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Vacaciones en el infierno

LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Cuando terminamos de hablar, me preguntó si yo escribía para el periódico Granma. Le dije que escribo para Cubanet, pues soy independiente. Entonces volvió a preguntarme, precisando visiblemente preocupada: ¿Eres de los Derechos Humanos?

Ya había registrado en mi grabadora todo lo que esta mujer oriental me contó. Pero para dejarla tranquila, le aseguré que no iba a tener problema alguno, porque su narración era franca y fidedigna y además no publicaría su nombre, para no perjudicarla. Agarré de nuevo mi bastón y me despedí de ella.

María es el nombre que utilizaré para narrar su historia, aunque no es el verdadero. Tiene 50 años de edad y regresó a su casa, en Santa Fe, después de haber pasado unas vacaciones en “el infierno”. Así llama María al lomerío de la costa sur de Santiago de Cuba, de donde es originaria y donde aún vive parte de su familia. Allí se encontraba ella, la noche del 24 de octubre, cuando el ojo del huracán Sandy tocó tierra cubana, y -bien despierta- dice haber vivido esa noche la peor pesadilla que de su vida.

“Llevaba cinco años sin visitar Oriente, y, para ser sincera, lo vi mucho peor que en cualquiera de los tiempos pasados. Ni siquiera porque mi familia vive cerca del balneario de Mar Verde, al que van turistas extranjeros, se ve algún progreso en esa zona. Todas las casas están en muy mal estado y a la gente le falta hasta lo más imprescindible para sobrevivir. Yo llevé arroz, azúcar y sal, solo para pasar unos días con mis tíos”.

De Sandy, María dice que no quisiera acordarse. “Fue como vivir una película de terror en plena madrugada –me cuenta-. En medio de los feroces vientos y del rugido de las olas a lo largo de la costa, nos vimos a la intemperie, corriendo, empapados, en busca de un techo. Ni siquiera mirábamos para atrás, donde había desaparecido la casa de mis tíos”.

“Cierro los ojos, y las piernas me tiemblan cuando lo recuerdo -continúa narrando esta superviviente de Sandy-. Ni por la mente me pasó que pasaría unos días de vacaciones en el infierno, que no terminaron cuando el violento y rápido huracán se alejó. Al amanecer, el paisaje era espantoso. El balneario de Mar Verde quedó destruido y las endebles casas aledañas, simplemente desaparecieron. Los vecinos ni siquiera podían llorar, de lo asustados e impresionados que estaban. Lo que más me partía el alma eran los niños, hambrientos y casi desnudos, porque todos quedamos sólo con algo de ropa. Fue lo nunca visto”.

Me asegura María que en aquella zona donde vive su familia casi todas las casas tenían piso de tierra y techos de planchas de fibrocemento. Las casas estaban construidas con materiales que no pueden soportar ni los vientos plataneros.

“No se entiende –dice- por qué ahora están vendiéndole a la gente el mismo material endeble con que antes estaban hechos los techos de las casas. En Cuba sufrimos ciclones fuertes cada año, el gobierno lo sabe y no debería fomenter la constucción de ese tipo de casuchas endebles. Las casas que ahora está levantando la gente, con lo que puede conseguir, se caerán con el próximo ciclón”.

Dejo a María con sus tristes recuerdos y, cuando me alejo, descubro que también su casa, en Santa Fe, tiene el mismo techo de fibrocemento, agarrado con clavos. Mientras camino, pienso que la pobre podría revivir su pesadilla si el próximo ciclón entra por La Habana.