Premio Nacional de Literatura en el Festival Vista, que se desarrolló los días 14 y 15 de diciembre en el Museo de la Diáspora Cubana, en Miami.

Con motivo de ese premio, Cubanet envió este cuestionario que Viera amablemente accedió a responder.

Cubanet: ¿Cómo te sientes luego de ganar este Premio?

FLV: Estimulado. Es un reconocimiento a más de 50 años de trabajo. Pero resulta lamentable que el Premio Nacional de Literatura esté dividido; uno allá en Cuba, otro “afuera”. Claro, no somos nosotros quienes creamos esa división, sino Ellos. De cualquier manera, yo posiblemente no lo veré, pero habrá de llegar ese día en que el Premio Nacional de Literatura se otorgue a un escritor cubano, allá, en su tierra; a un solo escritor cubano, quiero decir. De eso, nadie que esté en su sano juicio debe tener dudas.

Cubanet: ¿Dónde  estás  más cómodo, como poeta o como narrador?

FLV: Hace poco publiqué Sin ton ni son, una antología personal, y definitiva, a partir de los seis poemarios que había dado a conocer antes de La patria es una naranja. En el pórtico de Sin ton ni son dejo claro que este, más La patria es una naranja, serán los únicos libros de poesía que tomaré como míos. Reniego de los poemas que no estén en este par, que, calculo, (los que no están) serían más de las dos terceras partes de lo publicado en el género. Siempre la poesía me resultó menos cómoda. Si bien la novela requiere un esfuerzo constante, intenso, resulta un género más agradecido, porque, entre otras razones, le puedes dar y dar y vas viendo el diamante (o lo que uno cree que es el diamante) con más seguridad. Sabemos que la poesía no puede esperar, atenaza de una forma impiadosa en ocasiones.

El último —sí, el último— libro de cuentos, Precio del amor, lo di a conocer en 1990 —luego ha sido objeto de una reedición. Con este género, y con la poesía después de La patria es una naranja, me ocurrió algo semejante: estuve seguro de que podría pasarme el resto de la vida escribiéndolos… patinando en el mismo sitio; o sea, no conseguiría crear algo realmente interesante, o más interesante —me refiero principalmente a las formas— que lo anterior…

Cubanet: ¿Cómo te iniciaste en la literatura? ¿Cuáles fueron tus principales influencias?

FLV: Sería muy largo, y tedioso entrar en detalles. Fueron los inicios, y no poco más allá de lo inicios, etapas duras, muy duras, en medios muy adversos. Y en cuanto a influencias, no podría señalar un autor, un grupo de autores, un ismo, que incidiera en mí más que otros.

Cubanet: Tu novela Un ciervo herido, ¿tiene algo de autobiográfica? ¿Estuviste en las UMAP?

FLV: Estuve allí casi seis meses, en 1966. Aunque  Un ciervo herido no trata solo de mis experiencias, se apoya principalmente en quienes fueron llamados a las UMAP en octubre de 1965, con quienes tuve muchos contactos. Los que formaron parte del Primer Llamado se las vieron negras, sufrieron mucho, todo lo que se pueda imaginar. Quienes fuimos en el Segundo Llamado , en junio de 1966, gozamos de muchas “ventajas” en relación con los primeros. Fueron reducidas las alturas de las cercas, la comida en agosto fue mejorando y el trato de de los oficiales se humanizó considerablemente. Aunque el trabajo en el campo estaba cabrón, sobre todo para quienes eran citadinos. En agosto y septiembre permitieron las visitas —colectivas—  de familiares, un día domingo señalado. Y en octubre concedieron 10 días de pase para ir a la casa.

Las UMAP fueron un hecho vergonzoso, una ofensa a la dignidad humana. Pero  compararlas con los Gulags y el Holocausto, es ridículo, una exageración. Duras, duras de verdad resultaron de octubre de 1965 a mediados de mayo del 1966. Hoy se aparecen por aquí y por allá “eléctricos” publicando textos  sobre unas UMAP que no existieron. Se habla y escribe mucha mierda sobre aquello, personas que no tienen ni la más puta idea de lo realmente ocurrido. Ya deberían de dejar este tema tranquilo; o entrarle solo si en realidad van a aportar algo nuevo.

Tal vez  lo que más ha perjudicado a quienes estuvimos allí es el hecho de que el expediente siguió  vivo.  O sea, se era Umap para toda la vida. Con este estigma habría que cargar para siempre, a la hora de un ascenso en el trabajo, un viaje al extranjero, un reconocimiento de cualquier tipo. Lo trataban a uno como si fuera el victimario, no la víctima…

Cubanet: Pese a los premios recibidos en Cuba, no escapaste de la censura. Tu libro de cuentos Las llamas en el cielo, demoró seis años, de 1977 a 1983, en ser publicado en Ediciones Unión porque le detectaron “problemas ideológicos”. ¿Cuáles eran esos “problemas”?

FLV: Esos problemas no existían en realidad. Aquella época  fue una de las más intensas en lo que se refiere a la censura.  Después de muchas vueltas —y varios años—, me dijeron de la editorial que yo debía dar fe de que esos cuentos se desarrollaban en el “pasado”. Ya sabes, el “pasado” en el caso cubano alude a antes de 1959 (Y por cierto, llevamos casi 61 años en un “presente” baldío). Una tontería: hasta uno de los cuentos  sucede en 1936. Finalmente redacté una nota donde constaba lo que me pedía la editorial. Esa nota, íntegra, como si fuese la referencia del editor, aparece en la contracubierta de Las llamas en el cielo.

Cubanet: ¿Cómo se produjo su ruptura con la cultura oficial?

FLV: Al ciento por ciento, soy un “gusano tardío”. Aunque desde  muy joven fui contestatario, conflictivo, todavía en 1990 yo pensaba que el régimen rectificaría el rumbo,  tomaría el camino de la cordura, para procurar el bienestar de los cubanos. Y que no mucho después debía florecer la libertad de opinión. La perestroika, allá en la Unión Soviética, agregaba otra esperanza. Y se sumaba el hecho de que el gobierno cubano, ya sin la ayuda del CAME, del llamado campo socialista, tendría que llamarse a capítulo. En 1990 hubo un llamamiento, para decir la verdad, lo que uno pensaba, lo que uno podría aportar para rectificar el rumbo, todo lo cual sería tomado en consideración en el próximo congreso del Partido Comunista. Yo, botándome de comemierda como en otras ocasiones, en la reunión de la UNEAC para tratar el asunto dije la verdad; entre otras: “Cuando en un país hay crisis política, o económica, o social, o de todo esto, el responsable es el partido político que se halla en el poder”. Imaginas cómo me fue luego.

Cubanet: Tu exilio se inició en México, donde viviste 20 años antes de radicarte en Miami. Sin embargo, en tu novela La sangre del tequila, eres un poco severo con México y los mexicanos. ¿Por qué?

FLV: Bueno, ya sabes, es ficción. Si bien toda ficción tiene su basamento en la realidad (aun las obras llamadas fantásticas).  He recibido opiniones parecidas a la tuya: demasiado inflexible a la hora de juzgar a Ciudad  México y sus componentes humanos. Pero eso es un rasgo que me caracteriza: quien lea la obra de mi autoría que aborda el tema cubano, verá que el “sonido” es el mismo. Por otra parte, los mexicanos, pródigos en proverbios, me enseñaron que “cada cual habla de la fiesta según como le fue en ella”.

Cubanet: ¿Cómo te las arreglas para conciliar en tu escritura, aun en las partes más descarnadas, el humor, el erotismo y la poesía?

FLV: Eso sale, no se hace. Es como el jonrón en el béisbol: sale.

Cubanet: Tu natal Santa Clara está presente en la mayoría de tus libros. ¿La echas de menos? ¿Cómo es el exilio para Félix Luis Viera?

FLV: Mi amigo y editor de lujo, el poeta cubano Abel Díaz Castro (Abel German), cuando le he contado cómo fueron mis 20 años en México, me ha dicho: “Eso sí es el exilio, eso que has pasado sí es el exilio”. Mucho dolor, mucho. Yo quizás era el ser humano menos preparado para abandonar “la casa natal”. Hoy, aunque un poco menos, me sigue doliendo Santa Clara, y me duele Ciudad México. Es como si estuviera partido en tres.

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Félix Luis Viera gana Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”

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Rebeca Ulloa en la entrega del premio (foto cortesía Festival Vista)

MIAMI, Estados Unidos. – El pasado sábado 14 de diciembre, en la XI edición del Festival Vista en Miami celebrada en el American Museum of the Cuban Diaspora, el poeta y narrador cubano Félix Luis Viera recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente de Cuba Gastón Baquero, en su quinta edición.

Este premio es patrocinado por el Instituto la Rosa Blanca y el proyecto Puente a la Vista y sus amigos, y estuvo dotado de $1000 dólares. Había sido entregado en anteriores ediciones a los escritores Jorge Olivera, Manuel Díaz Martínez, Rafael Alcides, María Elena Cruz Varela, Ángel Santiesteban, Ángel Cuadra y Rafael Almanza.

En uno de los paneles más concurridos del evento, Área de Premiación, la presidente de Vista Larga Foundation, Idabell Rosales, entregó la placa acreditativa a Viera, quien agradeció a los presentes. Rebeca Esther Ulloa, una de los nueve miembros del jurado, también obsequió al ganador una caricatura de Arístides, el célebre artista plástico exiliado en Miami.

“Viera es un caso raro en la literatura: gran poeta y gran narrador. Hay muchos poetas también narradores y narradores que escriben poesía, pero no abundan los que sobresalen en ambos géneros y a un mismo nivel. Yo no me atrevería a afirmar que Viera es mejor narrador que poeta, ni lo contrario. Y en los dos géneros tiene libros que por sí solos le bastan para merecer este Premio Nacional”, declaró de cara a la premiación el escritor José Hugo Fernández.

“La selección de Félix Luis Viera es una gran decisión que no desmerece ante ninguno de los otros valiosos candidatos”, aseguró desde México el académico cubano Alejandro González Acosta.

El Consejo Asesor de nueve jurados, compuesto en esta edición del premio por Rebeca Ulloa, Odalys Interián, Rafael Almanza, Reinaldo García Ramos, Alejandro González Acosta, Luis Pérez de Castro, José Alberto Velázquez, José Hugo Fernández y Armando Añel, había votado como finalistas a los escritores Félix Luis Viera, Liliam Moro, Rafael Vilches, Francis Sánchez y Amir Valle.

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Félix Luis Viera cuenta cómo fue la vida en la Cuba de los 60

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Félix Luis Viera (foto: Cuba Encuentro)

LA HABANA, Cuba. – Si un escritor ha logrado reflejar fielmente cómo fue la vida en la Cuba de los años 60, ese es Félix Luis Viera, en sus novelas “Un ciervo herido”, “El corazón del rey” y “Un loco sí puede”.

No es la épica miliciana de Eduardo Heras León, Norberto Fuentes o Jesús Díaz en sus primeros relatos, ni lo que escribió Manuel Cofiño dentro de los cánones del realismo socialista. No es el tiempo idílico del entusiasmo revolucionario  que se empeñan todavía en pintar los adoradores del castrismo, ni  el edén perdido que añoran los nostálgicos que pretenden olvidar lo malo y recordar solo las novias, las fiestas de los sábados y las canciones ingenuas y empalagosamente  romanticonas  de Nocturno  que sustituyeron a las de los Beatles que les impedían  escuchar.

La época  que muestra Viera es la que sufrimos todos los cubanos que la vivimos. De un bando o del otro, porque a la postre, de una u otra forma,  también los victimarios resultaron víctimas del monstruo que ayudaron a crear.

Un tiempo que se inició con  las turbas que  gritaban “paredón” y “Fidel, seguro, al yanqui dale duro” y arrollaban en las congas, coreando, sin puñetera idea de qué era el marxismo, “somos comunistas, palante y palante…”

Mientras nos  convertían en rebaño domeñado, se repletaban las cárceles y se vaciaban, como por arte de magia, lo mismo las iglesias que las vidrieras de las tiendas y los estantes de las bodegas que las filas de nuestros parientes, vecinos  y amigos, que se iban al exilio. Y había que olvidarlos, multiplicarlos por cero, peor que si estuviesen muertos.  Ni pensar en escribirles cartas, porque  “eran gusanos que habían traicionado a la revolución”, y relacionarse con ellos significaba hacerse “cómplices de su traición” y eso podía costarte que te excomulgaran y nunca más pudieras levantar cabeza en “la sociedad socialista que se estaba construyendo”.

Y se iba a saber si te carteabas con los que se fueron, porque aquel tiempo fue la apoteosis de la chivatería. Se iba a saber eso, y también con quienes te relacionabas y qué hacías, a qué te dedicabas,  porque los Comités de Defensa de la Revolución, como si no bastaran el DTI, la PNR y la Seguridad del Estado,  te vigilaban a toda hora. Velaban quienes visitaban tu casa y qué aspecto tenían,  si entrabas o sacabas paquetes, cómo te vestías,  si llevabas un tren de vida que tu salario no te permitía costear, si en una fiesta ponías música yanqui, si  un pitido denunciaba que escuchabas La Voz de América…

Un tiempo de zozobras, en que te veías obligado a fingir y disimular, porque te podían acusar de  aburguesado, desafecto, vago,  de ser “poco combativo”, de tener problemas ideológicos, de “maricón”,  de cualquier cosa que se les antojara.

Por ser homosexuales, religiosos, melenudos, alrededor de 25 000 cubanos fueron encerrados entre 1965 y 1968 en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP),  En “Un ciervo herido”, Viera relata las horripilantes experiencias de Armandito Valdivieso   en uno de aquellos campamentos  de trabajo forzado en Camaguey  que fueron la versión castrista de los gulags de Stalin.

Pero Viera no fuerza la pluma ni abusa de lo espeluznante para narrar cómo era la vida en aquellos años  en que se iba imponiendo la dictadura comunista. Con su muy incisivo humor,  también refiere lo grotesco de aquel tiempo en que nos querían convencer de que estábamos a un paso del paraíso proletario. Y uno, por su bien, porque no quedaba otro remedio, debía resignarse y fingir que se lo creía. Engancharse las botas rusas o la camisa de antes de 1959 del padre, varias tallas más grande, y acudir a los tugurios esperpénticos  que sustituyeron a los lugares de recreación, bailar el mozambique en vez del twist,  engullir las croquetas de harina que se  pegaban como lapas  al cielo de la boca, comer, siempre con cuchara de aluminio, la bazofia que hubiese;  apurar del pomo o la perga de cartón que sustituía al vaso, la guachipupa de fresa, la cerveza de pipa, el ron matarratas, la warfarina.

De todo eso y más hay  en la novela   “El corazón del rey”. Lo que nos cuenta Viera que pasaba en Santa Clara, a través de  personajes muy creíbles de tan bien delineados, como Robertón Pérez o  la Samaritana, no difería de lo que ocurría en La Habana o las demás ciudades de Cuba. Los trueques, los cambalaches, los robos y marrullerías  a las que obligaban el hambre y las necesidades. Las colas tumultuosas para comprar,  si te tocaba, si tenías el cupón de la Libreta de Productos Industriales, si no se agotaba antes de que llegaras al mostrador, lo mismo un pantalón que un cacharro ruso. Las mismas colas, para también comprar por la Libreta de Abastecimiento, en la bodega, la panadería y la carnicería. Y también  en las farmacias, para abordar las guaguas,  en los restaurantes, las cafeterías.

Otro de sus personajes más logrados es  el protagonista de “Un loco sí puede”: un joven demente de un barrio marginal que es adoptado como amante por una  siquiatra, a quien le fusilan el padre, un coronel de la policía del anterior régimen. La siquiatra aspira a escribir un libro con los apuntes del paciente pero es encarcelada  por contrarrevolucionaria, y el joven, luego de ser dado de alta, convenientemente adoctrinado para que esté eternamente agradecido de Fidel y  la revolución, va a parar al albergue para desamparados “Ho Chi Minh”.

Félix Luis Viera, nacido en 1945 en el santaclareño barrio del Condado, es autor de seis poemarios, cinco novelas y tres libros de relatos. Varios de ellos fueron premiados en Cuba, pero la publicación en Ediciones Unión de “Las llamas en el cielo”, demoró de 1977 a 1983, porque la censura detectó “problemas ideológicos”. En 1995 Viera se exilió en México. Actualmente radica en Miami.

Su  escritura es recta,  clara, sin sortilegios, cruda, como la vida. Viera, cual si siguiera lo que aconsejaba Robertón  en una de sus borracheras filosóficas al protagonista de El corazón del rey,  no escribe para “los críticos perfectos ni los falsos feligreses”, porque “mejor es que se horripilen con la verdad a que se estremezcan plácidamente con la bobería”.

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