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Dulceros, un negocio amargo

Alfredo Mier prepara un cake de cumpleaños (foto de Ernesto Aquino)
Alfredo Mier prepara un cake de cumpleaños (foto de Ernesto Aquino)

LA HABANA, Cuba- Los pregones callejeros que anunciaban dulces van disminuyendo a medida que los vendedores optan por pasar a la ilegalidad. No obstante, la cantidad de cubanos que se dedican a confeccionarlos y venderlos por cuenta propia se mantiene o incluso aumenta.

Para realizar este pequeño reportaje conversamos con muchos dulceros y vendedores callejeros de este producto. Los testimonios fueron muchos y diversos, pero en lo que sí coincide la mayoría es en que no quieren que se publiquen sus nombres. Sin embargo, siempre puede encontrarse algún cuentapropista que se arriesga a dar la cara.

Uno de los entrevistados que aceptó identificarse fue Alfredo Mier Echevarría, de 38 años, quien decidió legalizar su trabajo privado en el año 2013.

Cuenta Mier Echevarría: “Llevo alrededor de 10 años haciendo dulces; pero decidí establecer el negocio en mi casa y entonces fue que saqué la licencia de trabajo por cuenta propia”.

Al comentarle a Alfredo sobre el incremento de los dulceros ilegales, explicó: “Mira, el problema de legalizar el trabajo privado, además de los impuestos y las licencias, que son altos, es que la materia prima la tienes que adquirir a precios muy elevados en los mercados estatales, y cuando sacas la cuenta lo que te queda es un salario para sobrevivir; por eso, mucha gente prefiere arriesgarse en la ilegalidad”.

Mier Echevarría añade: “Yo pago mensualmente 430 pesos (unos 19 dólares) por la licencia; otros 87.50 pesos de seguridad social y, además, el 10 por ciento de impuesto sobre la venta. Mi ganancia mensual no pasa de los 700 pesos, o sea unos 28 dólares. Como puedes ver, a pesar de lo mucho que trabajamos, los cuentapropistas no ganamos mucho más que cualquier asalariado, y eso no todos están dispuestos a aceptarlo”.

Sin embargo, otro de los motivos de la proliferación de los dulceros, ilegales o con licencia, es la limitada oferta y los elevados precios de este producto en los comercios estatales.

Francisco (Paco) Iglesias Ríos, un maestro dulcero retirado que ejerció el oficio durante 47 años, refiere que “las dulcerías que venden en divisas no hacen cakes grandes o con decoración elaborada; y si existiera alguna el precio sería impagable. Luego, están las dulcerías regulares que han instalado en las panaderías, pero ahí, además de la falta de recursos, la calidad de los productos es mala. Yo no tengo dudas que el trabajo privado, a pesar de todas las dificultades, es lo que está evitando que la caldera de la rebeldía social explote”.

Las causas de que muchos prefieran trabajar ilegalmente van más allá de los impuestos abusivos y el acoso de los inspectores.

Un trabajador del sector privado, que lleva 15 años realizando diferentes labores y pidió no revelar su identidad, reveló lo que considera “lo más doloroso y frustrante” de los que buscan una vida mejor a través del trabajo honrado.

Este hombre de 64 años, que actualmente es propietario de una pequeña dulcería, afirma: “El gobierno es un verdugo de brazo largo y vergüenza corta. Fíjate, hay una crisis laboral tremenda, y habrá más, porque los salarios que paga el Estado son una burla. El cuentapropismo y las gestiones a nivel personal están apuntalando el fracaso económico del socialismo; pero nosotros, los particulares, no podemos crecer y expandirnos, porque en cuanto muestras un poco de prosperidad en tu negocio te derriban, te acusan de enriquecimiento ilícito y te crucifican”.




El tiempo perdido

LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – La gente se ríe cuando intento explicar que mi semana solo tiene cinco días útiles,  pues no conciben que para transportarme de la capital a Cabañas, separadas sólo por  60 kilómetros, empleo alrededor de seis horas en la ida y seis en el regreso, lo que me deja en un estado físico y mental tal, que necesito otras seis horas para recuperarme de cada viaje.

Índices de la modernidad pueden considerarse la seguridad, el confort y la rapidez del transporte público; pero transportarse en vehículos terrestres en Cuba resulta todo lo contrario: peligroso, incómodo y consume demasiado tiempo.

La lista de fracasos en los intentos de solucionar este problema a lo largo del último medio siglo de socialismo es interminable. Algunos que vienen a la mente son: la línea ferroviaria de dos carriles que atravesaría la isla de punta a cabo con trenes rápidos; el metro de la Habana; los trenes que comunicarían todos los rincones de la antigua provincia Habana con la capital.

El más reciente de dichos intentos fue la entrada en servicio, hace tres años, de una flota de nuevos ómnibus chinos y bielorrusos que, al principio, pasaban con aceptable frecuencia y tenían hasta aire acondicionado. Según las promesas del entonces ministro del ramo, el problema del transporte se solucionaría en poco tiempo en la capital inicialmente, y paulatinamente en el resto del país. Hoy, quedan pocos de aquellos ómnibus rodando por la capital e ir de un punto a otro de la ciudad ha vuelto a ser una Odisea.

Las deficiencias del transporte constituyen un devorador del tiempo de vida útil de los individuos, que hasta arriesgan sus vidas al viajar en todo tipo de vehículos, que ni siquiera fueron diseñados para el transporte de personas.

Esta situación resulta incluso peligrosa para la salud, debido a las dañinas emanaciones de los viejos vehículos, así como por los daños a las personas, provocados por las horas que pasan sentadas sobre una tabla, o paradas sobre un camión, sin amortiguadores adecuados; a lo que se suma el mal estado de las vías.

En La Habana, cada día empeora el servicio de transporte. EL caos se debe a la imparable disminución del número de ómnibus en servicio, las indisciplinas y maltratos de conductores y pasajeros, el mal estado de las calles, la falta de piezas de repuesto y de mantenimiento de los vehículos, así como los miserables salarios y las malas condiciones de trabajo de los que laboran en el sector.

En pleno siglo XXI, en otras ciudades del país prácticamente han desaparecido los ómnibus y su lugar lo ocupan carretones tirados por caballos, los bicitaxis movidos por el pedaleo de sus conductores, destartalados camiones y camionetas con más de cincuenta años de explotación, y taxis, que solo están al alcance de unas pocas personas, debido a sus altas tarifas.

El municipio Mariel brinda un botón de muestra. A pesar de que mantiene una terminal de ómnibus con consejo de dirección, oficinistas, conductores, cobradores, mecánicos y otros empleados, solo tiene un ómnibus en servicio, el cual falla más días, por roturas, que los que sale a cubrir sus dos turnos hacia la capital.

Los vecinos del municipio se trasladan en viejos camiones y camionetas  que generalmente viajan sobrecargados, en violación de las normas de seguridad vigente. Los horarios y precios son impuestos arbitrariamente por los operadores de estos vehículos. En ocasiones aparecen ómnibus de centros de trabajo, que misteriosamente pasan y recogen pasajeros cuando el chofer tiene ganas de hacerlo.

El pésimo transporte público es uno de los problemas cotidianos que más indigna y machaca a la población. Si los hechos lo han obligado a dar tímidos pasos en la privatización de algunos servicios; muchos se preguntan: ¿qué espera el gobierno –que ha demostrado fehacientemente durante 50 años su incapacidad para brindar un servicio aceptable- para privatizar por completo este ramo?

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