Cuídate España de memorias y desmemorias


MIAMI, Estados Unidos.- España vive momentos complejos de cara a un futuro de difícil pronóstico, una situación que se me antoja semejante, en ciertos aspectos, al preámbulo de un escenario similar al que llevó a la nación ibérica a uno de los más trágicos episodios de su historia. A cuarenta años de un pacto conciliatorio entre izquierdas y derechas para salir del franquismo por la vía democrática, surgen formaciones extremas empeñadas en llevar a la sociedad a un enfrentamiento de consecuencias impredecibles. Populistas de diferentes tendencias pulsan por desplazar a los partidos tradicionales. Grupos antisistema de estilo chavista-madurista, nacionalistas entre los que ya no se esconden los que brazo en alto entonan el falangista Cara al Sol. Entre ellos se mueven con todo su potencial tóxico separatistas que buscan romper el país, anticatólicos que defienden a ultranza la libertad religiosa de otras culturas, antimonárquicos que rechazan al Rey, pero aplauden otras formas de oligarquía foráneas, personajes de todo tipo empeñados en destruir cualquier símbolo de identidad nacional, incluido el idioma español. Casi el caos.
La vuelta al poder del PSOE, con la moción de censura que abrió las puertas de la Moncloa a Pedro Sánchez, fue posible gracias al apoyo de agrupaciones que ahora imponen sus exigencias en pago al soporte que brindaron al actual Presidente. El episodio más reciente lo constituye la resolución de sacar los restos del dictador Francisco Franco de la tumba que ocupa en el Valle de los Caídos, un acto que los socialistas enmarcan como uno de los principales puntos en su agenda de recuperación de la memoria histórica, puesta en marcha con el gobierno de Zapatero. Una cuestión peliaguda la de pronunciarse, en pro y peor aún en contra, sobre una determinación fundamentada para quitar el reconocimiento a la impronta de un dictador.
Quienes ahora reclaman la exhumación de los restos de Franco aludiendo a que en realidad desentonan con el supuesto propósito con el que fuera levantado el monumento, en parte no les falta razón. El camposanto ubicado cerca de Madrid acoge en su seno a centenares de combatientes de ambos bandos, caídos en batallas o ultimados ante pelotones de fusilamiento. Franco murió en su lecho de enfermo. Pero tampoco, según se afirma, pidió ser enterrado en ese lugar. Cuentan que nadie de su círculo se atrevía a ultimar con el Generalísimo los detalles de sus funerales. En cuanto a las alegaciones sobre la inadmisibilidad de que un sistema democrático ofrezca espacio al reconocimiento de un dictador, se hace un argumento relativo cuando muchos de estos críticos no encuentran contradictorio reverenciar a déspotas de ideologías afines, en otras latitudes, expuestos al culto en estatuas, mausoleos y hasta en versión momificada. Lo que resulta inadmisible en un sitio por el talante de la personalidad al que se dedica, debería serlo en todas partes. Es la doble moral de los que acusan unas dictaduras y defienden otras sin sonrojarse.
La periodista Rosa Pascual reconoce en su artículo sobre el tema: A los dictadores hay que conocerlos, no reconocerlos, que sacar a Franco de la sepultura no va a solucionar ningún problema. Se trata solo de la reparación moral de las víctimas y un gesto de reconciliación que supondrá un gasto elevado del presupuesto público por el coste de abrir infinidad de fosas comunes. Un proceso de identificaciones de dudosa efectividad y que tiene como añadido la promesa de pagar indemnizaciones en reparo a los descendientes de aquellas víctimas. Los que apremian por la necesidad séptica de vaciar una fosa para sellar el olvido de quien en ella permanece, olvidan que más importante que los restos o el lugar que los guarda es su legado. Guardado con celo en la memoria de seguidores, documentos y material de archivo, suelen volverse vigentes cuando circunstancias y errores estimulan la búsqueda en el pasado para encontrar respuestas y soluciones al presente. El lugar que sirva de reposo para los huesos da igual. El nuevo sepulcro termina por convertirse en punto de referencia, y por ende de peregrinaje, para seguidores y curiosos.
Hay aspectos que contradicen el propósito de una gestión dirigida a borrar o recuperar vestigios de un pasado turbulento, según consideraciones. ¿En verdad es aconsejable en nombre de la memoria histórica remover fantasmas que hasta ahora han sido solo eso: fantasmas? Acaso se consigue atraer sobre ellos mayor atención y de paso una revalorización hecha desde un presente poco promisorio sobre un pretérito condenado por muchos, pero ponderado por no pocos que lo recuerdan con añoranza señalando que no fue ni tan malo ni tan negro, donde al menos había orden, seguridad y ciertos beneficios.
Ejemplos sobran. En la Gdansk de la Polonia socialista llegué a escuchar con estupor no pocas voces hablando de lo bien que se vivía en el Danzig bajo control alemán. Algunos rememoraban a los oficiales de las SS por sus buenos modales y exquisita educación. Las evidencias mostradas en documentales o en los campos de concentración implantados por el nacismo en tierras polacas, era simplemente una exageración elaborada a dos manos por los comunistas y los norteamericanos. En la URSS ocurrió un fenómeno parecido tras el deshielo estalinista o la caída de la dictadura de partido único del PCUS junto al des merengue soviético (término con el que Fidel Castro describiera aquel suceso). Desde entonces el recuerdo de Stalin ha ido ganado en positivo frente a la imagen de un Lenin acusado hasta por el propio Putin de todos los males que contribuyeron al desmoronamiento del estado modélico del poder proletario. Stalin al final no fue tan terrible y se le debe el recuerdo agradecido por salvar a la tierra rusa de la barbarie fascista. Van las cosas más lejos con todo este embrollo de la memoria humana en la Rusia actual donde se alzan cada vez en mayor número los que claman por el regreso del zarismo con todo el esplendor que tuviera en la Rusia pre soviética.
La desmemoria y el machaqueo de viejos espectros tiene sus repercusiones en Brasil donde ante tanta corruptela es significativo el incremento de opiniones en favor del retorno de la realeza o las encuestas que indican un 60 por ciento de apoyo a la vuelta de los militares en el mando del gobierno. “Pregúntele a cualquiera que vivió durante el gobierno militar. Había buenos trabajos, hospitales funcionando”, justifican algunos encuestados. Es la típica retorica que se repite en diferentes marcos, sin importar la referencia del pasado al que indican como patrón.
Mirando el acontecer noticioso del panorama español mi esposa recordaba hace unos días los versos del poeta César Vallejo dedicados a una España republicana que amaba desde su ideal comunista con rasgos humanistas de formación católica. El poema leído en el actual contexto aparece como un grito de alerta y un llamado profetizador de peligros que hoy reaparecen amenazantes en el contexto democrático que vive la nación ibérica.
¡Cuídate España, de tu propia España!
César Vallejo
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…