Ana Betancourt: el inicio de una lucha que aún no concluye

LA HABANA, Cuba.- La lucha por los derechos de la mujer cubana y latinoamericana tuvo una de sus más honorables precursoras en Ana Betancourt, natural de Camagüey. Nacida en 1832, en una familia de abolengo, tuvo acceso a cierto nivel de instrucción que incluyó música, religión, bordado, costura y economía doméstica; lo indispensable para que una dama de la época se manejara en el único territorio que tendría bajo su dominio: el hogar.
El patriarcado español era de los más rígidos, con normas sociales y códigos de conducta bastante severos para la mujer del siglo XIX, que se hallaba en una posición de marcada inferioridad con respecto a los hombres. A pesar de los atavismos de la época, que establecían que la mujer blanca —de cuna noble o clase media— debía llegar virgen al matrimonio y asumir su rol de esposa intachable; mientras las mujeres pobres, negras o de vida pública eran consideradas sin honra por naturaleza, muchas de ellas se sumaron a la lucha por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868.
Ana Betancourt había contraído matrimonio con Ignacio Mora de la Pera, un hombre liberal que la alentó a desarrollar su intelecto. Su esposo se unió a los mambises pocos días después del alzamiento, y ella asumió un rol fundamental en la causa libertadora, ofreciendo su casa como refugio a heridos y perseguidos, además de almacén de víveres, armas y municiones.
Su quehacer atrajo la atención de los españoles, que no tardaron en circular una orden de detención. Oportunamente avisada, Ana huyó al monte, donde se reunió con su esposo y el resto de los mambises.
El 14 de abril de 1869, dos días después de concluida la Asamblea Constituyente de Guáimaro, Ana Betancourt presentó una moción ante la recién creada Cámara de Representantes, solicitando el reconocimiento de los derechos que pertenecían a las mujeres, en cuanto se estableciera la República. Esa misma noche pronunció un memorable discurso que hizo justicia a los ideales independentistas y a su causa por la emancipación femenina.
Ana continuó colaborando junto a su esposo, sin descanso, hasta que fue hecha prisionera y amarrada a una ceiba durante noventa días. Soportó el castigo y el asedio de los españoles; pero no traicionó. Logró escapar y, convertida en perseguida política, se vio obligada al exilio. Allí le llegó la noticia de la muerte de Ignacio, suceso que afectó severamente su salud, pero no minó su voluntad de seguir apoyando la independencia de Cuba.
Hoy, a 122 años de su muerte, cuando las mujeres cubanas continúan luchando por sus derechos políticos y una adolescente camagüeyana ha sido asesinada por la indolencia de un régimen tan machista y patriarcal como la España del siglo XIX, la obra de Ana Betancourt sigue inconclusa, pero miles de cubanas la sostienen con igual espíritu, coraje y perseverancia. Ni una más. Nunca más.