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Los cambios, ¿cómo se entiende eso?

Pedro, vendedor de plantas medicinales-Foto TDCLA HABANA, Cuba. –No es nada raro escuchar en plena calle expresiones en contra de los cambios que constantemente se anuncian en la prensa nacional, desde que el hermano de Fidel Castro asumió el mando del país, hace más de ocho años.

Otros opinan que la vida cotidiana del cubano de a pie está mejorando, que hay un ritmo de avance en los cambios, aunque lento. Dijo el sucesor al mando, recientemente: ¨El resultado alcanzado no nos satisface, pero tampoco nos desanima¨.

Pero, ¿cómo se entiende eso? ¿Cómo nos anima lo que no nos satisface?

Andando el pasado miércoles por Santa Fe, pequeña comunidad costera del oeste habanero, sin buscar mucho, encontré a tres personajes que podrían responder a ese concepto enmarañado de Raúl sobre el resultado de sus cambios.

Dos hombres del mismo nombre y una anciana, Juana Marchante, vecina de calle 15, en Santa Fe, responden a nuestras interrogantes.

Vendedor particular de pan- Foto TDCPedro Martínez, es un vendedor particular de pan desde que Raúl permitió una fisura social para que pudieran entrar los vendedores ambulantes. Comenzó este trabajo a pie, llevando un saco al hombro con veinte o treinta libras de pan, por lo que ganaba alrededor de veinte pesos diarios, equivalentes a poco más de un dólar, cantidad equiparable con lo que gana un profesional en este país. Nunca había sido dueño de nada. Hoy, se siente algo conforme, aunque temeroso, porque conoce, como todos, los bandazos económicos tradicionales de la dictadura.

–Estoy consciente de que en cualquier momento puedo perder mi carrito. –Dice.

Hace apenas un año dio un paso de avance en su negocio. Convirtió su bicitaxi en un novedoso transporte, gracias a una licencia obtenida, donde lleva todo el pan que consigue para vender, adquirido en las panaderías del Estado. Hoy gana un poco más para llevar algo mejor a la mesa de su familia.

El otro Pedro, Orúe de apellido, vive en la calle 296, casi a la salida del poblado de Santa Fe. Tiene una historia diferente. Pertenece a la familia Orúe, propietaria de extensas extensiones de tierra en el reparto El Roble, intervenidas al triunfo de la Revolución castrista, donde existían vaquerías de gran fama nacional durante años.

Juana Josefa Marchante- Foto TDCPedro Orúe continuó su vida en una de aquellas mismas casas, pero sólo con algunos metros de tierra a su alrededor. En ellas ha sembrado plantas insólitas con frutos que llaman la atención a muchos: melocotones, higos, uvas, guanábanas, guayabas excelentes de injerto y muchas más. Las vende en forma de posturas a módicos precios, gracias a una licencia obtenida hace unos meses. De eso vive él junto a toda su familia.

Le pregunto si se siente satisfecho y me responde con una sonrisa algo enigmática.

¿Animado?, le pregunto de nuevo y en vez de responderme, vuelve a sonreír. Luego me dice:

–Estoy rodeado de uno de mis grandes amores: mis plantas exóticas.

A Juana Marchante, una anciana de 80 años, le ocurre lo peor. Por eso ni vive satisfecha y mucho menos animada. Según sus vecinos, lleva más de medio siglo esperando tener una casa como Dios manda y como la Revolución Cubana le prometió.

Trabajó toda una vida en plazas de limpieza en organismos del Estado y nunca ha podido sentir que un buen techo protege su sueño.

–Una noche la casa me va a caer encima –me dice mientras me mira con sus ojos casi apagados.

Cuando insisto en preguntarle si tiene algún optimismo en vivir mejor algún día, apenas me oye. Se aleja mientras la escucho decir lo mismo:

–Una noche la casa me va a caer encima.

 




Tina no es famosa

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubaneet.org) – En 1980, después de que en pocas horas alrededor 11 mil personas entraron en la Embajada de Perú en La Habana, con el propósito de escapar del comunismo, murieron los escritores Alejo Carpentier y Roberto Branly y se suicidó Haydée Santamaría, asaltante del Cuartel Moncada y directora de Casa de las Américas.

También murió la tía Tina, según me contó mi vecina más cercana, el mismo día 4 de abril, luego de ver con sus propios ojos a una osada muchedumbre que se esforzaba por subir los muros de la sede diplomática.

Al llegar a su casa se sentó tiesa en un sillón y exclamó con los ojos muy abiertos, mientras contemplaba una foto del Ché que colgaba de la pared de la sala: “Ya no creo más en ningún socialismo”.

La miraron sin comprender. La tía Tina estaba pálida, tensa, como si le fuera a dar un infarto. No se equivocaron. Esa misma tarde, al parecer espantado y decepcionado, su corazón dejó de funcionar. Tina sólo tenía 59 años. Dicen que dejó una indeleble huella en quienes la conocieron, porque Tina sentía como propio el dolor ajeno. Era un ser muy humanitario.

Se incorporó a las tareas de la revolución desde su surgimiento y llegó a ser dirigente de base en varias ocasiones dentro de los Comités de Defensa de la Revolución.

Cuentan también que jamás daba una orden, porque decía las cosas con cariño y suavidad, pero que exigía responsabilidad a los que la rodeaban en su trabajo. Entre las características que la adornaban, estaba su don de persuasión.

Dicen también que Tina tenía algo muy especial: comprendía los problemas de cada cual; escuchaba a la gente y, después de analizar  bien el problema que le contaban, siempre tenía un buen consejo que dar.

Quien despidió el duelo en el Cementerio de Colón, junto a todos sus compañeros de trabajo, habló sobre el infinito amor que Tina sentía por cada tarea que realizaba, y el cariño y la solidaridad que demostraba a los que acudían a ella en busca de apoyo. En fin, Tina era un verdadero ejemplo de modestia, honestidad y humildad.

Igual que Celia Sánchez, Tina nació el 9 de mayo de 1920, pero no su nombre no quedó para la eternidad. Aunque, como Celia, también se entregó a la revolución, nunca fue famosa, ni fue amiga íntima de Fidel Castro.

De origen muy humilde, vio la luz por primera vez en el pueblo de Bolondrón, en la provincia de Villaclara. Irónicamente, a Bolondrón muchos lo conocen como “el pueblo de los bobos”.