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Alamar: Así son las diferencias de clase en la meca del Hombre Nuevo

Zona de Alamar conocida como La Siberia (Foto: Orlando Freire)

LA HABANA, Cuba.- La propaganda castrista suele exaltar los contrastes sociales que se aprecian en varias de las grandes urbes latinoamericanas, donde muy cerca de los barrios modernos llenos de rascacielos y ostentosas residencias se levantan las favelas, cerros y villas miserias que sirven de moradas a los pobres.

Sin embargo, esa misma propaganda calla el hecho de que Cuba no escapa a semejante manifestación de la desigualdad. Un ejemplo de ello lo constatamos en el reparto Alamar, esa zona residencial ubicada al este de La Habana, a medio camino entre la capital y las famosas Playas del Este.

Es posible que algunos se imaginen únicamente a Alamar con esos edificios multifamiliares construidos por microbrigadas. Es decir, con materiales no siempre de la mejor calidad, y constructores poco experimentados. Quienes piensen de esa manera se equivocan, pues en ese reparto existen también áreas de lujosas residencias.

Una de esas áreas la encontramos en los alrededores del edificio Doce Plantas, en la Zona 1 de Alamar, conocida como “las casitas de los rusos” debido a que inicialmente albergaban a los técnicos soviéticos que laboraban en Cuba. Se trata de mansiones con jardines, patios de tierra con árboles frutales, tres o más habitaciones, agua potable las 24 horas y garajes donde a menudo pernoctan hasta dos automóviles.

Desechos frente al círculo infantil “Ismaelillo” (Foto: Orlando Freire)

En contraposición, los referidos edificios multifamiliares, muchos carentes de pintura, con puertas y ventanas en mal estado, con déficit de agua potable, y visos de hacinamiento entre sus moradores, muchos de ellos provenientes de las provincias orientales y denominados comúnmente como “palestinos”. Mientras más se avanza hacia el final de Alamar —conocido como La Siberia o Micro X—, las condiciones de vivienda son más precarias.

Lo curioso de este caso es que aquí, por lo general, la pertenencia a la clase pudiente no se relaciona con la riqueza, sino con la adhesión al Gobierno. La inmensa mayoría de los que habitan “las casitas de los rusos” y otras zonas privilegiadas de Alamar son personajes de la cultura oficialista, funcionarios gubernamentales, y oficiales en activo y retirados de las Fueras Armadas y el Ministerio del Interior, Por ejemplo, aquí viven el trovador Vicente Feliú, el músico Edesio Alejandro, así como la familia del poeta Waldo Leyva.

Otra peculiaridad que distingue a esta desigualdad es que las autoridades se esfuerzan por acentuarla. Al menos. eso es lo que se desprende del trato que reciben los vecinos de Alamar por parte de la estatal Empresa de Servicios Comunales, encargada de la recogida de los desechos sólidos.

Un recorrido por las “casitas de los rusos” muestra higiene alrededor de los contenedores de basura, lo que da a entender que los carros de Comunales la recogen diariamente. En cambio, las zonas donde habitan los pobres de Alamar exhiben suciedad, malos olores, y basura regada alrededor de los contenedores. Incluso, a pocos pasos del círculo infantil Ismaelillo, cercano a La Siberia, un enorme basurero amenaza con dañar la salud de los infantes que asisten a ese centro educacional.

Un vecino de La Siberia expresó sus impresiones al respecto: “En las “casitas de los rusos” la recogida de basura es programada, como para que se mantenga la limpieza. Pero aquí en nuestra zona no existe esa programación. Vienen a recogerla cuando se acuerdan. A veces se pasan hasta 15 días sin pasar por aquí”.

Una de las llamadas “casitas de los rusos” (Foto: Orlando Freire)




Kilómetro Cero: bazar gigante de jineteras y limosneros

Monte y AguilaSubiendo por la calle Águila desde Monte, rumbo a Reina, apenas tres cuadras, usted observa personas con caras enojadas, ofertando libros viejos, discos piratas o herrajes de plomería. En Monte esquina Indio, a la entrada de una cuartería ruinosa, una joven con el pelo teñido de rubio, en chancletas, short muy ceñido y corto que muestra un caballito de mar tatuado en la cadera, vende pie de coco y refresco instantáneo.

La falta de higiene es evidente. Con la misma mano que ella acaricia un perro sucio, le alcanza dos porciones de dulce a dos transeúntes, quienes lo devoran mientras caminan apresurados.

Lo que antes de 1959 fueron kilómetros de portales lineales de granito fundido y hermosas columnas, comercios al detalle, tiendas elegantes, bares, fondas de chinos y cafeterías surtidas, son ahora un racimo de timbiriches sucios, calurosos y desvencijados que venden mercancías y alimentos en envolturas feas y chapuceras.

En un bodegón, una frase de Fidel Castro dice que “el socialismo es el futuro luminoso de la humanidad”. Un dependiente aburrido, con un periódico aparta las moscas que revolotean sobre diversos panes y un nailon abierto de galletas de chocolate que se ofertan a granel. La pinta del vendedor invita a salir corriendo. Una camisa blanca sucia, un tajo de navaja en el rostro y ojos enrojecidos por el alcohol, de un botellín plástico que sin disimulo guarda debajo de un estante.

Tres viejos que viven de su mísera pensión, compran galletas a 9 pesos la libra, pan suave con minuta de ¿pescado?, a 5 pesos, y a 10 un trozo de pan de corteza dura con lasquitas de jamón.

Similar a este cafetín estatal hay muchos en toda la Habana Vieja o Centro Habana, un municipio que comienza en el antiguo Mercado Único, ahora en peligro de derrumbe, y tanto al norte como al este, sus callejuelas terminan besando el mar. Por estos lares se lucra con cualquier cosa. Hay recogedores ilegales de lotería; se venden drogas, desde un pitillo de marihuana a cinco pesos convertibles, un yayuyo o una piedra a igual precio, hasta un gramo de melca a 60 cuc.

Un fotógrafo particular lo mismo hace fotos para cumpleaños, bodas o quince, que filma películas caseras pornográficas. Se vende de todo y a toda hora. Camarones, ron Santiago o jabones de lavar. Todo a mejor precio que el Estado, robado la semana anterior de algún almacén estatal.

Monte OK 2En cualquier entrecalle de Jesús María, Belén, San Leopoldo o Colón, chicas muy jóvenes ofrecen media hora de sexo por 5 cuc y se cuelgan del brazo de cualquiera que las invite a tomar cerveza o bailar en la Casa de la Música de Galiano.

En la peletería El Cadete, en Águila y Monte, que vende solo en moneda dura, sus vidrieras exhiben zapatos que imitan cuero, comprados al bulto en algún rastro de Panamá y luego en Cuba venden con un gravamen del 350%. Un señor se rasca la cabeza al observar los precios de escándalo. “Estoy buscando un par de zapatos de salir. He caminado toda La Habana, pero ninguno baja de 25 pesos convertibles, casi todos feos y de mala calidad”, dice.

Una embarazada no puede dar crédito a lo que ve. Una silla alta de comida para bebé cuesta 83 cud. “Esta gente (el gobierno) ha perdido la cabeza. ¿Habrán olvidado que aquí la mayoría de los trabajadores ganamos 400 pesos al mes (17 cuc)?”, se pregunta la futura madre.

Pero la capital tiene espacio para todos. Bajo el paraguas de las tímidas reformas económicas y aperturas de Raúl Castro, las desigualdades sociales se hacen cada día más evidentes. Frente a la peletería El Cadete, en una boutique de calzado Adidas, New Balance y Nike, entre otras marcas, dos jineteras que dicen ser asiduas a discotecas y bares particulares de glamour, parece que han tenido una buena temporada de verano. Indecisas, finalmente cada una compró dos pares de zapatos brasileños de tacón alto. En total se gastaron 243 pesos convertibles, el salario de 14 meses de un profesional en Cuba.

A pesar de las calles rotas, las tiendas sin climatizar y las vendedoras de mal humor, como hace 55 años, aunque la gente viva en Arroyo Naranjo o Marianao, sigue yendo a los establecimientos comerciales situados en las calles céntricas de la ciudad, para hacer sus compras o simplemente mirar las vidrieras.

“Ir a La Habana” es ya un tópico capitalino. Al llegar frente al Capitolio Nacional, en obras que lo transformarán en sede del monocorde parlamento, dos cocheros con sus caballos, sentados en sus quitrines, esperan por clientes extranjeros. A su lado, varios ancianos abandonados o dementes piden limosnas. Es exactamente el sitio que marca el kilómetro cero de La Habana.

Publicado en Martínoticias

 




Las reflexiones de Felicia

CABAÑAS, Cuba, agosto (173.203.82.38) -A principios de agosto nos visitó nuestra amiga Felicia, quien reside en el barrio rural de Santo Tomás, a unos ocho kilómetros al sur del poblado de Cabañas, en el municipio Mariel de la nueva provincia Artemisa, donde está nuestra casa.

La conversación giró sobre lo difícil que es la vida en esa zona rural por los efectos combinados de la crisis nacional, incluido el alto índice de robos,  y la sequía que golpea a la isla desde meses atrás. “Tuvimos que abrir un nuevo pozo pues el viejo lo fuimos profundizando hasta que se secó” -explicó la visitante.

Los animales que poseen están en riesgo de morir. “Mi esposo tiene que cargar el agua para los once animales que tenemos. Casi no tienen comida pues nada más que hay marabú”.

Confesó su temor a que nuevamente les roben pues, tres meses atrás le llevaron cuatro carneros a uno de los hijos que vive cerca de ellos. “La policía anda para arriba y para abajo, pero casi nunca cogen a los ladrones. En cualquier momento nos roban de nuevo lo poco que tenemos”.

Tienen que comprar la manteca, el arroz y otros productos para completar la canasta básica, ya que no alcanza con lo poco que aun les venden por la libreta de racionamiento. Cocinan con carbón que produce uno de los hijos pues “la corriente en la zona no tiene fuerza para usar los equipos chinos. No tenemos dinero para pagar por un transformador por la izquierda. La vida en el campo es imposible” -expresó la visitante.

Mientras contaba sus carencias y angustias, comenzó la emisión del mediodía del noticiero nacional de la televisión oficialista (única permitida en el país). Parte del espacio fue dedicado a elogiar los resultados de la agricultura en diversas partes de la isla y criticar el hecho de que los ricos son más ricos y los pobres más pobres en EU, en medio de la crisis internacional.

El silencio que reinaba entre los tres se interrumpió con las reflexiones de Felicia “En la televisión no se ve la realidad que vivimos la mayoría de los campesinos, nada más saben criticar a los americanos. Dicen que allá cada día los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Y aquí, ¿no está pasando lo mismo?”.

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