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“La última cena”, la esclavitud en Cuba vista desde el cine

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MADRID, España.- Basado en el libro El ingenio, del historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, en 1976 el cineasta Tomás Gutiérrez Alea estrenó el filme La última cena.

La película, ganadora del Gran Premio del Festival de Cine de Portugal (1978) y del Festival de Biarritz (1979), aborda el tema de la esclavitud en Cuba durante la Colonia Española y la manipulación de la religión por parte de la clase dominante.

Un jueves Santo, a finales del siglo XVIII, en un ingenio azucarero cubano, un conde habanero, muy religioso, reúne a doce esclavos y les lava y besa los pies. Luego los invita a cenar y durante la cena intenta justificar con la religión católica la explotación a que los tiene sometidos. Los esclavos, convencidos de la honestidad del conde, deciden no trabajar al día siguiente. El conde reacciona con una gran represión.

El largometraje, que contó con las actuaciones de Nelson Villagra, Samuel Claxton, Mario Balmaseda, Idelfonso Tamayo y José Antonio Rodríguez, entre otros, refleja “un momento crítico en el sentido de que se produce una agudización de la explotación del esclavo”, apuntó Gutiérrez Alea en entrevista con El País.

“La secuencia de la cena, que dura cincuenta minutos, muestra al conde en un gesto de humillación ante los esclavos, a los que lava. Se emborracha con ellos y llega a creer que se acabarán los muros del odio que separa las dos clases. Cuando está sobrio, coge miedo a la situación y se va a su villa. Los esclavos comprenden que pueden sentarse a la mesa del señor y se rebelan. El conde tiene que asumir la función del capataz y la asume. En definitiva prefiere no ir al cielo (propuesta del capellán) y defender sus intereses azucareros, terrenales”, explicó el director.

Aunque la reina Isabel la Católica dictó en el año 1 500 un decreto que prohibía la esclavitud, los colonizadores en Cuba no respetaron esta ley y mantuvieron esclavizados, a los taínos primero y luego a los africanos traídos a la Isla para trabajar, fundamentalmente, en la producción azucarera.

El 18 de febrero de 1880 se emitió desde la Gaceta de Madrid una ley que cesaba el estado de esclavitud en Cuba. Sin embargo, en esta ocasión tampoco se erradicó, pues la ley incluía aspectos que ralentizaron durante unos años su efectividad. La esclavitud en Cuba fue abolida en la Isla por real decreto en octubre de 1886.




Tres niñas negras y un presidente blanco

Díaz-Canel; Derrumbe; La Habana; Cuba

Díaz-Canel; Derrumbe; La Habana; CubaDíaz-Canel y el derrumbe en La Habana, Cuba. (Foto: Collage/CubaNet)

A la memoria de María Carla Fuentes (12 años), Lisnavy Valdés (12 años) y Rocío García (11 años), víctimas de la desidia e incompetencia de los amos de Cuba

MIAMI, Estados Unidos. – En las primeras décadas del siglo XIX en casi toda Iberoamérica se adoptó la Ley de Vientres Libres, que permitió la compra de la libertad de un hijo o hija por nacer de una esclava. En Cuba no fue hasta 1870 que esto aconteciera, a partir de la Ley Moret (promulgada por el ministro Segismundo Moret) mediante la cual el Estado pagaría 125 pesetas por vientre, libertad que se le garantizaba al individuo al cumplir los 22 años.

Pero mucho antes, la libertad de esclavos también se compraba. En 1664, según documentos de la época, la tía de una joven esclava de 17 años compró la libertad de su sobrina por 250 pesos. Francisca Herrera, negra liberta, compró la de su nieta por 70 pesos.

En 1768, una deuda de 337 pesos y siete reales se pagó con una esclava llamada Cecilia. En 1864, la esclava Quirina Toledo, de 21 años, fue traspasada a nuevo dueño para saldar una deuda de 600 pesos.

Hasta en 600 pesos se cotizaba en el mercado negrero una esclava menor de 18 años, y en 1604 se compró una esclava y sus tres hijos mulatos (dos varones de 18 y 9 años y una niñita de 6) por 1000 pesos. En el siglo XVII se compró en 2,800 pesos a la esclava Baldomera y a sus cuatro hijos; más o menos en esos años se pagaba 1050 pesetas por un joven negro de 16 años, o una “negrita” de 12. Una esclava comprada en 1718 por 225 pesos se revendía en un mercado vecino por 450.

En La Habana durante el siglo XVI, el precio de una  esclava negra fluctuaba entre 2400 y 3120 pesetas; si la esclava era mulata, el precio ascendía a 3600; si tenía hijos, ascendía a 5400 pesetas.

Toda esta letanía de compra y venta de seres humanos del sexo femenino en el horrendo, pavoroso e inhumano mercado esclavista en las Américas sirve en esta columna un solo propósito: establecer el precio fijado por traficantes negreros y autoridades explotadoras sobre las cabezas de mujeres y niñas negras durante casi cuatro siglos… como punto de comparación conceptual.

Resumiendo: ese precio fluctuó (en pesos o en pesetas) entre 70 (para saldar una deuda) y 5400 (por la compra de esclava e hijos). Difícil calcular con certeza el equivalente hoy de esas cifras en dólares o Euros, mucho menos en pesos cubanos. Pero sí podemos estimar que, si un Euro equivale a 166 pesetas y también a 1,09 dólares, un dólar equivaldría a unas 181 pesetas.

Si bien pienso que computar el valor equivalente entre dólares actuales con pesos antiguos, o con pesetas ya en desuso, es labor casi imposible, al menos sí hallé una cifra real que nos da una idea. De 1969 al día de hoy, la peseta ha fluctuado en un 2007,3%, lo que hace que, por ejemplo el valor adquisitivo de 200 000 pesetas en 1969 hoy equivalga a 4 214 600 pesetas. Y entonces, ¿a cuánto más si nos remontáramos 100 años más, o sea a 1870, el año de la Ley Moret?

Miguel Díaz-Canel, el presidente blanco de Cuba, ha ofrecido una indemnización a las familias de las tres niñas negras muertas en el derrumbe del barrio Jesús María, de 350 pesos cubanos por cada criatura. Eso equivale a 13,59 en moneda convertible (CUC) o dólares. Las 125 pesetas de hace 150 años que hoy serían unas 3750 pesetas, equivaldrían a 20,72 dólares o moneda convertible.

Lo que significa que en la mente de Miguel Díaz-Canel, presidente blanco de Cuba, la vida de una niña negra cubana hoy vale menos –unos 7,13 dólares menos- de lo que los negreros cubanos hubieran pagado por su libertad hace 150 años. La vida de una cubana negra no cuenta para nada, por el contrario, se deprecia por día en el infierno socialista del Caribe.

Ahora cuando los derrumbes comiencen a suceder en su nativa Santa Clara –según ya está anunciado para una decena de antiguos hoteles hoy convertidos en cuarterías- y los balcones y paredes caigan sobre niñitas cubanas -posiblemente blancas-, ¿qué indemnización ofrecerá el racista y sexista presidente Díaz-Canel a esos padres?

¿Hasta cuándo seguirán las cubanas y sus familias hacinadas en los barracones de hoy, a unas cuadras de los recintos de lujo de la dirigencia, o los fastuosos hoteles, como el Manzana Kempinski, de los turistas?

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Plantaciones de esclavos en la Cuba moderna

Campesino cortando caña en Cuba (Foto: Conexión Cubana)

LAS TUNAS, Cuba.- “Los trabajadores están contentos, este año pagaron bien la caña”, me dijo el pasado viernes un cooperativista, poco después que en su Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC), este 4 de noviembre festejaran el Día de la Caña de Azúcar.

En la pasada zafra (2016-2017), según el rendimiento azucarero, el Estado pagó a los agricultores cañeros entre 140 y 160 pesos (unos cinco o seis dólares) por tonelada de caña, por lo que los productores más favorecidos ganaron entre 8400 y 9600 pesos (entre 336 y 384 dólares) cuando cosecharon 60 toneladas por hectárea, algo difícil de lograr con los bajos rendimientos cañeros que hoy se registran en Cuba.

“En mi cooperativa hubo quien ganó más de veinte mil pesos”, me dijo con la proverbial candidez rural un agricultor. Tal modo conformista de ver los precios de la caña hace preguntarse, en tanto en Cuba la caña de azúcar forma parte de la nación: ¿En realidad el Estado cubano paga lo que debe al productor cañero…?

“Como media estimada, el 10% de la caña es azúcar; con ese rendimiento 100 toneladas de caña producen 10 toneladas de azúcar”, me dijo un químico azucarero, graduado de ingeniero y con larga experiencia en la industria.

En la bolsa de Nueva York el pasado 11 de mayo, precisamente concluyendo la zafra azucarera cubana, la libra de azúcar se cotizaba a 15,50 centavos, rondando los 340 dólares la tonelada. Pero ese día los precios del azúcar se cotizaban al alza, estimándose que la libra alcanzaría los 18,83 centavos, poco más de 400 dólares la tonelada.

Salta a la vista según las cifras la explotación que, a manos del Estado monopolista cubano que dice ser socialista, es sometido el productor cañero en Cuba. Si una hectárea produce 60 toneladas de caña, al 10% rendirá 6 toneladas de azúcar. Y si el Estado castrista paga 9600 pesos (384 dólares) por esas 60 toneladas de caña, huelga decir que, con el dinero obtenido por la venta de una tonelada de azúcar en el mercado internacional, mal paga al productor cubano, quedando en manos del Estado el valor de 5 toneladas de las 6 que produce una hectárea de caña.

Para quienes alegan fluctuaciones en los precios del mercado internacional, baste decir que en el mercado doméstico tiene el Estado castrista su más fiable seguro contra los vaivenes de la bolsa de valores.

A precios fijos, en el mercado paralelo a la cartilla de racionamiento, en Cuba la libra de azúcar parda cuesta seis pesos (24 centavos dólar), por lo que una tonelada de azúcar comercializada en el mercado interno ingresa al Estado la bonita suma de 13 020 pesos, (520 dólares) haciendo que al Estado castrense baste y sobre dinero para con la venta de una tonelada de azúcar a los mismos cubanos dentro de sus fronteras, pagar 60 toneladas de caña a los esquilmados agricultores cañeros.

Pero la caña no sólo produce azúcar, sino otros muchos derivados, incluso con precios superiores. El pasado jueves 11 de mayo, precisamente cuando el precio del azúcar se cotizaba al alza en la bolsa de Nueva York, en el programa Mesa Redonda de la televisión cubana, el ingeniero Carlos González Abreu, jefe del Grupo de Derivados de Azcuba (empresa estatal que administra la agroindustria azucarera) dijo: “Una tonelada métrica de caña produce 120 kilogramos de azúcar, 38 kilogramos de miel, 36 kilogramos de cachaza, 60 kilogramos de paja y hojas, 100 kilogramos de cogollo y 250 kilogramos de bagazo.”

Al respecto, el ingeniero químico entrevistado a condición de anonimato dijo: “Ese 20 o 25% de bagazo considérelo papel, tableros y combustible, porque el central azucarero trabaja con él, y produce con eficiencia, y no sólo se autoabastece de energía eléctrica, sino también produce electricidad para otros usos; de la miel final o tercera se obtiene alcohol, rones —muchos carísimos—, y por supuesto, alimentos de gran aplicación en la ganadería y otros derivados. Furfural, por ejemplo, que es un ácido con gran aplicación química; la cachaza se emplea en la fabricación de cera cruda y a partir de ésta se produce cera refinada, empleada en la producción de cosméticos y medicamentos. Mire, de la caña nada más se pierde el humo, toda ella tiene utilidad, solo que el productor mal percibe un porciento por su rendimiento en azúcar”, concluyó el ingeniero químico.

El difunto Fidel Castro, en La historia me absolverá, su alegato de autodefensa por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, a fin de cuentas termina condenado por la historia. Según el difunto Castro, asaltó el Moncada porque entre otras razones, en Cuba debían promulgarse leyes revolucionarias. La primera ley debía restituir la Constitución de 1940, la cuarta ley revolucionaria, la agrícola, “conferiría a todos los colonos (productores) el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña”.

“¡Cómo usted dice…! ¿Qué según dijo Fidel (Castro) en La historia me absolverá deben pagarnos el 55% del rendimiento de la caña?”, exclamó asombrado un productor cañero para luego añadir entre taciturno y conformista: “Mire, hasta con el 25% yo me conformaría.”

Y no le falta razón al labriego: el 55% prometido en La historia me absolverá se fue a bolina; hoy quienes producen caña de azúcar en Cuba reciben menos de la cuarta del rendimiento azucarero de una tonelada de caña, y para ilustrarlo ahí están las cifras.

Si una hectárea produce 60 toneladas de caña, al 10% rendirán 6 toneladas de azúcar, que, vendidas a precios fijos en el mercado paralelo nacional a seis pesos la libra, producen 78 120 pesos (3124 dólares) de los que el productor cubano, ese inclinado sobre el surco, sólo percibirá 9600 pesos (384 dólares). Y eso, pagada la tonelada a 160 pesos, pues en la zafra 2015-2016 el Estado llegó a pagar la tonelada de caña a menos de 100 pesos.

La Asociación de Técnicos Azucareros de Cuba (ATAC) recién realizó la junta general de asociados en el Centro de Convenciones Lázaro Peña, en La Habana, según reportó el periódico Juventud Rebelde (JR) este martes. Según JR Miguel Toledo, secretario ejecutivo de la ATAC dijo: “la atención a los jóvenes es hoy una prioridad, por lo que se trabaja de manera intencionada en este sentido, en función de una agroindustria eficiente, diversificada, sostenible, flexible, y que sea capaz de aportarle más al país”.

Para un hipotético epitafio de la ATAC al servicio de desastrosas políticas castristas en la industria azucarera cubana, cabe recordar: si en Cuba en otra época se dijo que sin azúcar no había país, y la afirmación no sólo entrañaba un sentido económico sino también sociocultural, ahora cabe apuntar que si no se paga lo debido a quienes se inclinan sobre los surcos, pronto no tendremos cañaverales, y sin cañas, habremos perdido nuestros ancestros, valga decir la nación.




La historia censurada de la esclava Carlota

Monumento a Carlota en Matanzas (Yenli Lemus/cadenagramonte.cu)

LA HABANA, Cuba.- Mucho más que una rebelde, Carlota era una mujer enamorada. Negra esclava del ingenio Triunvirato, en la provincia de Matanzas, Cuba, lideró una sublevación de esclavos en 1843, para liberar a Fermina, del ingenio Acana, la mujer que ella amaba.

Seguir su pista a través de la historia de Cuba es tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Durante días he rastreado Internet, diferentes libros en busca de algo más sobre ella, y nada.

Su vida estuvo marcada por un amor tan prohibido, gravísimo, según los cánones de una sociedad llena de prejuicios, que es muy posible que los historiadores moralistas de ayer ocultaran su verdad. Los de hoy, la han declarado “patrimonio cubano de rebeldía contra la opresión”, “símbolo de la mujer cubana revolucionaria” y —algo que llama la atención—: una mujer con un “singular sacrificio”.

¿Un sacrificio extraño, raro y excéntrico, porque esta esclava negra muy hermosa se sublevó para liberar del cepo a Fermina, una esclava joven que amaba?

De otra manera no se hubiera visto su historia como “un singular sacrificio”.

Los años cuarenta del siglo XIX se caracterizaron aún por numerosas rebeliones de esclavos, sobre todo en las tierras de La Habana y Matanzas, según se puede leer en los libros más autorizados sobre el tema. Un poco después, ya surgía la política del “buen tratamiento a los esclavos”, de pagarles sueldo, reconocer sus derechos sobre sus cultivos de cerdos, aves de corral, etc., con el fin de que disminuyeran o desaparecieran los actos de rebeldía y las sublevaciones.

Las razones de Carlota, para desafiar no sólo a sus dueños, sino además la crueldad de las autoridades españoles, estaban claras y eran muy simples, algo que ella no veía como un pecado mortal, sino como un natural y poderoso sentimiento de amor.

El ingeniero Félix Bonne Carcassés (1939-2017), un gran amigo, exprofesor universitario y nieto de un general mambí de las tres guerras por la independencia, escribió una versión distinta a las oficiales de hoy sobre Carlota y Fermina, publicada en CubaNet, relatada por una anciana vecina suya, en 1953.

Tanto le llamó la atención al adolescente Bonne aquella historia de amor, que jamás pudo olvidarla.

Sin embargo, al parecer, no ocurrió así a ninguno de los miembros de la Unión de Historiadores Cubanos. Ni siquiera la han comentado o cuestionado en sus escritos actuales sobre la sublevación de esclavos del ingenio Triunvirato, una sublevación que se extendió a otros ingenios de la zona, con un final tan desgarrador, que no dejó de tener repercusión a nivel internacional.

¿O será que por tratarse de un opositor y ex preso político de conciencia de los años noventa, el relato de Bonne Carcassés fue descartado, precisamente por los que se afanan por investigar en los viejos archivos cubanos?

No hay duda alguna. Prefieren continuar con una historia  que sea fuente de inspiración a la misión militar cubana que enviaron los hermanos Castro a Angola, donde Carlota sirva como ejemplo de valentía a la lucha por la libertad.

En su investigación histórica sobre Cuba, el inglés Hugh Thomas hace referencia a los casos de homosexualismo  entre los esclavos de la colonia y Manuel Moreno Fraginals destaca este aspecto como “uno de los más traumáticos de la vida sexual de los esclavos negros, sometidos a un sistema carcelario de hombres solos y mujeres solas y la grave desproporción que había entre ellos, con más varones que hembras”, un tema que apenas analizan los historiadores castristas de hoy.

Pese a ello, la historia de los amores de Carlota y Fermina nunca desapareció de la memoria popular. Ambas mujeres murieron descuartizadas, para que el resto de las esclavas tomaran experiencia.




Cortina de humo contra el racismo

Protesta de caÒeros frente al congreso dominicanoLA HABANA, Cuba -Ya que no podíamos esperar más de lo que dio, habrá que aceptar como positiva la celebración, en La Habana, de la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial, organizada bajo el patronato del régimen. En principio, lo que sus propios voceros oficiales anuncian como un logro, es decir, el esfuerzo por colocar los intereses de la lucha contra el racismo en el espacio público, es algo que hicieron ya, desde hace mucho, los activistas de organizaciones disidentes como el CIR (Comité Ciudadano por la Integración Racial), pero de cualquier modo no está mal que -aun como estrategia politiquera- el régimen asuma.

Habría resultado cuando menos alentador que aunque sea uno solo de los muchos intelectuales antirracistas de la oficialidad que participaron en este evento, propusiera legalizar o tolerar al menos los esfuerzos que desde hace años desarrollan los activistas antirracismo del CIR y de otras organizaciones al margen, obligadas a desplegar sus tareas en la ilegalidad, so pena de represalias violentas y de cárcel por parte de las fuerzas represivas de la dictadura. El gesto, en todo caso, pudo haber honrado la frase que escogieron para presidir la Jornada: “Hablar de discriminación duele. No hablarlo, nos divide”.

Pero ha quedado dicho, no es lógico esperar que el almácigo nos dé mangos maduros.

Lo cierto es que ya desde sus inicios, la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial comenzó a oler a queso. Mientras el secretario del Consejo de Estado del régimen, Homero Acosta, elevaba una farisea declaración en la ONU, abogando por erradicar el racismo, la discriminación, la xenofobia y la intolerancia, los antirracistas oficiales le hacían el juego, desde La Habana, convocando a una jornada contra la discriminación racial, destinada –dijeron- a “facilitar el diálogo cultural a favor de los derechos para la construcción de una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad”.

Toda política se funda sobre el ardid de ocultar reales intenciones mediante discursos de contracandela, que anteponen la falsa demagogia como cortina de humo para la realidad. Pero en nuestro caso, lo verdaderamente bochornoso radica en que algunos intelectuales y artistas (sobre los que alguien dijo, con lenguaje de carnicero, que son el corazón y la cabeza de la sociedad) incurran en el ridículo de hacerle la pala al discurso de la dictadura política.

Ni siquiera les apenó contradecir tan flagrantemente la historia oficial, cuando hablaban sobre la necesidad de construir una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad. Pero ¿acaso no habíamos quedado en que eso ya lo hizo la revolución?

La realidad, oculta detrás del humo, es que son vergonzosos los resultados que en materia de inclusión y equidad para los afrodescendientes obtuvo el gobierno revolucionario, estable e inamovible durante más de medio siglo, con poder absoluto sobre todas las instituciones y el dinero, y con subvención económica que le venía por chorros desde Europa del Este. Es esta una inferencia que el régimen oculta en forma tozuda e irracional, motivo por el cual la prensa y la historiografía oficiales, así como los estudiosos, académicos e intelectuales que abordan el tema antirracista desde las estructuras del Estado, se ven en el penoso -y a veces cínico- papel de violentar la historia, interesados aún más en hallar justificaciones y rodeos que verdades concluyentes.

La dictadura revolucionaria de Fidel Castro, con absolutidad y recursos sin parangones en la historia de nuestro hemisferio, no hizo todo lo que debía y mucho menos todo lo que pudo por transformar esencialmente el vil legado del esclavismo. La prueba (si no existieran tantas otras) está en la misma convocatoria que lanzaron ahora desde La Habana los intelectuales y artistas oficialistas.

Otro detalle, tan palpable y escandaloso como el anterior, se aprecia en que, luego de haber desperdiciado la mejor coyuntura y las más idóneas condiciones materiales con que ha contado un gobierno a lo largo de toda nuestra historia para enfrentar la miseria económica y la postergación social que sufrieron desde hace siglos los cubanos negros, el régimen parece resuelto a seguir incurriendo en una de sus viejas aberraciones, la posesión monopolizadora del discurso antirracista, y para colmo, con el eco de sus intelectuales.

De hecho, resulta demasiado casual que la convocatoria para la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial haya coincidido con el anuncio de la cuarta edición del Foro Raza y Cubanidad: Cuba, Pasado, Presente y Futuro”, que organizó el CIR, y cuya celebración hubo de ser anunciada pocos días antes que la Jornada, para los días 11, 12 y 13 de diciembre.

Por cierto, el Premio Tolerancia Plus, con que el Foro Raza y Cubanidad galardona cada año a personas e instituciones modelos en la lucha por el respeto a la diferencia, fue otorgado este año al intelectual oficialista Tomás Fernández Robaina, a quien el CIR reconoce por dedicarse a investigar, difundir y enaltecer la historia verdadera y la enorme contribución de los afrodescendientes a la conformación de la nación y la rica cultura de nuestro país.

Es curioso y altamente revelador que mientras los antirracistas disidentes premian a un representante del antirracismo oficialista, todo lo que ellos digan o hagan aquí, en materia antirracista, cuenta a priori con la desaprobación del régimen. No importa cuán legítimos sean sus fundamentos y cuán bien intencionadamente se proyecten. Basta que contravengan en algún mínimo detalle lo que quieren escuchar en la Raspadura del Comité Central del Partido, para que sean sentenciados como actitud revisionista o aun contrarrevolucionaria, cuando no cómplice o mercenaria al servicio del enemigo extranjero.

La estela de abusos, intolerancia, injusticias, difamaciones, maltratos físicos y psicológicos, cárcel y marginación social que han sufrido los activistas cubanos del antirracismo que se oponen a la política del régimen, es algo que por sí solo bastaría para dudar de la transparencia del discurso oficial sobre el tema antirracista y además sobre la integridad moral de sus cómplices entre artistas e intelectuales. La represión policial contra eventos e iniciativas antirracistas de carácter pacífico y con proyección incluyente, conforma otro largo capítulo de esta historia que a fuerza de ser inaudita, debe resultar de muy difícil comprensión para quienes no han explorado a fondo la realidad cubana del presente.

¿Podíamos esperar entonces que durante su jornada contra la discriminación racial, los intelectuales y artistas oficialistas solicitaran o rogasen al menos ante sus comandantes en jefe la legalización de estos auténticos luchadores por la construcción de una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad?

Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com Su blog en: http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/




El desfile de esclavos

desfile perimero de mayo en la habanaSAN JUAN, Puerto Rico.- Las imágenes mostraban miles de trabajadores desfilando por las calles de Cuba con motivo del Día Internacional del Trabajo. También, desde otras partes del mundo se mostraban imágenes de trabajadores desfilando por las calles de diversos países.

Pero una diferencia marcaba las de Cuba con otros lugares del mundo.

En la mayoría de los países libres los trabajadores clamaban por reivindicaciones laborales, convocaban a ejercer el derecho a la huelga, exigían negociar convenios colectivos, demandaban aumentos de salarios, pedían mejores beneficios y condiciones de trabajo. También se veía que con ellos marchaba una diversidad de grupos sindicales.

“Unir las luchas hacia la huelga general” leía una tela portada por trabajadores de España. “Convenio Colectivo para mejora laboral” decía otra portada por trabajadores de república Dominicana. Una obrera en México llevaba una cartulina diciendo “Con o sin HIV exigimos trabajo digno”. Otro en Chile demandaba “Igual trabajo, igual salario”. El de ecuador en Quito protestaba con una cartel que decía:” Basta de meter la mano en el bolcillo de los trabajadores”.  En Estados Unidos los trabajadores migrantes portaban una tela que leía “Workers United. Support Immigration Reform”. Un obrero francés gritaba en Paris “Non a l’austerite” y aun bajo regímenes autocráticos los obreros venezolanos se quejaban de que “Maduro no tiene moral” y demandaba otro “Quiero cambio”.

Pero en las marchas por el 1ro de mayo en Cuba no había demandas laborales, ni exigencias de negociar contratos colectivos, o aumentos de salarios, ni por mejores condiciones laborales, y convocatorias a un piquete o una huelga. Todo cartel era para dar culto a la personalidad de los dirigentes y loas al régimen. Algo que se  contradice con las paupérrimas condiciones laborales que hay en Cuba.

El salario promedio de un obrero cubano es de $515 pesos cubanos al mes, o sea $22 dólares mensuales. Un sueldo que contrasta con los altos precios de la canasta básica del cubano donde la libra de arroz está a $ 3. 50 la libra en bolsa negra, y la libra de carne de cerdo está a $20 pesos, si la consigue. Un país  donde derecho a la huelga se considera un delito contra la seguridad el estado y piquetear contra el patrono una  sedición. Donde el obrero no puede escoger el sindicato de su preferencia, sino que tiene obligatoriamente que pertenecer al sindicato controlado por el estado.  Donde al trabajador se le explota obligándole a trabajar horas gratuitas so color de trabajo voluntario y donde el único autorizado a emplear, aun para los negocios de inversionistas extranjeros, es el estado.

El mismo único patrono-estado es quien controla el sindicato de los trabajadores, la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) cuyos dirigentes, son cómplices de la explotación de los profesionales, obreros y campesinos, permaneciendo mudos ante las injusticias laborales en Cuba.

Y es que en Cuba no hay trabajadores, sino esclavos, que encadenados por el terror y el miedo, desfilan coreando las consignas prefabricadas por los que dirigen el gobierno. Son es

clavos que silenciando los abusos, la explotación laboral, las deplorables condiciones de trabajo y los salarios de miseria que reciben, callan y obedecen ante chasquido mudo del látigo represivo de un capataz en uniforme de la policía política y arrastran todos, las invisibles cadenas del miedo conque el   amo-estado  ata a sus labriegos.

Allá por las calles de La Habana, Santa Clara, Holguín o Santiago de Cuba desfilaron mudos ante la mirada de sus amos de la rancia oligarquía gobernante, ávidos de venderlos por jugosas ganancias a inversionistas extranjeros inescrupulosos o a gobiernos foráneos cómplices de la explotación del hombre por el estado-amo o simplemente seguirles robando el fruto sagrado de su sudor para continuar enriqueciéndose a costa de una esclavitud a la que llaman ‘revolución socialista’.

Y mientras el silente desfile de los esclavos continua, valga pues gritar por ellos, por los derechos laborales de esos millones de esclavos que en su interior claman y anhelan un salario digno que alcance para una vida de calidad para él y su familia, por el derecho a poseer la libertad de contratación, a convenir con el patrono su convenio laboral con condiciones de trabajo justas, a poseer un trabajo con condiciones dignas y con seguridad,  a tener derecho a la huelga y a expresar con libertad sus aspiraciones y demandas laborales y a tener derecho a la libre sindicalización. En otras palabras a ser trabajadores con dignidad, no esclavos; a ser hombres libres, no reos del estado y sus gobernantes… Y para eso hace falta de nuevo repetir, honrando las la distancia del tiempo y las diferencias de circunstancias, la gesta gloriosa de La Demajagua para romper por siempre las cadenas de un pueblo esclavo.




No hay nada que celebrar

miriam adentro 1LA HABANA, Cuba — Desde todos los medios de prensa oficiales arrecia la fanfarria convocando a la “gran movilización del pueblo unido que acontecerá en plazas y avenidas” este 1ro de Mayo. Címbalos y trompetas se congratulan con los clamorosos beneficios alcanzados por la clase trabajadora cubana.

Entre las actividades colaterales que se anticipan a “la fiesta” se realizó una deslucida celebración del 144 aniversario del natalicio de Lenin, en la colina que lleva su nombre en el municipio capitalino de Regla, mientras a lo largo de la semana han llovido los actos de entrega de condecoraciones y certificados a dirigentes sindicales. Este año habrá “un desfile superior”, debido a que durante el acto de clausura del XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), el General-Presidente convocó a “hacer temblar la tierra”.

¡Y en verdad es impresionante la cantidad de peso que aguanta esta tierra! La realidad cubana es cada vez más incoherente. Solo en Cuba es posible celebrar un congreso sindical sin que existan sindicatos o premiar a los dirigentes de una organización cuyos aportes más destacados en los últimos tiempos consisten en haber anunciado y apoyado –como si de un avance se tratara– el plan gubernamental de despidos para sacar de sus puestos al 25% de la fuerza laboral del país; aprobar impávidos y sin sonrojos un Código Laboral propuesto por el máximo explotador de la clase trabajadora el pasado 20 de diciembre, aún no publicado; y convocar a una marcha de trabajadores para apoyar al mismo sistema político que los despoja de derechos tan elementales como la participación libre en las transformaciones económicas que se están fraguando desde las oficinas de la cúpula verde olivo, es decir, a espaldas de esos trabajadores.

Miriam cover 1Pero el señor Luis Manuel Castañedo, secretario general de la CTC, anunció esta semana en la capital que éste será “un desfile combativo, masivo, disciplinado y compacto” para “respaldar el socialismo, la unidad en torno a la dirección histórica de la revolución, la implementación de los Lineamientos y el apoyo a la liberación de los Héroes antiterroristas que permanecen injustamente encarcelados en Estados Unidos”.

Así, con todo mezclado como en un ajiaco, recitó de un tirón su puñado de frases manidas y huecas, carentes absolutamente del menor significado para la mayoría de los que marcharán, y probablemente para él mismo.

Así, por el breve tiempo en que dure el paso por la Plaza Cívica,  los cubanos marchantes pospondrán todas las actividades ilícitas como robo al Estado, contrabando, receptación, corrupción administrativa, etc., para pasar tan obedientes como simuladores ante el monumento de “la raspadura”, justo ante la estatua de ese cubano mayor que nunca estuvo sindicalizado y que, por demás, rechazaba el socialismo por considerarlo “la esclavitud futura”. No es posible concebir mayor dislate e hipocresía.

1ro-mayo-ch-06Por las dudas, y habida cuenta que los despidos, las “deserciones” y la emigración constante han diezmado las filas de los siempre heroicos trabajadores cubanos, la CTC se asegurará de que también asistan los CDR, la FMC, la Asociación de Combatientes, los estudiantes y la UJC. Hace falta rellenar en lo posible los evidentes claros que se han estado abriendo últimamente en las filas de los fieles durante las procesiones.

Cuando, finalmente, el próximo jueves se consume la pantomima tumultuaria, nadie estará muy seguro de qué estará celebrando en realidad “la clase trabajadora”: el cierre de tantas industrias y plazas laborales, el aumento de los impuestos, la insuficiencia de los salarios, los incumplimientos de la zafra azucarera y de los planes agropecuarios, los aumentos de los precios en los mercados, la negación del derecho de libre contratación, u otro de tantos similares logros que han llegado de la mano de los Lineamientos, fruto cimero del tardo-castrismo. Da igual, de lo que se trata es de una cuestión de pura forma y no de contenido; no necesariamente de ser, sino de aparentar. No señalarse.

Si no fuera tan triste sería risible. Lo más probable es que hasta el mismísimo Karl Marx se sorprendería si pudiera ser testigo del único desfile de trabajadores realizado en condiciones de esclavitud. Y conste que sin necesidad de latigazos ni mayorales. Dicen algunos granujas, de esos que siempre andan de guasa, que el General-Presidente tiene una carta escondida para garantizar la asistencia: al que complete el circuito del desfile se le estimulará con un vaso de leche. ¡Acabáramos!




La culpa de la esclavitud


6a00d8341bfb1653ef019b02fc528d970cLA HABANA, Cuba — El pasado miércoles, el diario 
Granma publicó en primera plana una noticia interesante. Su titular reza así: “Cuba apoya en ONU reclamo caribeño de compensación por esclavitud”.

En el cuerpo de la información se reproducen algunas de las palabras pronunciadas por la diplomática Daylenis Moreno durante la celebración del Día Internacional consagrado a recordar a las víctimas de la monstruosa institución arriba mencionada: “Apoyamos resueltamente la justa solicitud de disculpas sinceras y las consecuentes compensaciones exigidas por los estados miembros de la Comunidad del Caribe (CARICOM)”.

Es verdad que los Castro y sus representantes no son las personas más indicadas para estar pidiendo a otros que presenten excusas, cuando ellos mismos son incapaces de darlas. ¿Alguna vez han expresado remordimiento por la amenaza de guerra nuclear en que metieron al mundo en 1962? ¿O por las guerrillas que organizaron y financiaron en toda América Latina? ¿O por las decenas de miles de cubanos cuyas muertes cruentas han provocado? ¿O por el terrible desastre en el que han sumido al país?

No obstante eso, es verdad que la idea en sí de que las antiguas metrópolis esclavistas presenten disculpas por su actuar, es correcta. Pero tengamos claro que como el terrible flagelo lo sufrieron de igual modo los ascendientes de muchos de nuestros compatriotas, resulta evidente que el gobierno de La Habana aspirará a que también nuestro país reciba una indemnización por los perjuicios irrogados a esos antepasados.

En principio, nada tengo que objetar a esa pretensión, ni a la reclamación formulada por nuestros vecinos del CARICOM. Al contrario, las apoyo con entusiasmo. Una decisión como la que se reclama constituiría un acto de elemental justicia hacia aquellos desdichados que fueron arrancados de su tierra natal y arreados en condiciones infrahumanas a través del océano a fin de ser explotados de modo inmisericorde en una tierra extraña.

Lo que despierta mis dudas es qué destino le darán a la compensación las autoridades de La Habana, en el supuesto de que logren poner sus garras sobre ella. Mi perplejidad no es gratuita. El régimen castrista tiene una larguísima experiencia en esquilmar a sus súbditos de los resarcimientos que les corresponden. Entre otras muchas cosas, esto incluye las generosas ayudas ofrecidas por países extranjeros en casos de ciclones y otras catástrofes.

Como jurista, recuerdo la consulta que me hizo años atrás un ex marinero. El barco mercante en el que navegaba fue atacado en las costas de Sri Lanka por las fuerzas armadas de ese país en febrero de 1997. Las tropas gubernamentales se equivocaron al considerarlo un buque pirata que llevaba suministros para los insurgentes Tigres Tamiles, que por aquellas fechas llenaban de sangre y dolor el bello país insular asiático.

El asunto fue negociado por vía diplomática, y la Parte Cubana obtuvo una indemnización cuantiosísima. Por supuesto, esta última comprendía no sólo los daños materiales (que no fueron tan considerables), sino sobre todo los perjuicios morales ocasionados a los tripulantes, cuyas vidas habían corrido serio peligro.

Las autoridades castristas, tras embolsillarse las decenas de millones de dólares, convocaron a los marinos, a los cuales ofrecieron una magra paga en devaluados pesos cubanos, siempre que firmaran un papel en el cual se declaraban resarcidos por todo el menoscabo sufrido durante el ataque. Alguno (como el que acudió a hacerme la consulta) se negó a tolerar semejante despojo y aspiró a una compensación menos mezquina, pagadera además en la misma moneda dura desembolsada por los ceilandeses.

El caso no es excepcional: Una situación parecida confrontan de manera sistemática las decenas de miles de “trabajadores internacionalistas” —como, por ejemplo, los del sector de la salud—, a los que sólo se les paga una porción ínfima de los miles de dólares mensuales que abonan por sus servicios los países en los que laboran.

A esto se suma la absoluta falta de transparencia del Estado cubano con respecto al uso que da a los ingresos que recibe. Años atrás, cuando los ciudadanos —al menos en el plano formal— no pagaban impuestos, el secretismo no se echaba tanto de ver. Pero ahora, cuando cientos de miles de trabajadores por cuenta propia sí abonan cuantiosos tributos, se ha mantenido la práctica viciosa de no informar a qué se destinan los dineros que ellos aportan.

Entonces, la duda está bien fundada: Es correcto que haya una indemnización para las víctimas de la esclavitud, pero en su caso y oportunidad, ¿qué uso les darán a esos fondos las autoridades castristas? ¿Llegarán ellos a quienes los merecen o desaparecerán también en manos de los que ya lo tienen todo?




La cabaña del Tío Tom

LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Fue un lector voraz en su adolescencia. Como la mayoría de los lectores cubanos devoró la literatura rusa y soviética, de lo que no se arrepiente.  Pero concluye que le faltaron muchas cosas por leer.

Ahora, y gracias al Círculo de Lectores del Centro de Información de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, cayó en sus manos La Cabaña del Tío Tom. Un libro de la norteamericana Harriet Beecher Stowe, escrito a mediados del siglo XIX, que trata sobre la esclavitud en la sociedad norteamericana de la época.

Stowe escribe: “Hemos acompañado hasta ahora  a nuestro humilde amigo (El Tío Tom) por el valle de la esclavitud; al principio por medio de floridos campos donde reinan el bienestar y la indulgencia; en seguida, y después de su separación de todo aquello que es querido al corazón del hombre nos hemos detenido con él en un rico oasis, en donde unas manos generosas ocultaban bajo flores sus cadenas; y le hemos acompañado también cuando, apagado su ultimo rayo de esperanza, estrella más hermosa y hasta entonces ignoradas brillaron en su firmamento por encima de las espesas tinieblas que le rodaban”.

El ahora canoso lector se rebela contra esa definición y otras muchas que le hicieron llegar durante medio siglo, de la mano de “todo lo que usted debe saber sobre el libro”.  Versiones abreviadas, sobre una historia inmensa, terrible  y reconfortante a la vez.

Considera Uncle Tom’s Cabin un libro sobre la presencia de Dios y la fe.  Durante años oyó hablar de Tom como esclavo sumiso, obediente, débil.  Sin embargo, encontró en la lectura un hombre fuerte y seguro, con valores cristianos sólidos, capaz de enfrentarse al amo Legrée, y a la muerte cuando se le intentó envilecer.

Protegido de las penurias de la vida por la moral cristiana.  Capaz de la solidaridad y la compasión con la esclava Cassy o la niña Eve, aprendida del altísimo. Un fresco de la traumática sociedad esclavista norteamericana, que permite comprender mejor cómo fue ese sistema en Cuba y, salvando las diferencias, comprender el tema de la construcción de la nación cubana.

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Un duende llamado Cristóbal

LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – En la historia de cualquier pueblo de Cuba hay un loco, pacífico como todo buen loco de pueblo; esos a los que la gente les toma cariño y los recuerdan por su nobleza, hasta después de muertos.

Pero la historia de un duende sí que es algo distinta, pues se trata de un ser fantástico que nadie sabe en qué fecha murió o si continúa vivo entre los vivos.

El poblado de Santa Fe, al oeste de La Habana, tiene un duende llamado Cristóbal, un anciano de pequeña estatura, negro, dueño de una casita de tablas, con techo de tejas rotas y la puerta que se aguanta de puro milagro.

Allí mismo, y después que la tropa mambisa al mando de Antonio Maceo incendiara el central Tahoro en 1896, los abuelos de Cristóbal levantaron su bohío alrededor de un frondoso roble, tal como hicieron muchos de los esclavos liberados para dedicarse a la pesca, la cría de aves, chivos y la artesanía.

Aquel  caserío dio origen a Santa Fe, y hasta se piensa que fueron los esclavos quienes le pusieron de nombre al barrio El Roble, en homenaje al árbol querido.

Cuentan los residentes más antiguos que en la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando talaron el viejo roble para continuar la carretera que pasa por los caseríos de Cangrejeras, Lazo de la Vega y Punta Brava, vieron a Cristóbal salir de su casa dando gritos y maldiciendo a los cuatro vientos, y que a partir de ese día se le vio triste y silencioso.

Unos dicen que murió hace tiempo. Otros dicen que lo escuchan llorar en las noches de luna llena, cuando se esconde en las ruinas de un antiguo cementerio de esclavos, no lejos de su casa, mientras  hace sonar los herrumbrosos grilletes de los abuelos, que Cristóbal guardaba debajo de la cama. O lo ven saltando cercas para asustar a los gorriones, o sentado al borde de la carretera en las madrugadas de verano, disfrutando la fragancia de un árbol que despareció hace ya mucho tiempo.