El parque de las risas y las lágrimas

LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Todos los días, de lunes a viernes, en el pequeño parque de la calle K y las avenidas Novena y Calzada, frente a la antigua funeraria Rivero, se reúnen cientos de personas. Muchas llegan para una cita pactada de antemano, otras acompañando a las que fueron convocadas. Es la antesala de la entrada a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.
Antes de la siete de la mañana comienza el rito. Un empleado cubano de la sede diplomática, altavoz portátil en mano y con la asistencia de dos o tres de sus compañeros, comienza a leer nombres de una extensísima lista.
Los nombrados, después de patentizar su presencia con un grito de “aquí”, y entregar su Carné de Identidad, reciben la indicación de cruzar la avenida Novena e irse situando unos detrás de otros, dando comienzo a una fila que llega a tener decenas de metros.
Ese es el primer llamado, antes de la una de la tarde habrá otros dos. Un poquito después de las ocho, la fila recibe la orden de moverse hacia el área de la representación diplomática que está a unos 70 metros del parque. Esas personas son las que aspiran a obtener una visa de visita. Otorgarla o no es una prerrogativa del funcionario estadounidense a cargo de efectuar la entrevista.
Tras el primer llamado a los que ansían la visa de visita, casi siempre personas mayores, toca el turno a los que han sido citados con vista a lograr la visa de reunificación familiar. A esos se les denomina los de salida definitiva.
Con estos últimos se repite la misma forma de nombrarlos y la obligación de entregar el carné, pero a este grupo, mucho menor que el anterior, le corresponde hacer la fila cruzando la avenida Séptima o Calzada.
A partir de ese momento es que en el parque, donde es en extremo difícil que pueda sobrevivir una hierbita, existen algunos espacios vacíos. Pero sobre las diez de la mañana, comienza la etapa de mayor dramatismo en esta diaria historia.
A esa hora, el rostro de los familiares que fueron citados ya refleja angustia, y la vista se mantiene fija en la verja de entrada y salida de la representación diplomática. La zozobra va aumentando según pasan los minutos. Es una angustia que solo he apreciado en la Terminal 2 del Aeropuerto José Martí, precisamente cuando se está en espera de que por la puerta de cristal surja el familiar, que después de larga ausencia, viene de los Estados Unidos.
En cuanto lo divisan, van a su encuentro. Si le otorgaron la visa, hay llanto o alguna lágrima, y en algunos casos saltos de alegría. Si no la lograron, también hay llanto, y a veces, los funcionarios de la sede son tildados como lo peor de la galaxia.
Una de las cosas, ajenas a nuestra historia anterior a 1959, que ha logrado el régimen comunista, tal vez como un contrasentido, es la necesidad de los cubanos de mirar y apreciar al norte como el único sitio del éxito y la esperanza. Revertir ese magnetismo, aun estando la Isla en condiciones normales, costará mucho trabajo.